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«¿Y ahora qué hacemos?»

Fuentes: Rebelión

«¿Y ahora qué hacemos?» se ha convertido en la pregunta más repetida por los compañeros y camaradas de la Revolución ante el delicado escenario que se dibuja en torno a la salud del presidente Chávez. En algunas de nuestras caras se nota una expresión de preocupación y desasosiego, incluso de orfandad, cuando imaginamos un futuro […]

«¿Y ahora qué hacemos?» se ha convertido en la pregunta más repetida por los compañeros y camaradas de la Revolución ante el delicado escenario que se dibuja en torno a la salud del presidente Chávez. En algunas de nuestras caras se nota una expresión de preocupación y desasosiego, incluso de orfandad, cuando imaginamos un futuro sin el Comandante en la presidencia. Este gesto puede llegar a ser mucho más acentuado entre quienes, por razones de edad, hemos sufrido, disfrutado y luchado por nuestra Revolución Bolivariana durante más de la mitad de nuestras vidas.

Para nosotros, cercanos ya a los treinta años, no sólo es difícil imaginar un Gobierno sin Chávez, sino también -y quizás mucho más peligroso y perverso- se nos hace en extremo complicado deshacer los nudos tejidos entre la Revolución Bolivariana y el Estado venezolano. Esa históricamente extraña y casi «contranatura» comodidad de hacer Revolución desde las oficinas gubernamentales se ha hecho una costumbre entre nosotros. El Estado y su estructura gubernamental se han convertido en el espacio natural para avalar nuestro compromiso revolucionario; o dicho de otra forma, la Revolución parece constatarse, ejercitarse y concretarse únicamente en el desempeño y ocupación de un cargo público.

Usted me dirá, y con toda razón, que para lograr las transformaciones alcanzadas durante los últimos 14 años era necesario obtener el control sobre el Estado venezolano; sin embargo, ello es tan cierto como que la Revolución se ha hecho camino a pesar del Estado burgués que aun nos acompaña. Esto significa que el control sobre el Estado ha operado más como un movimiento de contención que como un movimiento de transformación, es decir, el mayor éxito de la Revolución Bolivariana ha sido impedir la reproducción y fortalecimiento de aquel Estado represor, mientras paralelamente diagrama y construye la nueva geometría del poder a la que apostábamos con la Reforma Constitucional. Si revisamos un poco, encontraremos que los mayores éxitos de la gestión gubernamental han sido ejecutados y dirigidos al margen de la estructura formal del Estado burgués, amparados, claro está, en la política de Independencia y Soberanía que garantiza los recursos para estos programas. Pero más importante aún, el movimiento de contención ha permitido la emergencia y anclaje, simbólico y real, del otrora abstracto concepto de Poder Popular, a partir de una multiplicidad de experiencias que se traducen en la construcción, organización y articulación de un pueblo en torno a un proyecto de vida común, esencialmente diferente al proyecto inmunitario/fragmentario de la modernidad.

De modo que, para la Revolución Bolivariana, ha resultado estratégico el control del Estado: en primer lugar, como limitación de la reproducción del modelo burgués de Estado, esto es, como acto de resistencia; y en segundo lugar, mucho más importante, como condición de posibilidad para la emergencia de experiencias liberadoras. Estas últimas, es necesario aclarar, no se corresponden con las actividades del Estado sino con un dispositivo de empoderamiento y re-politización que la Revolución ha desplegado con un horizonte de sentido muy claro: participación protagónica y autogobierno del pueblo. Ello significa que, tarde o temprano, las lógicas instaladas por la Revolución deben entrar en conflicto antagónico con la organización del poder burgués.

Se hace evidente, así, que la tarea esencialmente revolucionaria -esto es, de transformación de las formas de relación social y superación del capitalismo- no se encuentran en la gestión de gobierno ni mucho menos en la captura de todos los espacios de poder institucional. Cometeríamos un costoso error estratégico si confundimos los medios con nuestros fines, o los actos de resistencia con los actos de revolución/transformación. Por paradójico que parezca, la Revolución asume estos espacios de poder institucionalizados/legitimados con la irrevocable tarea de tensionarlos y forzarlos a transformarse o desaparecer, por la simple razón de que sus lógicas son contrarias al horizonte de sentido construido por la Revolución.

De esta forma, la hegemonía que la Revolución Bolivariana reclama y aspira no tiene el sentido de control/dominación sobre todos los espacios de poder institucionales, por el contrario, se expresa en la subordinación de todas estas instancias al poder popular, esto es, como programáticamente instruyó Chávez: el poder obedencial; empero, más allá, significa la constitución de nuevas sensibilidades, la producción de nuevos sentidos para la vida, lo cual se traduce en una hegemonía de carácter cultural. El ejercicio del Poder Popular solo es posible ahí donde la delegación del poder, es decir, el modelo representativo de sociedad, es socavado culturalmente a través de la emergencia de nuevas prácticas constitutivas. Dicho en términos cotidianos, ahí donde el dispositivo representacional hace aparecer los problemas comunes (recolección y manejo de la basura, delincuencia, huecos de la calle, etc.) como propiedad exclusiva de la acción gubernamental, la Revolución está obligada a desplegar dispositivos de empoderamiento y repolitización que hagan aparecer tales problemas como ámbitos de acción/resolución colectiva y popular (un ejemplo de ello han sido las mesas técnicas de agua). Todo ello tiene como resultado la emergencia de un sujeto de transformación social, crítico, consciente, activo, movilizado y organizado.

Pero, «¿y qué hacemos ahora?», nos insisten. El Comandante Chávez ha logrado dibujar con finos trazos una cierta genealogía de la Revolución Bolivariana, de forma tal que hoy reconocemos que este proceso no comenzó el 2 de febrero de 1999, y ni siquiera el 27 de febrero de 1989. Si se trata de la continuación de la gesta independista, tenemos que remitirnos a 1810, pero resulta que ella es producto de una serie de circunstancias que le anteceden. De forma tal que la Revolución Bolivariana es heredera de una historia de luchas de resistencia y revolución que ha tenido triunfos y derrotas, pero que nos han traído aquí, a 2013, con la gran tarea de continuar abriendo las alamedas. El sacrificio, esfuerzo y dedicación incalculables que el Comandante Chávez ha puesto al servicio de la Revolución Bolivariana -que valga decir, es una Revolución Internacionalista- han logrado modificar las correlaciones de fuerza nacionales e internacionales, y nos tiene hoy, sin duda, en el momento histórico más importante para la concreción de transformaciones esenciales al sistema-mundo dominante.

Sea como sea, la utopía que hoy nos mueve, se mantendrá, parafraseando a Galeano, siempre a la misma distancia, pues ella también tendrá que actualizarse y moverse con nosotros. No es un secreto que el Comandante Chávez, ya sea hoy (2013), mañana (2019) o pasado (2050), no podrá seguir acompañando el proceso que tan valientemente ha liderado; empero, si algo ha tenido claridad en el discurso y la práctica de nuestra Revolución, es la cualidad imperativamente colectiva de la dirección y la noción de proceso histórico transgeneracional. Ambos elementos acuden a recordarnos que actualmente el sustantivo «Chávez» se ha diseminado y que, desde hace mucho, ha dejado de hacer referencia a un cuerpo, a una persona, para convertirse en millones, en millones articulados en torno a un proyecto de vida, un proyecto de mundo que, me atrevo a decir, desborda incluso su propio obrar.

Sin duda alguna, ese desbordamiento del sentido «Chávez», debe servir como contención para cualquier intento reaccionario de la derecha servil. Pero ello no garantiza, de forma alguna, que la Revolución siga ocupando los espacios de poder del Estado venezolano. A la pregunta «¿Y qué hacemos ahora?», debe responderse con mayor compromiso, unidad y lealtad revolucionaria, pero manteniendo claros los objetivos históricos del proceso. Si el escenario electoral vislumbrado por el Presidente llega a consolidarse, será necesario reconocer lo que está en juego, pues la derecha jamás perdonará ni olvidará, de ello hay muchas muestras. No son tiempos de duda, pues es un proyecto histórico, y no una gestión de gobierno, lo que está sobre la mesa. Sin embargo, la situación actual nos obliga a olvidarnos de aquella comodidad revolucionaria que nos ha aturdido y que ha ralentizado el proceso, para dar paso a nuevas formas y métodos de lucha. Con el Estado o sin él, nosotros, los millones de «Chávez», estamos llamados a seguir activos, movilizados, desplegados y en batalla permanente contra todas las formas de dominación. El Comandante, gracias a su ingenio, nos ha puesto en una inmejorable posición táctica y estratégica. No la podemos desaprovechar. Mientras tanto, camarada, compañero, Comandante, Presidente, recupere su salud, regrese pronto y descanse: ¡No le fallaremos ni a usted, ni a los millones de Chávez de esta Tierra!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.