Son muchos los retos que aun enfrenta nuestro modelo agro productivo en el campo de la gestión y la dependencia de la importación de alimentos; sin embargo, en el campo de las políticas es fundamental destacar lo que ha significado la Ley de tierras en la adopción de un camino nacional en el manejo del […]
Son muchos los retos que aun enfrenta nuestro modelo agro productivo en el campo de la gestión y la dependencia de la importación de alimentos; sin embargo, en el campo de las políticas es fundamental destacar lo que ha significado la Ley de tierras en la adopción de un camino nacional en el manejo del agro y el problema alimentario.
La ley de tierras significó la democratización de la tenencia de la tierra y el inicio en la terminación de la herencia improductiva del latifundio, el aumento de 46% en la superficie nacional cultivada entre 1998-2006 así lo demuestra. En este período la superficie nacional cultivada pasó de 1.638.923 hectáreas a 2.392.811 Ha.
Así mismo, significó un dique a las pretensiones del modelo neoliberal que ha hegemonizado toda América latina desde la década del 90. El imperio vendió la fórmula a los países pobres que para lograr el «desarrollo» debían aumentar su «competitividad» e incorporarse en el mercado global.
La receta sugirió la eliminación de aranceles a los productos importados bajo la figura de la apertura económica. Para el sector agrícola de los países Latinoamericanos se incluyó la eliminación de los aranceles a los productos que venían de los países desarrollados y la eliminación de los subsidios a los productos nacionales para en teoría hacer más competitivo este sector.
Los Estados Unidos, imponiendo una política hipócrita, lograron con la presión de los organismos multilaterales de crédito que los mercados nuestros se abriesen, mientras ellos mantenían los subsidios al sector agrícola y los aranceles para productos provenientes de otros países.
Ya para el año 2001, pasada apenas una década de la aplicación ortodoxa de dicha política, los resultados eran catastróficos y regresivos para la mayoría de países Latinoamericanos. Para evaluar dicha situación podemos usar el indicador del nivel promedio de importaciones de la FAO, el cual tiene la siguiente tabla de rangos o parámetros:
Nivel promedio de importaciones |
|
% |
Nivel |
Menos de 10 |
Bajo |
10-20 |
Mediano |
20-30 |
Alto |
Mayor de 30 |
Crítico |
Este indicador aplicado por la FAO a cinco países latinoamericanos que habían sido referencia por su producción agroalimentaria, en el 2003 dio el siguiente resultado:
Variación en la proporción del suministro interno de cereales proveniente de la importación |
||
PAÍS |
1970-80 |
1999-2001 (Categoría y %) |
Argentina |
Bajo |
Bajo (0.63) |
Brasil |
Mediano |
Mediano (18.61) |
México |
Mediano |
Crítico (36.42) |
Chile |
Crítico |
Crítico (45.90) |
Colombia |
Mediano |
Crítico (53.86) |
Fuente: FAO 2003. Balance alimentos 1999-2001
El impacto negativo para países estrellas del neoliberalismo como México y Colombia es claro, pasaron de un nivel mediano a crítico en el porcentaje de importaciones. Venezuela por el contrario, aunque producto del patrón rentístico y la anulación de su vocación productiva, siempre estuvo catalogada en el nivel crítico, viene haciendo un esfuerzo por superar este nivel en el porcentaje de importación de cereales.
Para el año 1998, las importaciones de maíz fueron de 1.143.717 toneladas, representando un 55% del consumo nacional y 45% de aporte de la producción nacional (983.121 toneladas). Mientras que para el año 2009 la importación fue de 1.125.978 toneladas, lo cual representa un 33%, situándose el aporte de la producción nacional en 67% (2.281.931).
Aun siendo resultados modestos, estos resultados positivos, con tendencia progresiva, enmarcados en una conducción soberana de la política agroalimentaria nos enrumba en una dirección diferente al resto de las joyas neoliberales que han entregado al capital trasnacional el futuro de sus niños y su gente.
También, Venezuela ha conjurado la oprobiosa política que se ha generalizado en América Latina, Asia y África, de venta masiva de tierras a trasnacionales y países desarrollados, con pleno derecho a disponer de ella fuera de las necesidades y políticas nacionales. La FAO lo alertó en un informe publicado en mayo del 2009, «el incremento de las compras masivas de terrenos en África y otros continentes aumenta el riesgo de que los pobres se vean desposeídos o se les impida el acceso a la tierra y el agua». Este informe revela que este negocio ha crecido aceleradamente y va acompañado de marcos regulatorios que defienden el derecho de las trasnacionales, sobre el derecho natural del campesino a ser dueño de la tierra que trabaja.
Hoy, cuando el hambre se hace nuevamente presente en gran parte de África, Asia y América Latina, Venezuela demuestra que solo el desarrollo desde adentro y con criterios socialistas de la cadena agrícola y pecuaria, garantiza el alimento necesario para el desarrollo de las nuevas generaciones.
En Venezuela, la tierra vuelve a manos de quien la trabaja y produce para satisfacer las necesidades de alimentación de su población. Siga leyendo sobre este tema en www.gisxxi.org
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