El pasado abril publicábamos un texto llamado ¿Por qué Venezuela? en el cual explicamos, desde la experiencia de nuestra estancia, convivencia y trabajo de campo durante más de dos meses en Venezuela, algunos de los motivos por los cuales creíamos que, hoy más que nunca, había que estar con el proceso iniciado con el liderazgo […]
El pasado abril publicábamos un texto llamado ¿Por qué Venezuela? en el cual explicamos, desde la experiencia de nuestra estancia, convivencia y trabajo de campo durante más de dos meses en Venezuela, algunos de los motivos por los cuales creíamos que, hoy más que nunca, había que estar con el proceso iniciado con el liderazgo de Chávez y continuado hoy por el de Maduro. Mantenemos las razones que argumentamos en dicho texto.
Ya nos referimos entonces al distanciamiento de algunas posturas intelectuales respecto a la llamada Revolución Bolivariana. Desde ese momento, han aparecido más declaraciones, comunicados y textos por parte de una izquierda intelectual que declara su equidistancia haciendo uso de algunas de sus mejores galas teóricas para deslindarse de un proceso que hasta hace poco acompañaban.
En mayo, reconocidos académicos como Edgardo Lander, Luis Tapia, Raúl Prada, Alberto Acosta, Arturo Escobar, Boaventura de Sousa Santos y una larga lista, firmaron una carta, en la cual hacían un llamado a detener la escalada de violencia en Venezuela, donde equiparaban ambos bandos en disputa, hablaban de «un gobierno cada vez más deslegitimado, con marcados rasgos autoritarios» y ni siquiera mencionaban la agresión imperialista y el asedio que sufre el pueblo venezolano. Algunos de los firmantes matizaron o se retractaron al poco tiempo. El mismo Boaventura hace unos días publicaba un texto en otros términos: En defensa de Venezuela. Otros autores han escrito textos o hecho entrevistas en las que se expresan en términos muy duros contra el proceso, como Noam Chomsky. No han faltado las respuestas. Como comunicado colectivo, destacar el de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad, ¡Con la revolución bolivariana por siempre! , firmada entre otros por Atilio Borón, Miguel Mazzeo, Guillermo Cieza, Frei Betto, Emir Sader, Theotonio dos Santos, Marta Harnecker, Piedad Córdoba, Silvio Rodríguez, Roberto Fernández Retamar, los 5 héroes cubanos, nuestras paisanas Ángeles Díez, Belén Copegui o Carlos Fernández Liria, el recientemente fallecido Fernando Martínez Heredia, el sacerdote Javier Giraldo o el Premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, entre una larguísima lista. También han sido muchas las respuestas individuales, entre las que destacamos la nota de Miguel Mazzeo, Venezuela: sobre defecciones y oportunismos o la de Claudio Katz, La izquierda frente a Venezuela
Esa mirada de equidistancia por parte de intelectuales de izquierda es lo que nos lleva hoy a empuñar de nuevo la pluma. Específicamente un texto aparecido recientemente llamado El retroceso «nacional-estalinista», que suscribe el sociólogo argentino Pablo Stefanoni.
Este texto, como otros similares, esgrime algunas «verdades», pero con ellas arma un puzle de «razones» muy peligroso. Comencemos analizando algunas de ellas.
Resulta más que curioso algo que ya empieza a ser recurrente en la izquierda: por un lado, utilizamos como referentes en nuestro argumentario a Marx o a Lenin y por otro echamos mano a los razonamientos de la democracia burguesa para deslegitimar, por ejemplo, como en este caso, la convocatoria por parte del gobierno venezolano a la Constituyente y lo que efectivamente ha supuesto una victoria popular, la votación masiva para la conformación de la Asamblea Nacional Constituyente.
A esto se refiere Samir Amin: «Una parte de esas posturas es reflejo de una ideología liberal. Lo único que hay para esa visión son democracia y dictadura. Y como el gobierno de Maduro no cabe en la concepción que tienen de democracia, lo clasifican inmediatamente de dictadura y centran su fuego en contra del gobierno, supuestamente aislado por una «sociedad civil» en rebelión contra la «tiranía». Aunque se digan de izquierda no existen ni capitalismo, ni imperialismo. No hay tampoco derecha, ni neoliberalismo. Las clases sociales desaparecen, disueltas en la tal «sociedad civil», que pelea en contra del Estado. No toman en cuenta que se trata de un proyecto histórico anticapitalista y antimperialista. Parece que no se dan cuenta que no se trata de defender un gobierno, sino un régimen y un proyecto histórico. Que si llegara a caer ese gobierno, cae todo el proyecto histórico iniciado por Hugo Chávez y Venezuela se sumaría a la recomposición neoliberal que hoy victimiza a Argentina y a Brasil«.
No obstante, respecto a la cuestionada legalidad de la convocatoria a la Constituyente, para despejar nuestras dudas no hay más que recurrir al artículo 348 de la Constitución vigente, que dice así: «La iniciativa de convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente podrán tomarla el Presidente o Presidenta de la República en Consejo de Ministros; la Asamblea Nacional, mediante acuerdo de las dos terceras partes de sus integrantes; los Concejos Municipales en cabildo, mediante el voto de las dos terceras partes de los mismos; o el quince por ciento de los electores inscritos y electoras inscritas en el Registro Civil y Electoral».
Esta convocatoria a la Constituyente se enmarca en un contexto de intervención que, a pesar de la reciente victoria del chavismo, sigue en marcha. El presidente Donald Trump declaró el pasado viernes 11 de agosto: «Tenemos muchas opciones para Venezuela. Por cierto, no descarto una opción militar. Tenemos muchas opciones para Venezuela. Es nuestro vecino. En todo el mundo hay problemas en sitios lejanos, tenemos tropas en sitios lejanos, Venezuela no está tan lejos y las personas están sufriendo, están muriendo. Tenemos muchas opciones para Venezuela, incluyendo, posiblemente, una opción militar si es necesario».
El mes pasado pudimos asistir a la VII Conferencia mundial de la Vía Campesina, desarrollada en Euskal Herría, donde una delegación venezolana de la Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora compuesta por Karina Arévalo y Kevin Rangel trabajaron en un documento en solidaridad con la Revolución Bolivariana, que fue aprobado por la Vía Campesina, donde se señaló que «hasta la fecha hemos visto el despliegue de las diferentes armas golpistas: comunicacional, psicológica, internacional, económica, institucional, y violenta. Han ensayado y avanzado en cada una de esas, como parte de la guerra de cuarta generación, que es la combinación de todas las formas de guerra. Su mayor avance ha residido en la dimensión simbólica, el ámbito de los sentidos. Su debilidad central sigue siendo la misma que al inicio: la falta de apoyo popular en las calles, la fuerza en el terreno».
Efectivamente, la movilización popular de la derecha, aunque no vamos a negar que no haya calado en algún sector popular, no cuenta con ningún tipo de estructura. Su base mayoritaria, como sabemos, es la clase media-alta, que por cierto cada vez está más cansada de los métodos terroristas empleados por los grupos de choque mercenarios. En una guerra de ataque por tantos flancos, el de la violencia está dejando un halo de hastío en la población. La famosa derrota electoral de 2015 no implica movilización popular. La población, ante la crisis y el desgaste económico, junto a las promesas de fin de las colas que hizo la derecha, ejerció su derecho al voto dentro del juego democrático. Se perdió y se reconoció. Bendita dictadura que reconoce sus derrotas electorales. Hay que preguntarse por el motivo por el cual la derecha dejó de jugar bajo las reglas de la democracia como estrategia para hacerse con el poder. Hoy, a pesar de la profundización de la crisis, la situación es otra, mucho más después de la votación a la Constituyente, que modifica la relación de fuerzas y el escenario. No es baladí que tras esta derrota la oposición decida en estos días participar en el sistema electoral que tanto ha denigrado, habiendo llegando incluso a acusar al CNE de fraude. Ángel Osiel, militante de Barquisimeto y referente de los NNATs en Venezuela, afirma: «esto ha sido posible gracias al resultado de la Constituyente, es decir, una victoria nuestra obliga a llevarlos al plano electoral. Se dieron cuenta del impacto político que causó la movilización del pueblo en el proceso previo y el mismo proceso electoral del 30 de julio. Las condiciones políticas, emocionales, de capacidad de movilización del chavismo,… está en mejores condiciones que el escenario de 2015. Caso contrario la oposición viene en picada desde hace rato y la arremetida violenta de los últimos 3 meses los ha terminado de romper políticamente. Lo que tenían de base social está dividida, confundida, muy decepcionada sobre todo esta última semana«.
Se refiere el texto a la habitual comparación de Venezuela con el Chile de Allende, y esgrime diferencias. Por supuesto que hay diferencias. Son procesos muy diferentes pero con algunos comunes muy representativos, de ahí la comparativa, especialmente en lo referente a la estrategia de agresión agendada y planificada por Estados Unidos, el boicot económico, desabastecimiento, generación de caos psicológico, alteración del orden pública,… Efectivamente una de las diferencias fundamentales es que el ejército venezolano no es el chileno, ni la Guardia Nacional Bolivariana son los Carabineros de Chile. Eso lo sabe y lo sufre el poder intervencionista. Volviendo a los paralelismos, en Chile precisamente entrevistamos a muchos compañeros que criticaron durísimamente a Allende en su momento y hoy afirman que fue el proceso más revolucionario de la historia chilena. No sólo por lo que se construyó por arriba, sino lo que eso permitió por abajo, el desarrollo de un poder popular verdaderamente impresionante. No conocimos el chileno de principios de los 70, pero sí hemos tenido el placer de conocer algo del poder popular venezolano, el que se ha fraguado al calor de proceso chavista, y de veras que es impresionante. Late de otra forma. Volviendo a las diferencias, el grueso de aquellos que ayer criticaban a Allende solían hacerlo desde una crítica comprometida con el cambio desde dentro, no desde la desvinculación del proceso y de la construcción popular. Y volviendo a las semejanzas, ninguna como la de ese Poder Popular, factor fundamental en todo este asunto, como veremos.
El desabastecimiento alimenticio es una de los más eficaces métodos de desgaste. La oposición lo sabe. Para paliar este problema, Nicolás Maduro ha tomado la iniciativa con la creación de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción, el famoso CLAP. Esta iniciativa ha permitido a las clases populares cubrir las necesidades más básicas saltándose una complicada cadena mediante la participación directa en la distribución de los Consejos Comunales, la gente organizada en los barrios. Es en la `P´de producción donde hay que dar la lucha, y en esa iniciativa el CLAP podría tener un papel clave en el futuro.
Respecto a la corrupción o la violencia, el texto señala que es estructural, pero por otro lado se sirve de esa debilidad para deslegitimar el proceso. Lo estructural, como sabemos, está asentado socialmente y viene de muy atrás. La violencia y la corrupción estructural son un problema mayúsculo, no sólo en Venezuela. Para un análisis justo hay que ver de dónde se viene, de qué sociedad partimos. Cuando uno analiza la sociedad venezolana de antes de Chávez comienza a entender muchas cosas. Seguramente muchos vicios podrían haberse atajado mucho más durante el proceso. Podemos seguir señalando las debilidades bolivarianas. Todos las conocemos. El poder popular consciente también las conoce, y ejerce su crítica desde esa construcción popular, luchando por construir alternativa desde abajo y desde adentro del proceso.
Habla el texto de «huida hacia adelante del gobierno de Maduro». Precisamente, el diario El País, del conocido grupo Prisa español, antichavista de pro, titulaba así una de sus «objetivas» noticias el 30 de julio: «La huida hacia adelante de Maduro». Nos preguntamos si somos nosotros quienes estamos ofreciendo titulares y frases magníficas al monstruo o son ellos quienes acaban inspirándonos.
Apunta el autor que en Bolivia o Ecuador la situación económica es mucho mejor que en Venezuela, lo cual no deja de ser evidente. Ahora, ¿no tendrá algo que ver esto, a parte de los errores propios del bolivarismo, con el hecho de que este es el proceso de mayor radicalidad en América Latina del llamado «ciclo progresista», precisamente el que permitió y ayudó a que se abriera la veda para otras experiencias, y precisamente el que más hizo por construir una integración y una alternativa regional? No podemos olvidarnos de nuevo de dónde partíamos. Bolivia o Ecuador eran dos países con un movimiento social amplísimo antes de la llegada de Evo y Correa. En Venezuela la organización popular antes de Chávez estaba hecha añicos, fragmentada y golpeada. No vamos a entrar en cómo se encuentra hoy ese poder popular en Bolivia o Ecuador, el autor los debe conocer bien. Lo que sí podemos afirmar es que en Venezuela lo que se ha construido en cuanto a movimiento social desde la llegada de Chávez, teniendo en cuenta el punto de partida, es espectacular.
Critica también el texto el supuesto recurso a las armas para defender la revolución. Volvamos a Chile. Se ha repetido hasta la saciedad que el mayor error que cometió la Unidad Popular fue no contar con una articulación y preparación armada para hacer frente al golpe. Venezuela toma nota e impulsa medidas preventivas a este respecto con la creación de milicias o con la constante unión cívico-militar, hecho que efectivamente la hace diferente desde el inicio al proceso chileno, y también lo denostamos, desde ese apego incomprensible a las reglas del juego burgués. ¿Ni siquiera como legítima defensa y lucha por su soberanía el pueblo tiene derecho a recurrir a las armas? En cambio llegamos a equiparar al gobierno democrático de vocación transformadora con una oposición golpista que pone bombas, quema chavistas o gente que lo parezca, ataca desde cuarteles hasta guarderías infantiles y cuyo único proyecto político es la ganancia y el privilegio de unos pocos.
No faltan tampoco los críticos progresistas que hablan de presos políticos en Venezuela, poniendo el ejemplo de Leopoldo López, quien se encuentra en la cárcel por instigar la operación conocida como «La Salida», que dejó un saldo de 43 fallecidos en 2014. Los cables diplomáticos de EEUU desvelados por WikiLeaks mencionan hasta 77 veces el nombre de Leopoldo López, y confirman que recibió financiación durante 12 años de EEUU para derribar al gobierno de Maduro. En EEUU este señor estaría condenado a cadena perpetua.
No guardamos ningún tipo de simpatía hacia el estalinismo, ni mucho menos, y no vamos a afirmar que no haya tendencias dentro del gobierno que lo sean, igual que tampoco vamos a afirmar que no haya ramalazos burgueses e incluso corruptos dentro del gobierno. Tampoco sabemos si los manuales permiten decir que la del proceso bolivariano es una experiencia socialista. Lo que sí nos atrevemos a afirmar es que el chavismo ha sido y es una esperanza para las transformaciones emancipatorias, ya no en América Latina, sino en el mundo. Y así lo siente gran parte del pueblo. También nos atrevemos a afirmar que dentro del gobierno anida un proyecto de transformación estructural que mira hacia «el abajo», y que son muchos quienes luchan desde dentro, críticamente, para llevarlo por ese cauce, entre agresiones, piedras externas e internas y muchos inconvenientes, entre otros los de aquellos que supuestamente situados en nuestra misma trinchera deciden tomar distancia y mantenerse impolutos. Es evidente que no se ha alcanzado el socialismo en Venezuela, otra cosa es si se camina hacia ese horizonte.
Reinaldo Iturriza, exministro de Comunas, afirma en una reciente entrevista: «Creemos que hay que apostarle a la articulación popular. Nosotros no vamos a renunciar al partido, ese es nuestro partido y hace falta la maquinaria popular a la hora de las elecciones, que es distinto a la maquinaria en el sentido más tradicional del término, con el que no estamos de acuerdo. Creemos que la política no se hace de manera clientelar, no se hace de manera asistencial. De distintas maneras hemos hecho llegar y saber que no estamos de acuerdo con esa manera de hacer política. El chavismo tiene una clase política con legitimidad para gobernar y respaldo popular porque se diferencia de la vieja clase. Pero cuando empieza a parecerse en los métodos, en el clientelismo, cuando hay gente corrupta, oye, la gente no es pendeja vale. ¿Y qué puede esperar uno del pueblo chavista, si esa subjetividad se formó contra eso? Eso es un signo de buena salud del sujeto político.» Respecto a la disputa y la batalla electoral, afirma: «Yo creo que el gobierno lo que ha hecho de manera sistemática es tratar de traer a la clase política antichavista al escenario electoral. ¿Que hay gente chavista que no quiere elecciones porque piensa que vamos a perder? Estoy seguro de que sí, pero esa no es la línea de fuerza que tiene el control del chavismo. El presidente no pertenece a esa línea y estoy seguro de que al menos la mayoría de la gente que tiene más cercana tampoco».
Es innegable que el proceso revolucionario ha obtenido enormes logros sociales. La misma ONU, en su informe de desarrollo reconoce que Venezuela cuenta con uno de los índices de desarrollo humano más altos de América Latina. La reducción de la pobreza ha sido abismal. Se ha entregado un millón y medio de viviendas amuebladas. Se ha construido un sistema público de salud. Antes de Chávez 2 millones de personas literalmente no existían porque no tenían ni cédula de identidad. Hoy esa gente que vive en los cerros, las zonas históricamente más empobrecidas, no sólo cuentan con saneamientos, agua en sus casas, alimentación, salud, educación y sus hijos van a la universidad, sino que además cuentan con un tejido social de una potencialidad transformadora brutal, el poder comunal en construcción.
El chavismo ha construido hegemonía durante mucho tiempo, nacional y regional. Pero ahora, en medio de un proceso intervencionista de dimensiones brutales, nos quedamos tan tranquilos afirmando que se parapeta en la resistencia. Y cuando toma la iniciativa convocando a una Constituyente y obtiene una participación impresionante emulamos a Nicolás irónicamente y decimos «milagro», y, no sólo quitamos peso a la gesta, sino que proyectamos una suerte de desvinculación purista que nos mata.
Venezuela es esperanza porque dentro del gobierno son muchos los que están dando la batalla por la revolución, sin claudicar. Decimos que la izquierda carece de crítica pero no dejamos de señalar los defectos y las carencias. Algunas virtudes tendrá el gobierno de Maduro, simplemente por el hecho de mantenerse en el poder después de tanto tiempo de asedio. La salida de la OEA es una de esas magníficas noticias que todos deberíamos celebrar.
Venezuela es esperanza porque existe el poder comunal. El poder comunal consciente, crítico, que construye en los territorios, en los barrios, en el día a día. En este sentido, no podemos dejar de hablar de la Plataforma Popular Constituyente, también llamada «Chavismo Bravío», que agrupa a mucho de ese poder popular, organizaciones como Pobladores, que luchan por vivienda digna construyéndose sus propias casas, como la Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora (CRBZ), la Red Nacional de Comuneros y Comuneras, la Red Araña Feminista, Alexis Vive y muchas más. Tuvimos el placer de conocer algunas de estas experiencias a nuestro paso por Venezuela.
La continuación y profundización de esas experiencias de poder comunal es «el cielo que queremos tomar por asalto» aquellos que desde posiciones críticas y desde abajo seguimos defendiendo la propuesta chavista. La profundización de los logros revolucionarios es «el cielo que queremos tomar por asalto». La lucha por la transformación hacia una sociedad socialista participativa, soberana y emancipadora es «el cielo que queremos tomar por asalto».
Según Stefanoni, la Constituyente no está «acompañada de un horizonte mínimo de reformas». El presidente Nicolás Maduro ha señalado en estos días algunos de esos horizontes trazados: «paz como necesidad», avance en el terreno económico, que podría profundizar en la construcción de una alternativa al rentismo petrolero, constitucionalización de las Misiones para afianzar el modelo de justicia social, y del Poder Comunal, para impulsar nuevas formas de democracia representativa y protagónica, defensa de la soberanía, identidad cultural,… La Constituyente supone una oportunidad histórica para profundizar en una de las propuestas más revolucionarias y emancipatorias del siglo XXI, si no la que más.
Tal y como la propia Plataforma Popular Constituyente señala, trabajan «para garantizar el protagonismo del pueblo de a pie, consciente y orgánico, en la Asamblea Nacional Constituyente. Por el socialismo centrado en la descolonización, el feminismo y la defensa de la madre tierra como principios para una sociedad del vivir bien; frente al fascismo, al capitalismo, al patriarcado, al sectarismo, que intentan imponernos en una agenda de tristeza, destrucción y muerte».
El pasado 16 de julio, la oposición llamó a un referéndum ilegal convocado apenas unos días antes, en el cual ellos mismos quemaron todas las papeletas del voto con la excusa de una supuesta represión del «régimen». Bajo esa lógica electoral imposible de verificar, se pusieron un techo de más de siete millones de supuestos votantes, pensando que sería una cifra jamás superable por el chavismo. Dos semanas después, el 30 de julio, el pueblo de Venezuela una vez más, contra todo pronóstico, dio una lección al mundo, rebasando los 8 millones de votantes bajo un sistema electoral informatizado, verificable y plenamente avalado a nivel internacional. A pesar del clima de miedo generado por la oposición, de las amenazas de invasión, los actos de sabotaje, los ataques a centros de votación, el pueblo salió masiva y calmadamente para hablarnos de democracia, participación y dignidad.
Con motivo de informar sobre el desarrollo de la votación para la ANC, esta semana ha tenido lugar en Madrid un acto en el cual un miembro del equipo observador de la elección de la ANC, Fran Pérez, nos explicaba lo que pudo ver ese día. Según sus propias palabras, «lo que vimos fue un proceso electoral normalizado». Se refirió al sistema de votación, «un proceso informatizado a través de una máquina que emite un papel que a su vez se coloca en una urna, de modo que luego se contrarrestan ambos votos. Además de la documentación, cada votante es identificado con su huella dactilar«. En este acto informativo, el embajador de Venezuela en España, Mario Isea, tomó la palabra para entre otras cosas afirmar que es imposible unilateralmente intervenir en el sistema de votación, que está extremadamente auditado. «Las auditorías las convoca el órgano electoral públicamente y pueden concurrir delegaciones de cualquier país. Venezuela aceptó que se auditara el 54% de todas las mesas de votación. En ningún lugar del mundo se hace eso. No se ha podido mostrar ni una sola prueba de fraude«, afirmó el embajador. En una entrevista en diario 16 señala que la oposición busca «una insurrección para promover una guerra civil y crear condiciones, -so pretexto de crisis humanitaria- para una intervención militar extranjera. Desde luego, no han podido. Estamos llamando al diálogo de manera consecuente. Ante la negativa al diálogo, el presidente Maduro convocó la Asamblea Nacional Constituyente, que es el momento en el cual estamos. El pueblo se volcó a votar en un triunfo heroico de más de ocho millones de votos, casi cercano a la máxima votación que alguna vez saco Chávez. Y esa participación electoral histórica se hizo por encima de amenazas internacionales y del terrorismo interno».
El economista uruguayo Antonio Elías, que también formó parte de la delegación de acompañantes internacionales, señala que «lo ocurrido durante las elecciones en Venezuela es diametralmente opuesto a lo que sostiene la mayor parte de los medios de comunicación nacionales e internacionales y diversos gobiernos de derecha y extrema derecha encabezados por Estados Unidos, tales como Argentina, Brasil, Colombia, España y México».
Tal y como afirma Marcos Roitman, «El periodismo y los medios de información pertenecientes al establishment de los distintos países del bloque occidental han tomado una decisión: retrotraer a Venezuela a los tiempos del neoliberalismo, la economía de mercado y el pacto interoligárquico. Sin excepción, desde esta trinchera fundamentalista, alteran hechos, crean acontecimientos y fomentan el odio hacia el pueblo venezolano contrario a dichas posiciones y que sólo quiere vivir en paz. La última elección a la Asamblea Nacional Constituyente lo demuestra, pero la declaran ilegal y un fraude de ley. No aportan argumentos, salvo violencia, el sabotaje y la sedición golpista.(…) Los principales periódicos del Estado español secundan el golpismo en Venezuela, se unen a la guerra con editoriales incendiarios y mal intencionados. Los enviados especiales, un día sí y otro también, mienten, manipulan y desinforman».
Finaliza el texto de Pablo Stefanoni anhelando una izquierda activa y creativa. Carajo, ¿acaso podemos encontrar un proceso más activo y más creativo en el terreno de la experiencia real, fuera de utopismos de papel, que el bolivariano?
Hoy, cuando la batalla no está perdida, todavía somos muchos los que albergamos la esperanza de que las fuerzas del bien se impongan a las del mal, tanto a nivel interno como externo. Y desde esa trinchera es que decidimos dar la batalla, con el rostro y las manos sucias de compromiso, sucias de la contradicción inherente a toda vida humana y, cómo no, a todo proceso social y político con aspiraciones de superación capitalista. Un anhelo de transformación social que sólo es posible tramarlo y construirlo desde el suelo capitalista que pisamos, desde la herencia recibida de un mundo hecho para unos pocos, sucio, feo, destructor de la belleza, la verdad y la justicia. Desde ahí, pringados de los vicios aprendidos es que nos toca transformarnos y transformar, descolonizarnos y descolonizar. Quién dijo que fuera fácil.
En Venezuela, desde la llegada de Chávez, y todavía en la actualidad, se está librando esa batalla. Mientras que en las «duras» gran parte de la izquierda intelectual regional e internacional se fue entusiasmando y sumando al proceso, en las «maduras», nunca mejor dicho, son muchos los que, en lugar de unir sus fuerzas para dar la batalla desde la trinchera de los buenos, deciden apearse y sumarse ahora a la crítica intelectual equidistante. En el nombre de la revolución, de Marx, de Lenin, o del propio Chávez, saltan del carro en marcha de la transformación. Y es ahí donde precisamente la debilitan. En lugar de luchar por decantarla, en nombre del purismo revolucionario toman distancia.
Lo cierto es que sentimos un dolor inmenso al leer este tipo de textos equidistantes, con toda sinceridad y respeto. Porque si llega a triunfar el poder internacional capitalista en Venezuela, la reacción va a ser más dura que en Brasil o Argentina, aunque allí ya estamos viendo algunas de las brutales consecuencias de estos gobiernos. Lo que hay construido por abajo en Venezuela sólo se puede desmontar con represión y sangre de compañeros y compañeras que son los que ponen el pecho en el chavismo del día a día. La supuesta represión de Maduro a la que alude Stefanoni y otros intelectuales va a parecer entonces un cuento de Disney. Samir Amín lo expresa así: «Se puede no estar de acuerdo con aspectos de las políticas del gobierno de Maduro, pero ninguna crítica justifica una posición de equidistancia, porque nadie tiene dudas de que, caso se lograra la caída del gobierno, sería sustituido por un gobierno de derecha e incluso de extrema derecha, con durísimas medidas para los derechos de la masa de la población venezolana y para los intereses nacionales del país».
No vamos a igualar estas posturas de crítica purista de izquierda a las de la derecha. Siguen siendo compañeros porque creemos que actúan con buena fe. Por eso precisamente, y porque son altavoces a la conciencia de los militantes del mundo, sus posturas nos duelen más que las de la derecha. Un intelectual comprometido, el «intelectual orgánico», que decía Gramsci, es un sujeto social con una responsabilidad mayor hacia el mundo, la de ofrecer su conocimiento y su presumida sabiduría para transformarlo, de forma activa, ensuciándose las manos si hace falta.
Estamos seguros que el propósito del texto del compañero Stefanoni pretende ejercer una crítica constructiva que aporte, pero lo hace desde una distancia muy cómoda y muy peligrosa, como la de Lander y otros. Y sobre todo, lo hacen desde la asunción de la derrota del chavismo como proyecto revolucionario, llegando como en este caso a la gravedad de calificar al proceso de «nacional-estalinista». Cuidado con la distancia intelectual, porque, sin apenas darnos cuenta, entre pulcras razones, verdades a medias, originales conceptos teóricos y alguna que otra pieza descontextualizada, podemos armar un puzle gravísimo que nos estalle en nuestra propia cara.
Vocesenlucha
Espacio de Comunicación sobre movimientos y procesos sociales de América Latina y el Caribe