Hay veces que lo más desgarrador es la simplicidad. Viento de tierra (Vento de terra, 2003) de Vincenzo Marra narra algo simple y atroz. Relata la historia de un joven parado, que para mantener a su madre, se hace soldado y le envían a Kosovo. Cuando regresa a Italia y al poco tiempo empiezan los efectos […]
Hay veces que lo más desgarrador es la simplicidad. Viento de tierra (Vento de terra, 2003) de Vincenzo Marra narra algo simple y atroz. Relata la historia de un joven parado, que para mantener a su madre, se hace soldado y le envían a Kosovo. Cuando regresa a Italia y al poco tiempo empiezan los efectos de las bombas con uranio empobrecido. El joven Vincenzo empieza a descubrir en su cuerpo los síntomas claros de la contaminación producida por los bombardeos norteamericanos. Se puede decir más alto, pero no más claro. Lo que Marra cuenta es sencillamente la situación de los soldados aliados que fueron a Kosovo y volvieron contaminados por su propio aliado estadounidense.
No hay alternativas para el soldado Vincenzo, y esto es más grave todavía. Si firma la demanda contra los aliados quedarán inmediatamente en la calle él y su madre. Si no firma, equivale a dar por bueno el horror y la barbaridad cometidos en Yugoslavia. Si su mirada se dirige hacía el futuro, aparece con claridad que para él no hay futuro. La proyección de futuro hecha por los señores de la guerra (y las multinacionales que los dirigen) no hay lugar para él, ni para los jóvenes de diversas partes del mundo. Esto era tan particularmente claro en todas las películas a concurso en el festival de Tesalónica en 2004 que en febrero de 2005 cesaron a su presidente -el cineasta Theo Angelopoulos- y a su director -Michel Demopoulos-, y este año han vuelto a un festival bajo la tónica habitual que fijan las distribuidoras estadounidenses.
De horrores más cotidianos que los de Kosovo, aunque más silenciados y sofocados, habla también Viento de tierra. Hay una secuencia aterradora, aunque nadie repara en ella. La muerte del padre se produce después de haber hablado con sus hijos y ver que la inestabilidad laboral les impide pensar en un futuro. El infarto de miocardio por causa por desempleo y la inestabilidad laboral es algo que todo el mundo sabe pero nadie habla de ello.
Vincenzo Marra cuenta historias que hablan de su propia generación. Y lo que dicen es lisa y llanamente que en el mundo actual no hay salidas para los jóvenes, que el mercado ha creado un mecanismo de exclusión que funciona inexorablemente, tanto en el centro como en la periferia.
Desde el punto de vista formal, Viento de tierra es impecable. Logra hacer un trabajo de planificación de las secuencias invisible, centrando toda la atención en lo que pasa. La película empieza y termina con largas panorámicas de ciento ochenta grados situando el barrio de Nápoles en que está situada la acción. Los travellings laterales y las panorámicas son privilegiados por el cineasta para pausar el relato, dándole tiempo al espectador para colocar en su memoria lo que sólo tendrá importancia después. Así, el largo travelling en primer plano del pelotón comiendo (donde ignoran que están comiendo dónde ha estallado una bomba).
Vincenzo Marra -que empezó con una de las obras más interesantes de Venecia del año 2001, Tornando a casa– sostiene la necesidad de producir «imágenes alternativas», películas pensadas para que la gente se reconozca en los personajes de la pantalla, y deje de pensar que es un fracasado: en todo caso, es un derrotado, que es algo muy distinto. Marra dice que «hacer películas para la gente que no tiene la costumbre de ir al cine» es difícil. Sin embargo, las imágenes alternativas que consigue construir en sus dos primeras de películas de ficción «quedarán en la memoria», que es lo más importante del cine.