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Emancipación social y la cuestión nacional

Venezuela y su legado para la izquierda mundial.

Fuentes: Rebelión

En el año 1969, estando los Panteras Negras en el tope de su popularidad, comienzan a consolidarse una seria de posturas que sellarían su fracaso en ser uno de los partidos políticos que más cerca estuvo de lograr cambios significativos en los Estados Unidos desde las huelgas obreras de los años 20. Evidencias de ello […]

En el año 1969, estando los Panteras Negras en el tope de su popularidad, comienzan a consolidarse una seria de posturas que sellarían su fracaso en ser uno de los partidos políticos que más cerca estuvo de lograr cambios significativos en los Estados Unidos desde las huelgas obreras de los años 20. Evidencias de ello pueden encontrarse en una manifestación en contra de la guerra de Vietnam en el Golden State Park de San Francisco, con los Panteras Negras en la vanguardia, pero conformada por un conjunto heterogéneo de sujetos políticos donde podían diferenciarse Demócratas progresistas, integrantes de la Nueva Izquierda (New Left) y activistas en contra del servicio militar obligatorio (Draft).

En dicho evento, David Hilliard uno de los principales dirigentes de este partido para le época, tomó la palabra y ante la gran cantidad de banderas Norteamericanas que ondeaban en la manifestación grito a los concurrentes que su bandera era símbolo de fascismo y que matarían a Richard Nixon, así como, «a cualquier hijo de puta que se atraviese en nuestro camino a la libertad», resultando en la retirada de un grupo importante de manifestantes [1].

La cuestión nacional siempre ha sido un tema delicado para los movimientos de izquierda, sobre todo para aquellos vinculados a la tradición marxista que invoca el «internacionalismo proletario», representando una de las mayores dificultades que ha tenido la izquierda Europea para consolidar su hegemonía y por la cual, en numerosas ocasiones ha sido superada en apoyo popular por populistas de derecha y partidos conservadores en general.

Todo movimiento que aspire a una distribución más equitativa de la riqueza de la mano con la democratización de la sociedad, se encuentra con una paradoja que de no ser superada los termina convirtiendo en fósiles nostálgicos de un pasado glorioso, o instrumentos legitimadores del status quo, cumpliendo la función de dar una apariencia pluralista al sistema por su incapacidad de movilizar una mayoría social.

Esta viene dada por la necesidad de sustentar los cambios en un masivo apoyo popular, lo que requiere un arduo trabajo de articulación política y la constante transformación de las identidades subjetivas, debido a que es imposible crear un sistema más equitativo si aquellos que se supone que se están emancipando no se sienten identificados con la acción emancipadora, con los símbolos que la representan y con los sujetos políticos que la llevaran a cabo.

En términos más claros, no es posible imponer el socialismo ni ordenar la emancipación social, cualquier operación de esta naturaleza requiere de un apoyo popular masivo, puesto que los poderosos cuentan con el apoyo de las multinacionales de la comunicación, la ideología dominante y cuantiosos recursos económicos, mientras que los grupos subalternos solo cuentan con su voluntad política.

Sorel y Gramsci fueron los primeros intelectuales marxistas que hicieron énfasis en la necesidad de crear símbolos de identificación y voluntades colectivas respectivamente, es decir, el papel que juega la articulación política en la materialización de los proyectos emancipatorios, sin embargo, ya Marx era consciente de que había algo más, cierto elemento que no emanaba directamente de la base económica y requería por lo tanto de un esfuerzo significativo de la clase obrera, cuando argumentaba:

Para que la revolución de la nación y la emancipación de una clase especial coincidan, para que un estrato sea reconocido como el Estado de toda la sociedad, se necesita, por el contrario, que todos los defectos de la sociedad se condensen en una clase, que está determinada clase resuma en sí la repulsa general, sea la incorporación de los obstáculos generales; se necesita que una determinada esfera social sea considerada como el crimen manifiesto de la sociedad toda. [2]

Es precisamente en ese exceso de lo social que no logra aprehender la estructura económica donde se llevan a cabo los juegos discursivos relacionados con la política, y en consecuencia, donde la cuestión nacional pasa a ser determinante. La izquierda Europea sigue siendo escéptica en lo referente a reivindicar símbolos nacionales e implementar significantes como «patria» en su discurso, mientras que todos los movimientos conservadores enaltecen constantemente los impulsos nacionalistas arraigados en la conciencia colectiva de los pueblos.

Más allá de las políticas económicas implementadas desde la toma de posesión de Hugo Chávez en 1999 que han sido bastante cuestionables, o de los avances en materia social, que podrían considerarse insuficientes, es en esta capacidad estratégica de consolidar una identidad colectiva en base a un grupo de elementos discursivos asociados a la identidad nacional, donde la izquierda mundial debe ubicar el gran aporte de la izquierda venezolana.

Esto no fue solo el resultado de un arduo trabajo teórico, a principios del siglo XX ya el Partido Comunista de Venezuela (PCV) integraba en su discurso de la revolución proletaria elementos nacional-populares como la reivindicación de Simón Bolívar, quien difícilmente podría ser llamado un socialista, ni siquiera utópico (a diferencia de otros personajes menos recordados como Ezequiel Zamora), y a partir de los años 70 comenzaron a surgir distintas agrupaciones que implementaban discursos similares tales como el Partido Revolucionario de Venezuela (PRV) y el partido Movimiento al Socialismo (MAS).

Esta conjunción de recursos discursivos disímiles, como aquellos asociados a la ilustración y la tradición socialista Europea, con elementos relativos a las tradiciones populares, fue el resultado de un proceso de construcción discursiva hasta cierto punto pragmática, donde la izquierda se vio obligada a redefinir su identidad en la empresa de conquistar la hegemonía en los sectores sociales más amplios posibles [3].

Por supuesto, dicha operación ya se había realizado en Cuba con consignas como «Patria o Muerte» y la reivindicación de la bandera nacional, sin embargo, hago especial mención a Venezuela debido a que las condiciones para crear una identidad colectiva que conglomerara a los sectores oprimidos eran bastante distintas, debido a que el enemigo cubano estaba claramente definido, una dictadura militar con nula aceptación popular que se encargó de asesinar y reprimir fuertemente a todos los movimientos disidentes que podrían haber hegemonizado el descontento, y direccionado los ánimos transformadores hacia la construcción de un Estado liberal con una economía de mercado.

El caso venezolano fue un poco más complejo, ya existía un Estado liberal, y una constitución que aunque lo hiciera deficientemente y a pesar de la constante renuencia e inobservancia de ello por las élites que se habían apoderado del aparato estatal, servía de carta política para la conformación de un Estado de derecho. Esta «aparente libertad», aunado a una izquierda derrotada que no representaba más de un 10% en la mayoría de los sondeos electorales, represento un escenario enormemente difícil para la construcción de una hegemonía de izquierda, cuando lo único que tenía a su favor era una crisis política que abría los espacios para cualquier tipo de ruptura, incluyendo una revolución conservadora.

Fue esta capacidad de redefinirse constantemente, producto de la voluntad poder de una izquierda mil veces derrotada, y de fusionarse con elementos de lo más diversos, conscientes de que no es posible ningún tipo de cambio social sin respaldo popular y para conseguirlo es necesario volverse uno con las masas, rescatando sus tradiciones y símbolos con el objetivo de conformar una identidad colectiva, hegemonizando de esta manera el tablero político; el mayor logro de la izquierda venezolana y su legado para el mundo. La izquierda Latinoamericana lo comprendió, aun está por ver quienes rescataran esta experiencia en la vieja Europea donde comienzan a aparecer los contornos de una izquierda que desea ser más que un espectador en la historia, abra que esperar los resultados.

 

[1] Bloom, J. Y Martin, W. (2014) Negro contra el Imperio: Historia y Políticas del Partido Panteras Negras. Berkeley: University of California Press.

[2] Marx, K. (1844/1968) Introducción para la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel. Buenos Aires: Editorial Claridad.

[3] Una interesante reseña de este aspecto se hace en la película «Postales de Leningrado» escrita y dirigida por Mariana Rondón , cuando en una escena ambientada en los años sesenta durante la lucha armada, dos guerrilleros escondidos en la montaña discuten sobre una reunión que tendrán con un supuesto grupo de militares que desean apoyarlos, y uno le dice al otro que hay que hablarles de Bolívar, a lo que este reacciona preguntando ¿qué dirán los camaradas Rusos?, y el primero responde que se preocuparan por ellos luego.