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Visión del socialismo del siglo XXI

Fuentes: Rebelión

Dicho socialismo no debe ser igual al de los siglos XIX y XX, ya que estas corrientes de pensamiento crítico nacen y se desarrollan en función de la época y la visión que tienen sus iniciadores. Parece factible hablar de socialismo sin relacionarlo con el comunismo, situándonos dentro de un marco histórico-cultural adecuado a una […]

Dicho socialismo no debe ser igual al de los siglos XIX y XX, ya que estas corrientes de pensamiento crítico nacen y se desarrollan en función de la época y la visión que tienen sus iniciadores. Parece factible hablar de socialismo sin relacionarlo con el comunismo, situándonos dentro de un marco histórico-cultural adecuado a una realidad geográfica.

El modelo ancestral de nuestros indígenas era extremadamente socialista: ahí está la esencia, ahí hay mucho que tomar. También las grandes teorías marxistas, leninistas y otras.

Los pensamientos de muchos patriotas de la talla de Bolívar, Rodríguez, Miranda, Sucre, Zamora, la experiencia positiva del pueblo en general en función de avanzar en la lucha teórica, la confrontación de ideas, la crítica y autocrítica sinceras como forma de construir una nueva escala de valores positivos, capaz de atender nuevas prácticas sociales entre otras, nos llevan ha aplicar nuevas tecnologías usadas en la vida real, como por ejemplo, la reingeniería: excelente herramienta para establecer un perfil teórico y adecuar un texto constitucional previo a aprobación de una base legal mediante una asamblea constituyente.

Pero la realidad está en la relación entre Estado y sociedad. El Estado no es un ente abstracto o material, sino una resultante histórica del grado de salud mental, de la inteligencia emocional y espiritual y la aplicación de políticas que definen un nivel de organización del pueblo; el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y la naturaleza de las relaciones sociales de producción y de propiedad; la correlación de fuerzas entre clases, sectores y movimientos sociales y políticos que se disputan el poder; el contexto político internacional; la tradición de lucha del pueblo venezolano, entre otras latitudes definitorias.

Como característica principal, el Estado capaz de impulsar una sociedad socialista presume necesariamente una sociedad de esa misma naturaleza. El proceso está generando en gran parte de la sociedad una «meta-noia» incontenible que está logrando que la democracia participativa sea utilizada como palanca para las futuras transformaciones, una sociedad con diversidad cultural crítica capaz de demoler las viejas costumbres de gobernar, de humanizar profundamente el trabajo, de eliminar las odiosas diferencias de clases, de recuperar una cultura y una comunicación transparente, humanista, crítica, de igualdad y solidaridad, de generar prácticas de solidaridad mediante el reconocimiento de la dignidad del otro; de rescatar, producir y distribuir la riqueza social con carácter de equidad. De eliminar los obscenos privilegios, de integrarse y de integrar la patria grande.

Sólo una sociedad de esta naturaleza puede construir un Estado de contenido socialista; debemos recordar que es la sociedad la que crea el estado, la que lo legitima y le da un sentido. También la que lo elimina.

No puede construirse definitivamente un estado socialista con legitimidad del poder popular si no se afectan las relaciones de propiedad y las de producción capitalista, con carácter táctico y estratégico, pero tampoco puede apartarse de la posición que se adopte frente a las relaciones sociales de producción y de propiedad. En realidad, esto es un problema práctico.

El capital es la enajenación del trabajo y alienación de la salud mental, la expropiación del trabajo ajeno, que no es otra cosa que la expropiación de la vida ajena.

La acumulación del capital que acrecienta la propiedad privada de unos es la miseria y la muerte física y espiritual de la mayoría, la deshumanización total, lo cual corrobora y refuerza al mismo tiempo la mala salud mental social.

Como se puede observar, el problema de las relaciones de producción y de propiedad, más que un problema económico es un problema político fundamental y uno de los núcleos de debate sobre el Estado y la sociedad socialista.