Pensar en el pasado y en el futuro, especialmente cuando se trata de política, pudiera parecer en Venezuela como un oficio para vagos y diletantes. La actualidad siempre está tan cargada de batallas cotidianas y problemas inmediatos, que tal vez resulte difícil concebir que lo que está en las elecciones del 6 de diciembre es […]
Pensar en el pasado y en el futuro, especialmente cuando se trata de política, pudiera parecer en Venezuela como un oficio para vagos y diletantes. La actualidad siempre está tan cargada de batallas cotidianas y problemas inmediatos, que tal vez resulte difícil concebir que lo que está en las elecciones del 6 de diciembre es más el pasado y el futuro que el mismo presente. Y sin embargo es así.
Por supuesto que ganar o perder unas elecciones de esta magnitud, en las circunstancias políticas de nuestro país en este momento, tiene consecuencias inmediatas importantísimas.
Para la Revolución, tras más de dos años de dificultades económicas, resulta crucial preservar una mayoría chavista en el parlamento, so pena de ver disminuida la capacidad transformadora que le da sentido a su permanencia en el gobierno. La transformación es la razón de ser del chavismo, su ADN. Y para transformar desde las instituciones, el chavismo necesita, entre otras cosas, una mayoría en la Asamblea Nacional.
Una victoria chavista es también la victoria de una serie de principios que, a mi en lo personal, me resultan innegociables. El principio de una educación pública, gratuita y universal; el principio de un sistema nacional de salud pública, centrado en la gratuidad y la universalidad del acceso; el principio de una Seguridad Social basada en la solidaridad entre generaciones y en el derecho a tener una tercera edad digna y plena. Por más que quede mucho por recorrer para transformar estos principios en realidades contundentes, la defensa de tales principios es una razón más que suficiente para dar esta y muchas otras batallas políticas.
Una victoria chavista es finalmente la garantía en el corto plazo que un sector importante de nuestra población siga recibiendo, directamente del Estado, las transferencias de recursos de la renta petrolera sin las cuales caería de nuevo bajo el umbral de la pobreza. La Revolución ha construido a lo largo de los años un entramado de políticas y derechos, constituyendo una robusta malla que protege a las clases populares de los vaivenes de la coyuntura económica, y amortigua los violentos efectos sociales que una crisis económica como la actual genera normalmente. Los sectores populares que las políticas distributivas han rescatado del abismo de la indigencia material, sí que tienen mucho que perder y muy rápido en caso de una derrota electoral de la Revolución.
Así que como chavista consciente, y fundamentalmente por esta razón, el 6 de diciembre iré a votar por los candidatos del Gran Polo Patriótico en mi circuito electoral, con la esperanza de que en lo inmediato la Revolución tenga mayoría parlamentaria y pueda seguir garantizando una serie de principios y derechos.
No obstante, estoy convencido que nos estamos jugando también cosas aún más trascendentales. Y llamo cosas trascendentales a aquellas que, cuando se toma algo de distancia histórica, siguen siendo visibles porque representan tendencias largas en la vida de un país.
Porque el debate sobre la coyuntura política, sobre si las políticas económicas actuales son acertadas o no, sobre el abastecimiento o no de tal producto alimenticio, o sobre si se construirán o no tantas viviendas antes de tal fecha, casi podría hacernos perder de vista que el chavismo en el poder, visto desde la distancia histórica, ha sido la empresa progresista transformadora más importante en la historia republicana de Venezuela. El chavismo constituye, igualmente, el vehículo que viabilizó la única experiencia de izquierda en el poder, en un período democrático venezolano que se remonta a ya casi 60 años. Quienes vivimos el momento presente estamos tan acostumbrados al chavismo como fenómeno político, que podríamos perder de vista que éste ha sido más bien una excepción en la historia política venezolana, y casi un milagro para la izquierda y para las clases populares.
De la misma manera, lo fundamental y más trascendental de la historia del chavismo ya está escrito, pues se trata de la obra política del Comandante Hugo Chávez, y abarca nada menos que desde la refundación de las instituciones de la República, hasta la construcción de ese entramado de derechos fundamentales que hoy todavía nos moviliza para ir a votar. Por decirlo de otra manera, en una historia del chavismo que tome, como corresponde, al Comandante Hugo Chávez como epicentro, los años posteriores a su desaparición física, es decir nuestra cotidianidad actual, ocuparían unas pocas páginas ubicadas en las consideraciones finales.
No es casualidad que la oposición de derecha a la Revolución concentre esfuerzos importantes, de cara a las elecciones del 6 de diciembre, en hacer una reescritura forzada de la historia. Porque su objetivo no es solamente el de corto plazo, que consiste en desalojar al chavismo del gobierno y retomar el control del Estado. El objetivo más importante es el de presentar al chavismo como un proyecto político e histórico fallido, para de esa manera impedir que pueda dominar el escenario político venezolano en los años, o incluso décadas, por venir. Esta empresa de secuestro de la verdad, consiste en señalar que la esencia del chavismo se encuentra en realidad en la periferia. Así, el chavismo en el gobierno sería reductible a las dificultades y problemas de los últimos dos años. Del derecho a la alimentación, debemos olvidar lo fundamental, que es que ahora comen a la saciedad quienes antes pasaban hambre, para concentrarnos en que de un tiempo para acá se ven obligados a hacer colas. Del derecho a la salud debemos olvidar lo esencial, que es que la atención médica cubre todo el territorio nacional y es gratuita, para resaltar que en este momento escasean los medicamentos. La derecha busca así aprovechar las dificultades coyunturales, que son perfectamente superables con algunos cambios de enfoque en la gestión gubernamental, para convencer a los venezolanos que hay que cambiar el «modelo», pues es el chavismo como un todo el que habría fracasado.
De la misma manera, se ha puesto en marcha una infamia generalizada en contra de los millones de venezolanos que nos reivindicamos como chavistas y partidarios de la Revolución. Quedan en el olvido los tiempos en los cuales éramos descritos como hordas de salvajes descerebrados, animados por un ansia de revanchismo social que canalizábamos a través de la violencia de clase. Ahora resulta que el chavismo, como fenómeno societal, es reductible a una selecta casta de «enchufados», cuando no de delincuentes de cuello blanco. Que la esencia del chavismo no reside en los millones de personas humildes que construyen la base del movimiento comunal, sino en un puñado de oportunistas sin nombre con cuentas en Andorra o canales de televisión. Por cuestionable que esto último pueda ser, es un insulto intentar reducir el chavismo a eso, o incluso pretender que estas derivas le sean exclusivas, y estén de alguna manera implícitas en el modelo político de la izquierda.
Porque ese esfuerzo a gran escala de reescritura de la historia para lanzar una opción de compra sobre el futuro, concierne también a sus propios autores. Las dificultades coyunturales de la izquierda pretenden servir de portaviones para reivindicar en su conjunto a la derecha entera. Así, con el debate sobre la responsabilidad judicial de políticos como Leopoldo López o Antonio Ledezma, tendríamos que terminar aceptando que Iván Simonovis, quien es en esencia un matón de la peor especie, es un preso de conciencia. Con el debate sobre la observación electoral internacional para el 6-D, deberíamos pasar por alto que Felipe Calderón se robó las elecciones en México, y que a José «Tuto» Quiroga no lo eligió nadie como presidente de Bolivia. Con la polémica sobre las condiciones de grabación de una conversación telefónica de Ricardo Hausmann, deberíamos olvidar que este sujeto ya fue ministro de planificación y dejó al país hecho un caos inenarrable. En suma, para cierta derecha, las elecciones del 6 de diciembre, y el ciclo que esperan abrir de ahí en más, constituye una oportunidad de restauración simbólica del pasado, y de rehabilitación de figuras e ideas que el chavismo contribuyó a erosionar.
De ahí que el alcance de las elecciones del 6 de diciembre próximo vaya mucho más allá de lo que pueda eventualmente pasar en las semanas e incluso los meses subsiguientes. El chavismo debe entender que lo que está en juego es su propia memoria y legitimidad histórica, y en consecuencia sus posibilidades de ser la fuerza rectora de la transformación de la sociedad venezolana en los años por venir. Y estas deberían ser razones suficientes, por encima de la coyuntura, para que acuda masivamente a votar. A votar por su pasado, y a votar por su futuro.
@temirporras
Fuente: http://www.notiminuto.com/noticia/votar-por-el-pasado-y-por-el-futuro/