«¡Independencia o muerte!», dijo el príncipe, aquel septiembre de 1822, al proclamar la independencia de Brasil, con el tono radical con que se deben definir las cosas que no tienen alternativa. Quizás por eso la frase encabeza ese trabajo de Paulo Nogueira Batista, «O consenso de Washington: a visão neoliberal dos problemas latino-americanos».1 No era […]
«¡Independencia o muerte!», dijo el príncipe, aquel septiembre de 1822, al proclamar la independencia de Brasil, con el tono radical con que se deben definir las cosas que no tienen alternativa. Quizás por eso la frase encabeza ese trabajo de Paulo Nogueira Batista, «O consenso de Washington: a visão neoliberal dos problemas latino-americanos».1 No era ese el camino, y Paulo Nogueira lo sabía cuando, al final de su carrera diplomática, decidió que había llegado la hora de decir algunas cosas, a gritos.
Puede resultar extraño que un hombre de mundo, diplomático, jefe negociador de Brasil en las primeras rondas del Acuerdo General de Tarifas y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés), representante en Naciones Unidas, reivindique, en ese tono, en vísperas del siglo XXI, independencia o muerte. Palabras poco usuales en el escenario internacional de entonces, reivindicadas solo cinco años después de la caída del Muro de Berlín, en plena euforia de quienes pregonaban el fin de la historia, «la victoria de la economía de mercado y de la democracia».
Me parece, en todo caso, que a ninguna de las dos se oponía Nogueira Batista. Lo que no aceptaba era lo que algunos estimaban una definitiva «Pax Americana» que, en América Latina, se expresaba en el llamado «Consenso de Washington», mensaje neoliberal, como lo recuerda, «que venía siendo transmitido vigorosamente desde comienzos de la administración Reagan», desde 1981.
¿De qué trataba ese «Consenso»? ¿Qué actualidad tiene recordarlo?
Se trataba de una receta para enfrentar la crisis de la deuda de los países latinoamericanos, sumidos algunos, como Brasil, en el default y en una inflación de tres dígitos. Necesitábamos reformas profundas en nuestras economías, profundizar la apertura unilateral para hacer frente a la crisis, nos señalaban desde Washington, como si esa gravísima crisis económica -advierte Paulo Nogueira Batista- fuera consecuencia de los errores de nuestras políticas, y no tuviera raíces externas. Y cita tres causas fundamentales de esa crisis: el alza de los precios del petróleo; las altas tasas internacionales de intereses; y el deterioro de los términos de intercambio.
Viendo ya cerca el fin de su carrera diplomática (sin saber aún que, en realidad, lo que estaba por terminar era su fecunda vida) Paulo Nogueira Batista da nombres: Salinas de Gortari, el expresidente de México que busca resucitar a la vida política de su país; o el exministro argentino, en su momento presentado como un mago por los organismos financieros internacionales, Domingo Cavallo.
Tampoco escapa Vargas Llosa de su pluma. Se crea un clima de tal conformismo que un intelectual del porte de Vargas Llosa -asegura Nogueira Batista-, con pretensiones de gobernar su país, se atreve a sugerir, en artículo firmado, que Puerto Rico se convierta en modelo para América Latina.
No falta tampoco la crítica al socialismo europeo, el español y el francés, cuya adhesión al discurso neoliberal «facilitaría la diseminación de las propuestas del Consenso de Washington y la campaña de desmoralización del modelo de desarrollo inspirado por la CEPAL», la Comisión Económica para América Latina, que tanto innovó, en sus inicios, en la interpretación de los fenómenos del desarrollo y del subdesarrollo.
Paulo Nogueira Batista se indigna: «Los latinoamericanos parecen comportarse como países derrotados. Reaccionan defensivamente, con complejos de culpa…»
Han pasado pocos años desde que se escribieron estas líneas, pero eran otros tiempos. Ni Vargas Llosa era el que es, ni lo eran Estados Unidos, ni América Latina. Es evidente que la historia ha desandado, en estos pocos años transcurridos desde el artículo de Paulo Nogueira Batista, a un ritmo vertiginoso. Que él, quizás, no preveía.
Dos lecciones
Estamos de vuelta al terreno de la política, al debate sobre quién paga la cuenta. Esas son cosas de un pasado muy reciente, cuando el mundo desarrollado miraba a América Latina con el rostro fruncido, de maestro enojado con alumnos que no supieron hacer sus deberes.
Un rostro muy distinto al de la América Latina que mira ahora como le devuelven la receta a una Europa desacostumbrada a las miseria del Tercer Mundo del cual soñó, alguna vez, haberse despegado para siempre.
Todo esto es ya pasado. Pero no debemos desatenderlo.
Paulo Nogueira Batista nos pone en la ruta. Para dos cosas resulta particularmente útil su texto: para develar secretos de la crisis financiera actual; pero también para entender los secretos del gobierno de Lula que concluye en Brasil, su popularidad, lo que distinguió su gobierno del de sus antecesores.
La crisis europea
En cuanto a las soluciones de la crisis económica en Europa, quizás sirva la advertencia de Paulo Nogueira Batista: «Es difícil, por más convencido que se esté de las virtudes de la absoluta libertad de iniciativa, ignorar la expansión de la miseria en la América Latina económicamente liberalizada».
«Es incorrecto olvidar la responsabilidad de los factores externos en la profunda crisis que barrió América Latina en los años 80», agregaba.
¿Y en Europa?
Vale la pena repasarlo.
En América Latina, la crisis de la deuda tuvo su origen en la abundancia de los «petrodólares», que se reciclaban a plazos relativamente cortos y a tasas de interés bajas, pero flexibles.
Ya entonces los elevados déficits fiscales llevaron Estados Unidos a elevar las tasas de interés para combatir la inflación, lo que contribuyó a que los países latinoamericanos tuvieran que dedicar, en promedio, más de 80% de sus ingresos por exportaciones para el servicio de la deuda.
La amenaza de default era evidente y había que tomar medidas enérgicas. Vino el Plan Baker que, al fracasar, fue sustituido por el Brady.
Las estrategias de la deuda, advertía ya entonces Paulo Nogueira Batista, concebidas por los acreedores con el aval del FMI, «reflejaban esencialmente la necesidad de pagar a los bancos acreedores», transformando así América Latina en importante exportadora de capitales: en una década, entre 1982 y 1991, transfirió al exterior 195 mil millones de dólares, lo que, a precios actualizados, representó casi el doble de lo que Estados Unidos donó a Europa entre 1948 y 1952 para las tareas de reconstrucción impulsadas por el Plan Marshall.
El resultado, nos recuerda Nogueira Batista, fue la recesión y la profundización de las desigualdades sociales, «ya sea por la reducción del salario real, o por el aumento del desempleo».
¿Debe Europa mirarse en ese espejo?
Interesado en poner las economías latinoamericanas a merced de los grandes capitales financieros, primero se establecieron las drásticas condiciones que garantizaban el pago de la deuda. Cumplida esa etapa, era esencial entonces reducir el papel del Estado hasta donde pudieran y abrir las economías al libre comercio, para atender a las grandes corporaciones, interesadas en globalizar sus operaciones y explotar las ventajas del comercio entre sus filiales en diferentes países.
Paulo Nogueira Batista se refiere también a las nuevas políticas tributarias, a la ampliación de su base, un eufemismo que agrava la «perversa estructura de la distribución de la renta en la región»; y a las políticas de privatizaciones, puestas al servicio del debilitamiento del Estado, «cuando se aplica a los monopolios en áreas estratégicas de la economía, mediante las cuales el gobierno no solo asegura el suministro de insumos básicos como la energía y las telecomunicaciones, sino también hace política industrial, por medio de las compras gubernamentales».
Surgidas de la crisis de la deuda, impuestas como solución a las preocupaciones de los acreedores, las políticas neoliberales promovieron el asalto al patrimonio público y la privatización de los servicios y negocios estratégicos; se debilitó el Estado, se agravó la disparidad social.
Sus resultados, en América Latina -en palabras de Nogueira Batista-, fueron que, «a pesar de los esfuerzos de los medios de comunicación por mostrar solo los aspectos considerados positivos, no pueden dejar de verse como modestos, limitados a la estabilización monetaria y al equilibro fiscal. Miseria creciente, altas tasas de desempleo, tensión social y graves problemas que dejan perplejas la burocracia internacional basada en Washington y angustiados sus seguidores latinoamericanos».
En los años 80’s y 90’s, en general se hablaba de la deuda en América Latina sin entrar en detalles, sin referirla a deuda pública o privada, ni a la naturaleza del endeudamiento ni de los acreedores.
En el actual debate europeo el tema ha tomado importancia. Ayuda, en mucho, a aclarar los argumentos, como en artículo reciente de Juan Torres López sobre la deuda española.2
«El dinero que llega con el ‘rescate’ se dedica a saldar sus deudas y la nueva que se origina con las instituciones que rescatan la pagan los ciudadanos en su conjunto a lo largo del tiempo. Los ‘rescates’ consisten, pues, en convertir deuda privada, que por lo general han generado y disfrutado los sectores más ricos, en deuda pública que pagarán principalmente las clases de rentas más bajas».
Agrega Torres que la deuda pública española es mucho menor que la privada. Y explica que los bancos alemanes «tuvieron un excedente muy grande en los últimos años y en lugar de dedicarlo a impulsar el desarrollo económico alemán y a favorecer el incremento de las rentas en aquel país, lo dedicaron a financiar a bancos de otros países, entre ellos los españoles. Por otro, para obtener esa financiación lo que hicieron los bancos españoles fue vender a los alemanes activos financieros vinculados al negocio inmobiliario (cédulas hipotecarias por ejemplo)», lo que aclara en parte el origen de la crisis y la urgencia por resolverla.
Lula
Lleno de sugerencias, persuasivo y agudo, el texto de Paulo Nogueira Batista ilumina aun otro rincón del debate internacional, interesado en el fenómeno «Brasil» y los resultados sorprendentes del gobierno de Lula.
Todo empieza, otra vez, con la crisis de la deuda que, según Nogueira Batista, Brasil pudo enfrentar con éxito gracias a su importante base industrial y al éxito de Petrobrás en aumentar la producción nacional de petróleo, lo que permitió contar con recursos para enfrentar los compromisos internacionales, después de la moratoria de 1987, declarada durante el gobierno de José Sarney.
Las turbulencias del período Sarney dieron paso, en el gobierno de Fernando Collor (luego obligado a renunciar en medio de denuncias de corrupción), a una acelerada política liberalizadora, duramente criticada por Nogueira Batista.
Collor suscribiría sin reservas las normas del Consenso de Washington, imprimiendo a la apertura brasileña un ritmo más veloz que a la de México e iniciando negociaciones con los acreedores en las condiciones por estos definidas. «El mismo tipo de negociaciones que concluirían en la gestión de Fernando Henrique Cardoso en el ministerio de Hacienda», durante el gobierno de Itamar Franco (92-95), agrega el diplomático. Cardoso, gracias al «éxito» de esas negociaciones, terminaría asumiendo la presidencia de la República durante los dos períodos anteriores a Lula, de 1995 al 2003.
Escrito en 1994, en vísperas de las elecciones que llevarían a Cardoso a la presidencia, Nogueira calificaba de «delicado» el momento político que vivía el país.
Lo explicaba así: «Las clases dirigentes se encuentran minadas por la visión neoliberal y ya conformadas con un status menor para el país en el escenario mundial. En vastos sectores de la élite intelectual y económica de derecha, de centro e, inclusive, de izquierda, ya se admite, por lo menos implícitamente, que el país debe renunciar a su destino natural de nación política y económicamente independiente.
En esta frase, y en la crítica que lleva implícita, se resume la propuesta que, ocho años después, encarnaría Lula y el Partido de los Trabajadores (PT), lo que me parece clave para explicar los éxitos de este gobierno que termina y el cambio que significó para Brasil, en un escenario internacional mucho más propicio que el vivido en 1994.
Naturalmente, eso no explica todo, y el escenario político brasileño, como no puede dejar de ser, ha estado lleno de contradicciones, del mismo modo que las evaluaciones del gobierno de Lula difieren, según las fuentes. Pero, si en algún lugar puede encontrarse una explicación para su enorme popularidad, y para su prestigio internacional, me parece que el sugerido por Nogueira Batista ocupa uno de los primeros lugares.
Escrito para saldar cuenta con su historia y con su experiencia diplomática, «O consenso de Washington: a visão neoliberal dos problemas latino-americanos» es un notable trabajo, visión aguda de la época, lección actual de claridad que deslumbra.
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