De acuerdo con el Consejo Nacional Electoral de Venezuela (CNE) e n las recientes elecciones presidenciales los resultados fueron los siguientes : Nicolás Maduro obtuvo 7.563.747 votos (50,75%) y Henrique Capriles, alcanzó 7.298.491(48,97 %) del total, lo que arroja una diferencia de 265, 256 votos o 1.78% que contrasta con los más de 10 puntos […]
De acuerdo con el Consejo Nacional Electoral de Venezuela (CNE) e n las recientes elecciones presidenciales los resultados fueron los siguientes : Nicolás Maduro obtuvo 7.563.747 votos (50,75%) y Henrique Capriles, alcanzó 7.298.491(48,97 %) del total, lo que arroja una diferencia de 265, 256 votos o 1.78% que contrasta con los más de 10 puntos que en octubre de 2012 obtuvo Hugo Chávez sobre su contrincante.
Estos resultados del reciente proceso electoral en Venezuela se pueden interpretar como la expresión de un relativo fortalecimiento de la derecha, un cierto debilitamiento del bloque gubernamental y el aumento inusitado de la polarización social y política en el país que ya se manifiesta en acontecimientos de violencia, manifestaciones callejeras de descontento y en el intento de deslegitimar por todos los medios el proceso por parte de la derecha con el contubernio de Estados Unidos a través de la exigencia del recuento de los votos ante la estrechez de los resultados obtenidos. Incluso Estados Unidos condicionó su reconocimiento del nuevo gobierno al cumplimiento y verificación de esta exigencia.
Lo anterior es un hecho revelador de que ya no opera el chavismo tal y como éste surgió históricamente hace 14 años; sino, más bien, un post-chavismo encarnado en Maduro, el nuevo Presidente Electo de Venezuela que gobernará durante los próximos seis años el país.
Ante esta nueva circunstancia, ya sin Hugo Chávez, el presidente tendrá que construir su propia fisonomía y alternancia política, independientemente de la retomada de los principios y proyectos del chavismo para darles continuidad, particularmente, en materia de beneficio social y de estrategia petrolera.
A pesar de que en la campaña el candidato gubernamental y presidente encargado después del fallecimiento de Hugo Chávez, usó y promovió la figura mediática y política del comandante para cohesionar y evitar a toda costa una fractura del chavismo, sin embargo, la realidad rebelde se impuso y mostró que, del lado del bloque opositor y de su candidato, existía el voto duro, inamovible y se confirmó al grado de que nuevamente fue ratificado a favor de Henrique Capriles. Lo irónico fue que el movimiento en contrario vino del bloque chavista: por un lado, aumentó ligeramente el abstencionismo y, por el otro, hubo desprendimientos y fuga de votos chavistas hacia la oposición en una cantidad oficialmente calculada en alrededor de 600 mil sufragios que favorecieron a la oposición, lo que explican, en parte, la poca diferencia de sólo 1.78% del total que ha servido de pretexto para cuestionar los resultados y demandar, por parte del candidato opositor y de Estados Unidos, el recuento de los votos.
Esta segunda ronda de las elecciones, después del deceso de Hugo Chávez, quien se había reelegido en octubre del año pasado contendiendo contra el mismo Capriles, se da en un contexto interno sumamente complejo y crítico caracterizado por fuertes tendencias recesivas de la economía, desaceleración de la tasa de crecimiento, escasez de productos de primera necesidad y de unas finanzas públicas altamente petrolizadas que llegan a explicar hasta 90% de los ingresos del Estado venezolano, configurando una situación de petro-dependencia estructural. Al respecto, en su Informe: Perspectivas Económicas Globales, el FMI pronostica que la economía crecerá alrededor de 0,1% en 2013 y 2,3% en 2014, mientras que el desempleo se situará en 7,8% y la (hiper)inflación seguirá afectando al país con tasas de 27,3% en 2013 y 27,6% en 2014 (http://www.americaeconomia.com/economia-mercados/finanzas/conozca-el-crecimiento-economico-de-los-paises-andinos-elaborado-por-el-f). Panorama no muy alentador para el gobierno post-chavista.
En el plano internacional, en el que habrá de desarrollarse el gobierno del presidente Maduro y sus políticas públicas en los próximos meses, el capitalismo acusa tendencias muy pronunciadas al (cuasi)estancamiento económico, como se observa en Europa y, en particular, en los países de la eurozona con énfasis en España, Portugal, Italia, Irlanda y Francia, para lo que ya alerta el FMI de la necesidad de concluir las reformas («saneamiento bancario» le llama) para contrarrestar un inevitable tsunami económico que se producirá si no se adoptan para «salvar» el sistema financiero internacional y, a partir de aquí, retroalimentar con inversiones el sistema productivo capitalista.
El problema de fondo, a nuestro juicio, radica en el hecho de que durante todo el periodo en que ha gobernado el chavismo no se realizaron reformas de carácter estructural que, por un lado, rompieran con la tradicional dependencia del país del mercado mundial y superaran, al mismo tiempo, la correspondiente a la renta petrolera sobre la cual gira el ciclo del capital de la economía dependiente venezolana. En segundo lugar, no se estructuró un auténtico programa de transición al socialismo que verdaderamente revolucionara las relaciones sociales de producción, de propiedad y de explotación del trabajo por el capital. Es decir, instaurara un sistema de producción y planificación socialistas capaz de contrarrestar y superar la dinámica y la lógica estructural del capitalismo dependiente tal y como funciona en el país y en América Latina en el contexto global.
Existe un programa de transición intitulado: Propuesta del Candidato de la Patria Comandante Hugo Chávez Para la Gestión Bolivariana Socialista 2013-2019 (http://blog.chavez.org.ve/Programa-Patria-2013-2019.pdf) que incluye los siguientes puntos relativos al Segundo Plan Socialista para el período 2013-2019:
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Defender, expandir y consolidar el bien más preciado que hemos reconquistado después de 200 años: la Independencia Nacional.
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Continuar construyendo el socialismo bolivariano del siglo XXI, en Venezuela, como alternativa al sistema destructivo y salvaje del capitalismo y con ello asegurar la «mayor suma de seguridad social, mayor suma de estabilidad política y la mayor suma de felicidad» para nuestro pueblo.
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Convertir a Venezuela en un país potencia en lo social, lo económico y lo político dentro de la Gran Potencia Naciente de América Latina y el Caribe, que garantice la conformación de una zona de paz en Nuestra América.
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Contribuir al desarrollo de una nueva Geopolítica Internacional en la cual tome cuerpo un mundo multicéntrico y pluripolar que permita lograr el equilibrio del Universo y garantizar la Paz planetaria.
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Preservar la vida en el planeta y salvar a la especie humana.
El programa detalla -en particular lo desglosa el segundo punto relativo a la transición socialista y el socialismo bolivariano del siglo XXI- los objetivos, mecanismos y resultados esperados que conforman una estrategia integral para alcanzar sus metas finales tendientes, teóricamente, a superar el capitalismo, sus contenidos y formas de funcionamiento e injusticias en que se asienta materialmente.
La realidad histórica, es decir el proceso transcurrido durante el chavismo, es que éstos objetivos y mecanismos político-económicos han sido, o poco implementados por el gobierno en virtud de circunstancias políticas como el boicot que ejerce la burguesía y la derecha contra el gobierno o, bien, simplemente se han subordinado a la lógica y mecanismos de la dinámica capitalista que, bajo la forma de economía monoexportadora y dependiente, prevalece aún en el país bajo la hegemonía del petróleo.
Este punto es crucial para entender la problemática de la transición de una economía capitalista a otra socialista como propone el gobierno bolivariano, entre otras razones, porque históricamente los países que dependen de uno o dos productos estratégicos que los vinculan al mercado mundial o regional, como es el caso concreto del petróleo, son mucho más vulnerables al acontecer de la dinámica global que aquéllos que, sin dejar de pertenecer a la periferia capitalista, como Brasil, están más diversificados tanto en la producción como en los mercados y en sus cadenas distributivas.
De aquí esta interesante prescripción de Petras al respecto: «Los tratados teóricos marxistas y los postulados de ‘transiciones al socialismo’ que no tomen en cuenta el carácter profundamente clientelista del capitalismo venezolano no tienen relevancia alguna. La transformación de un capitalismo rentista en una economía productiva moderna con una administración pública capaz de ofrecer servicios sociales es crucial para la transición al socialismo venezolano del siglo XXI» (James Petras, «El socialismo en un país rentista», http://www.rebelion.org/noticia.php?id=158616, 03 de noviembre de 2012).
Por supuesto que aquí habría que discutir si realmente es requisito previo de una transición socialista primero, transitar desde el rentismo económico al sistema productivo y, después, realizar su consiguiente modernización y diversificación. No parece ser este el proceso de experiencias previas ocurridas en América Latina, por ejemplo, en Cuba, en Nicaragua o, aún, en el Chile de la Unidad Popular donde transcurrió el proceso por la vía predominantemente electoral posteriormente frustrada por el golpe de Estado perpetrado por las fuerzas armadas bajo el mando del general Pinochet.
En estos casos, la transición operó sobre la misma base de la economía exportadora, aunque bajo una correlación de fuerzas (partidos, organizaciones sociales, populares y de trabajadores) proclive al socialismo que, en el caso de Nicaragua, fue frustrada al influjo de la guerra de baja intensidad y del carácter inconcluso de la revolución sandinista; elementos que, por cierto, fueron muy bien dosificados y aprovechados tanto por las fuerzas internas de la derecha, como por la política contrainsurgente de Estados Unidos en plena expansión.
Sin embargo, si en función de las peculiares circunstancias histórico-estructurales de cada país ocurren procesos de superación de la condición de dependencia de un solo producto (petróleo, cobre, café), es plausible pensar que pueden mejorar y facilitarse las condiciones de la transición en un país como Venezuela que ya cuenta con un gobierno de corte popular y progresista y que no es el caso, por ejemplo, de México o Perú, para mencionar a dos que se mueven en el redil de la geopolítica imperialista de Estados Unidos.
Lo esencial es que no puede procesarse una transición al socialismo si no se transforman, destruyen y superan simultáneamente las relaciones sociales de producción, de explotación y de dominio, así como las correspondientes a la propiedad privada -que son consustanciales al sistema capitalista y a sus ciclos de funcionamiento- y se sustituyen por nuevas relaciones, modos de producción, de vida y de trabajo en comunidad.
Las reformas emprendidas hasta ahora por el chavismo han dado pasos firmes en esta dirección, particularmente en lo concerniente a las nacionalizaciones y la política social de las Misiones; pero hay que reconocer que han sido insuficientes para construir un (nuevo) modo de producción socialista que realmente se constituya en soporte material, social, político e ideológico de la transición, la cual necesariamente afectaría el sistema de propiedad y de privilegios de la burguesía (sus negocios, sus tasas de plusvalía y de ganancia), hoy fortalecida por el avance de la derecha de Capriles y el apoyo de Estados Unidos. La reacción sería inminente en la defensa de sus privilegios de clase y corporativos.
Se pueden destacar varios factores que han bloqueado y postergado, hasta ahora, la transición desde la sociedad venezolana de las misses y del rentismo petro-dependiente y consumista al socialismo bolivariano del Siglo XXI: la reanimada lucha de clases, incluyendo la ideológica; la polarización social incrementada con los recientes resultados electorales, el constante boicot de la burguesía a los productos de primera necesidad con el fin de generar escasez y desabasto entre la población y causar descontento social; las tendencias recesivas e inflacionarias presentes en la economía venezolana, la dependencia de los presupuestos públicos de los ingresos petroleros, los problemas de violencia e inseguridad social estimulados por las élites dominantes y agrupaciones de derecha de las clases medias, etcétera.
Todos estos fenómenos evidentemente contribuyen a crear un clima adverso, hostil y problemático para desarrollar la Gestión Bolivariana Socialista en una economía de renta petrolera fuertemente dependiente de la dinámica de los precios que establece el mercado mundial capitalista, en gran parte, controlado por el capital extranjero y las empresas trasnacionales de los países avanzados. En este terreno el desafío del nuevo gobierno consiste en cambiar esta estructura económica para, al mismo tiempo que aprovechar la renta petrolera, diversificar los sectores productivos y sociales bajo una gestión profundamente popular que evite su burocratización y la haga menos vulnerable a los vaivenes de la economía internacional.
De cualquier forma, la coyuntura actual no es ya la del ascenso del chavismo del periodo anterior; sino la de su consolidación y realización (tendencial) en cuanto proyecto socialista. Y si bien en todo momento las reformas son necesarias para avanzar en esta dirección, sin embargo, cada vez más, ante la coyuntura nacional e internacional, se hace impostergable profundizar el proceso revolucionario si es que no se quiere experimentar una reversión del camino andado hasta ahora de impredecibles consecuencias no solo para el país sino, incluso, para América Latina
En síntesis, el gobierno de Nicolás Maduro y la constelación de fuerzas políticas, sociales, culturales e ideológicas que lo respaldan, tienen ante sí la responsabilidad y un duro dilema: inclinarse por esta última alternativa -que necesariamente caldeará aún más los ánimos de la burguesía y de sus huestes de derecha- o bien, en las inmediaciones de la crisis nacional e internacional, moderar sus acciones y demandas, limitar las reformas y moverse hacia el centro del espectro político venezolano, lo que necesariamente supone hacer concesiones a la burguesía y al imperialismo, mientras éste lógicamente intenta manipular el proceso en su propio beneficio, manteniendo la tentativa de fraguar el golpe de Estado en el caso de que dicho proceso escape a sus intereses y a su control.
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