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Estreno de "Las llaves de casa"

…Y mañana, y pasado, y el otro

Fuentes: Rebelión

 A Mireia Sandro Petraglia y Stefano Rulli son desde 1977 dos de los guionistas más encumbrados de Italia. Son los autores de casi cincuenta largometrajes, entre los cuales están los de Marco Bellocchio, Nani Moretti, la serie televisiva La Piovra (a partir de la tercera serie, 1986-1994), Peter del Monte, Danielle Lucchetti, Marco Risi, Wilma […]

 A Mireia

Sandro Petraglia y Stefano Rulli son desde 1977 dos de los guionistas más encumbrados de Italia. Son los autores de casi cincuenta largometrajes, entre los cuales están los de Marco Bellocchio, Nani Moretti, la serie televisiva La Piovra (a partir de la tercera serie, 1986-1994), Peter del Monte, Danielle Lucchetti, Marco Risi, Wilma Labate, Gianni Amelio, los hermanos Taviani, Carlo Mazzacurati, y Franco Rosi. Los años noventa del cine italiano tendrían un rostro distinto de no haber sido por ellos. De su argumento basado en un viaje, sólo quedan vestigios en Las llaves de casa (Le chiavi di casa, 2004) de Gianni Amelio. El viaje arquetípico queda reducido a su mínima expresión: un tren que nos introduce en la historia, y una viaje en coche que nos conduce directamente al final de las reflexiones del personaje de Charlote Rampling, que pesa sobre la película hasta convertirse en su fantasma.

Esta es una obra ceñida a lo más esencial: los guionistas han depurado la obra hasta dejarla sólo en lo que la historia puede decir y lo que a Gianni Amelio le interesa decir. Lo que puede decir y lo que interesa decir sobre el hecho de tener un deficiente mental a su cargo y la ambivalente actitud que esto provoca. No sabemos nada de Paolo y su padre Gianni, salvo que no viven juntos. Es la cámara la que, siguiendólos, irá construyendo la historia de rechazo en pasado, mientras muestra el nacimiento de algo distinto y doloroso.

Padre e hijo son en realidad funciones de alguien externo a su historia. Aquí aparece un tercer personaje, al que Gianni Amelio se refiere justamente como el «personaje central». Charlotte Rampling es una especie de personaje de anticipación, un ser que ya ha pasado por todo lo que habrán de pasar los demás. Por lo demás, no es infrecuente hallar alguien así en los hospitales especializados. Hay un plano emblemático: Kim Rossi Stuart de espaldas, a la izquierda del plano, y Charlotte Rampling de cara, a la derecha. Suena el teléfono portátil, y ella se levanta para atenderlo. La cámara permanece inmóvil, y en la extraña sensación que se genera ante su ausencia, queda claro quien es el personaje que habla, el que dice su dolor, el que prefigura el mañana que le espera al otro. A lo largo de la película, Charlotte Rampling no dice ni una palabra de más, pero tampoco de menos. Está ahí, y queda en la memoria.

Las llaves de casa no es una película optimista, pero tampoco lo contrario. Es otra cosa: es una película que no pretende engañar, que pretende transmitir una reflexión de modo claro y circunstanciado. Esto es lo que hará que la recordemos durante mucho tiempo, su motivo y su mensaje. Cuando el cine aborda un tema así, es evidente que en la calle hay mucha gente que se debate ante ese problema cotidiano y doloroso.

En esto, como en casi todo, la llamada de atención vino del cine de extremo oriente, del cine coreano y en particular del director -y ministro de cultura, dicho sea de paso- Lee Chang-dong y su obra maestra O-Ah-Si-Su [Oasis, 2002] -para vergüenza de las distribuidoras, nunca estrenada aquí-, que constituye una durísima visión de la cultura del éxito de los de abajo y de un nuevo tipo de marginados: los discapacitados psíquicos y físicos, condenados a la oscuridad. La película de Amelio no es la primera, pero no será la última.