El cambio en la presidencia del Banco Mundial es un momento importante para discutir el papel de la institución. Sin embargo, el debate está quedando reducido a una disputa en torno a la nacionalidad del presidente. La cuestión central no es de dónde vienen los que están en el poder, ni su capacidad de ocultar a los beneficiarios de su nepotismo, sino la lógica que orienta políticamente a la institución.
Europa quiere que el nuevo presidente del Banco Mundial sea un (es «un» realmente porque siempre fue un hombre) europeo y no más un estadounidense como ha sido históricamente -obviamente orgullosos de la actuación del Fondo Monetario Internacional (FMI), históricamente liderado por un europeo-, mientras que otros exigen que sea de algún país del Sur. Y entonces, ¿si Demian Fiocca, ex presidente del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), fuese presidente del Banco Mundial cambiaría la actuación de la institución?
El ministro de Hacienda de Brasil, Guido Mantega, critica el proceso diciendo que la elección debe ser por mérito y no por nacionalidad.
Correcto, pero ¿quien va a definir ese mérito? ¿Acaso las poblaciones directa o indirectamente afectadas por las políticas del Banco Mundial o los tradicionales dueños del poder, ya sean brasileños, estadounidenses o europeos, todos de la misma escuela neoliberal? La cuestión central no es de dónde vienen los que están en el poder, ni su capacidad de ocultar a los beneficiarios de su nepotismo, sino la lógica que orienta políticamente a la institución. Es esa orientación la que tiene un impacto directo sobre la estructura de poder y el modelo de desarrollo en el cual se basa el Banco para realizar sus préstamos.
Claro que tener a Paul Wolfowitz -o a cualquier Wolf-algo- en el poder de un banco de fomento debe ser cuestionado, no sólo por la cuestión ética derivada del nepotismo, sino por ser uno de los arquitectos de la invasión a Irak y defensor de la implementación de políticas neoliberales que han sido responsables por la muerte de millones de personas en todo el mundo. Pero Robert Zoellick -ex representante de Comercio de Estados Unidos- no puede ser considerado un anti Wolfowitz como lo presenta la prensa, solo porque aún no fue descubierto con sus medias rotas o lamiendo su peine antes de pasárselo por el cabello en directo para las cámaras. (En medio del escándalo de nepotismo, la prensa brasileña publicó en mayo fotos de Wolfowitz en una mezquita de Estambul usando medias rotas. El cineasta Michael Moore mostró a Wolfowitz, en su película Fahrenheit 9/11, lamiendo su peine, pasándoselo por el cabello y riendo antes de dar una entrevista sobre la invasión a Afganistán y a Irak.)
Al igual que Wolfowitz, el actual candidato de George W. Bush va a presidir una institución que, valiéndose de condicionalidades moralistas -ya que consideran saber qué es mejor para el mundo- y con seguridad inmorales de los préstamos, promueve los intereses del capitalismo de la grandes multinacionales, la privatización de los servicios públicos, la reducción del Estado, el fin de la soberanía nacional, y se aprovecha de las deudas externas ilegítimas -que fue responsable por generar- como instrumento de control. Esas son las políticas que aumentan la pobreza, la desigualdad y la exclusión, que promueven la privatización de la vida y que contribuyen de forma asombrosa con una de las mayores y más inminentes pesadillas de la naturaleza y la humanidad: el calentamiento global. Y ese fracaso del Banco Mundial para cumplir con su objetivo de «ayudar a las personas y a los países más pobres» (Grupo Banco Mundial, Sobre el Banco Mundial) -una fachada para sus verdaderos intereses- no puede ser comprobado solo por los conocidos críticos de la institución como las ONG, los movimientos sociales y algunos académicos. El propio Grupo de Evalución Independiente del Banco Mundial concluyó que entre 1995 y 2005 solo uno de cada diez países prestatarios presentaron un crecimiento sostenido. En cuanto a los otros nueve, o quedan estancados o caen en una pobreza aun mayor (Grupo Banco Mundial, Annual Review of Development Effectiveness 2006 – Getting Results.)
Todo ese control continúa teniendo lugar hasta en países que ya no necesitan de los recursos financieros del Banco Mundial, como Brasil. En 2006 el Banco Mundial desembolsó 2.200 millones de dólares, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) 1.500 millones (Ministerio de Planeamiento, Flujo Financiero Banco Mundial y BID) y el BNDES 26.000 millones. La diferencia es alarmante. Entonces, ¿para qué? El Banco Mundial considera que su presencia es importante para Brasil por su «poder de convocatoria», ¡atrae a otros socios! ¿Será realmente eso o se trata de otra excusa para intentar superar el hecho de que ya no logra justificar su existencia? Si Venezuela y Ecuador pueden seguir adelante sin el Banco Mundial, ¿por qué Brasil no puede hacerlo? ¡Porque el gobierno no quiere! En lugar de seguir perdiendo el tiempo con discusiones en torno a la presidencia de un banco política, financiera y, además de todo, éticamente fracasado, Brasil debería preocuparse por promover cambios radicales en el BNDES, que está siguiendo el mismo camino que el Banco Mundial en términos de modelo de fomento del desarrollo. Después de más de sesenta años de Banco Mundial y de FMI, ya es hora de decir que la reforma de esas instituciones no resulta posible. ¡Es preciso construir alternativas! Alternativas que promuevan la implementación de los derechos económicos, culturales y socioambientales, donde todos tengan el mismo derecho y poder, y que sean gobernadas por los propios países para no terminar construyendo máquinas gigantescas con salarios irreales que sustituyan al Estado, donde sus dirigentes y funcionarios sean responsables ante la justicia y no tengan inmunidad, que paguen impuestos, donde toda la información y los archivos sean de dominio público y su objetivo sea superar las asimetrías en lugar de incrementarlas. Es decir, alternativas del pueblo y para el pueblo. ¡Todo eso que el Banco Mundial no hace!