En su mensaje de asunción, la primera presidenta en la historia de Brasil dijo que iba a ampliar las conquistas del gobierno de Lula. Se comprometió a avanzar en la integración regional y profundizar relaciones con EE.UU.
Un Lula da Silva visiblemente emocionado le pasó ayer la banda presidencial a su sucesora, Dilma Rousseff. La flamante presidenta por el Partido de los Trabajadores (PT), ex presa política durante la dictadura brasileña, reivindicó a sus compañeros de militancia y dijo que llegaba al Palacio del Planalto sin resentimiento ni rencor. La delfín de Lula abogó por la integración regional y prometió una lucha obstinada para erradicar la pobreza extrema en el país. «Voy a honrar a las mujeres, proteger a los más frágiles y gobernar para todos», se comprometió.
Cerca de 30 mil simpatizantes petistas poblaron las calles de Brasilia para saludar a la primera presidenta mujer del gigante sudamericano. No fue una multitud la que aplaudía a Dilma Rousseff, como tantas veces sucedió con Lula, pero sí el ánimo festivo marcó la jornada. Una lluvia torrencial acompañó a la presidenta hasta el Congreso. Más tarde, salió el sol y la escoltó hasta el Planalto, adonde llegó en un elegante Rolls Royce negro.
En la casa presidencial la esperaban varios presidentes de la región para darle la bienvenida. Entre ellos, el venezolano Hugo Chávez, el chileno Sebastián Piñera, el uruguayo José Mujica y el peruano Alan García. El canciller Héctor Timerman asistió en representación de la presidenta de Argentina, Cristina Fernández. También estuvieron presentes la secretaria del Departamento de Estado Hillary Clinton y el presidente palestino, Mahmud Abbas.
Rousseff se hizo eco del sentir de los brasileños y dio una emotiva despedida a Lula da Silva. «Tener el honor de su apoyo, el privilegio de su convivencia, haber aprendido de su inmensa sabiduría son las cosas que una guarda para toda la vida», afirmó la ex jefa de Gabinete tras recibir la banda presidencial. Y agradeció la oportunidad histórica de ser la primera mujer en gobernar su país, pero agregó una vez más como marcaba el termómetro social afuera del Planalto, que estaba conmovida por el fin del mandato del «más grande líder popular que tuvo Brasil», a quien también definió como un gobernante justo y un líder apasionado por su gente.
La sucesora de Lula continuó con elogios hacia su mentor. «Sé que la distancia de un cargo nada significa para un hombre de tanta grandeza y generosidad. Su esfuerzo obrero, su dedicación y su nombre ya están grabados en el corazón del pueblo», dijo y arrancó un aplauso cerrado. «El presidente Lula deja el gobierno después de ocho años, cuando lideró las más importantes transformaciones en Brasil que han permitido que el pueblo brasileño tuviera la osadía de colocar por primera vez a una mujer en la presidencia de Brasil», concluyó.
Otro de los momentos más significativos fue cuando la flamante presidenta reivindicó su militancia contra el régimen de facto brasileño y a sus compañeros de aquellos años. La mujer que padeció 22 días de tortura ininterrumpida en las cárceles de la dictadura brasileña afirmó que llegaba a la presidencia sin revanchismos. «No tengo arrepentimientos, tampoco resentimiento ni rencor. Muchos de los de mi generación que cayeron no pueden compartir la emoción en este momento: comparto con ellos esta conquista y les rindo mi homenaje», subrayó la política petista, quien también recordó que esos jóvenes lucharon por el sueño de un país justo y democrático.
Como era previsible, el hombre que abandona la presidencia con un 87 por ciento de popularidad fue una referencia obligada en el discurso de la economista que llegó hace casi 50 años a la militancia política. «El mayor homenaje a Lula es ampliar y avanzar con las conquistas de su gobierno», remarcó. Por eso, llamó a la unión para mantener el crecimiento brasileño y pidió apoyo para sumir el compromiso de la erradicación de la pobreza extrema en Brasil, un flagelo que afecta a 20 de los 190 millones de ciudadanos de su país. «Aún existe una pobreza que avergüenza a nuestro país», reconoció y enseguida lanzó una promesa: «No voy a descansar mientras haya brasileños sin alimentos en su mesa y mientras haya niños pobres abandonados en las calles. La familia es el alimento, la paz y la alegría. Este es el sueño que voy a perseguir». Además, prometió que mejorará los servicios públicos de salud, de educación y de seguridad. La nueva gobernante dijo que llevará adelante una reforma política y un cambio en la legislación tributaria mientras que sostuvo que mantendrá la estabilidad monetaria. «La inflación desorganiza la economía. No permitiremos que esta plaga vuelva a corroer nuestro tejido económico», enfatizó.
Otro de los legados de Lula que mantendrá será la apuesta al Mercosur y a la Unasur. «Seguiremos empeñados en profundizar la integración con nuestros hermanos latinoamericanos», confirmó. Y añadió: «Brasil reitera, con vehemencia y firmeza, la decisión de asociar su desarrollo económico, social y político al de nuestro continente». La mandataria sumó a los pueblos africanos, asiáticos y del Medio Oriente a su lista de prioridades en materia de política exterior. También, prometió reforzar las relaciones con la Casa Blanca y con la Unión Europea, al tiempo que anticipó que seguirá bregando por una reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que permita que Brasilia ocupe una silla permanente en ese órgano. Rousseff podría tener que enfrentar una crisis diplomática con Italia, después de que Lula decidiera no extraditar al ex militante de ultraizquierda Cesare Battisti, que fue condenado en Roma por cuatro asesinatos cometidos en los años ’70, en lo que el ex activista catalogó como un proceso injusto y manipulado. Pero ayer la atención de los brasileños y del mundo se centró en una despedida y un comienzo.
Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-159706-2011-01-02.html