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Yuan chino, ¿principio del fin?

Fuentes: Rebelión

Dos principios de física elemental: a) cuando se está a punto de perder el equilibrio cualquier pretexto sirve para que un cuerpo ceda ante la gravedad; b) en gravedad cero un simple soplo es suficiente para acelerar un cuerpo cualquiera, en la dirección contraria. Y extrapolándolos al terreno de la economía, vale decir: la economía […]

Dos principios de física elemental: a) cuando se está a punto de perder el equilibrio cualquier pretexto sirve para que un cuerpo ceda ante la gravedad; b) en gravedad cero un simple soplo es suficiente para acelerar un cuerpo cualquiera, en la dirección contraria.

Y extrapolándolos al terreno de la economía, vale decir: la economía mundial está a un tris de perder el equilibrio, el que tenga (¡sic!) a estas alturas del partido y; cualquier impulso puede hacerla caer orillándola al desastre, porque hay mediciones que son cercanas a las del crack de 1929. Se dice fácil pero es complicado; además con amplias posibilidades de volverse realidad en poco tiempo.

Claro que los ajustes del yuan que ha emprendido el Banco Popular de China (BPCh) al devaluar la moneda frente al dólar -el 11 de agosto anunció un 1.9% menos, pero en dos días queda en 6.33 yuanes con respecto al dólar estadounidense-, son apenas una medida preventiva de uso corriente; es decir, aplicable por cualquier país en circunstancias similares. Lo que causa zozobra es que se trata del principal motor de la economía mundial.

Veamos. La caída de la economía china, que estuvo sustentada en inversiones a infraestructura a partir de 2008, es el saldo de la desaceleración económica global que presionó sus exportaciones a la baja y a la caída de sus importaciones. Ambos cambios le pegan, primero a los chinos por la falta de compradores sólidos -lo que se refleja en el PIB-; segundo a los países productores de materias primas que dejan de vender.

Sólo después de que el BPCh intentó algunas medidas sin éxito (como bajar tasa de interés de referencia y exigencias crediticias para destinar mayor capital a la producción; o estímulos fiscales hasta por un 12% del PIB), optó por una devaluación, lo que ha creado una sacudida de los mercados internacionales. De ahí la caída de productos como el molibdeno (endurecedor de metales), hierro, el níquel, acero, platina, entre otros que siguen siendo los activos de la industria; una situación que pone en jaque a los inversionistas que le apostaron a la extracción minera, por ejemplo. Ni qué decir del petróleo, que también decrece en su demanda, lo que se puede medir en la recaída del modelo esquisto del mercado estadounidense, también con grandes pérdidas.

Pero no únicamente en las materias primas, como en los tipos de cambio y las cotizaciones de las monedas con respecto al dólar. Es decir, que la devaluación del yuan con respecto al dólar, así no sea mayor al 5%, le pega a los tipos de cambio de los países occidentales, a las bolsas del mundo y al propio dólar estadounidense que lo lleva a un fortalecimiento, que resulta contrario a sus exportaciones.

Por tanto, la devaluación del yuan es una mala señal para Occidente. Pero no es tanto un derivado de la acción china como del tipo de economías de occidente, que están basadas más en un sistema financiero altamente volátil, o en burbujas especulativas alentadas desde las grandes bolsas de valores, que en las economías reales que resultan un desastre. De ahí el pánico.

Por eso se dice que los bancos centrales están perdiendo el control de la situación, y que los mercados de valores (¡de crédito!) están desesperados por encontrar el piso en las tasas, como es el caso de la libor (una tasa de referencia diaria del mercado interbancario, que sirve a los bancos centrales para ofertar fondos «no asegurados» a otros bancos), que se ha movido en los últimos 12 meses.

En pocas palabras, si la situación china está causando estragos es sobre todo por la fragilidad de la economía mundial. Y bastó un solo indicador, un yuan a la baja, para que brotara la corrosión de los países como EUA bajo de la alfombra. Hay otro problema. Para los socios de EUA un dólar «fuerte» por su apreciación con respecto a las demás divisas, les pega en su situación interna. Es el caso de Latinoamérica.

Sobre todo porque la «fortaleza» se debe a la volatilidad que genera el intervencionismo de la Reserva Federal (la llamada flexibilización cuantitativa), cuando está probado que eso afecta negativamente a la economía capitalista mundial, como se ve en el Reino Unido donde la tendencia alcista del mercado sigue desde 2009 y su economía está en plena decadencia deflacionista, el mismo caso de Japón.

La bursatilización de las economías occidentales tiene a los países y a los gobiernos a un tris de la debacle. Los estadounidenses no quieren perder la hegemonía global por ningún motivo, pero no tienen mucho qué hacer frente a su propia situación económica y ante China. La cuestión es compleja para Occidente; se parece al principio del fin, pues está a un soplo de dragón.

La situación económica decadente avanza en EUA, que experimenta una situación similar a la debacle del 29. Tiene una deuda pública superior a los 18 billones de dólares -o el 103% del PIB-, el pago de intereses sobre la deuda de 230 mil millones de dólares, o donde cada ciudadano debe pagar 56,714 dólares. Por cierto que creció un 70% durante el gobierno de Obama. Los principales acreedores son China y Japón. El primero con 1.3 billones de dólares, el segundo con un 1.14 billones invertidos en bonos del Tesoro. ¿Pero cuál «tesoro» si las arcas están vacías? ¿En dónde está el dinero? En septiembre vuelve el problema para el Presidente y el Congreso, de avalar un nuevo tope de endeudamiento.

Bastaría que los acreedores le cobren su inversión en bonos del Tesoro para ponerlo a temblar. Recordemos que en materia económica la supremacía china en el mercado mundial repuntó a partir de la crisis económica de 2008-2009, cuando comenzó un dinamismo acelerado superando a la economía estadounidense. Pero ya entre 2006-2013, por ejemplo, cuando EUA era el principal socio comercial de 127 países comparado con los 70 de China, el último año las cifras se invirtieron en proporción de 124 a 76.

Muestra del dinamismo chino, cuando entre el 2000 y el 2008, las importaciones aumentaron un 403% y sus exportaciones en 474%, lo que aceleró la actividad de las materias primas apuntadas antes, procedentes sobre todo de los países «emergentes», entre ellos Latinoamérica, Asia y África.

La bursatilización de las economías occidentales, sumado a las contradicciones internas donde los mercados internos están abandonados, no hay generación de empleos porque no hay crédito, mucho menos salarios apuntan porque el desempleo es atroz. En tanto los economistas chinos están cambiando el eje hacia el bienestar de su población, hacia el consumo interno.

Las economías del capitalismo neoliberal han fortalecido a los especuladores, a los operadores de casino. Por lo mismo la llamada «primera» economía no se recupera; o marcha a saltos, al ritmo que le impone la ruleta. La devaluación del yuan tenderá a recuperar el dinamismo económico, aparte que ajusta su moneda a los precios de mercado. Los vecinos están molestos, pero se recuperarán pronto. Mas eso volvió loco a los occidentales. Las reacciones todavía pueden generar algunas sorpresas. Puede ser ¡el principio del fin!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.