Este libro es una síntesis en torno a un tema atractivo, y despliega mucha información.
Juan Pablo Fusi
La patria lejana: El nacionalismo en el siglo XX
Barcelona, Taurus, 2016.
387 páginas
No es fácil saltar entre coyunturas, regiones y países diferentes y aportar elementos de análisis y no sólo el relato más o menos puntualizado de los hechos. Y ha logrado desarrollarlo en algo más de 300 páginas, un recorrido que se puede considerar breve a la luz de los enormes “ladrillos” que suelen producirse hoy.
Escrito esto, es indispensable señalar que el conjunto de la obra denota que Fusi es un exponente de la «corriente principal» sobre este tema, tanto en la perspectiva histórica como política. Y que no parece interesarle el cuestionamiento en profundidad de los presupuestos de los grandes poderes mundiales. Y su manejo de la concepción de nación y los distintos modos de nacionalismos que se han desenvuelto desde el siglo XIX.
Con los privilegiados de la tierra.
El autor no establece una división tajante entre el nacionalismo expansionista, con propensión imperialista y colonizadora y aquellos nacionalismos que apuntan a la autoemancipación de los pueblos.
Sí diferencia entre distintas modalidades de nacionalismo que tuvieron su cuna y su despliegue en el territorio europeo, con las especificidades de la vertiente de Europa occidental y la que predominó en el centro y el este de ese continente.
Al ocuparse de los fascismos no sobrepasa el abordaje de sus aspectos irracionales y “antimodernos”, sin poner énfasis en el raigal aspecto contrarrevolucionario y anticomunista que explica parte sustancial de su destino histórico.
Coincide el historiador con la tan difundida mirada que exonera al sistema capitalista como tal (y a la política internacional de las “democracias”) en el surgimiento, auge y desenvolvimiento bélico de los regímenes reaccionarios europeos.
Se ocupa asimismo del “despertar nacional” en Asia y África y eso lo lleva a enfocar los movimientos anticoloniales, pero sin hacer centro en la contraposición con la concepción de nación que ponían en juego las metrópolis, para sostener y legitimar el sometimiento de las áreas coloniales.
Mención aparte merece su examen del proceso de descolonización. No respalda los peores abusos del colonialismo en defensa de las posiciones antes conquistadas, como por ejemplo las atrocidades del Estado francés en Argelia. Pero no vacila en rescatar el impulso «modernizante», los aportes en infraestructura, los avances en salud y educación que el poder colonial produjo.
Bordea la conclusión de que las sociedades colonizadas serían aún más “atrasadas” si el “hombre blanco” no hubiera ocupado sus territorios y explotado sus recursos.
En cuanto a la alineación del profesor español con los grandes poderes mundiales, se manifiesta en particular cuando incursiona en el lapso posterior a la segunda guerra mundial. Se muestra como un pronorteamericano e incluso «atlantista» durante la “guerra fría”.
Y terminada ésta se refugia en una no tan sutil apología de la Unión Europea y sus «logros» en materia de política internacional, atribuyendo una estatura casi épica a algunos de los altos burócratas que dirigieron los organismos europeos. Esta mirada, entre otras cosas, es una forma de continuar en el apoyo a la política de EE.UU a escala global.
Para Fusi, el capitalismo realmente existente tiene sus innegables manchas, pero no ha dejado de ser un camino hacia el progreso de la humanidad. Y. como tantos otros, califica como “totalitarias” o al menos “autoritarias” a todas las tentativas de apartarse en alguna medida de la avasalladora lógica del capital.
Cuando trata de las guerras desatadas por pujas nacionalistas de cuño reciente, como las que asolaron a la ex Yugoeslavia, señala críticas a los bombardeos ordenados por las grandes potencias, pero no descalifica la acción intervencionista como tal. Sin llevarlo como bandera, parece adherir a la idea de que la OTAN es un organismo militar orientado sobre todo a la preservación de la paz mundial.
Poco se aproxima a la valoración de las potencias del Norte mundial como entidades imperialistas que encuentran una fuente principal de recursos y de negocios en los países del Sur, tanto los que mantenían status colonial como aquellos que accedieron a la independencia.
Europa y EE.UU son ante todo “las grandes democracias”, y esa condición democrática no es puesta en duda por sus políticas de disciplinamiento económico, político y militar hacia el resto del mundo.
Cuando le toca examinar la etapa de las políticas neoliberales, tiende a diluirlas en tanto serían compatibles con el aumento del nivel de vida y el apogeo del consumo. Sus efectos destructivos sobre el nivel de vida y las condiciones de trabajo los sobrevuela sin prestarles mayor atención.
Su ímpetu destructor de la naturaleza tampoco le merece excesivas observaciones. Y no hace hincapié en los intereses del gran capital, que incrementaron sus ganancias a un nivel sideral merced a las “reformas” propiciadas por los organismos internacionales.
No al antiimperialismo, si al “antiterrorismo”.
En la misma línea se puede valorar su tratamiento del conflicto de Medio Oriente: Los palestinos son para él «terroristas». Al Estado de Israel se le hacen críticas, en particular a sus mayores actos de barbarie, pero siempre desde un barniz de reconocimiento de «política de defensa» que avala al accionar israelí. Puede haber brutalidad, incluso extrema, sin perder su carácter de “respuesta” frente a la agresión palestina o de países árabes circundantes.
Algo similar ocurre al evaluar las acciones de ETA (incluso en vida de Francisco Franco) y el IRA. No condena al afianzamiento de estos nacionalismos como tales, pero sí es muy mordaz con «el camino de la violencia», sin entrar a fondo en las responsabilidades de los dueños del poder en que esos procesos hayan tomado la vía de la confrontación armada.
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Fusi escribe con claridad y sabe hacer ameno el tratamiento de sus temas. Sin duda sus rasgos intelectuales son los de un competente catedrático de universidades del Estado español. Que ocupó asimismo cargos relevantes en la administración cultural hispánica, siendo que dirigió la Biblioteca Nacional de su país.
Pero en cuanto a su enfoque, se recuesta bastante en el saber convencional. El mismo que se resiente de un “eurocentrismo” sin muchos tapujos. Con riesgo de deslizarse en una fundamentación, mejor argumentada, de los puntos de vista que difunden los canales internacionales de noticias.
Si se pretende acceder a una visión panorámica de lo que es el pensamiento hegemónico sobre el nacionalismo y su itinerario histórico en el siglo pasado, esta es una lectura válida. El pensamiento crítico con las grandes potencias y no eurocéntrico, habrá que buscarlo en otros trabajos y autores.
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