Los antiguos romanos, que en comparación con los imperialistas actuales eran un modelo de civilización y de respeto a otras culturas, conquistaron Grecia para dejarse conquistar por los griegos -por su filosofía y su arte superiores–, cuya supuesta derrota se convirtió en una de las mayores victorias culturales de la historia. La «derrota» de Chávez […]
Los antiguos romanos, que en comparación con los imperialistas actuales eran un modelo de civilización y de respeto a otras culturas, conquistaron Grecia para dejarse conquistar por los griegos -por su filosofía y su arte superiores–, cuya supuesta derrota se convirtió en una de las mayores victorias culturales de la historia.
La «derrota» de Chávez ha tapado la boca a quienes acusaban al Gobierno venezolano de dictadura encubierta, a la vez que brinda un buen motivo de reflexión a algunos bolivarianos excesivamente triunfalistas. La vía pacífica hacia el socialismo tal vez sea posible –ojalá sea posible–, pero no será fácil. Y menos con la poderosa oligarquía venezolana vendida al más brutal imperio de todos los tiempos.
Puede que a algunos les haya sorprendido que Chávez calificara de pírrica la victoria del «No» y que dijera que una victoria así él no la querría; puede que a otros les haya recordado la consabida fábula de la zorra y las uvas. Pero el viejo zorro bolivariano seguramente tiene razón al pensar que las uvas de una victoria mínima habrían estado verdes. Una victoria mínima del «Sí» habría permitido a los manipuladores mediáticos alimentar las dudas sobre la índole democrática del proceso revolucionario y habría facilitado la estrategia de la crispación. Sin embargo, una victoria mínima del «No» no interrumpe el proceso, e incluso podría fortalecerlo. Dentro y fuera de Venezuela, muchas personas hasta ahora recelosas, intoxicadas por los medios de comunicación capitalistas locales e internacionales, tal vez empiecen a contemplar con mirada más tranquila y objetiva los impresionantes logros sociales conseguidos por la revolución bolivariana en apenas una década. Tal vez los «vencidos» empiecen a convencer a los «vencedores» con el ejemplo de su serena aceptación del veredicto de las urnas, con esa victoria de la dignidad y la ética a la que alude Fidel en su carta de felicitación -sí, de felicitación– tras el anuncio del resultado del referéndum.
Casi a la vez, como para hacer inevitable la odiosa comparación, hemos asistido a la vergonzosa «victoria» del carnicero Putin, basada en la represión, la manipulación y el fraude. Y a la no menos vergonzosa detención electoralista de los encausados en el sumario 18/98, perpetrada por quienes solo saben enfrentarse a la derechona poniéndose a su nivel.
Seguramente Zapatero ganará las próximas elecciones, aunque para ello tenga que desempolvar al impresentable Bono y demostrarles a los «indecisos» que Bambi puede ser tan sanguinario como las hienas y las comadrejas del nacionalcatolicismo. Será una victoria tan miserable como las de Putin y Bush, una victoria pírrica cuyo desmedido coste social y político -por no hablar de la ética y la dignidad– arruinará incluso el mínimo consuelo de que no gane Rajoy. Chávez no querría una victoria así. Nadie con un ápice de decencia la querría.