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Venezuela: paramilitares y división del bloque opositor (II y última)

Fuentes: Rebelión

Los paramilitares colombianos, junto con sicarios de diversos países, «importados» para operaciones especiales de la subversión, tales como asesinatos de personajes políticos, militares y líderes sociales, son un factor integral de la estrategia de Washington para destruir al gobierno de Hugo Chávez. Colombia, bajo el gobierno de Álvaro Uribe, constituye, de hecho, un gigantesco campo […]

Los paramilitares colombianos, junto con sicarios de diversos países, «importados» para operaciones especiales de la subversión, tales como asesinatos de personajes políticos, militares y líderes sociales, son un factor integral de la estrategia de Washington para destruir al gobierno de Hugo Chávez.

Colombia, bajo el gobierno de Álvaro Uribe, constituye, de hecho, un gigantesco campo de entrenamiento de la subversión paramilitar a manos de fuerzas especiales estadounidenses y de empresas «privadas» de «seguridad y protección», que son la nueva modalidad de los mercenarios coloniales de siglos anteriores, por ejemplo, de los famosos gurkas nepaleses del imperio inglés.

Colombia juega, en este sentido, el papel que cumplió Pakistán en la guerra contra la ocupación soviética de Afganistán y el papel de Honduras en la agresión estadounidense contra el gobierno sandinista de Nicaragua. Y el Presidente Álvaro Uribe no tiene reparo en reconocerlo públicamente.

El 28 de julio se dio el triste espectáculo de la conversión del neofascismo de la motosierra —los paramilitares que descuartizan a sus víctimas vivas con motosierras— en el neofascismo perfumado. Salvatore Mancuso, jefe del estado mayor de los escuadrones de la muerte, conocidos como Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), se presentó con sus colegas Ernesto Báez y Ramón Isaza en el Congreso Nacional, controlado por las fuerzas de Uribe, para declarar que los miembros de la AUC eran «héroes nacionales».

Los héroes de la motosierra lucieron finos zapatos marca Salvatore Ferragamo, trajes Valentino y corbatas italianas Hermenegildo Zegna que habían adquirido por la módica suma de 6.200 dólares, es decir, equivalentes a alrededor de cinco años de trabajo de un empleado con salario mínimo.

La empatía de Uribe para con los narcoterroristas resulta posiblemente de una afinidad que se conserva desde los años noventa. Un informe de inteligencia de 1991, recientemente desclasificado por el Pentágono estadounidense, describía a Uribe como un «político colombiano y senador dedicado a colaborar con el cártel de Medellín a los más altos niveles gubernamentales».

«Uribe fue relacionado con una empresa involucrada en actividades de narcotráfico en Estados Unidos», especifica el informe del Pentágono, y «ha trabajado para el cártel y es amigo personal de Pablo Escobar Gaviria». Actualmente, con la venia del gobierno de Uribe, los paramilitares preparan una gira por España y Alemania, para explicar «la verdad» sobre quienes son.

La peligrosidad de esos grupos y su involucramiento en la desestabilización del proceso bolivariano se hicieron nuevamente patentes en la identificación de los colombianos detenidos recientemente en la hacienda de un contrarrevolucionario cubano en las afueras de Caracas.

La cabecilla del grupo era José Ernesto Ayala Andrade, nada menos que el jefe de los paramilitares de la ciudad fronteriza de Cúcuta que en contubernio con los militares y las autoridades civiles controlan toda la zona colindante. Ese grupo estuvo coludido con militares y civiles venezolanos en el plan, de reforzar esa cabeza de playa paramilitar con la introducción de un contingente mayor de tres a cuatro mil paramilitares colombianos, para desestabilizar el proceso bolivariano.

Frente a este panorama amenazante es importante notar que el magnate Gustavo Cisneros posiblemente haya decidido diversificar su posición subversiva-violenta frente al gobierno bolivariano, abriendo una segunda línea de política de coexistencia frente al Presidente Chávez.

Cisneros ha sido el cerebro detrás de la desestabilización violenta del gobierno de Chávez, desde que se dio cuenta que Chávez no iba a ser otro pelele teledirigido por la oligarquía, como los presidentes anteriores. De hecho, fue en el quinto piso de Venevisión, dónde durante los últimos diez días antes del golpe se realizaron reuniones y filmaciones con militares golpistas, destinadas a ser transmitidas después del golpe de Estado del 11 de abril, 2002.

A partir del 1 de abril, todo el personal no vital para las filmaciones y transmisiones del Canal fue desalojado del quinto piso, a fin de garantizar la confidencialidad de esos rodajes con los militares traidores, que se hicieron sobre un guión preestablecido que prescribía a políticos, militares, intelectuales y sindicalistas confabulados, qué debían decir, qué día, en qué canal televisivo y sobre qué tema.

Dentro de esta estrategia mediática orquestrada por Cisneros para preparar el golpe militar, jugó un papel importante un joven semiólogo venezolano, vinculado a la Universidad Central de Venezuela y la New York University (NYU), empleado presuntamente también en la campaña electoral de Bush.

Este joven talento al servicio de la reacción fue convocado nuevamente después del fracaso del golpe petrolero, en febrero del 2003, para recomponer la maltrecha campaña subversiva. De manera confidencial redactó una «Propuesta para iniciar un cambio estratégico en los criterios de comunicación de la Coordinadora Democrática (CD)».

Analizando el fracaso de la CD constató que «la estrategia de comunicación de la CD muestra síntomas iniciales de debilitamiento, inmovilismo, pérdida de eficiencia y de credibilidad. Es previsible que así sea, ya que la estrategia por coerción tiene un arco de tiempo limitado…». Para remediar el dilema propuso una estrategia de comunicación «en clave de Defensa Nacional (amenaza total)» y mediante «la triangulación».

El «objetivo central de esta estrategia es el de preparar a la población para un esfuerzo supremo y prolongado, ello, ante la amenaza que compromete severamente la vida futura de la nación».

La «triangulación agresiva del discurso del gobierno» equivale a «invadir con la mayor decisión las banderas discursivas claves del adversario, a saber: niños de la calle, exclusión, justicia social… autoridad del pueblo y muy especialmente nacionalismo. La triangulación implica tomar los temas del gobierno y darles salida, todo el liderazgo de oposición debe insistir machaconamente en estos temas y en sus soluciones respectivas».

Esa triangulación agresiva «debería acercar en breve plazo, no apenas a amplios sectores que todavía apoyan al gobierno, sino a dirigentes del chavismo light. La triangulación es además un requisito preparatorio para cualquier escenario futuro de elecciones generales. Es imperante desmontar la idea de que sólo Chávez puede resolverle los problemas a la población que lo apoya.»

La estrategia coherente de Defensa Nacional no podía desplegarse, «sin convencernos ni convencer a los demás de que la situación que enfrentamos se aparta radicalmente de la norma». Apartarse de «la norma» significa apartarse de la normalidad. Chávez representaba, por lo tanto, un estado de anormalidad —de maldad, de amenaza diabólica— que tenía que eliminarse. Fue sobre esta receta de demonización de Chávez que la derecha generó un estado psicótico paranóico en amplios sectores de la población que los colocó fuera del alcance de un diálogo racional y de la convivencia democrática.

Denunciar «sistemáticamente la existencia de una alianza foránea hostil a la patria» era clave: «Están dadas todas las condiciones para generar la percepción de que existen poderosos intereses extranjeros que pretenden derrocar a Venezuela: Lula quiere el petróleo venezolano; Castro quiere el petróleo venezolano y el financiamiento de su revolución; Putin quiere quitarnos los clientes petroleros; la guerrilla colombiana usa a Venezuela para huir, abastecerse, adiestrarse y exportar droga. Los cocaleros bolivianos desean que el gobierno siga siendo permisivo con la guerrilla, grupos transnacionales desean que PDVSA siga bajo el control de manos inexpertas, etc.»

«La ´normalización del sacrifico´» es otro elemento clave de la estrategia de triangulación al igual que el «llamado generacional». En el «caso de Venezuela y tratándose de una población mayoritariamente joven, es imperante hacer un llamado generacional y hacer ver que luego de la victoria el poder quedará en manos de los jóvenes…».

La apertura de Cisneros hacia un posible modus vivendi con el proceso bolivariano no se debe, por supuesto, a una conversión repentina del magnate hacia la democracia. Tal tipo de milagros, hay que dejarlos para las Santas Escrituras. En la realidad mercantil, como miembro de la alta burguesía, Cisneros responde a la definición de Gramsci en el sentido, de que «el gran capital no tiene Patria, tiene bolsillos»; a diferencia de la pequeña burguesía que siempre está en peligro de confundir los negocios con las cruzadas.

Para el gran capital, todo proyecto político es un proyecto de inversión. El empresario inteligente invierte siempre en las das opciones presidenciales más probables, como sucede en Estados Unidos. Setenta por ciento de los fondos para Bush, treinta por ciento para Kerry. Si se quiere minimizar el riesgo de inversión, se reparte los fondos en partes iguales para ambos candidatos, de tal manera, que gane quién gane, se recupera la inversión y se asegura el mercado del Estado.

Cisneros cometió el error —seguramente por experiencia histórica acumulada, prejuicios de clase y racismo— de subestimar a Chávez. Apostando al fácil desmontaje del Presidente, «puso todos los huevos en una canasta», como reza el dicho mexicano — y perdió.

Tres golpes de Estado han fallado y sus aliados estratégicos internacionales se han desmoronado. Carlos Andrés Pérez, ex Vicepresidente de la Internacional Socialista, quién —pese a que públicamente pregona el asesinato político de Chávez, para que muera «como un perro»— nunca ha evocado una sola palabra de condena de los hipócritas socialdemócratas de la Unión Europea o del Partido Demócrata estadounidense, ya solo tiene fuerza dentro de los sectores más reaccionarios y sicarios del hemisferio.

Felipe González, con el cual pasaba vacaciones en las propiedades de Cisneros en el Caribe, anda de vendedor ambulante de los intereses del subimperialismo español por América Latina, tratando de ocultar su papel en la creación de los Escuadrones de Muerte anti-vascos (GAL) y del empleo de la corrupción cual razón del Estado, comercializando el cuento de la supuesta democratización de España que realizó durante su gobierno socialista.

José Maria Aznar, el «Fuehrercito» de los neofalangistas españoles, ha desaparecido sin pena ni gloria de la escena política, pese a comprarse con dos millones de dólares de los ciudadanos españoles una condecoración del Congreso estadounidense, que le fue entregado en un escenario que llenó con empleados de la Embajada española, siendo ya solo bienvisto en los círculos de la contrarrevolución miamera y mundial.

Y Georg Bush junior y senior, padrinos supremos de Don Gustavo, están en serios problemas para retener el lucrativo control del Estado de la Unión Americana que se robaron hace cuatro años con la ayuda del gobernador de la Florida, Jebb Bush, y de la Corte Suprema de Justicia en Washington.

De tal manera, que ni la situación interna ni el entorno externo de Don Gustavo lucen muy propicios para sus negocios y maquinaciones, máxime que el 15 de agosto la opción de derrotar a Hugo Chávez sufrirá un nuevo y definitivo descalabro. Lógico, por lo tanto, que una persona racional como Don Gustavo diversifique su estrategia de conquista de mercado, para minimizar sus pérdidas. O, como dice el pragmatismo del imperio: «If you can´t beat them, join them». (Si no puedes vencerlos, únete a ellos).

Muchos otros grandes capitalististas de Venezuela, al igual que de Colombia, Brasil y Argentina, han llegado a la misma conclusión: de que la idea del doctorcito reaccionario sobre «la ´normalización del sacrificio´»

– –en este caso, «la normalización del sacrificio de la ganancia»— es muy bonita, pero muy costosa y ya no muy operante.

Y, siendo la virtud del sacrificio una de las pocas virtudes que le faltan a la alta burguesía, decidieron que ha llegado el momento de diversificar, aunque sea un poquito, su inversión en las opciones políticas del futuro país.

El repentino regreso a la realpolitik de sectores importantes de la aristocracia económica venezolana, ha sido percibido por los jóvenes operadores de la reacción como una traición de los viejos capos de la economía y política, quienes fueron los que generaron el problema actual y cuyo acercamiento al gobierno les quita la perspectiva de volverse amos del país. Recuerdan amargamente las palabras del doctorcito: «luego de la victoria el poder quedará en manos de los jóvenes».

La victoria de los mantuanos reaccionarios no se dará. Y su destreza en falsificar firmas no les servirá con las nuevas computadoras de votación. Por eso desatarán la violencia que no encontrará apoyo en las mayorías de la población venezolana, quedándose circunscrita a sus núcleos terroristas.

Todo dependerá, entonces, de la posición que asuma Washington. Si seguirá la nueva línea de inversión política de Cisneros, copatrocinada por el Papa Noel imperialista, James Carter, o si intensificará el recurso del método de terror.