A la vista del contenido del video con el que el presidente del gobierno, Rodríguez Zapatero, acaba de enriquecer la página del Plan E -sin comentarios- sólo puedo dejar aquí constancia de mi estupor. Y es que hay que ser muy pardillo para creerse las palabras de Rodríguez Zapatero en relación con la cumbre del […]
A la vista del contenido del video con el que el presidente del gobierno, Rodríguez Zapatero, acaba de enriquecer la página del Plan E -sin comentarios- sólo puedo dejar aquí constancia de mi estupor.
Y es que hay que ser muy pardillo para creerse las palabras de Rodríguez Zapatero en relación con la cumbre del G-20 que va a tener lugar estos días en Londres.
Yo no sé si él se cree o no sus propias palabras marcadas con ese movimiento artificial de manos con el que las acompaña. Imagino que sí. Aunque también creo se podía haber ahorrado estas palabras a poco que hubiera aprendido algo de la anterior reunión del G-20 que tuvo lugar en Washington -sí, recordad, aquélla que llamaron el nuevo Bretton Wood del siglo XXI; sí, recordadlo, por favor, aquélla que iba a cambiar el rumbo del capitalismo y en la que se invocaba el nombre de Keynes a ver si se aparecía, como la Virgen por Fátima, encaramado a una encina para dictar, de viva voz, las recetas contra la crisis.
Desde entonces, mucho ha llovido pero nada se ha hecho. O, por ser más contundentes, nada de nada. Sin embargo, nadie hace balance de aquello, ¿por qué será? De hecho, ahora Zapatero cree que esta cumbre de Londres va a ser la definitiva, la que marque un cambio de época; pero es que también pensaba lo mismo de la anterior. ¿O es que ya nos hemos olvidado?
¡Qué cansancio de cantinela esperanzadora, de confianza en que el mundo puede y va a cambiar y que son los líderes mundiales allí reunidos quienes lo van a conseguir!
Y es que, en su opinión, después de la reunión del G-20 el mundo y, con él, el capitalismo van a ser infinitamente mejores, ya lo veréis: la codicia no moverá a los banqueros; los sistemas financieros pasarán a estar mucho más regulados y no recurrirán, como hasta ahora, a las innovaciones financieras para eludir esa regulación ni presionarán a los gobiernos para que las desmonten; las empresas y empresarios -porque la nómina de los trabajadores no da para ese tipo de turismo- retirarán todo los depósitos que mantienen en los paraísos fiscales y los invertirán en las economías para crear empleos, aunque, eso sí, antes se pondrán al día con el fisco que han estado evadiendo durante años; los paraísos fiscales se convertirán en museos a los que podremos llevar a nuestros niños para que conozcan cómo hubo un tiempo y unas islas -las Caimán, por ejemplo-, en las que había dos empresas y cinco fondos de inversión por habitante; y, sobre todo, la crisis, esta crisis de un sistema que ya ha llegado a sus límites y quiere morir matando, va a huir despavorida cuando sepa que los mismos líderes que la han alimentado andan reunidos decidiendo cómo hacerle frente.
Ante esa perspectiva, uno no puede menos que preguntarse: ¿realmente alguien puede creerse a estas alturas ese discurso? ¿Alguien puede ser tan iluso de imaginar que en el G-20 están pensando en otro mundo posible? A lo sumo, piensan en cómo volver al que teníamos hacer un par de años; antes de que apareciera la crisis. Ese era, con sus más y sus menos, al que pretenden hacernos retornar. Su capacidad de imaginar un mundo diferente hace tiempo que se atrofió. Esa fue la gran victoria del neoliberalismo y, por tanto, nuestra principal derrota: el triunfo del pensamiento único, de las políticas únicas, de la uniformidad.
Así que, si esperáis que el mundo cambie mejor que os pongáis a trabajar vosotros en ello porque de Londres sólo llegará más de lo mismo o, lo que es igual, más de lo único.
Alberto Montero Soler ([email protected]) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga (España). Puedes leer otros textos suyos en su blog «La otra economía«.