Cuanto más vocifera la oposición venezolana contra Hugo Chávez más se consolida su liderazgo. Cuanto peores cosas se dicen en el exterior sobre el presidente crece más su ascendencia en América Latina. Su nivel de aceptación dentro de Venezuela, según los últimos sondeos, ronda 70 por ciento. Sus opositores explican el éxito de su gestión […]
Cuanto más vocifera la oposición venezolana contra Hugo Chávez más se consolida su liderazgo. Cuanto peores cosas se dicen en el exterior sobre el presidente crece más su ascendencia en América Latina. Su nivel de aceptación dentro de Venezuela, según los últimos sondeos, ronda 70 por ciento.
Sus opositores explican el éxito de su gestión como resultado exclusivo de la bonanza petrolera y la sobrevivencia de un Estado paternalista y autoritario. La petrochequera, dicen, le ha permitido comprar lealtades y organizar clientelas, tanto dentro como fuera de su país. Los hechos, sin embargo, son más complejos. Por principio de cuentas, el gobierno bolivariano no regala dinero a nadie, y si repartiendo plata se ganaran elecciones, entonces Estados Unidos las tendría ganadas todas.
Ciertamente el incremento en el precio del oro negro ha generado excedentes que se han invertido en gasto social y ayuda a países del subcontinente. Pero ese aumento en el valor del petróleo no es un hecho coyuntural que vaya a desaparecer a corto plazo. Lo determinante en la fijación de los precios es el agotamiento de las reservas y el alto nivel de consumo en los países desarrollados. El gobierno venezolano dispondrá en el futuro de una renta que podrá seguir gastando durante años.
Por lo demás, este gasto es posible porque, en una época de despojo neocolonial de los recursos naturales, Venezuela decide soberanamente el destino de estos recursos. La soberanía sólo existe cuando se ejerce y eso es lo que se hace en ese país. La renta petrolera sirve para financiar otro modelo de desarrollo, pagar la deuda social y apuntalar un proceso de integración regional distinto. Con el petróleo venezolano se asfaltaban las calles de Nueva York y Miami; hoy se combaten enfermedades y se levantan viviendas.
A pesar del golpe de Estado, el paro patronal y el sabotaje petrolero en Venezuela, ha crecido el empleo formal, se han suprimido las diferencias entre el salario urbano y el rural, se ha incrementado el salario mínimo, los impuestos al consumo disminuyeron y se ha fomentado la contratación colectiva. La economía ha crecido vertiginosamente y las tasas de inflación son las menores en 20 años.
El salario mínimo hoy es de 216 dólares al mes. Se encuentra por arriba del costo de la canasta básica; al terminar el año alcanzará 238 dólares.
En Venezuela se detuvo la privatización del sistema de pensiones y se creó un sistema público y solidario de seguridad social. Se pasó de una nómina de 380 mil jubilados a una de 860 mil. Las pensiones pasaron de 67 dólares al mes a 109. Al terminar 2006 llegarán a 238 dólares.
Simultáneamente se ha recuperado el empleo formal. Si la proporción entre trabajo informal y empleo formal era de 65 por ciento del primero contra 35 por ciento de trabajos formales, en la actualidad la proporción es de 44 contra 56 por ciento.
Esto ha sido factible por un ambicioso programa de capacitación y organización para la producción; por la recuperación de empresas por parte de los trabajadores; y la restauración del tejido industrial sobre la base de la convergencia entre el sector público y el sector privado.
Durante la década de los noventa, Venezuela se convirtió en un gran cementerio de activos industriales. El país fue reconvertido en un megacentro comercial de productos importados. Cerca de 80 por ciento del aparato productivo de los sectores metalmecánico, plástico y textil fue destruido por la política de desindustrialización. Un nuevo modelo, que hace de los trabajadores y la producción para el consumo interno el eje de su acción, volteó a esta tendencia. Políticas de fomento impulsadas por el Estado han permitido la recuperación de 40 por ciento del tejido industrial. Sólo 25 por ciento de este crecimiento ha sido resultado de la acción del mercado.
La revolución bolivariana ha emprendido una ambiciosa reforma educativa. Con una población de 26 millones de personas, ha alfabetizado a millón y medio, proporcionado preparación alternativa a través de las misiones a 4 millones, e impartido enseñanza en el sistema regular a 9 millones. Eso significa que 50 por ciento de sus habitantes cursan estudios.
La cobertura sanitaria es muy amplia: 160 millones de consultas desde abril de 2003, acompañadas de campañas de vacunación, atención y medicamentos gratis a los más pobres, son muestra de ello. La conexión entre los ciudadanos pobres y la red de salud es muy estrecha. Cerca de 15 millones de personas, la mayoría de quienes obtienen menos ingresos, tienen acceso a alimentos subsidiados de buena calidad. Están en construcción 150 mil nuevas viviendas.
Ante el agobio de una burocracia corrupta, heredada de las pasadas administraciones, muchos de estos programas han sido ejecutados a través de las misiones, al margen de las instituciones estatales establecidas. El ejercicio del gasto público por medio de los consejos municipales profundizará esta tendencia descentralizadora.
Todas estas iniciativas han sido acompañadas de enorme participación social. En los barrios de Caracas y muchas otras comunidades las reuniones y asambleas populares para organizar demandas, evaluar proyectos o acordar iniciativas se suceden unas a otras sin descanso. Los ministros y altos funcionarios son abordados regularmente por los ciudadanos para reclamarles, proponerles o solicitarles. La política no es sólo asunto de los políticos. La democracia no es sólo derechos políticos al margen de derechos sociales.
Sobreviven, sí, graves problemas de inseguridad pública, abusos policiacos y corrupción de funcionarios públicos.
En Venezuela se vive una transformación política profundamente original. Hay allí procesos de inclusión, igualdad y conquista social novedosos que buscan salir de la devastación neoliberal. De nada sirve juzgarlos mirándolos a través del espejo retrovisor del automóvil de la historia.