Resulta frecuente en los medios de comunicación opositores venezolanos la comparación entre la Nicaragua de 1990 y el proceso del referendo revocatorio en Venezuela. La comparación, por supuesto, tiende a sustentar las posturas del Si, y en ello participan no solo analistas y políticos opositores, sino también renegados ex revolucionarios, léase Joaquín Villalobos, cuyo artículo […]
Resulta frecuente en los medios de comunicación opositores venezolanos la comparación entre la Nicaragua de 1990 y el proceso del referendo revocatorio en Venezuela.
La comparación, por supuesto, tiende a sustentar las posturas del Si, y en ello participan no solo analistas y políticos opositores, sino también renegados ex revolucionarios, léase Joaquín Villalobos, cuyo artículo titulado «Chávez será derrotado» fue publicado en los diarios El Nacional y Tal Cual, y luego tomado como referencia por varios comentaristas.
No es la intención de estas líneas marcar las evidentes diferencias entre un país y el otro, ni las del contexto nacional e internacional en los que tuvieron lugar ambos procesos electorales.
Pero sí señalar algunas cuestiones que son comunes y han sido pautas desde entonces en otros eventos donde la disyuntiva enfrenta a las fuerzas revolucionarias o progresistas con las de la derecha y la oligarquía, aupada por Estados Unidos.
En Nicaragua el proyecto imperialista logró aglutinar a diversas fuerzas políticas en la Unión Nacional Opositora, con un amplio abanico ideológico, incluso tras la candidatura de Violeta Chamorro, sin experiencia política y señalada tanto por sandinistas como por sectores de la UNO como una «ama de casa», quien por demás hizo buena parte de la campaña en una silla de ruedas.
Para Venezuela el referente lo constituye la Coordinadora Democrática, donde las divergencias se mantienen y pareciera que sólo los une el enfrentamiento al presidente Chávez, tal y como ocurrió en Nicaragua frente al gobierno de Daniel Ortega.
En ambos países se repite el esquema de contradicciones del gobierno revolucionario con la jerarquía de la Iglesia Católica, aunque en el caso venezolano el asunto llegó al extremo de que esa instancia estuvo representada en golpe de abril, mientras que el cardenal Obando y Bravo mantuvo sus distancias con la contra, sin dejar por ello de adversar al sandinismo. En ambos casos los púlpitos se convirtieron en trincheras políticas de la oposición.
El quehacer de las encuestas también arrojó un cuadro parecido, con pronósticos de triunfos para ambos bandos, mientras en la guerra mediática resulta incomparable el papel y protagonismo como actores políticos que desempeñan la mayoría de los medios de comunicación privados venezolanos, en particular los televisivos, probados y demostrados en el golpe del 11 de abril y luego durante el paro petrolero.
En el artículo de Villalobos se presenta a la Coordinadora Democrática como la variable de la normalidad, algo parecido al papel que se adjudicó la UNO como la alternativa de la paz en el país centroamericano.
Pero el ex líder guerrillero parece anestesiado por las bondades de su cátedra en Oxford cuando olvida recordar que la sangrienta guerra en Nicaragua fue armada y financiada por la administración Reagan y costó miles de vidas a ese pueblo, además de la destrucción de la infraestructura económica.
Aquella contienda de «baja intensidad» se aplicó en El Salvador en nombre de la libertad made in USA, por la cual hoy aún gobiernan allí los herederos de quienes asesinaron a monseñor Oscar Arnulfo Romero y a monjas estadounidenses, entre otras víctimas de los escuadrones de la muerte.
Villalobos, y quienes aquí lo toman ahora como el oráculo, apuesta a que la «normalidad» en esta tierra significa el voto por el Si, aunque esta burda manipulación de la realidad no puede esconder los antecedentes golpistas de la CD.
«A esa basura del canal 8 la vamos a cerrar», vociferaba entonces el gobernador Enrique Mendoza, uno de los tantos aspirantes a presidenciable en el conglomerado opositor.
Un artículo de El Nacional alegaba por estos días que «mientras más perciba la gente el riesgo de continuidad conflictiva, más usará los votos para cambiar la situación».
Esta es una divisa que no se puede subestimar, sobre todo por el incesante quehacer mediático que sataniza al gobierno, pero corta la historia silenciando el Carmonazo y el quehacer negativo y subversivo de la oposición.
Mientras el ejecutivo asegura que respetará el resultado del referendo, la oposición afirma que una victoria del No sólo será posible por el fraude y, por tanto, la desconocerá.
A esos términos se apela para dejar sentado que la normalidad sólo se conseguiría mediante el Si, pues si se llegó al referendo es precisamente para esa eventualidad.
El No, entretanto, sería entonces la perpetuación del conflicto, ahora agravado con las amenazas de un escenario de violencia «el día después», alimentado por líderes de la CD.
No en balde el ataque a las misiones gubernamentales, pues tienen su mayor impacto en vastos sectores populares en un momento crucial de la campaña.
En Nicaragua aquellas elecciones se desarrollaron cuando las conquistas sociales del proceso sandinista habían sido revertidas por la sangrienta y destructora guerra impuesta por Washington, con promedios de 14 muertos diarios cuyos sepelios cruzaban Managua hacia los cementerios.
En Venezuela el referendo tiene lugar cuando el proceso bolivariano se recupera de las secuelas de la subversión y el golpismo, en particular el paro petrolero y la fuga de capitales que apuntaron al corazón del país.
Barrio Adentro, Robinson, Sucre, Rivas, Mercal, entre otras, son programas de alto contenido humano que dignifican la vida de millones de venezolanos y se extienden más allá de los cerros de la pobreza en Caracas.
Solo es fruto de una práctica electoralista y oportunista que quienes han estigmatizado esas misiones ahora prometan mantenerlas y mejorarlas si llegan al poder…que, por cierto, ya tuvieron durante décadas.
Un factor común en ambos países es el papel de Estados Unidos, abiertamente al lado del bando opositor y presionando para imponerlo, lo cual abre la posibilidad de que Washington respalde a la CD en un escenario de desconocimiento del resultado electoral y del CNE.
Las últimas declaraciones del vocero Boucher y el propio Bush, en un momento en que la campaña del Si lucía alicaída, parecen tener el propósito de darle oxígeno. En ambos casos se reitera la injerencia estadounidense y la financiación encubierta, con un rol repetido para la National Endowment for Democracy.
Villalobos aseguraba que los más pobres derrotarían a Chávez, aunque, otra vez, olvidó que fue la movilización de estos sectores la que reinstaló al mandatario en Miraflores, junto a los militares patriotas y constitucionalistas.
Para el 15 de agosto el Registro Electoral Permanente venezolano alcanza la cota histórica de cerca de 14 millones de potenciales electores. El registro crece, fundamentalmente, con los marginados sociales y políticos que antaño tenían vedado el derecho al sufragio. ¿De ellos hablará Villalobos? Quizás entonces su matemática esté errada.