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¿Y si nos montamos una guerra?

Fuentes: Rebelión

Un fantasma recorre el planeta: el fantasma de la guerra. Una guerra organizada por aquellos que nunca morirán en ella. De todas las miserias que aquejan a esta especie nuestra, es la guerra la que nos sitúa en el inmovilismo intelectual y en el más elevado grado de irracionalidad. La conjunción de un poder enfermizo, […]

Un fantasma recorre el planeta: el fantasma de la guerra. Una guerra organizada por aquellos que nunca morirán en ella. De todas las miserias que aquejan a esta especie nuestra, es la guerra la que nos sitúa en el inmovilismo intelectual y en el más elevado grado de irracionalidad. La conjunción de un poder enfermizo, la impotencia del pueblo y la indiferencia de amplios sectores de la sociedad, nos llevan por el camino de la incertidumbre, de la inseguridad, del miedo y del desasosiego. Los medios de comunicación cumplen a la perfección con esa función asignada para trasmitir la banalidad y la mentira. ¿Pero hasta cuándo es posible seguir así?

Desde la individualidad y la razón uno se pregunta: ¿cuáles serán los motivos por los que, habitualmente, nos llevan los poderosos a situaciones como éstas que vivimos los de abajo, ahora con mayor intensidad? Lo que no cabe pensar es que lo que ocurre en estos días es cosa de cuatro locos que están dispuestos a inmolarse para alcanzar el paraíso. Si aceptáramos esta hipótesis cabría pensar que la ONU, la OTAN y los servicios de inteligencia de los diferentes países son absolutamente ineficaces e innecesarios. ¿Cómo es posible que tanto derroche de medios e instituciones no hayan sido capaces de parar esto antes de llegar a tales extremos? Por lo tanto, debe haber algo más que no nos cuentan. En consecuencia, es posible, aún a riesgo de equivocarnos, establecer otras hipótesis más pegadas a la realidad y al fomento de la desigualdad como elemento dinámico del sistema.

Los cambios del sistema capitalista, en todas y cada una de sus dimensiones, son innegables, tal y como venimos observando en estas dos o tres últimas décadas. Evidentemente, cambios a peor. Algunos nos atrevemos a señalar que el modelo está agotado. Esto quiere decir que la actividad productiva y la organización social, en suma, la actividad económica de los años setenta e, incluso, ochenta se han trasformado de manera sustancial. La producción de bienes y servicios no precisa ahora de tanta fuerza de trabajo como antes. Además, nuevos países, con mano de obra barata, se han convertido en productores y fuertes competidores de los países de occidente. La abundancia de liquidez, fruto de etapas anteriores, ha propiciado la creación de lo que se conoce como economía financiera (eufemismo de economía especulativa). Ahora es posible incrementar el capital sin necesidad de recurrir a la economía real.

La obtención de beneficios mediante la actividad productiva daba lugar, antes, a la ocupación de la mayoría de la clase trabajadora. Esto originaba un cierto equilibrio entre empresarios y ocupados. Las mejoras salariales, una vez superada la etapa de semiesclavit­­­ud, eran fruto de una mezcla de la lucha de la clase obrera y de las concesiones del empresariado que necesitaba una masa creciente de consumidores.

En estos momentos, las sociedades de occidente se han convertido en una bomba de relojería. La precariedad y el paro se han adueñado de amplias capas de la población, y aquellos que trabajan en puestos estables lo hacen por salarios sensiblemente inferiores a los de años anteriores. El equilibrio de aquellos años se ha roto. Es, fundamentalmente, por esto por lo que decimos que el sistema se ha agotado. Además, en sintonía con el agotamiento de los aspectos socioeconómicos, el modelo político de dos partidos que se alternan ya no es válido. En el ensayo llevado a cabo, por el poder real, de nuevas estrategias que den continuidad a la vigente correlación de fuerzas, surgen movimientos nuevos, algunos de los cuales intentan romper con la situación actual, pero los de arriba neutralizan con relativa facilidad todo intento de trasformación a mejor.

Pero ahí está esa masa social mayoritaria que poco a poco va perdiendo ese espacio que le permitía vivir con un mínimo de dignidad. Nadie se aventura a pronosticar el futuro de las generaciones que van surgiendo con edades de incorporación a la actividad laboral. Aquellos que ejercen el control no saben cómo resolver los graves problemas que aquejan a estas sociedades y, en consecuencia, su preocupación por lo que pudiera devenir no les deja tranquilos.

En consecuencia, es necesario llevar a cabo acciones de gran envergadura que sensibilicen al pueblo llano, que les asuste.

Ya hemos dicho en alguna ocasión que los que tienen el poder tratan de mantener una amplia franja de seguridad para proteger sus intereses y su riqueza. Por lo tanto, cuando barruntan que su poder puede quebrar, no dudan en tomar medidas desorbitadas y desproporcionas a los efectos que algunos acontecimientos pudieran producir.

Por eso una guerra puede ser una buena excusa para, entre otros efectos, reprimir a la ciudadanía a través del miedo, la mentira y la desorientación antes, incluso, de que el pueblo se pudiera manifestar frente al excesivo abuso de poder que sufre. Finalizada la etapa durante la cual las condiciones económicas de los trabajadores han sido pulverizadas, le toca ahora a los derechos adquiridos a lo largo del tiempo. La promulgación de leyes represivas (ley mordaza, por ejemplo) y el adiestramiento para convencer de que hay que cumplir las leyes son una muestra más de que es necesario contener posibles revueltas en situaciones como las actuales.

De momento, Francia, adalid de las libertades, se convierte, de la noche a la mañana, en un país sitiado, incomunicado y privado de los más elementales derechos. Y los individuos sin rechistar. Francia, cuna de esas libertades, es puesta en escena para indicar a los países del entorno que se vayan preparando. Así, la precariedad, la pérdida de poder adquisitivo y la anulación de derechos quedan eclipsadas por la angustia que genera una guerra de la que nadie sabe, a ciencia cierta, cuál será su verdadero alcance. ¿No serán esos los verdaderos motivos por los que se declara la guerra contra un mundo complejo que viene arrastrando las injerencias de occidente desde hace tanto tiempo? De otro lado, por si fuera poco, los fabricantes de armamento fuerzan a los Estados al enfrentamiento bélico para reducir los stocks de esos mortíferos productos cada vez más sofisticados.

La sinrazón y la inmadurez de esta especie nuestra están en las raíces de acontecimientos como los que vivimos ahora, sin que sean demasiado diferentes a los de épocas anteriores.

Hemos hecho un mal uso de la herramienta de la que se nos ha dotado como especie, de las potenciales capacidades que nos diferencian de otros seres. Ojalá no sea necesaria la aparición de una nueva especie con mayor dotación genética. Ojalá, y esto es lo que deseamos, mejore el estado mental de las mayorías lo antes posible, se alcance una mayor toma de conciencia y una uniformidad de pensamiento acorde con los que hoy día deseamos un mundo diferente. Esperamos que esto sea antes de que todos los individuos que conforman estas sociedades pasen del generalizado autismo actual a la histeria colectiva, hecho probable ante los novedosos acontecimientos que cada día se nos presentan de manera convulsa.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.