Estados Unidos hará lo imposible para que China, con un rápido y vertiginoso crecimiento en los últimos años que la ha colocado como la tercera mayor economía mundial, no logre en poco más de dos decenios competir por el primer lugar en esa escala que, por largo margen, aún ocupa Washington. Con la intención de […]
Estados Unidos hará lo imposible para que China, con un rápido y vertiginoso crecimiento en los últimos años que la ha colocado como la tercera mayor economía mundial, no logre en poco más de dos decenios competir por el primer lugar en esa escala que, por largo margen, aún ocupa Washington.
Con la intención de evitar a toda costa una competencia en el orden económico, ha lanzado una fuerte ofensiva para tratar de que China reevalúe su moneda, el renminbi (RMB) yuan, al que Estados Unidos atribuye la mayoría de los males que padece su sistema.
Estados Unidos y Europa insisten en que el presunto devaluado yuan favorece las exportaciones del primer exportador del orbe en detrimento de las suyas, y a la par incide en los grandes déficits comerciales que enfrentan sus economías.
En Washington más de un centenar de legisladores estadounidenses presentaron un borrador bipartidista de ley mediante el cual pretenden obligar al Departamento del Tesoro a determinar si un país manipula el valor de su moneda en comparación con el dólar.
Con toda prepotencia a la usanza estadounidense, el documento exige «dar vía libre al Departamento de Comercio para imponer sanciones sobre las importaciones chinas», en caso que el país asiático no cambie su política monetaria en un plazo de 90 días desde el aviso.
Además incluye poner fin a la financiación de proyectos comerciales y oponerse a préstamos bancarios multilaterales que vayan destinados no sólo a Pekín sino a cualquier gobierno que «manipule» su moneda en detrimento del billete verde. En un caso extremo, el plan permitiría al Departamento de Comercio interponer una demanda ante la OMC y tomar medidas contundentes.
Las diferencias tomaron impulso luego de que el presidente Barack Obama prometiera una postura más fuerte en las disputas comerciales con el gigante asiático y presionar para una apreciación del renminbi.
Washington estima que con esa estrategia podría vender más a la nación asiática y así reducir su déficit comercial con ella, que llegó a 227.000 millones de dólares en 2009, y además reducir el alto desempleo (más del 10 %).
Esta evaluación se aparta de la realidad en el sentido de que las exportaciones chinas permiten a los consumidores estadounidenses acceder a mercancías con mejores precios, entre otros beneficios.
Pekín no se ha dejado intimidar, pues, como indican los analistas, tiene fuerzas y condiciones para enfrentar esa ofensiva, como es la de contar con las mayores reservas de divisas del mundo, que alcanzan la increíble suma de 2,13 billones de dólares.
En ese sentido, el ministro de Comercio Chen Deming declaró que si el Congreso insiste en sanciones, su país responderá.
«Nos oponemos al énfasis exagerado sobre el tipo de cambio» señaló Deming y añadió que «no es una poción mágica para resolver los desequilibrios económicos globales».
Asimismo, China ha puntualizado que si se quiere reducir el déficit lo que se debe hacer es autorizar las ventas de productos de alta tecnología a su mercado, lo que conllevaría a su país a realizar compras más costosas.
Ante las tensiones existentes, a finales de marzo fue enviado a la capital estadounidense el viceministro de Comercio Zhong Shan, quien durante una presentación ante la Cámara de Comercio de Estados Unidos puntualizó que revaluar el RMB no es una buena receta para solucionar los problemas, y agregó que el proteccionismo y la politización de los temas económicos y comerciales constituyen el mayor desafío en estas relaciones.
Explicó que su país continuaría reformando el régimen de tasas de cambio del RMB y manteniéndola estable en un nivel apropiado y equilibrado.
China no permite que su moneda fluctúe libremente en el mercado de cambios. Ha estado fijada al dólar desde hace diez años y actualmente se cotiza a 6,28 yuanes por dólar.
Para mantener ese nivel de cambio, Pekín tiene que intervenir comprando dólares con yuanes y luego colocar parte de esos billetes en el mercado de deuda estadounidense, los llamados títulos del Tesoro y otros activos.
En el supuesto caso de que el país asiático dejara de realizar esta operación, se produciría una caída en el valor del dólar que traería grandes repercusiones para el sistema financiero y la economía mundiales, incluyendo principalmente a estas dos naciones envueltas en el litigio.
En consecuencia, si la nación asiática revalúa el RBM, su mercado laboral se afectaría pues ante la baja en la demanda de mercancías al subir sus precios, provocaría menor producción en las empresas exportadoras y a la par un aumento del desempleo.
Mientras el viceministro Zhong enfatizaba, con razón, que las estructuras económicas de las dos naciones son sumamente complementarias, el representante estadounidense Kevin Brady alertaba de que elevar los impuestos a las mercancías chinas podría oponerse a las obligaciones de Estados Unidos, lo cual expondría a los exportadores y trabajadores estadounidenses a represalias.
Al aumentar los precios se produciría un aumento de la inflación en la nación del Norte, lo que redundaría en otro negativo impacto económico.
La puja entre las dos naciones es fuerte, con la diferencia de que Pekín ya no es el mismo de hace 20 años. Las cosas han cambiado.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.