El 2 de marzo, los delegados del congreso fundacional del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) regresaron a casa después de un período largo de dos meses de discusión. El 10 de marzo, la administración Bush en EEUU amenazó con añadir a Venezuela a su lista de «naciones que apoyan el terrorismo». El 9 de […]
El 2 de marzo, los delegados del congreso fundacional del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) regresaron a casa después de un período largo de dos meses de discusión. El 10 de marzo, la administración Bush en EEUU amenazó con añadir a Venezuela a su lista de «naciones que apoyan el terrorismo». El 9 de abril, el presidente Chávez anunció la nacionalización de la gran acería de SIDOR, alineándose con los trabajadores después de sus largos quince meses de lucha contra la multinacional argentina Techint. El análisis de estos tres acontecimientos nos da una imagen clara de dónde se encuentra la revolución venezolana, los peligros a los que se enfrenta y cuál es la salida.
La creación del PSUV fue propuesta por Chávez inmediatamente después de la victoria en las elecciones presidenciales de diciembre de 2006. La revolución bolivariana durante mucho tiempo se ha enfrentado a una contradicción, por un lado, su fuerza ha derivado de la masiva movilización y apoyo de las masas de trabajadores y campesinos, organizados por miles en diferentes organizaciones (comités de reforma agraria, sindicatos revolucionarios, círculos bolivarianos, grupos vecinales, etc.,), pero por otro lado, carecía de una organización revolucionaria nacional y democrática a través de la cual pudieran expresarse políticamente. Los partidos bolivarianos que se presentaron a las pasadas elecciones eran considerados, correctamente, por las masas como simples máquinas electorales controladas por camarillas de burócratas no elegidos ni responsables ante nadie, arribistas, políticos locales o regionales corruptos, etc.,
Cada vez que se daba a las masas de trabajadores y campesinos un canal para organizarse y tomar las riendas de la revolución, lo cogían con ambas manos. Un millón y medio se unieron a los Círculos Bolivarianos a finales de 2001. Más de dos millones se organizaron en los Batallones Electorales durante el referéndum revocatorio en agosto de 2004. Pero también, cada vez que intentaban coordinar sus esfuerzas en el barrio, a nivel local y regional, la burocracia y los reformistas les bloqueaban. Por lo tanto, cuando el presidente Chávez hizo el llamamiento a formar el PSUV, para que fuera el «partido más democrático de la historia de Venezuela», las masas correctamente lo entendieron como un llamamiento a librarse de la burocracia que actuaba como freno a su iniciativa revolucionaria.
En sólo dos meses desde principios de 2007, 5,6 millones de venezolanos, mujeres, jóvenes, trabajadores, campesinos y parados, se unieron a las filas del PSUV. 1,8 millones de ellos asistían regularmente cada semana a las reuniones en sus Batallones Socialistas locales. Era algo extraordinario. Una vez más, las masas bolivarianas habían respondido. Pero como advertimos en su momento, el destino del PSUV no se podría determinar por adelantado. Sería el resultado de una lucha feroz entre la izquierda revolucionaria del movimiento y sus sectores reformistas y burocráticos.
Durante seis fines de semana de sesiones, más de 1.600 delegados se reunieron para discutir la declaración de principios y estatutos del nuevo partido. El enfrentamiento entre izquierda y derecha fue evidente desde el principio. El primer día del congreso, una mayoría de delegados afirmaron su voluntad de tener el control sobre los actos y protestaron porque no habían sido consultados por el orden del día o de las discusiones. Ese era el ambiente que prevaleció en todo el congreso y que se reflejó en algunas de las decisiones y votaciones que tuvieron lugar Por ejemplo, el PSUV se declaró como un partido anticapitalista, basado entre otros principios en los del socialismo científico, y entre sus figuras dirigentes estaban Marx, Engels, Lenin y Trotsky. El hecho de que los delegados del congreso se reunieran durante más de seis sesiones diferentes permitió al ala de izquierdas coordinarse más, ya que al principio estaba atomizada. La mayoría de los delegados eran representantes de esta capa de «dirigentes naturales» a nivel local y vecinal, y aquí tenían una oportunidad, por primera vez, de conocerse entre sí, de intercambiar experiencias y discutir ideas.
El 9 de marzo unos 80.000 miembros del PSUV participaron en las primeras elecciones internas para elegir una dirección nacional provisional formada por 15 miembros de pleno derecho y 15 suplentes. A pesar de que figuras conocidas, muchas de ellas de los viejos partidos bolivarianos, formaron el grueso de los elegidos, hubo también varias sorpresas significativas. Diosdado Cabello, que había surgido durante el congreso como el principal representante de lo que en Venezuela se llama «desarrollo del ala de derechas interno» del movimiento, no entró en la lista de 15 miembros de pleno derecho, a pesar de ser conocido y haber jugado un papel destacado durante el congreso. Fue un voto claro contra el ala de derechas y contra los métodos burocráticos dentro de él.
Toda una serie de conocidos gobernadores, alcaldes, etc., no entraron en la lista de 30 elegidos. Muchos de los elegidos estaban considerados más a la izquierda, menos conectados con los aparatos de los partidos políticos, más alejados de la burocracia, etc., Otros identificados claramente con la izquierda revolucionaria del Movimiento Bolivariano, no consiguieron salir por un estrecho margen. El límite se puso en 12.000 votos y varios destacados candidatos de izquierda consiguieron más de 10.000. Freddy Navas, seguidor de la Corriente Marxista Revolucionaria (CMR) consiguió 9.000 votos defendiendo un programa marxista claro. Navas explica cómo las discusiones políticas y los votos «reflejan un alto nivel de conciencia entre los militantes del partido, una voluntad de hierro de llevar hacia delante la revolución y una búsqueda clara de una alternativa revolucionaria de izquierdas».
Después de la derrota del referéndum de reforma constitucional en diciembre de 2007, la oligarquía se dio cuenta de que sus tácticas habían funcionado. Había aplicado una gran presión sobre la economía, con una campaña de sabotaje de la cadena de distribución alimenticia y consiguieron que un número significativo de seguidores chavistas se abstuvieran. Por ahora no son lo suficiente fuertes para iniciar una guerra abierta o una intervención militar como parte de su agenda, así que esperar poco a poco socavar el apoyo a la revolución mediante una campaña incesante en los medios de comunicación, la presión internacional, el sabotaje económico, etc., y ganar algunos espacios institucionales en las elecciones regionales de noviembre.
La reciente incursión de Colombia en Ecuador para asesinar al segundo de las guerrillas FARC tenía un objetivo claro: detener el proceso de negociaciones humanitarias que estaba aumentando el prestigio de Chávez en Colombia y que cada vez ponía al presidente Uribe en una situación más embarazosa. El ataque, una violación de la soberanía nacional de Ecuador, y que contó con el apoyo de las fuerzas norteamericanas destinadas en la base de Manta en Ecuador, también pretendía presentar a Venezuela como un país que «ayuda a los terroristas». Durante la incursión, las fuerzas colombianas presuntamente recuperaron un ordenador que contenía información que vinculaba a las FARC con un intento de fabricar una «bomba casera», vinculando a Venezuela y Ecuador con las terroristas FARC y el narcotráfico. Todo forma parte de la propaganda de guerra contra la revolución bolivariana, de la misma forma que las «armas de destrucción masiva» formaban parte de la preparación de la invasión de Iraq.
Pero la parte más dañina de la campaña del imperialismo y la oligarquía es el sabotaje económico. A principios de 2008, el gobierno venezolano descubrió miles de toneladas de alimentos ocultas en almacenes y camiones, desviadas a Colombia o al mercado negro. Eso confirmaba lo que todo el mundo sabía. La escasez de alimentos en Venezuela era parte de una campaña concertada y organizada por la oligarquía. Pero las ocupaciones e incautaciones por sí solas no resolverán el problema. Sólo una ofensiva seria, basada en la iniciativa revolucionaria de los militantes del PSUV y sindicatos revolucionarios, para ocupar, expropiar y gestionar bajo el control y administración de los trabajadores los medios de producción, es lo que puede poner fin al ataque de los capitalistas que está paralizando la economía venezolana y socavando el apoyo de la revolución.
El 15 de marzo Chávez anunció la nacionalización de una planta procesadora láctea y una gran cadena de mataderos, permitiría así que el estado controlara más del 40 por ciento del procesamiento de leche y el 70 por ciento de los sectores procesadores de carne. Después, el 3 de abril, anunció la nacionalización de toda la industria cementera, controlada por tres multinacionales, la mexicana Cemex, la francesa Lafarge y la suiza Hoclim. Estos son pasos en la dirección correcta, pero se deben extender a toda la cadena de distribución alimenticia y a todos los sectores clave de la economía.
La huelga en la acería de SIDOR ilustra de manera clara los peligros a los que se enfrenta la revolución. Aquí tenemos una de las industrias más importantes del país, en una región con la mayor concentración de proletariado industrial. Hay casi 15.000 trabajadores en SIDOR, un tercio de ellos trabajan dentro de la empresa y dos tercios trabajan para una miríada de contratistas externos. La empresa fue privatizada en 1997 bajo el gobierno de Caldera, cuando el antiguo líder guerrillero Teodoro Petkoff estaba a cargo de las privatizaciones. SIDOR ahora es propiedad de la multinacional ítalo-argentina Techint, que ha conseguido millones de beneficios a costa de la tremenda explotación de los trabajadores, que ha supuesto un notable aumento de las muertes y accidentes laborales.
Cuando Chávez hizo un llamamiento a «nacionalizar todo lo que fue privatizado» en enero de 2007, los trabajadores respondieron con paros espontáneos e izando la bandera venezolana sobre las instalaciones de SIDOR. Finalmente, después de muchas negociaciones y presión del gobierno argentino de Kirchner, se llegó a un acuerdo entre Techint y el gobierno venezolano. La empresa vendería en el mercado nacional a precios preferentes y no habría nacionalización. Pero durante los trece meses de negociación colectiva, la empresa ha tenido una actitud provocativa. Por último, la paciencia de los trabajadores se agotó y comenzaron una serie de paros en enero, febrero y marzo.
¿Cuál fue la respuesta del Ministerio de Trabajo? En primer lugar, intentaron imponer un arbitraje. Después, el 14 de marzo, enviaron a la Guardia Nacional que reprimió brutalmente a los trabajadores durante una huelga de 80 horas. Los trabajadores y las masas en la región han respondido con un claro instinto de clase, organizaron asambleas y piquetes de solidaridad, amenazaron con huelgas en otras empresas, etc.,
Adel Ez Zabayar, un miembro bolivariano de la Asamblea Nacional que defendió públicamente la nacionalización de SIDOR decía: «Hay sectores dentro del estado que juegan a desgastar al gobierno, utilizando a las autoridades gubernamentales para asumir la actitud de los empresarios». Ese es precisamente el problema: el aparato del estado en su gran parte sigue siendo el mismo y un estado capitalista no se puede utilizar para llevar a cabo la revolución socialista.
Además, la actitud del Ministro de Trabajo, José Ramón Rivero, acusando a los trabajadores de ser contrarrevolucionarios, alineándose con la empresa y presionando a los trabajadores para que aceptaran la oferta de la empresa, hacía el juego al ala de derechas que intentaba aprovechar el conflicto. Finalmente, el 9 de abril, Chávez intervino al lado de los trabajadores y anunció la nacionalización de SIDOR. Es una victoria importante para los trabajadores de SIDOR y, con toda seguridad, tendrá un impacto en la lucha del conjunto de los trabajadores venezolanos.
En estos tres ejemplos vemos los peligros que amenazan a la revolución venezolana: un aparato del estado capitalista que no ha sido destruido y que actúa para sabotear la revolución, una economía que aún está bajo el control de la oligarquía, que la utiliza para sabotear la revolución, y un ala de derechas burocrática y reformista del movimiento revolucionario que hace todo lo que puede para bloquear la iniciativa revolucionaria de las masas, quiere impedir que la revolución se complete y por eso intenta socavar su base social de apoyo.
Si estos problemas siguen sin resolverse, la revolución bolivariana será derrotada. Pero en la base del PSUV y entre los trabajadores de SIDOR, están las fuerzas que pueden llevar la revolución a la victoria. Necesitan estar organizados alrededor de un programa socialista verdaderamente revolucionario e internacionalista, sólo eso puede garantizar el éxito.