Lo dijo en estos días algo así como el decimosexto secretario adjunto suplente accidental del Departamento de Estado. Delenda est œconomia venezuelensis, dijo. O algo así. Eso en un jerarca gringo no llama la atención de nadie, pero en un burgués criollo es patético porque se trata de poner en peligro su propio patrimonio, acaparando […]
Lo dijo en estos días algo así como el decimosexto secretario adjunto suplente accidental del Departamento de Estado. Delenda est œconomia venezuelensis, dijo. O algo así.
Eso en un jerarca gringo no llama la atención de nadie, pero en un burgués criollo es patético porque se trata de poner en peligro su propio patrimonio, acaparando azúcar, carne, poniendo por las nubes los precios de la vivienda, encareciendo el dólar que su empresa necesita tanto como su organismo pide oxígeno.
Claro, hay que entender: se trata de una burguesía que solo tuvo que desarrollar habilidades como el cabildeo para conseguir contratos jugosos con el gobierno, préstamos blandos del gobierno, licencias de importación del gobierno, impunidad fiscal del gobierno, todo del gobierno. Sin competir, sin jugársela en el mercado al que alaban como un dios, sin ser capitalistas sino cómodos rentistas a quienes bastaba salir con el presidente de la República en las páginas sociales para ponerse en la buena.
Cuentan que un compadre pidió al Benemérito general Juan Vicente Gómez que le metiera la mano. Gómez le dio una entrada para la corrida del domingo, en palco de sol. Entre un toro y otro, Gómez lo mandó a llamar. El hombre atravesó el ruedo delante de todo el mundo y Gómez lo sentó a su lado. Al rato el compadre, impaciente, preguntó al dictador:
-Entonces, compadre, ¿no me va a ayudar?
-¿Y qué mas ayuda quiere, ala?
Así operaba esta economía, con las excepciones honrosas de siempre. El problema es que lo que en el capitalismo debiera ser regla, en Venezuela es excepción, pues este es un país más feudal que capitalista. Por eso la empresa privada entrega servicios caros y pésimos, cajeros automáticos que no funcionan, latas de leche llenas de aire, pilas descargadas, bombillos que duran 24 horas y demás chatarra.
Ahora, como con el gobierno no pueden hacer lo que Marcel Granier hizo con Jaime Lusinchi, pues quieren tumbarlo. Hicieron aquel soñado 11 de abril de 2002, el Paro Patronal, la Guarimba, los paramilitares, resistencia heroica en restaurantes y hoteles cinco estrellas, firmas clonadas, sicariato contra dirigentes populares, maniobra ucraniana, separatismo zuliano, flota amenazante en Aruba, todo enmarcado en la más feroz guerra mediática que se conoce, desde Salvador Allende para acá. Ahora, como dice una caricatura de Peli en la revista Question, solo les queda llamar a María, o sea, inmolar sus empresas una vez más será, digo yo. Recibieron la orden de destruir la economía y harán como en el Paro Patronal, que fue cuando duplicaron desempleo, dispararon inflación y probablemente hicieron perder a la república más dólares que los que malgastó Carlos Andrés Pérez en su primer desgobierno, sin contar la devastación del país. Esta mala gente se alegra con cada derrumbe, cada inundación, con cada plaga que amenace al país.
Volverán a perder, obvio, porque si ganan pierden, pero pregunto de nuevo: ¿cuánto nos va a costar?