Nicolás Maduro sacó a Rodríguez Torres del ministerio de interior. Ministro estrella de la ideología «de la paz y el desarme» que finalmente se ve envuelto por complicidad automática con los agentes de la masacre, en un hecho asquerosamente sangriento y sin justificación de ningún orden que no sea el regreso al Estado genocida; sacarán […]
Nicolás Maduro sacó a Rodríguez Torres del ministerio de interior. Ministro estrella de la ideología «de la paz y el desarme» que finalmente se ve envuelto por complicidad automática con los agentes de la masacre, en un hecho asquerosamente sangriento y sin justificación de ningún orden que no sea el regreso al Estado genocida; sacarán sus conclusiones respecto a esta ideología lo que se percaten de la inmensa trampa que trae consigo: la «masacre de Quinta Crespo » le sirve de espejo, de lo que supone, de lo que esconde; el desarme total del espacio popular revolucionario -y el que chille lo masacran-, el resto, regresivo políticamente cual «la paz del capitalismo» vendría sola y sin resistencia.
Toca decir «bravo Nicolas» ya que la envoltura de falsedades, improperios, criminalizaciones que de boca de todas las agencias oficiales de la opinadera chavista a sueldo y sin sueldo, más los agregados de aplausos ante los hechos ocurridos de parte de la opinadera escuálida y derechista, al unísono los aplaudieron como demostrativos de la voluntad de gobierno de acabar con estas «bandas de «criminales», «delincuentes», «asesinos» de los colectivos ( estas fueron las palabras de Rodríguez Torres al referirse a la «banda de Odreman», más el agregado: «acabamos con ellos»). Bravo entonces por Nicolás que se puso por encima de la «unidad de la fuerzas vivas» en apoyo a la masacre, y con tiempo empezó a hacer la único que se puede hacer en este caso si es que estamos conscientes de que si hay algo dentro de los principios de lo que fue la rebelión popular y bolivariana que llevó a Hugo Chávez al poder, es el juramento de que aquí no se repetirá más nunca una masacre al pueblo, el juramento de acabar por completo con el Estado genocida. En principio, dando muestras de fidelidad a esta máxima ética del proceso, sacó a Rodríguez Torres del cargo. Y quedamos esperando porque luego tendrá que hacer lo que toca, tratándose de una ejecución en frío de 5 luchadores populares y avalada por todos estos señores: Rodríguez, Sierralta, Rico. Ellos más el comisario y agentes del Cicpc ya detenidos tienen que ser interpelados en juicio con las consecuencias que solo la justicia verdadera puede resolver.
Por supuesto que esto no acaba ni con el parapolicialismo del cual están impregnados todos los cuerpos policiales, ni con el paramilitarismo importado que comienza a «nacionalizarse», ni mucho menos con la memoria de tantos luchadores asesinados en estos años y donde en una gran cantidad de casos han estado involucrados directa o indirectamente cuerpos policiales o la misma Guardia Nacional (la violencia contra el rebelde es un mal endémico a toda sociedad desigual). La impunidad casi total frente a estos hechos, además del aumento de una arrogancia despreciativa y represiva contra toda posición crítica que, entre tantas otras razones, se ha cansado de denunciar esta fatalidad de la continuidad asesina del Estado, es una deuda que alguien va a tener que dar la cara por ella. El dolor aún vivo del asesinato del cacique Sabino Romero (quien también y al unísono todas las «fuerzas vivas» del lado y lado trataron de asesino, ladrón, narcotraficante, violador y pare de contar) donde solo los ejecutantes directos están en juicio mientras los ganaderos y agentes de Estado involucrados en el diseño del hecho gozan en sus laureles. Y como Sabino hay centenares. Pero bueno en este caso se abre un portal de esperanza, en una situación además harto compleja ya que están involucradas posiciones antagónicas dentro de los cuadros de gobierno frente al problema de la represión, el Estado y el pueblo en lucha que expresan por lo menos muchos de estos colectivos. Veremos qué pasa, y si por este lado empieza a cambiar algo. A estas alturas un respirito de inocentona esperanza no le hace mal nadie.
Bravo también por José Vicente y su artículo al respecto de la masacre, y lo digo no por fascinación al personaje, sino porque si hay algo que ha llamado la atención en este caso, es la valentía de personajes de status como Nicolás y José Vicente, frente a la enorme cobardía de muchos «radicales», entre ellos muchos colectivos, que no solo por omisión avalaron hechos que los involucra directamente, principalmente lo que militan en Caracas, sino que en otros casos los avalaron, avalando igualmente toda la obsesión de Rodríguez por «la paz y el desarme». Algo insólito cuando estamos frente a una masacre de luchadores. Es la irracionalidad de la fidelidad incondicional al mandatario, del «porque es poder tiene la razón», algo todavía más absurdo cuando deberíamos concluir por sensatez básica todo lo contrario. Sean cuales fueren las razones de tal comportamiento, críticas que pueden ser hasta justas al accionar de los colectivos masacrados y el frente Juan Montoya que los reúne, o actitudes oportunistas, miedosas, peseteras, rastreras, lo que sea, o como dicen algunos para esquivar compromisos: «porque la correlación de fuerzas no le permiten hacer otra cosa», lo cierto es que estamos ante una típica situación de estructuras a lo mejor con algunas armas de hierro pero desarmadas ideológicamente. Un mal que arrastran una inmensa cantidad de colectivos que los ha llevado a no hacer ninguna distancia frente al Estado y asumirse en estado de sumisión frente a él, aún en situaciones tan horribles como estas donde la próxima víctima puede ser cualquiera de ellos. Lo absurdo de esto no es más que la consecuencia denunciada por años de un movimiento revolucionario que va perdiendo su autonomía política y de clase hasta llegar a morderse la cola él mismo avalando a quien puede ser su próximo asesino.
No entender que sea quien sea el que esté al frente de los Estados que conocemos (estructuras políticas creadas por la burguesía para protegerse y servirse de ellas como «capital colectivo»), con el gobierno que sea, estas siempre actuarán como un «Leviatán», es decir, la bestia por encima de la sociedad supuestamente destinada a acabar la guerra de todos contra todos («el hombre es el lobo del hombre» como decía Hobbes), cuando en realidad lo que hace es imponer con toda violencia si es necesario, la estricta división entre gobernantes y gobernados, oprimidos y opresores, es lo que en última instancia ha llevado a estos colectivos al punto de avalar masacres. Y el chavismo en su versión más burocrática lo que ha hecho es darle una excelente canalización a este estado de desarme político, convirtiendo la distancia o la confrontación necesaria al estado-gobierno en una actitud «contrarevolucionaria» por principio y traidora a la revolución popular. Algo que han hecho todas las burocracias «socialistas», la nuestra de manera formidable, y allí están las consecuencias. Por esta vía muchos colectivos podrán terminar siendo una verdaderos traidores a su propia clase.
Sin embargo, en esta situación, bien hubiesen podido caer los compañeros ligados a los colectivos víctimas de la masacre. No es un mal de un lado y sí del otro. Lo que pasa es que por desgracia estos colectivos, probablemente con mucho menos formación política que buena parte de sus detractores, han tenido que tomar conciencia viendo su propia sangre derramarse. Es la tragedia de la conciencia que se crea por el dolor vivido y no por formación y experiencia. Pero ha sido así, ya no hay nada que hacer. El principio de «fuera Rodríguez Torres» con la natural agresividad de estos casos hasta de manera amenazante, tiene la dolorosa magia de producir un gran sentido al menos de dignidad de clase en muchos colectivos de pocos años de formación y donde casi todos no han sido otra cosa que peones del gobierno para lo bueno y para lo malo..sobran las palabras.. Porque para todo los han utilizado; ubicándose ellos mismos desde el punto de vista político en el punto básico de que el estar con la revolución es estar y apoyar al gobierno en lo que sea, y no hay más nada que decir ni pensar. Pasado lo que ha pasado y pesar de las histerias de Diosdao, sea cual sea el futuro que nos toque vivir, esta ingenuidad se acabó, y estamos hablando de una gran cantidad de gente y colectivos, con mucha capacidad operativa y de trabajo, y sobretodo con mucho amor a lo suyo y los suyos. Fue el ejemplo de vida y lucha que dejó Odreman así sea como buen exsargento de policía, el «maluco» con que este universo cobarde ha querido juzgarlo después de su asesinato.
Y por otro lado, se han percatado en piel propia, toda la hipocresía y la esencia profundamente contrarevolucionaria del argumento del desarme. Si es por «desarme» aquí los primeros que deberían ser desarmados, además de pranes, paramilitares y maladros, son todos los cuerpo policiales de este país, cuya degradación de mal en peor nadie discute. El desarme es «para desarmar al pueblo» convertirlo en un indefenso frente a una realidad por demás de dura y en un país donde pueblo tras pueblo va cayendo en las redes de cualquier agente paraestatal de violencia. Desarmar lo mejor que tiene ese pueblo sea cual sea la crítica que se le pueda hacer, es la estrategia diabólica de todo imperialismo cuando ve que su oportunidad se aproxima de nuevo frente a la debilidad creciente y casi suicida de un gobierno que haga lo haga no quieren, pero que esta haciendo todo lo posible por perder sus mismos apoyos, empezando por el mundo chavista pero que no le es mimético. Estrategia de manual imperialista: antes de comenzar a actuar acaba con los entornos peligrosos de resistencia posible. El famoso desarme es en ese sentido una tontería de manual reaccionario que no va a acabar ni con un punto de la verdadera violencia social que vivimos, pero sí la capacidad de autodefensa social y comunitaria que mínimamente se ha venido construyendo, en algunas cuidades. Todo lo contrario a este manual «pacifista», necesitamos de un pueblo organizado, formado y armado, en función de la batalla libertaria por la causa de la vida y la justicia, presto a defenderse con sus propias capacidades y saberes, y por supuesto como punto de apoyo al pueblo en lucha, en cualquiera de sus batallas. Tomemos el ejemplo hoy de la heroica resistencia del pueblo Kurdo en Siria y Kobane contra el Ei, y entendamos el decisivo papel que cumple un pueblo armado, organizado para un propósito de liberación social y felicidad común. Al contrario de lo que dice este manual pacifista, mientras más armado este un pueblo y más desarmadas las estructuras de opresión empezando por la máquina represiva del Estado, más cerca estará la victoria.
Tenemos entendido que una propuesta de «acuerdo» pueblo-gobierno de tu a tu, de poder a poder, como marca la soberanía constitucional del pueblo, y el principio constitutivo del poder popular, está por hacerse a la discusión en asamblea de los colectivos, y ofrecérsela al gobierno para superar esta situación sin la violencia de nadie pero tampoco el pacifismo desarmante. Donde cada quien se comprometa ante todo el país a comprometerse en él y poner de su parte. Un acuerdo público, muy político, que nada tiene que ver con caerse a tiros con el Cicpc, y que trate no solo de armas, sino de justicia y del país real que tenemos y las circunstancias críticas que vivimos. Esto está por hacerse. Si avanza, ojala que sí, estaremos dando un paso enorme en la derrota de la burocracia y el paraestatismo, en función de mantener viva una causa liberadora que no es de gobierno alguno sino del pueblo que la construye y también le toca sufrir en ella viendo correr su misma sangre.
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