¿Y si la moda sostenible fuera una realidad que se puede sacar a la calle? Existen empresas que afortunadamente no quieren grandes beneficios, si no que quieren hacer algo por contribuir a la sostenibilidad del planeta y sí se preocupan por sus trabajadores. En estos últimos años se nos bombardea constantemente con tendencias dentro del […]
¿Y si la moda sostenible fuera una realidad que se puede sacar a la calle? Existen empresas que afortunadamente no quieren grandes beneficios, si no que quieren hacer algo por contribuir a la sostenibilidad del planeta y sí se preocupan por sus trabajadores.
En estos últimos años se nos bombardea constantemente con tendencias dentro del mundo de la moda que en ocasiones nos pueden parecer puras estrategias para consumir más. Dentro de esta vorágine de consumo desmedido ha surgido la pregunta: ¿y si la moda sostenible fuera una realidad que se puede sacar a la calle?
La moda sostenible aboga por un cambio en el consumo de las personas, queriéndolas hacer más conscientes de lo que compran y cómo lo compran. En palabras de Miriam Morales, lo que se intenta hacer desde la moda sostenible es «velar por un cultivo más respetuoso con el medio ambiente, por el respeto a los derechos humanos y laborales, por la salud de las personas, para que el sector empresarial no utilice prácticas comerciales abusivas con determinados países, combate la explotación infantil, busca garantizar un Comercio Internacional sin competencias desleales, favoreciendo un reparto de la riqueza más justo y fomentando nuevos valores». Y en esos nuevos valores entraría en juego una manera más responsable de consumir y a la vez de producir; las personas detrás de las grandes empresas son los responsables de mostrar al público que pueden llevar ropa bonita y cómoda sin abusar de los derechos de sus trabajadores ni teñir del color de moda los ríos al lado de las fábricas.
Como dice María Almazán, ingeniera textil de Latitude,y conocida por aparecer en el programa «Salvados: Fashion Victims»: «Detrás de la ropa hay personas». Si lo trasladamos a números en un caso concreto como el de Camboya, el 80% de la exportación en el país es de producción textil. Con más de 1.200 plantas y más de 600.000 personas empleadas, según fuentes de modaes.es, es uno de los países del mundo donde más moda se exporta y que sigue creciendo pese a los conflictos laborales.
Sin embargo, existen empresas que afortunadamente no quieren grandes beneficios, si no que quieren hacer algo por contribuir a la sostenibilidad del planeta y sí se preocupan por sus trabajadores. Encontramos ejemplos de este cambio sostenible en España como Ananas Anam, que se ha hecho viral en las redes sociales gracias al Piñatex; y Latitude, la marca para la que María Almazán trabaja.
Latitude nace como una empresa sostenible debido a la experiencia de María Almazán y de otras personas en la industria de la moda. Lo que le llevó a crear esta marca fue una visita a una de las fábricas del gigante textil donde ella trabajaba anteriormente, donde la visión de adolescentes de 16 años trabajando en esas fábricas en las condiciones en las que trabajaban mientras que en su país, España, los chicos y chicas de esa edad sólo pensaban en gastar dinero comprando la ropa que esos adolescentes hacían bajo esas condiciones le aterró; por ello acabó dejando su puesto y creando una marca de ropa que fuera para las personas pensando en las personas. Por esto surgió la idea de hacer una marca de moda española, sostenible, con proyección a extender esta política a más empresas europeas y con conciencia del impacto medioambiental que las empresas textiles suelen tener. No tienen la idea de ser la empresa con más beneficios del mundo, pero tienen muy en mente que un cambio en la fabricación de textil es posible, y que intentan hacerlo desde lo local, con manos expertas y con «un uso equilibrado del capital natural, social, y económico» como explican en su web.
Ananas Anam es una empresa española conocida por la creación de la fibra textil Piñatex, elaborada a partir de las fibras de la hoja de la piña y demás desperdicios de la misma, no utilizables para el consumo humano. El desarrollo original comenzó en Filipinas, pero su acabado, investigación y continuo desarrollo se hace tanto en España como en el Reino Unido. Según la empresa, los desechos de las piñas que se utilizan no son de piñas cultivadas expresamente para ello, sino que son los desperdicios de la cosecha de piñas de los granjeros con los que colaboran, de ahí que no haya ni más energía ni más agua que la debida utilizada para crear el Piñatex. Además, el subproducto que se deriva de ello es una biomasa que sirve como fertilizante, pudiendo ser aprovechado a su vez por los mismos cultivadores de piña. Carmen Hijosa, la artífice de esta idea, trabajaba en Filipinas como consultora en productos de cuero, pero como era poco ecológico y caro, se inspiró en los vestidos tradicionales filipinos que tenían bordados con hojas de piña para llevar a cabo esta idea. Con la expansión de la empresa pretenden que otros países que sean productores de piña se unan a ellos y así crear una red de trabajo más extensa y que beneficie a más personas, y que la concienciación sobre el uso del Piñatex y otros tejidos más sostenibles abarque más lugares.
Estaría bien que llegara un momento en que no sólo reutilizar ropa o comprarla de segunda mano nos hiciera responsables de nuestro consumo, que pudiéramos decir que nuestros zapatos son de piña o nuestra camiseta está teñida con piel de aguacate, y que ningún niño ha trabajado cosiendo nuestro vestido y ninguna persona ha muerto en el edificio donde nuestra chaqueta ha sido cosida. Con creatividad, imaginación y responsabilidad podría ser posible.
Rosalía Infantes es alumna del Máster internacional de estudios de paz, conflictos y desarrollo de la Universidad Jaume I, Castellón.
Fuente: http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Zapatos-de-pina