El pasado domingo hubo en Venezuela varias elecciones. Una fue de carácter nacional, realizada a distrito único, y que eligió los diputados venezolanos que se integrarán al Parlamento Latinoamericano (Parlatino). Otra, la de los diputados de la Asamblea Nacional, fue la caprichosa sumatoria de un conjunto de situaciones estaduales y en las cuales factores tales […]
El pasado domingo hubo en Venezuela varias elecciones. Una fue de carácter nacional, realizada a distrito único, y que eligió los diputados venezolanos que se integrarán al Parlamento Latinoamericano (Parlatino). Otra, la de los diputados de la Asamblea Nacional, fue la caprichosa sumatoria de un conjunto de situaciones estaduales y en las cuales factores tales como las desafortunadas -a veces impopulares- designaciones de algunos candidatos chavistas y el desprestigio o la indiferencia de las autoridades locales jugaron decisivamente en contra de las expectativas oficiales. A nadie se le escapa, además, que las elecciones legislativas invariablemente arrojan resultados distintos de las presidenciales porque en éstas la gravitación de un líder de masas -¡y nada menos que de un líder de la talla de Chávez!- queda mediatizada por las cualidades de sus representantes locales, las más de las veces para su desgracia. Analizar estas dos elecciones, convocadas en simultáneo, nos ofrece un cuadro cuasi experimental que permite calibrar algunos datos de importancia para la caracterización del escenario político que se abre en Venezuela a partir del 26-S.
En las elecciones para el Parlatino el voto popular, expresado al margen de aquellos condicionantes locales, arrojó los siguientes resultados: 5.268.939 para la alianza PSUV-PCV contra 5.077.043 de sus adversarios, o sea 46.71 % de los votos contra el 45.01 del heteróclito conglomerado opositor. En el referéndum del 2007 el chavismo había obtenido 4.404.626 votos, contra 4.521.494 de los partidarios de rechazar la nueva constitución socialista. De lo anterior se deduce que en la elección del 26-S el gobierno aumentó su gravitación electoral en casi 900.000 votos mientras que la oposición lo hizo en algo menos de 500.000. En las presidenciales de Diciembre del 2006 Chávez había sido re-electo con 7.309.080 votos, en contra de la coalición derechista liderada por Manuel Rosales, que se alzó con 4.292.466 sufragios. Obviamente que cualquier comparación de estas cifras debe hacerse muy cautelosamente pero indican algo interesante, al menos como una tendencia: (a) que el gobierno se debilita, y mucho, en elecciones en las cuales Chávez no es candidato. Entre el 2006 y el 2010 hay unos dos millones de votos que se alejaron de las filas bolivarianas, si bien sería un grueso error inferir, a juzgar por lo que ha venido ocurriendo desde 1998, que ese alejamiento sea definitivo. Lo más probable es que los desilusionados con los candidatos locales retornen, inclusive con creces, para votar por Chávez en las presidenciales del 2012 a condición, claro está, de que éste sea el candidato; (b) si bien la derecha crece cuando Chávez no compite su crecimiento parece tener un techo relativamente bajo. En condiciones muy favorables para ella, que es harto improbable vuelvan a repetirse en el futuro, apenas araña los cinco millones de votos. En otras palabras, no hay migración del voto chavista hacia la derecha, que era lo que esperaba la reacción. Lo que si hay es un (comprensible) desencanto o enojo de la base bolivariana con algunas ofertas electorales propuestas por el PSUV y un (también comprensible) malestar ante los problemas que afectan la vida cotidiana de los sectores populares, como veremos más abajo. Pero lo que no hay, y esto es una gran victoria ideológica del gobierno de Chávez, es una fascistización o derechización de los sectores populares, lo cual no es poca cosa. El pueblo sabe que, más allá de las limitaciones de la acción gubernamental, de su corrupción o su ineficiencia, lo cierto es que fue la revolución bolivariana quien le confirió la dignidad y los derechos fundamentales de una ciudadanía que no es sólo política y jurídica, limitada al sufragio, sino también económica y social. Y esa revolución operada en el plano de la conciencia resiste los más diversos avatares, las penurias económicas, o los inconvenientes e incomodidades derivadas, por ejemplo de situaciones como la crisis energética. Allí, en el plano de la conciencia, se encuentra una formidable muralla que la propaganda de la derecha no ha podido derribar.
Hay que tener en cuenta que fueron varios los factores que incidieron negativamente sobre el gobierno en estas elecciones y que generaron el malhumor social en contra de no pocos candidatos oficialistas: la crisis energética, la inflación, el desabastecimiento, la inseguridad, la ineficiencia en el funcionamiento del aparato estatal, el influjo desmoralizante de la ostentosa «boliburguesía» y sus corruptelas, fenómenos objetivos pero que fueron agigantados extraordinariamente por la oligarquía mediática venezolana e internacional en una extensa y costosísima campaña sin precedentes en la región: ¡la CNN produciendo un insólito documental claramente orientado a aterrorizar a la población en vísperas de las elecciones!, y la «prensa seria» de América Latina, Estados Unidos y Europa -que de seria no tiene nada- fustigando a diario a Chávez y descargando una fenomenal catarata de mentiras que, pese a sus afanes, no surtió el efecto deseado que, por cierto, era mucho más que obtener el 40 % de los escaños en la Asamblea Nacional. Iban por más, por mucho más: querían recrear en Venezuela las condiciones parlamentarias que en Honduras hicieron posible el golpe de estado en contra de Mel Zelaya, pero la jugada no les salió bien y seguramente volverán a la carga. Esta descarada campaña mediática fue acompañada por un verdadero diluvio de más de 80 millones de dólares que tan sólo en este año fueron canalizados -a través de «inocentes e independientes» ONGs europeas y estadounidenses, pérfidos instrumentos del intervencionismo norteamericano- hacia el conglomerado de fuerzas políticas opositoras bajo el pretexto del «empoderamiento de la sociedad civil», «educación ciudadana» y otras argucias por el estilo.
Pese a todo lo anterior, Chávez obtuvo una cómoda mayoría en la Asamblea Nacional y la derecha tiene ahora 20 escaños menos que los que, por ejemplo, tenía en el 2000; y si bien aquél no podrá obtener de ese cuerpo facultades extraordinarias tiene una mayoría suficientemente amplia como para seguir avanzando en el proceso de transformaciones en el cual se halla inmersa Venezuela. No tiene sentido alguno, por esto mismo, hablar del inicio de una fase Termidoriana como consecuencia del reciente resultado electoral. Siempre y cuando, claro está, se haga una correcta lectura del mensaje enviado por el pueblo bolivariano evitándose las actitudes negadoras de quienes creen que los problemas se solucionan ignorándolos; se tome adecuada nota de los errores cometidos y los grandes desafíos con que se enfrenta el gobierno y, se recuerde, sobre todo, que no habrá de ser la mecánica parlamentaria la que le irá a insuflar nueva vida a la Revolución Bolivariana sino la eficaz tarea de organizar, movilizar y concientizar a las propias bases del chavismo, procesos que o bien se encuentran largamente demorados o fueron realizados muy defectuosamente. La tarea por delante es enorme, pero no imposible. Hay que revisar y rectificar muchas cosas, desde la calidad de la gestión pública hasta el funcionamiento del PSUV y sus procesos de selección de dirigentes, que en algunos casos falló miserablemente. Pese a lo que dicen los publicistas del imperio, admiradores por ejemplo de la democracia uribista en Colombia, Chávez tiene un record democrático extraordinario, inigualado a nivel mundial: en elecciones rigurosamente vigiladas triunfó en 15 de las 16 convocadas desde 1998. A diferencia de lo ocurrido en tantos países -desde el robo de las elecciones del 2000 en Estados Unidos, cuando Al Gore derrotó a George Bush Jr. por medio millón de votos y el Tribunal Superior del Estado de Florida, casualmente gobernado por Jebb Bush, «corrigió» en las cortes esta «equivocación» del electorado, hasta los fenomenales robos perpetrados en México primero por el PRI, en 1988, contra Cuauhtémoc Cárdenas, y luego por el PAN, en el 2006, contra Andrés Manuel López Obrador- en la Venezuela bolivariana jamás hubo fraude. Este excepcional desempeño de Chávez, fundado en la profunda identificación que existe entre el pueblo y su líder, permite pronosticar que si corrige lo que debe ser corregido y relanza el proceso revolucionario el pueblo lo plebiscitaría una vez más a la presidencia en el 2012. No sólo Venezuela sino América Latina y el Caribe necesitan que así sea.
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