En toda América Latina, la parte fundamental del capital está en manos de trasnacionales y es imperialista, al igual que el sistema financiero. Los sectores capitalistas nacionales están entrelazados con el capital financiero internacional y las grandes empresas agrícolas argentinas o brasileñas, soyeras o agroexportadoras, son igualmente trasnacionales. Mientras la Unión Europea se construyó y […]
En toda América Latina, la parte fundamental del capital está en manos de trasnacionales y es imperialista, al igual que el sistema financiero. Los sectores capitalistas nacionales están entrelazados con el capital financiero internacional y las grandes empresas agrícolas argentinas o brasileñas, soyeras o agroexportadoras, son igualmente trasnacionales.
Mientras la Unión Europea se construyó y construye desde hace más de medio siglo como una alianza de los grandes capitalistas de los países imperialistas europeos, el Mercosur no ha llegado ni a una verdadera unión aduanera, pues en lo esencial es sólo un acuerdo entre la industria automotriz apenas formalmente «argentina» y «brasileña» (Fiat, Volvo, Mercedes Benz, Chrysler, Volkswagen, Ford, GM) para importaciones y exportaciones y otros acuerdos, menores, entre sectores igualmente industriales.
Si en Europa nos encontramos ante la unión de los capitales y no de los pueblos, en el Mercosur sólo existe un laxo acuerdo entre Buenos Aires y Brasilia, que incluye a Asunción y Montevideo en posición totalmente subordinada (el Mercosur no pagó la energía de Yacyretá a Paraguay ni encontró mil 500 millones de dólares para evitar que Uruguay construyese la contaminadora papelera finlandesa Botnia). No hay en el Mercosur previsiones ni mecanismos sobre leyes sociales, salarios, derechos humanos, ni sobre agronegocios, la defensa de la tierra, el ambiente y la cuestión indígena y campesina.
El Mercosur nació sobre bases neoliberales y se mantiene sobre las mismas. Es un intento de algunos países, dirigidos por Brasil, de aprovechar los márgenes relativos que les deja la crisis de hegemonía estadunidense para negociar sobre todo sus productos agrícolas en el mercado mundial, del cual el Mercosur abarca cerca de 10 por ciento. Por lo general, las mismas empresas estadunidenses son las que exportan la soya argentina o brasileña y otros productos del campo en competencia con los de Estados Unidos, pero ya se conoce el «patriotismo» de las trasnacionales que utilizan los Estados donde se instalan para hacer mejores negocios que en el país de origen.
El Mercosur no puede, por consiguiente, ser base para la independencia de nuestros países, la cual sólo será posible expropiando a las sanguijuelas trasnacionales. ¿Significa esto que Bolivia o Venezuela deban permanecer al margen de este seudomercado común? No desde el punto de vista político, de su defensa frente al imperialismo, pues pertenecer a ese organismo les da cierta protección. Sí, si deben subordinar sus políticas productivas y comerciales a la política neoliberal del Mercosur (por ejemplo, si Venezuela debiese eliminar todas las restricciones arancelarias que protegen su incipiente industria, cara y de baja productividad, del posible aluvión de productos brasileños y debiese también producir soya trasgénica y fabricar etanol como Brasil).
Por eso es correcta la decisión de Hugo Chávez de no llevar a su país a un Mercosur neoliberal y de pelear por otro tipo de mercado común, sea por uno que tenga la lógica social de Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe (ALBA) o, incluso, por una aproximación del Mercosur al proyecto integrador que con Cuba, Bolivia, Ecuador y Nicaragua piensa llevar adelante como proyecto estratégico, manteniendo al mismo tiempo una alianza táctica con los Lula y con los Kirchner hasta donde sea posible.
¿Es esto realista? Depende de la profundización del proceso revolucionario venezolano, sostenido, en lo económico, por el mantenimiento de los altos precio del petróleo, bien escaso, en el mercado mundial (y del aventurerismo de Bush, con su invasión a Irak y sus amenazas a Irán). El Estado venezolano sigue siendo capitalista, pero está sufriendo profundas transformaciones sociales con el poder popular, las misiones, los consejos municipales, las experiencias de autogestión, la organización masiva de los sectores populares. Sin embargo, aún queda sin resolver el problema de las fuerzas militares (una parte importante de las cuales, por razones culturales y de clase, no son de fiar, mientras la parte militar chavista incluso a veces obstaculiza burocráticamente, en nombre del «orden», la construcción del «poder popular»).
Las estructuras institucionales (gobernadores, jueces, etcétera) a veces se oponen igualmente a las iniciativas autonomistas de sectores obreros y campesinos. Y el propio Chávez, mientras llama a la libre organización de los trabajadores, pone la carreta delante de los bueyes y quiere enrolarlos en un partido socialista único sin ver que el programa, las ideas comunes, son la base del partido y que antes de pasar a las medidas organizativas hay que construir previamente claros objetivos comunes, cuadros, dirigentes de masas controlados por éstas, para evitar tanto la contrarrevolución como la burocratización del proceso revolucionario. Pero las asambleas populares resolutivas, las elecciones de delegados de vecinos en cada cuadra, la discusión de las prioridades en el uso de los recursos (presupuesto participativo), el pluralismo en la discusión, van eliminando las bases del caudillismo (de la dependencia del jefe, a todos los niveles), educando a los protagonistas de la revolución rampante a la que asistimos, enseñándoles a administrar y decidir, dándoles confianza en sí mismos.
El presidente Chávez ha declarado que el socialismo que él quiere no puede ser el burocrático, centralizado, totalitario, chovinista, imperante en la ex Unión Soviética y en los países a ésta subordinados. Eso es fundamental porque el mismo condujo al desastre y vacunó contra el socialismo a cientos de millones de víctimas de la opresión. Pero aún no aparece en sus discursos el socialismo de Marx (la «Federación de libres comunas asociadas»), o sea, descentralizado, basado en la autonomía y la autogestión generalizadas, con un Estado encargado de la defensa y administrador de los servicios centrales, pero no opresor de la gente. Es, por consiguiente, deber de todos los socialistas del mundo ayudar a los trabajadores venezolanos a vencer las acciones contrarrevolucionarias que vendrán, a rechazar las degeneraciones burocráticas, a discutir y construir no el socialismo del siglo XXI, sino su vía al mismo.