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¿Es soluble el islamismo en el zapatismo? ¡Musulmanes, esforzaos por llegar a ser zapatistas!

¿Y si el subcomandante Marcos fuese la encarnación del Mehdi?

Fuentes: Quibla

Traducido del francés para Rebelión y Tlaxcala por Manuel Talens; ilustración de Juan Kalvellido

En 1994, al responder a la pregunta «¿Es usted católico?» que le hicieron durante una de sus primeras entrevistas en la prensa mexicana, el subcomandante insurgente Marcos, jefe militar y portavoz del Ejército zapatista de liberación nacional (EZLN), declaró: «No responderé a esa pregunta. Si le dijese que soy musulmán, usted escribiría que somos islamistas». En aquella época, poco tiempo después de que los zapatistas hubiesen aparecido a plena luz en Chiapas con el golpe de efecto que fue la ocupación simultánea y por sorpresa de una docena de ciudades al amanecer del 1 de enero de 1994, un grupo de musulmanes les propusieron convertirse en masa al Islam. Los zapatistas, tras consultar a sus bases, declinaron cortésmente la oferta, que provenía de un grupo de conversos españoles al Islam, los morabitos [1], fundados por un británico que se convirtió al Islam durante un viaje a Marruecos. A partir de entonces, cerca de trescientos indios, principalmente de los tzotziles, se convirtieron al Islam en Chiapas. Construyeron una pequeña mezquita en un campo de maíz de los alrededores de San Cristóbal de Las Casas y abrieron en esa ciudad una pizzería halal. Para buena parte de los conversos, aquella no fue su primera conversión, pues antes se habían convertido al protestantismo, lo cual causó conflictos en los pueblos, pues los caciques católicos los perseguían y los forzaban a abandonar sus casas para exiliarse a la periferia de las grandes ciudades del Estado de Chiapas.

 

Los indios y la Iglesia católica

 

El alejamiento de los indios de la Iglesia católica no es algo nuevo. Mientras que la jerarquía católica mexicana ha tolerado tradicionalmente las aportaciones indias a los ritos religiosos -la más espectacular de todas ellas es la Virgen negra de Guadalupe-, siempre desconfió de la teología de la liberación iniciada por el Cónclave de Medellín (Colombia) en los años sesenta, de la que los representantes más ilustres fueron el sacerdote guerrillero colombiano Camilo Torres; el sacerdote brasileño Leonardo Boff; el obispo de los pobres Dom Helder Camara, también brasileño, y el jesuita nicaragüense Ernesto Cardenal, quien fue ministro sandinista y objeto de una reprimenda pública por parte de Juan Pablo II durante su histórica visita a Nicaragua.

En México, la revolución de 1910 estuvo muy influenciada por el positivismo y la masonería, y el anticlericalismo nacido del régimen de aquella revolución provocó una rebelión de campesinos católicos «reaccionarios», dirigidos por curas guerrilleros, los cristeros, que duró varios años en los la década de los treinta. Cuando en 1914 los soldados campesinos indios y mestizos del Ejército de Liberación del Sur entraron en México a las órdenes de Emiliano Zapata vestidos de blanco y con una imagen de la Virgen a la cabeza, los habitantes de la capital vacilaron entre las risitas sarcásticas y el miedo.

En el propio Chiapas, el obispo Samuel Ruiz fue fundamental para el despertar de las conciencias que dio lugar a la creación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Samuel Ruiz, sin ser propiamente un adepto a la teología de la liberación, supo prestar oídos a las poblaciones indias mayoritarias de Chiapas. Los catequistas formados en los años sesenta y setenta desempeñaron un importante papel en la educación de las poblaciones, comparable al del madrazas [2] en los países musulmanes sumidos en la esquizofrenia de la kemalización [3], como Turquía o Paquistán.

 

Un funcionamiento muy islámico

 

¿Qué pinta el Islam en todo esto, dirán algunos? Si se piensa bien, el Islam no debería ser algo tan extraño para la cultura mexicana, que es sincrética. Las raíces arabigoandaluzas son profundas en una de las «tres culturas» que constituyen el substrato mexicano, la española (las otras dos son la azteca y la maya). Hubo un barrio en el sector antiguo de la ciudad de México en donde vivían los marranos -musulmanes convertidos al catolicismo-, quienes para demostrar que eran buenos católicos asaban carne al espetón y comían puerco en la calle, a la vista de todos, incluso si todo el mundo sabe que buena parte de los marranos, ya fuesen de origen musulmán como judío, continuaron practicando en secreto los ritos de su religión original.

Otro rasgo mucho más fundamental que comparten las sociedades indias de México y las sociedades musulmanas, sean árabes, beréberes o incluso afganas, es el proceso colectivo de toma de decisiones.

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional está organizado según el principio de la democracia directa. Las asambleas de poblados de base discuten hasta alcanzar un consenso en todo tipo de cuestiones relativas a la organización de la lucha política y militar y, en términos más generales, de la vida colectiva. Contrariamente a los sistemas de democracia representativa, no existen las votaciones tras las que la minoría se somete a la mayoría. La ventaja de este sistema es evidente: el consenso se alcanza mediante un compromiso entre todos los puntos de vista y todas las proposiciones. Una vez tomada la decisión, se aprueba y todos los miembros se preocupan de cumplirla.

Los sistemas musulmanes tradicionales funcionan según este mismo principio, la denominada choura, que suele traducirse por consulta, pero que también hacerse por concertación consensual. La práctica de la choura, que ha conocido numerosas vicisitudes, fue durante mucho tiempo habitual tanto en el jamaat de la Cabilia argelina como en la Loya Jirga afgana. El Majlis Ach Choura del Frente Islámico de Salvación argelino (FIS) quería inspirarse en la asamblea consultiva de los compañeros del Profeta en Medina. Pero este Majlis argelino estaba lejos de ser un ejemplo de democracia directa, ya que se parecía más a un parlamento autoproclamado en el que predominaban dos grandes corrientes y, además, estaba fuertemente infiltrado por los servicios de inteligencia del régimen. Así, cuando tuvo lugar el gran debate que opuso a las dos tendencias principales del FIS -los jezairistas, dirigidos por Abdelkader Hachani, y los salafistas, al mando de Abassi Madani- a propósito de si debían participar o no en las elecciones legislativas de diciembre de 1991, el debate se convirtió en un enfrentamiento interno, sin ningún tipo de consulta a las bases del FIS. El resultado fue que los infelices fisistas cayeron en la trampa que les había tendido el régimen militar y sus servicios y, tras haber ganado la primera vuelta de las elecciones, se vieron internados en el Sahara y luego asesinados o, en el mejor de los casos, exiliados a los cuatro rincones del planeta.

Otro ejemplo más reciente de esta práctica lo aportó el periodista francés Alexandre Jordanov tras haber sido hecho prisionero por la resistencia iraquí en 2004, cuando contó que en cinco días había sido pasado por las manos de ocho grupos diferentes. En cada uno de ellos lo sometieron al mismo tratamiento: instalado en medio de una asamblea de combatientes, los había escuchado discutir a todos diversas opciones: ejecución inmediata, petición de rescate, reivindicaciones políticas o liberación. En su caso -para su tranquilidad- fue esta última opción la que prevaleció.

Pero podemos comprobar que, en el mundo musulmán actual -o que supuestamente lo es-, la democracia directa tal como reinó en Medina en tiempos del Profeta o como la que se practica hoy en Chiapas es prácticamente inexistente, ya sea porque sus formas tradicionales desaparecieron o porque han renacido de manera artificial para sufrir manipulaciones por parte de tiranos u ocupantes, como sucede en la Cabilia con los archs o en Afganistán con la Loya Jirga. Sin embargo, en la cultura, en la vida diaria y en las tradiciones de la población musulmana quedan hermosos restos sobre los cuales debería apoyarse todo movimiento auténtico de liberación.

Tomemos el ejemplo palestino: los dirigentes nacionalistas laicos de la OLP eligieron las negociaciones secretas con el ocupante sionista para los Acuerdos de Oslo y el asunto terminó en tragedia. El pueblo palestino se vio de pronto enfrentado a hechos consumados y rechazó unos acuerdos que pretendían encerrarlo en una jaula, pero los dirigentes palestinos no supieron sacar las conclusiones del rechazo y por eso hoy se ven atrapados en la trampa del sistema imperial, enredados en un simulacro de Estado democrático liberal sin ningún poder [4]. Pero la población palestina consta de hombres, mujeres y niños que viven en sólidas estructuras familiares y de clan, las cuales han permitido que este pueblo resista y sobreviva a más de cincuenta años de despojo y opresión. Cada familia palestina es un miniparlamento donde se reencuentran todas las sensibilidades políticas, desde yihadistas a comunistas, pasando por liberales y nacionalistas laicos. Es en dicha tangible realidad donde habría podido apoyarse el movimiento palestino de liberación para desarrollar una democracia directa auténtica, original y eficaz.

Las alusiones a la choura son raras en el Corán. Hay sólo dos y no precisan las modalidades prácticas de esta consulta con vistas a una concertación.

De Marruecos a Indonesia, los musulmanes enamorados de libertad, de justicia y de democracia están hoy a la búsqueda de la «fórmula milagrosa» para derribar a los tiranos y a los sistemas que los oprimen y reprimen. La búsqueda de respuestas a sus preguntas sobre el pasado glorioso de la Umma [5] se topa con la ignorancia y con todo tipo de manipulaciones y cuentos de niños, pero también con un límite natural: hoy vivimos a la hora de una sociedad globalizada y los seis mil millones y medio de seres humanos se plantean los mismos problemas. Cada musulmán libre y activo puede -y debe- estudiar las experiencias de los movimientos de liberación de otras áreas culturales distintas de la musulmana. Podrá así encontrar respuestas que le ayudarán a salir del callejón sin salida en el que están encerrados los musulmanes por lo menos desde el 11 de septiembre de 2001, un callejón sin salida que podríamos denominar la «yihad manipulada».

A mi parecer, la experiencia más rica de enseñanzas es la de los zapatistas mexicanos, que se inició en 1983. Esta experiencia, que ya va camino de los veintitrés años, es la respuesta más original de una comunidad humana frente a los efectos devastadores de la globalización capitalista y tiene lugar en los márgenes del patio trasero del centro geográfico del Imperio yanqui.

 

Mandar obedeciendo

 

Pero procedamos en primer lugar a un flash-back histórico. La aventura zapatista -de hecho, habría que llamarla «neozapatista»- empezó en 1983 cuando seis militantes «blancos» urbanos, supervivientes de un grupo de guerrilla urbana de matriz marxista-leninista, se refugiaron en Chiapas, estado lejano y marginado del sudeste mexicano. Chiapas es enormemente rico en recursos naturales -abastece una buena parte del agua potable que consumen los veinte millones de habitantes de la capital de México-, pero su población es pobre: a mediados de los ochenta un niño de cada dos moría allí antes de los cinco años.

Chiapas perteneció a Guatemala desde la conquista española y sólo se incorporó a México en el siglo XIX. Su población india, de cultura maya, consta principalmente de tzotzilos, tzeltales, tojolabales, cholos y chamulas. De los lacandones, la población original y casi mítica que dio su nombre a la selva lacandona, sólo quedan unas trescientas personas afectadas de taras debidas a la endogamia. Estos indios de Chiapas resistieron a los conquistadores durante más tiempo que en otros lugares, ya que las últimas guerras indias tuvieron allí lugar a finales del siglo XIX. En el imaginario de la generación de 1968, Chiapas desempeñó el papel de una nueva frontera y más de un hippy de la capital soñó con instalarse allí para evitar la locura y el estrés metropolitanos. Numerosos grupos izquierdistas enviaron «misioneros» sin lograr «convertir» a la población a sus ideas revolucionarias, pero en cambio la acostumbraron a escuchar discursos extravagantes y a leer las octavillas más surrealistas, maoístas, trotskistas y otras del mismo pelaje. Además, muchos habitantes de Chiapas emigraron a la capital o incluso a USA. Por último, numerosos extranjeros visitan Chiapas y algunos se han instalado allí definitivamente. La población chiapaneca es mayoritariamente india, pero abierta al mundo.

Marcos y sus cinco compañeros actuaron de forma muy distinta a la de las autoproclamadas vanguardias que supuestamente debían aportar del exterior la verdad revolucionaria a las masas: fundiéndose con la población local, se pusieron a su servicio y a su escucha. Aprendieron las lenguas, las costumbres y la visión del mundo de los indios. El gran preceptor de Marcos -quien adoptó ese nombre de combate en homenaje a un compañero muerto- no fue ni Marx ni tampoco Lenin, sino el viejo Antonio, que le transmitió todo su saber contándole historias en las veladas nocturnas. En diez años, el Ejército Zapatista se fue constituyendo poco a poco. Eran las asambleas de los poblados quienes escogían a los jóvenes aptos a integrarse en el ejército con arreglo a sus capacidades y disponibilidades. Todo hombre o mujer joven escogidos como soldados debían procurarse un arma por sus propios medios, vendiendo una vaca u otro de sus bienes. La mayoría de las armas de los zapatistas proceden de la compra a policías o militares del ejército federal.

En sentido etimológico, los indios de Chiapas son proletarios, ya que su única riqueza son los brazos de sus hijos. Al mismo tiempo, estos campesinos están integrados en la economía planetaria, ya que sus rentas dependen del precio mundial del café. La brutal caída del precio de este bien de consumo en 1992 hizo que las asambleas de los poblados decidiesen por unanimidad levantarse en armas. Considerando con razón que para entrar en guerra hace falta un mando y un jefe únicos, el Consejo clandestino revolucionario indígena del EZLN, la asamblea soberana compuesta por los comandantes y capitanes de las unidades combatientes, designados por sus bases, escogió a Marcos y lo entronizó durante una ceremonia maya llamada el «caracol», en la que se le hizo entrega de las siete insignias simbólicas del poder, a empezar por una espiga de maíz. Pero Marcos no fue nombrado general ni coronel. Escogió el cómico título de «subcomandante» para dejar bien claro que, incluso si era el jefe militar supremo, pensaba obedecer a la comunidad. Eso es lo que significa su divisa: «Mandar obedeciendo».

 

Todos para todos, nada para nosotros

 

En esto se basa la absoluta originalidad del ejército zapatista, que la distingue de todos los grupos politicomilitares pasados y presentes en América Latina, ya fuesen castroguevaristas como trotskistas, maoístas o marxistas tradicionales. A diferencia de todos esos movimientos, el EZLN no busca el poder político. Tal como dice Marcos, «somos soldados para que nunca más haya soldados». La divisa del EZLN es «todos para todos, nada para nosotros». La lucha armada del EZLN duró exactamente doce días en enero de 1994 y el mando nunca ha quebrantado el alto el fuego proclamado entonces. Siguió, por supuesto, movilizado y en armas. Tras su aparición a plena luz, cuando algunas bombas estallaron en grandes ciudades -entre ellas la capital de México- y de inmediato se las achacaron a sus simpatizantes, el EZLN declaró solemnemente: «Los aparcamientos subterráneos no son nuestros enemigos».

Desde 1994, el EZLN ha sabido resistir todas las provocaciones y ha evitado así caer en la espiral de la violencia manipulada. Al poder federal -eso que los zapatistas llaman «malgobierno»- le ha sido imposible empujar a los zapatistas hacia el mortal callejón sin salida del terrorismo. Filosóficamente, rechazan la perspectiva de un control totalitario de la sociedad, a la que se le impondría un modelo revolucionario único en nombre del «hombre nuevo». Puede afirmarse que la divisa bolchevique que buscaba hacer feliz a la humanidad con mano de hierro no les interesa.

Desde 2003, los zapatistas han creado ayuntamientos autónomos en sesenta poblados de Chiapas. Estos órganos de autogestión de la sociedad civil se denominan «caracoles de buen gobierno» y están formados por civiles, a la vez viejos y jóvenes, que tienen la edad de la revolución neozapatista. «Los soldados», dicen los zapatistas, «no deben dirigir la sociedad». Los caracoles funcionan por comisiones temáticas y organizan la vida diaria de los habitantes. No son elegidos, sino designados por las asambleas de los poblados y sus miembros pueden ser destituidos de su cargo y reemplazados en cualquier momento, en virtud de un principio que sólo se ha aplicado una vez con anterioridad en la historia del movimiento revolucionario moderno, en la Comuna de París, durante la primavera de 1870.

 

Resurrección de Gramsci

 

Si fuese necesario buscarle una filiación al movimiento zapatista en la historia del marxismo, sería necesario referirse al italiano Antonio Gramsci. Este culto intelectual sardo creó al final de la Primera Guerra Mundial el movimiento «Ordine Nuovo» (Orden Nuevo) en Turín, la capital industrial y obrera del reino de Italia. Fue el primer jefe del Partido Comunista Italiano, fundado en 1921. En el informe que presentó ante la Internacional Comunista en Moscú sobre el movimiento huelguístico de los obreros turinenses en 1920, que ocuparon sus fábricas y crearon consejos de fábrica, Gramsci intentó cortésmente explicar a los funcionarios rusos y alemanes de la Internacional -que se quedaron desconcertados y no entendieron el mensaje- que en Italia, a diferencia de otros países, no era el partido quien mandaba en las masas, sino las masas las que mandaban en el partido. Fue también Antonio Gramsci quien forjó un concepto decisivo, el del «intelectual orgánico». Contrariamente a Lenin, que inspirándose en Plekhanov veía al intelectual como un personaje exterior a la clase obrera, a la que le aportaba la «conciencia» desde arriba, Gramsci desarrolló la noción de un intelectual colectivo, totalmente integrado en las clases populares, con la que compartía su saber y sus tradiciones. Pero Gramsci no tuvo tiempo de poner en práctica sus ideas. Encarcelado bajo el régimen de Mussolini, murió en una prisión fascista. El fiscal que exigió su condena declaró en el juicio: «Hay que impedir que este hombre piense durante veinte años».

Volviendo a México, vale la pena recordar que Mussolini, ex combatiente de la Primera Guerra Mundial y antiguo socialista, debía su nombre, Benito, a Benito Juárez, líder indio de la guerra popular con la que los mexicanos se desembarazaron del austriaco Maximiliano, un «emperador» insustancial catapultado sobre el trono mexicano por Napoleón III. Si bien Benito Juárez venció militarmente al cuerpo expedicionario francés enviado para ocupar México, fue apartado del poder -que verdaderamente no le interesaba- por Porfirio Díaz, cuya dictadura «científica» duró desde 1876 a 1910 (murió en París). El destino de Benito Juárez recuerda al de Giuseppe Garibaldi, el «libertador de los dos mundos» (antes de combatir por la liberación de Italia luchó por la república de Rio Grande do Sul, en Brasil, y en la defensa de Montevideo contra las tropas del dictador argentino Rosas), y se vio apartado de la vida política tras haber logrado la unidad italiana bajo la batuta del reino de Saboya y bajo la del Primer ministro Cavour; o incluso recuerda el destino del Che Guevara, muerto trágicamente mientras intentaba reeditar la táctica de guerrillas que había tenido éxito Cuba, país que había abandonado por no sentirse cómodo como ministro signatario de los billetes de banco de la nueva República. Asimismo, podríamos evocar el destino de Emiliano Zapata, el líder histórico del Ejército de Liberación del Sur, asesinado en 1919, años después de negarse a tomar el poder en México, poder que sin duda habría debido disputar al otro gran líder popular de la Revolución, Pancho Villa, apodado el Centauro del Norte y, por sus enemigos, el «Atila de Sonora»…

 

Marcos, el bien guiado

 

El prototipo vivo y real de ese «intelectual orgánico» que Gramsci no pudo personificar es Marcos. Este hombre de menos de cincuenta años, que ha pasado veintidós en la selva, supo devolverle al pueblo, utilizando para ello los medios de comunicación modernos y posmodernos, la palabra de los mayas, los «hombres verdaderos», su voz, su visión del mundo, sus aspiraciones, y lo hizo con un lenguaje literario, humorístico y percutiente, convirtiéndose así en el enlace entre los indios marginados y la sociedad civil global. Sin duda no se debe al azar si tantos militantes italianos contra la globalización neoliberal viajan sin interrupción a Chiapas. ¿Acaso no se sienten atraídos por el personaje gramsciano aparecido entre los mayas, el fumador de pipa pleno de humor, el escritor cultivado y armado cuyo rostro permanece oculto tras un pasamontañas?

Pero ¿qué es lo quieren los zapatistas? Su revolución, está bien claro, no quiere «cambiar al hombre» para construir «el hombre nuevo» tan caro a los bolcheviques y a todos los comunistas, cuyo sueño se transformó en pesadilla desde Moscú a Pyong Yang, pasando por Pekín, Tirana, Belgrado y Bucarest. Y si bien son solidarios con el pueblo cubano, sometido al embargo usamericano desde hace más de cuarenta años, no por ello han dejado de tomar distancias con Fidel, a quien Marcos ha apodado con afectuosa ironía… ¡Schwarzenegger!

La revolución zapatista podría calificarse como «revolución conservadora» si este término no tuviese una connotación negativa, por lo menos en Europa, donde designó a la derecha nacionalista alemana de entreguerras. Los zapatistas quieren emancipar al pueblo de la miseria y de la opresión -una de las primeras reivindicaciones de las mujeres zapatistas fue «lavadoras en todos los pueblos»; el alcohol y la prostitución están prohibidos en las zonas temporalmente liberadas-, pero conservando y preservando la naturaleza de los apetitos que suscita la riqueza de Chiapas -la selva lacandona contiene importantes yacimientos de petróleo y uranio- y permitiendo que los indios ejerzan sus derechos ancestrales a la tierra practicando sus lenguas y sus culturas. Esta revolución es una etapa más del larguísimo periodo -tan caro a Fernand Braudel- de mil seiscientos años de historia maya, entre los cuales se insertan los quinientos años de resistencia a los colonizadores españoles. Un dirigente campesino de Chiapas, que estaba de visita en París, me mostró las fotocopias del expediente de defensa en un juicio en el que estaba implicada su comunidad desde hacía cuarenta años para recuperar sus tierras, de las que había sido expoliada. Eran fotocopias de documentos firmados por el rey de España en 1763, en los que éste reconocía que las tierras en cuestión pertenecían a los indios, a los antepasados de los campesinos militantes actuales.

Frente a la globalización capitalista que tiende a aplastar todo lo que se opone a la transformación del mundo y de los hombres en mercancías sometidas a las leyes del mercado, a instaurar un modelo único de producción, de consumo, de pensamiento y de cultura, los zapatistas son al mismo tiempo auténticos ecologistas, pues luchan por preservar la diversidad biológica y natural, y también auténticos antiglobalizadores, pues luchan para desfacer el entuerto del mundo preservando su diversidad cultural.

marcos

¿Y si Marcos, portavoz e «intelectual orgánico» de los «hombres verdaderos», fuese el Mehdi? [6] ¿O, por lo menos, el subMehdi? Recordemos, para concluir, que el Mehdi, contrariamente a lo que creen los musulmanes mal informados, no es el guía, sino el bien guiado, un hombre cuyas habilidades de jefe le vienen de su capacidad de estar a la escucha tanto del Cielo como de la Tierra, de su Dios como de los hombres, un hombre que no toma sus deseos y sus fantasmas por la realidad, un hombre ajeno a toda sed de poder.

Dicho en pocas palabras, Marcos está en los antípodas de Osama bin Laden. Todo lo que Bin Laden tiene de siniestro y fantasmal Marcos lo tiene de vivo y real. Mientras que Bin Laden, suerte de reconstitución telegénica del Viejo de la Montaña, el jefe mítico de los haschichinos, es una figura manipulada, Marcos es alguien irrecuperable por parte del sistema imperial, porque tiene los dos pies bien plantados en el lodo de Chiapas y extrae su fuerza de la población que lo controla. Y es gracias a este anclaje en un territorio preciso como los zapatistas han podido también escapar tanto de la trampa del terrorismo, en la que cayeron demasiados grupos islamistas desde Argelia a Uzbekistán, como de esa otra trampa que es el electoralismo. No solamente los zapatistas no presentarán candidato a la elección presidencial de julio de 2006, sino que no apoyarán a ninguno de los candidatos en liza. Su preocupación principal sigue siendo la construcción y la consolidación de una base social, económica y cultural que los haga autónomos e independientes del sistema dominante y les permita progresivamente ampliar más allá de Chiapas la «zona temporalmente liberada».

A guisa de conclusión, sólo me queda aconsejar a los musulmanes deseosos de aprender la experiencia zapatista que acudan al próximo encuentro «intergaláctico» que preparan los zapatistas y que tendrá lugar en diciembre de 2005 o en enero de 2006. Ellos mismos podrán verificar mis afirmaciones.

 

Notas del traductor

[1]. Morabito, Según el DRAE, musulmán que profesa cierto estado religioso parecido en su forma exterior al de los anacoretas o ermitaños cristianos.
[2]. Madraza, palabra de origen árabe que significa escuela.
[3]. Kemalización, neologismo derivado de Mustafá Kemal Ataturk, el fundador del Estado turco moderno, y que designa la laicidad del Islam.
[4]. Este ensayo es anterior a la espectacular victoria electoral de Hamas el 25 de enero de 2006, que ha puesto en entredicho toda la política del Oriente Próximo.
[5] Umma, término coránico que designa la comunidad de los creyentes en su unidad religiosa.
[6]. Mehdi o Mahdi, personaje del Corán, una suerte de Mesías islámico, guía y mensajero de Alá, que vendrá al mundo «para hacer prevalecer la verdadera religión sobre todas las religiones. El Corán alude al Mehdi tres veces, en la Sûra As-Sâf (61), aleya 9, y Sûra Al-Fath (48), aleya 28.

Texto original: http://quibla.net/alire/giudice4.htm

 

Fausto Giudice es periodista, escritor y traductor francés.

Manuel Talens es miembro del colectivo de traductores de Rebelión y asimismo forma parte, junto con Juan Kalvellido, de Tlaxcala ([email protected]), la red de traductores por la diversidad lingüística. Tanto la ilustración como la traducción son copyleft y están dedicadas al pueblo chiapaneco.