Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Chelo Ramos
En el mundo islámico, grupos religiosos que son eficaces desde el punto de vista militar pero limitados desde el punto de vista político, dominan la resistencia al imperio usamericano. Asia está engolosinada con el capital. Europa está profundamente enterrada en la apatía neoliberal, y la izquierda y los movimientos sociales de la Unión Europea (Italia es el ejemplo más reciente), se encuentran en avanzado estado de descomposición. Pero en América del Sur ha surgido un eje de esperanza que pone en jaque a la dominación imperial en todos sus ámbitos. La democracia, que en el Norte ha sido vaciada de contenido y no ofrece ninguna alternativa, se está usando en el Sur para revivir la esperanza.
La probable reelección de Hugo Chávez este fin de semana en Venezuela marcará una nueva etapa en el proceso. Su oponente, Manuel Rosales, descrito por el Financial Times (30 de noviembre) como un candidato de «centro izquierda», estuvo implicado en el fallido intento de golpe para derrocar a Chávez en 2004. Rosales dice «no tengo compromisos con nadie», pero es un secreto a voces que tiene fuertes lazos con la Casa Blanca.
La ola de revueltas y movimientos sociales que se está propagando por todo el continente suramericano hoy en día, es el resultado inevitable del Consenso de Washington, la esclavización económica del mundo. América Latina fue el primer laboratorio para los experimentos de Hayek que finalmente produjeron el Consenso. Los «Chicago boys», liderados por Milton Friedman, pionero de la economía neoliberal, usaron a Chile como laboratorio después del golpe de Pinochet en 1973. Era una situación inmejorable para ellos. La clase obrera chilena y sus dos principales partidos habían sido aplastados, y sus cuadros dirigentes, asesinados o «desaparecidos». Seis años después, la revolución sandinista en Nicaragua fue aplastada por la contrarrevolución apoyada por Usamérica.
A principios de noviembre, el líder sandinista Daniel Ortega ganó la presidencia de su país. Bendecido por la Iglesia, con un antiguo contra como vicepresidente y todavía odiado por el embajador de Usamérica, Ortega puede ser una sombra de lo que fue, pero su victoria refleja, sin un ápice de duda, el deseo de cambio de los nicaragüenses. ¿Seguirá Managua las radicales políticas de redistribución de la riqueza de la antiimperialista Caracas o se limitará a la retórica y continuará siendo cliente del Fondo Monetario Internacional?
Las noticias recientes de Quito son todavía mejores. Es significativo el triunfo electoral de Rafael Correa, un joven y dinámico economista educado en Usamérica y ex ministro de finanzas, que en su campaña prometió revertir la participación de Ecuador en el tratado de libre comercio para las Américas apoyado por Usamérica, pedir al ejército de ese país que desaloje la base de Manta y unirse a la OPEP y al creciente movimiento bolivariano que busca unir a América del Sur en contra del imperialismo.
La victoria de Correa llega en un momento en que América Latina está de nuevo en movimiento. Ha habido manifestaciones espectaculares de la voluntad popular en Porto Alegre, Caracas, Buenos Aires, Cochabamba y Cuzco, por nombrar sólo a unas pocas.
Esto le ha ofrecido una nueva esperanza a un mundo sumergido en la indiferencia neoliberal (la Unión Europea, Usamérica, el Lejano Oriente) o víctima de las depredaciones militares y económicas del nuevo orden (Iraq, Palestina, Líbano, Afganistán, el sur de Asia). La lucha encabezada por la República Bolivariana de Venezuela en contra del Consenso de Washington ha desatado la furia de la Casa Blanca. Ya se han hecho tres intentos de derrocar a Hugo Chávez (incluyendo un golpe militar apoyado por Usamérica y la UE).
Chávez fue elegido presidente de Venezuela por primera vez en 1999, diez años después de que una insurrección popular en contra del plan de ajustes del FMI fuese brutalmente aplastada por Carlos Andrés Pérez, cuyo partido fue una vez el afiliado de la Internacional Socialista con la mayor cantidad de miembros. En su campaña electoral, Pérez había denunciado a los economistas en la nómina del Banco Mundial como «genocidas de trabajadores a sueldo del totalitarismo económico» y al FMI como «una bomba de neutrones que mata gente pero deja en pie los edificios».
Después, cedió a la demandas de ambas instituciones, suspendió la Constitución, declaró el estado de excepción y ordenó al ejército masacrar a los manifestantes. Más de 2.000 personas fueron asesinadas por el ejército. En ese momento nació el levantamiento bolivariano en Venezuela.
Chávez y otros oficiales jóvenes organizaron la protesta contra el mal uso y la corrupción del ejército. En 1992, los oficiales radicales se alzaron contra quienes habían autorizado la carnicería. No lograron su objetivo porque todavía era muy pronto después de los traumas de 1998, pero el pueblo no olvidó. Así fue como los nuevos bolivarianos llegaron al poder y comenzaron lenta y cautelosamente a poner en práctica reformas socialdemócratas, semejantes al «New Deal» de Roosevelt y al gobierno laborista de 1945. En un mundo dominado por el Consenso de Washington esto era inaceptable. De allí la necesidad de derrocar a Chávez. De allí el llamado de Pat Robertson, el líder del cristianismo político de Usamérica, para que Washington asesinase a Chávez. Venezuela, que hasta ese momento había sido un oscuro país, de repente se convertía en un faro.
La mayoría de los que eligieron a Chávez estaban hartos y decididos. No se habían sentido representados durante 10 años, se sentían traicionados por los partidos tradicionales y no estaban de acuerdo con las políticas neoliberales vigentes que servían para expoliar a los pobres y alimentar a una oligarquía parasitaria y a una burocracia y unos sindicalistas corruptos. No estaban de acuerdo con el uso que se daba a las reservas petroleras del país. No aceptaban la arrogancia de la élite venezolana, que utilizaba la riqueza y un color de piel más claro para mantener su estilo de vida, a expensas de la mayoría pobre y de piel más oscura. Elegir a Chávez fue su venganza.
Cuando estuvo claro que Chávez estaba decidido a hacer cambios modestos en la estructura social del país, las alarmas se encendieron en Washington. Nunca había sido tan evidente su intolerancia y fanatismo como en sus acciones y propaganda en contra de Venezuela, con el Financial Times y The Economist como puntas de lanza de una masiva campaña de desinformación.
Les unen sus prejuicios en contra de Chávez, cuya llegada al poder fue vista como una aberración, porque las reformas sociales financiadas con los ingresos petroleros -salud gratuita, educación y vivienda para los pobres- fueron consideradas como una regresión a otras épocas ya superadas, un primer paso en el camino del totalitarismo.
Chávez nunca escondió sus políticas. Los dos Simones del siglo XVIII -Bolívar y Rodríguez- le habían enseñado una lección muy sencilla: no sirvas los intereses de otros, haz tu propia revolución política y económica, y une a América del Sur en contra de todos los imperios. Este es el núcleo de su programa, el cual es inaceptable para quienes apoyan el Consenso de Washington.
La cohesión regional convierte a América Latina en una amenaza real para Usamérica. Cuando hace casi dos años se lanzó en Caracas el canal por cable Telesur, uno de sus primeros programas reveló un increíble grado de ignorancia entre los suramericanos. En casi todas las capitales, entrevistas realizadas en la calle mostraban que la gente conocía el nombre de su propia capital y la de Usamérica, ¡pero muy pocos podían nombrar dos o tres capitales de otros países de su continente!
Así que para avanzar es necesaria la unidad regional, la Federación Bolivariana de estados soberanos de la que Chávez habla todo el tiempo. Washington hará todo cuanto esté a su alcance para evitarlo, pues le conviene tratar con cada país de manera unilateral y no como entidades regionales (estos es cierto incluso en el caso de la Unión Europea). La unidad regional de América del Sur también podría tener un impacto sorprendente en «el Norte», donde la población hispana crece rápidamente, para gran consternación de los ideólogos de estado, como Samuel Huntington.
El nuevo libro de Tariq Ali, Piratas del Caribe: El eje de la esperaza, ha sido publicado por Verso.
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Chelo Ramos es miembro de Rebelión ( www.rebelion.org) y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística (www.tlaxcala.es). Esta traducción es copyleft para uso no comercial: se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente. URL de este artículo: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=42411