Un grupo de intelectuales latinoamericanos y europeos ha publicado una carta sobre Venezuela que recién llega ahora a mis manos en esta Marsella tan lejos de Dios y tan cerca de Macron y de la «gran prensa» francesa, tan despreocupada por América Latina. En dicho documento encuentro la firma de personas que respeto mezcladas con […]
Un grupo de intelectuales latinoamericanos y europeos ha publicado una carta sobre Venezuela que recién llega ahora a mis manos en esta Marsella tan lejos de Dios y tan cerca de Macron y de la «gran prensa» francesa, tan despreocupada por América Latina.
En dicho documento encuentro la firma de personas que respeto mezcladas con otras claramente de derecha y un enfoque sumamente preocupante. Los autores, en efecto, no recuerdan que la oposición venezolana ya dio un golpe (fallido) contra Hugo Chávez, que desde antes que Nicolás Maduro fuera elegido presidente buscaron derrocarlo con todos los medios posibles. Tampoco ve que esa derecha incorporó a la Asamblea Nacional dos diputados indígenas fraudulentos, que se opone sistemáticamente a un diálogo con el gobierno legítimo y constitucional, que asesinó a tiros a un juez que falló contra el golpista Leopoldo López, que es culpable de linchamientos y asesinatos, entre otros delitos y, sobre todo, que actúa para favorecer la amenaza estadounidense de intervención armada en Venezuela.
El documento ve solamente los muchos errores y limitaciones del gobierno de Maduro apoyado en las fuerzas armadas y por la boliburguesía, pero sostenido también por la mayoría de los trabajadores venezolanos sin ver el golpe proimperialista en abierta y descarada preparación. Su crítica a Maduro es por la derecha, no por la izquierda y no busca ayudar a los trabajadores a lograr su independencia política y su autoorganización para profundizar la democracia y el proceso de cambios y barrer al capitalismo, incluido su sector «bolivariano». Por el contrario, propone un Comité internacional de pacificación ajeno al pueblo venezolano y de brumosa composición. Llamo a mis amigos y compañeros de izquierda a anular su firma y a reflexionar sobre el peligro que entraña este tipo de intervenciones bienintencionadas pero, a mi juicio, inoportunas y erróneas.
UNA CUESTION DE MÉTODO FUNDAMENTAL
Uno de los firmantes de la lamentable declaración de un grupo de intelectuales latinoamericanos y europeos sintió la necesidad-ante las críticas- de explicar o justificar su firma alegando las buenas intenciones del texto, aunque Rosa Luxemburgo haya dicho hace tiempo que las buenas intenciones pavimentan el camino hacia el infierno. Esa actitud es positiva y espero que en los próximos días otros se deslinden del documento en cuestión.
Éste es malo y de derecha, no de izquierda, y por eso lo firman también intelectuales liberalsocialistas y no solamente socialistas confundidos y sin rumbo, impresionados por las campañas de prensa capitalistas y por las ideas mayoritarias en la Academia y en el establishment.
Lo primero, ante un conflicto, es caracterizar quiénes se enfrentan tanto en el plano internacional, como en el nacional, pues el sistema capitalista no es una suma de países sino que es mundial. En Venezuela, país dependiente con un Estado capitalista con una economía desarrollista asistencialista en la que las bases fundamentales del capital no han sido tocadas, se enfrentan hoy, por un lado, dos bloques: el imperialismo -que ha declarado estar dispuesto a invadir- y dirige, orienta y finanza a las viejas clases dominantes locales que arrastran detrás de sí a la mayoría de las clases medias urbanas educadas en el consumismo ya un sector de los trabajadores rurales y urbanos y, por el otro lado, un sector nuevo de la burguesía – la «boliburguesía»- resultante del desarrollo del capitalismo de Estado, el cual se apoya sobre el aparato estatal (las Fuerzas Armadas, principalmente) y sobre el sostén que le dan, pese a todo, la gran mayoría de los más pobres y un sector de la intelectualidad más radicalizado. Se libra una exacerbada lucha de clases, pero ésta forma parte de la guerra civil declarada por el capital financiero internacional contra el nivel de vida y las conquistas democráticas arrancadas por las luchas sociales en el siglo XX.
La minimización del papel del imperialismo al analizar una situación particular es un error grave, fatal. Minimizar las diferencias que existen entre los intereses de los obreros, campesinos y pobres urbanos y la burocracia procapitalista y la burguesía nacional antiimperialista, como hacen los defensores acríticos de los gobiernos «progresistas», conduce igualmente a debilitar la defensa contra el imperialismo, la cual necesita la independencia política de los trabajadores, su autoorganización y la expropiación de las palancas de la economía y de las grandes transnacionales, cosa que los Kirchner, los Correa, la dirección del PT brasileño y la boliburguesía temen como la peste porque no se proponen acabar con el capitalismo -como quería en cambio Chávez- sino reformarlo.
El texto de los intelectuales no piensa cómo reaccionarían los gobiernos de Estados Unidos o Francia si la oposición quemase oficiales retirados, linchase jóvenes partidarios del gobierno, incendiase, escondiese alimentos para provocar escasez, organizase la fuga de cientos de miles de dólares, llevase cientos de miles de personas a las calles todos los días con fines golpistas. Tampoco recuerda el golpe del 2002 que puso en el gobierno a los representantes de la gran burguesía y anuló las conquistas del chavismo antes de ser derrotado por la sublevación popular. ¿Alguien puede creer acaso que Washington y sus siervos de la OEA y las clases dominantes de Venezuela quieren un golpe para instaurar la democracia? Con sus posiciones, los firmantes trabajan para Wahington y su documento, por lo tanto, cualesquiera sean sus intenciones, es reaccionario.
Venezuela está en guerra contra el imperialismo y sus agentes. Y en una guerra, los derechos ciudadanos (entre ellos, las elecciones), por fuerza deben limitarse. Maduro debe ser criticado no por reprimir con el poder estatal a los golpistas y resistir al imperialismo o por no convocar ahora elecciones inmediatas sino por dar nuevas concesiones a las mineras, reprimir las huelgas, atribuir a la burocracia y a la boliburguesía el papel de salvadores de Venezuela, en vez de basar la defensa en los trabajadores autoorganizados y armados. Debe ser criticado por sus errores graves (como el intento de disolución de la Asamblea Nacional, en la que la oposición es mayoritaria) dándole armas a la propaganda del enemigo o la convocatoria de una Asamblea Constituyente sin hacer conocer primero qué quiere renovar en la Constitución chavista) y por tergiversar respecto a los referendos constitucionales necesarios.
Sin la política y la corrupción del gobierno de Cristina Kirchner, sin la corrupción del PT brasileño, hubieran sido imposibles Macri y Temer. Los «gobiernos progresistas» sin duda no son iguales que los proimperialistas pero el antiimperialismo declaratorio del gobierno kirchnerista, por ejemplo, ayuda al imperialismo y sus agentes cuando firma contratos secretos con la Chevron o el PT y su gobierno se niegan a dar tierras al MST y favorece a las grandes empresas. Frente al imperialismo y sus agentes nacionales esos gobiernos deben ser, sin embargo y pese a todo, defendidos, pero los intereses de los trabajadores y la independencia de los países requieren su superación. Pedir su retorno y dar por supuesta la caída de Maduro, además de contradictorio, es paralizante.
Nadie está exento de errores. Pero siempre es necesario un balance crítico de cada acto o declaración política que uno haga, para descubrir esos errores y corregirlos para no repetirlos. Por último, no está en cuestión el derecho a la crítica que sólo condenan los stalinistas de viejo y nuevo cuño. Lo que hay que hacer es criticar por la izquierda, no por la derecha.
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