En París, el barrio de Le Marais es uno de los más modernos y cosmopolitas de la ciudad, dominado por negocios y sedes bancarias. Toma su nombre de «marisma» debido a que se creó robándole espacio al mar. En Río de Janeiro existe otro barrio con el mismo sistema de origen y denominación, Maré, pero […]
En París, el barrio de Le Marais es uno de los más modernos y cosmopolitas de la ciudad, dominado por negocios y sedes bancarias. Toma su nombre de «marisma» debido a que se creó robándole espacio al mar. En Río de Janeiro existe otro barrio con el mismo sistema de origen y denominación, Maré, pero no se parece nada al francés. En el barrio carioca viven 132.000 personas agrupadas en dieciséis favelas. El primero ocupa en los medios de comunicación páginas de vida social y de gays modernos e integrados (son los protagonistas de la película Paris je t’aime), al segundo, sólo se le conoce por la violencia, el crimen y el narcotráfico.
El complejo Maré, en el norte de la ciudad, es el lugar que nunca visitará un turista en Río de Janeiro ni tampoco un habitante acomodado de la ciudad. Dominado por la pobreza de la economía sumergida, la falta de colegios y sin ningún hospital, sus habitantes intentan explicar que la gran mayoría no son los protagonistas de la violencia sino sus víctimas. En las favelas de Maré, son miles las personas que no existen para la Administración brasileña porque no se censaron, sus precarias viviendas son ilegales y los programas sociales del gobierno Lula no terminan de generalizarse por la falta de información o la situación de alegalidad de sus habitantes que parece que sólo interesan a la policía que entra todos los días en sus coches blindados a enfrentarse (o apoyar) a algunas de las bandas que dominan el barrio.
El mes pasado terminó una guerra entre grupos armados de narcotraficantes que duró cinco meses y dejó cincuenta muertos. Durante ese tiempo se vivió un toque de queda no declarado, los colegios no funcionaron y los tiroteos eran constantes día y noche entre facciones rivales que circulaban entre barricadas construidas en las calles. La policía se dedicó a formar parte de la guerra poniéndose al servicio de la banda que más pagara, un grupo de narcos llegó a alquilarles tres carros blindados. Hoy el barrio se lo reparten tres facciones de traficantes y una milicia de limpieza social estrechamente relacionada con los sectores más corruptos de la policía. Cada grupo puede estar integrado por unos doscientos hombres armados, ninguno de los cuales puede pisar el sector de otro grupo al tiempo que se encarga de eliminar al que quiera entrar en su territorio. En las calles fronterizas hay muertos todos los días. No existen datos oficiales de violencia porque ésta solo sirve para llenar páginas sensacionalistas de la prensa y criminalizar a todos los que allí viven. Sin embargo, sus habitantes me insisten en que apenas el 2 o el 3% de los pobladores están relacionados con los grupos armados y el crimen, la mayoría son gente sencilla: vendedores ambulantes, albañiles, empleadas domésticas, pescadores. Gente que sólo quiere vivir en paz.
A Maré se llega tras viajar media hora en un destartalado autobús sin amortiguadores y atravesar la Avenida de Brasil por alguno de sus pasos elevados peatonales. Las líneas de autobuses se quedan a la entrada del barrio, los vecinos deben entonces llegar a sus casas en bicicleta, mototaxis o pequeños buses que sólo circulan por el complejo. Quien me acompaña por el barrio, me va indicando el nivel de peligro de cada calle, los pocos puntos que puedo fotografiar (muy pocos) y las personas que mejor no debo mirar a la cara. En el suelo, los charcos de aguas inmundas salpican el terreno; en el aire, los cables de las tomas ilegales de electricidad. Algunas de las viviendas en zonas recientemente ocupadas no tienen luz ni agua. La falta de asistencia sanitaria de urgencia es alarmante. Sólo existe un precario puesto extrahospitalario de 24 horas para los más de cien mil habitantes. Para la asistencia hospitalaria deben ir al Hospital General de Buen Suceso, fuera del complejo, donde la saturación es tal que deben esperar muchas horas para ser atendidos y en muchas ocasiones deben volverse a casa sin que les vea el médico.
La mayoría de los políticos sólo se acuerda de favelas como las de Maré en tiempos de elecciones. Con la ayuda de sus colaboradores y de alguna de las iglesias que salpican sus calles convocan a los ciudadanos, en muchas ocasiones ni siquiera los candidatos van, sus acólitos se encargan de repartir comida u organizar una jornada de asistencia odontológica que les permite garantizarse el voto de muchos. Puede bastar un saco de arroz o un juguete para tener garantizado el apoyo. Con la excepción de algún político honesto, la gran mayoría de partidos y candidatos se encuentra a gusto con el sistema. Los candidatos que han intentado cambiar el modelo organizar a los vecinos han acabado amenazados y su vida corre peligro si pisan las calles de Maré. Es el caso del diputado Marcelo Freixo, que dirigió una comisión para investigar las milicias de las favelas de Río y hoy está bajo protección policial por las amenazas de estos grupos armados. La connivencia entre traficantes y milicias con los políticos corruptos garantiza que no surja ningún movimiento ni liderazgo político, la desmovilización de los ciudadanos acaba siendo estremecedora. En los informativos Maré sólo es noticia por la violencia o cuando se celebra un evento deportivo pagado por alguna gran organización.
Otra característica que impresiona a quienes se adentran en Maré es la presencia de Iglesias. Probablemente más de una por manzana, pueden ser unas doscientas: católicas, protestantes, baptistas, evangélicas… Su labor de alienación es indiscutible, el mensaje de que la realidad es voluntad de Dios más que de las reivindicaciones y conquistas de los grupos sociales organizados colabora en el mantenimiento y la resignación de muchos de los pobladores de las favelas. La condena de algunas de ellas de los métodos anticonceptivos, en especial las evangélicas, permite que la maternidad precoz y la natalidad se dispare entre sus habitantes. Las jóvenes inician su década de los veinte años ya con tres y cuatro hijos.
Maré comenzó a crearse en 1934, con la emigración de brasileños procedentes del nordeste del país. Los asentamientos se inician en lo largo de la Avenida de Brasil y van avanzando hacia el norte. Su denominación, al igual que en el barrio de París, la toman de su origen pantanoso y de marismas que van resecando desde los años cincuenta para hacerlas habitables.
Pero no todo es tragedia en Maré, muchas gentes luchan por mejorar las condiciones de vida. De hecho, me cuentan que la mayoría de los habitantes no quiere irse de allí, pero sí quisieran mejorar la situación de violencia y la habitabilidad de sus construcciones e infraestructuras, el sistema de saneamiento se desborda con frecuencia con las lluvias. El Centro de Estudios y Açoes Solidárias da Maré (Ceasm) dispone de una Casa de Cultura con numerosas actividades, desde biblioteca a clases de danza o servicios de informática. Incluso han creado el museo de Maré con la historia de un barrio al que, a pesar de todo, siguen amando. Mientras fuera de allí todo el mundo asocia Maré a violencia y droga, ellos quieren destacar que poseen una identidad cultural muy distinta de esos estereotipos y recuerdan que esa violencia es consecuencia de la falta de unos políticas públicas sociales que reivindican para su barrio. De todo ello hablan en la revista O Cidadao (El Ciudadano) de la cual reparten veinte mil ejemplares cada mes. Es verdad que el narcotráfico está omnipresente en el barrio, pero el consumo no es muy diferente del de cualquier otro lugar de la ciudad, sus habitantes no tienen dinero para ser grandes consumidores. El problema son los grupos de narcos que han convertido el complejo en un centro de almacén y distribución de droga para el resto del país. Por sus calles se les puede ver esgrimiendo sus fusiles de asalto con total impunidad.
Uno abandona Maré viendo a lo lejos la espalda de la estatua del Cristo Redentor, en lo alto del cerro de Corcovado. Ojalá si el Cristo no se da la vuelta para preocuparse más por esas 132.000 almas lo hagan los gobernantes y la clase política brasileña. Mientras tanto cada día amanecerán en esas favelas hombres, mujeres y niños que nunca visitarán en París ese barrio que se llama como el suyo y que luchan por sobrevivir en un mundo que parece que les tiene relegados a las páginas de sucesos.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.