Evocar el nombre de Volodia tiene un significado inequívoco. Bastó la sola mención de su nombre para despertar el amplio interés de quienes llegaron a la tradicional Fiesta de los Abrazos el domingo 10 de enero, que se agolparon en uno de sus espacios, la Plaza de las Letras Volodia Teitelboim, para conocer algo más […]
Evocar el nombre de Volodia tiene un significado inequívoco. Bastó la sola mención de su nombre para despertar el amplio interés de quienes llegaron a la tradicional Fiesta de los Abrazos el domingo 10 de enero, que se agolparon en uno de sus espacios, la Plaza de las Letras Volodia Teitelboim, para conocer algo más del dirigente comunista, escritor y parlamentario cuya voz sigue presente en la intelectualidad progresista y el mundo popular, pese a cumplirse en estos días dos años de su partida.
La ex ministra del Trabajo de Salvador Allende y ex parlamentaria Mireya Baltra, su ex secretaria personal Jimena Pacheco y el escritor y director de El Siglo, Fernando Quilodrán, tomaron la palabra. Tres amigos entre los tantos que tuvo Volodia, compartieron con los asistentes diferentes momentos y percepciones personales que ilustran, desde la vida cotidiana, la profunda humanidad y sentido de compromiso del político y escritor.
«No voy a hacer toda la historia, sólo diré que él escribe su primer libro como memoria para optar al título de abogado, profesión que nunca ejerció, porque pronto pasó a llamarse de Valentín a Volodia. Una chapa, como decimos ahora, que tiene también su historia, porque cuando viene la ley de Defensa de la Democracia se borró de los registros electorales a los comunistas y borraron el nombre de Volodia Teitelboim, pero él era Valentín, de manera que no fue borrado», comentó Fernando Quilodrán, el primero en tomar la palabra.
También recordó que el primer libro de Volodia es El amanecer del capitalismo y la conquista de América, «un libro extraordinario, que plantea tesis que en ese momento eran bastante revolucionarias. Él habla del capitalismo ingresando a Latinoamérica a través de dos grandes bancas europeas: la de los Fugger y la de los Welser, gente que financiaban la conquista de América. Estos señores, que eran los prestamistas de Carlos V, entran en una negociación en la que estuvo en cartelera la venta de Chile. Simplemente Chile iba a ser entregado como una especie de depósito en garantía, como una mercancía a vender. Este libro de Volodia Teitelboim tuvo una gran repercusión. El profesor que lo tuvo que examinar no era justamente un hombre de izquierda, pero era tal el rigor científico cultivado por Volodia, que no cabía reprobarlo».
Respecto del libro que escribió en colaboración con Eduardo Anguita -Antología de poesía chilena-, comenta que «allí están los grandes poetas que después hicieron historia en Chile. Están Volodia y Eduardo Anguita y no Gabriela Mistral, fíjense ustedes, de lo que luego siempre se arrepintió. El publicó unos versos allí que después los desechó, pues no quiso seguir siendo poeta. Algunos dicen, y él lo reconocía también en alguna medida, que había descubierto a Pablo Neruda y decidido que mejor no seguiría escribiendo poesía. Pero yo he leído esa poesía, y creo que cualquiera que la lea coincidirá conmigo en que es una gran poesía.
Luego vienen sus obras novelísticas, que merecieron críticas bastante favorables de críticos como Raúl Silva Castro, que no tenía nada de izquierdista, un hombre del Mercurio, que reconoce en Hijo del salitre una de las obras del realismo chileno más importantes».
Una generación que subvierte el corazón chileno
«El compañero Volodia fue parte de una generación -la del ’38- que subvierte el corazón chileno. Hasta ese momento estaba el criollismo; los grandes personajes de la novela chilena eran los dueños de fundo; el personal doméstico de las casas patronales intervenía como personaje de segundo, tercer orden. La generación del 38 introduce al personaje real con Nicomedes Guzmán, el proletario de Santiago; el inmigrante campesino que se hace urbano con Alberto Romero; los trabajadores del cobre, del salitre, los mapuches, con Volodia.
Los últimos años de Volodia Teitelboim fueron prodigiosos. Escribió biografías críticas de Gabriela Mistral, de Neruda, de Vicente Huidobro, de Juan Rulfo, y luego está su gran saga memorialística. Era un hombre que miraba la televisión, aunque se disgustara, que estaba totalmente al día de lo que estaba ocurriendo, conocía el nombre de las personas que aparecían en todas partes. No era un hombre de élite. Era un hombre de grandes ideas que compartió con las mayores personalidades del mundo intelectual del sigo XX y, sin embargo, estaba perfectamente al tanto de lo que estaba ocurriendo en la vida cotidiana, en su fuente».
El comunista
Mireya Baltra destaca que: «Para hablar de Volodia, hay que referirse en primer lugar al comunista, a su humanidad; a las discusiones del Comité Central, de los plenos del Partido, de sus intervenciones sabias, audaces en la combinación maravillosa de la prudencia y la audacia.
Volodia siempre nos dijo: el Partido Comunista nació con Luis Emilio Recabarren, como el primer partido moderno de la historia de nuestro país, y eso a veces no está en lo que hablamos».
La dirigente recuerda a Luis Emilio Recabarren en su condición de fundador del Partido Comunista y del movimiento obrero chileno, «que pone en manos de la clase obrera la conducción de este Estado moderno y que entrega, en el primer congreso en 1919, esta responsabilidad a los trabajadores, a los explotados, y nos da imaginación, iniciativa, idea en la construcción de lo que queremos hacer de Chile», y lo asocia con la figura de Volodia, quien «además de constructor del Partido, de formador de cuadros, de ironías, de un humor permanente, fue un hombre pleno que amaba y creaba la belleza».
Recuerda que Volodia «me criticaba mucho porque se me salían algunos garabatos. El me decía: -Mireya, sin garabatos-. -Sí, compañero-, le decía yo, y luego le porfiaba y mandaba el garabato. Con esto digo que él te estaba formando, te estaba diciendo que, viniéramos de donde viniéramos, del origen que tuviéramos, debíamos alcanzar, como señalaba Lenin, la actitud, el nivel de un intelectual.
Cuando el Presidente Allende me designa, a propuesta del Partido Comunista, su ministra del Trabajo y Previsión Social, estaba sentado junto a mí en La Moneda y me escribe una tarjeta, con su letra: -Estás conmovida y conmovedora-. Quiero decir que reconocía que era un momento especial en la vida del Partido, porque tomar la responsabilidad en el programa del presidente Allende de la negociación colectiva a través de las comisiones tripartitas, de la legalización del movimiento sindical, de situar a la clase obrera en el centro, como actor principal de los cambios revolucionarios, significaba recibir de Volodia siempre ese consejo oportuno, esa frase especial llena de contenido, una frase que forma cuadros.
Estamos en el 2010, en el Bicentenario. También Volodia escribió sobre el Bicentenario y escribió algo que no se publicó lamentablemente, algo sobre la lucha independentista, sobre cómo nos zafamos de las férulas colonialistas. Yo no he escuchado en mi vida algo más coherente, con señales y signos históricos, con perspectiva de futuro.
Volodia fue internacionalista, y tuvo una profunda amistad de los hombres grandes, de los estadistas, de los hombres que piensan, que analizan. Como con Fidel Castro. Fue una amistad entrañable, de respeto mutuo».
La última vez
«Recuerdo yo la última vez que estuvo Volodia acá, pocos días antes de fallecer. Yo le decía: -Creo que es mejor que no vayas-; y entonces él, con esa clarividencia que siempre manejó, me dijo: -No, tengo que ir porque esta será la última vez que yo le hable al Partido, tengo que ir-. Y llegó acá. Ya le costaba bastante caminar, pero les habló hora y media, y a los pocos días, falleció. El estaba muy enfermo, pero dijo: no, yo tengo que sacar fuerzas y hablar», recuerda Jimena Pacheco, evidentemente emocionada.
«Fueron como 20 años trabajando, y el primer trabajo que yo tuve como secretaria fue el día del plebiscito, ahí fue mi lanzamiento como secretaria. (…) El fue elegido posteriormente Secretario General del Partido. Escribíamos casi todo el tiempo los discursos y preparábamos las intervenciones. En ese tiempo todavía se usaba la máquina de escribir; era bastante catastrófico para mí porque yo terminaba de trabajar con él y tenía que pasar en limpio todo lo que él corregía y hacer hojas y hojas de nuevo, una cosa horrenda. Después él dejó de ser Secretario General y me dijo: -Ahora vamos a dedicarnos a escribir-, y comenzamos a escribir.
Yo pienso que los primeros años me sentí como su hija; después pasé a ser la amiga, porque comenzábamos a trabajar los libros; y los trabajábamos realmente, porque diariamente caminábamos una hora en la mañana y otra hora en la tarde, era el tiempo que tomábamos de descanso, y ahí conversábamos lo que estábamos trabajando. Pero ya al final él me decía: Tú ya no eres mi amiga, sino que eres mi mamá. Claro, porque me comencé a encargar de la casa, de llevarlo, de comprarle la ropa, le hacía todas las cosas.
Ante todo, para él lo importante era América Latina, él partía de ahí. Nosotros somos latinoamericanos, y ésta es nuestra tarea y nuestra misión de vida (…).
Recuerda que en ese momento, Volodia la conminó: -dediquémonos a los de Latinoamérica-. «Hablamos de los tres chilenos, de Huidobro, Gabriela y Neruda, después comenzamos con Rulfo y Borges. Le intrigaba Borges, un hombre que fue tan de derecha, pero que era un escritor tremendo; entonces, quería bucear, y comenzamos a bucear en la obra y en la vida y sacamos adelante el Borges. Yo siempre digo sacamos, porque trabajábamos los dos.
Yo no tenía sábado, no tenía domingo, no tenía horarios para trabajar con él. Después, ya al final incluso, salíamos juntos al extranjero, y ya él no se manejaba muy bien. Me impresionaba el respeto que le tenía la gente. Era un respeto a su capacidad intelectual, a su manera de ser, porque para él toda la gente tenía importancia, él nunca dejó de escuchar a nadie, a todos los atendía. Me llamó siempre la atención el respeto que le tenían en el resto del mundo.
El era una persona muy humana, con un sentido del humor fino, sutil y con una ironía maravillosa. Me decía: -¡Oh, nosotros que somos felices, porque hacemos lo que nos gusta y estamos con gente que nos gusta-.
Si bien ahora a fines de enero serán dos años desde que él se fue, al igual que de mis padres, puedo decir que él no se fue, él siempre anda conmigo. Eso, nada más».