De la insurrección a la revolución: tradición revolucionaria y anticipaciones. Lecciones y posteridad de la Comuna. La relevancia de estos hechos tan transcendentales en la historia del movimiento obrero y popular nos induce a la Redacción de Hojas de Debate a reproducir los textos que publicamos en su día con ocasión del 150 aniversario de la Comuna de París.
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En la atmósfera inevitablemente confusa del proceso abierto por la insurrección triunfante del 18 de marzo de 1871, componentes del movimiento anuncian desde la primera hora su carácter social y obrero. En un texto publicado el día 21 por el Boletín Oficial de la Comuna puede leerse: «Los proletarios de la capital, en medio de las debilidades y traiciones de las clases gobernantes, han comprendido que les ha llegado el momento de salvar la situación tomando las riendas de los asuntos públicos […] Los trabajadores, los que producen todo y no gozan de nada, los que padecen miseria entre montones de productos que son fruto de su trabajo y su sudor, ¿deberán seguir siendo el blanco de todas las injurias? […] El proletariado ha comprendido que era su deber imperioso y su derecho absoluto tomar en sus propias manos su destino y asegurar su triunfo haciéndose con el poder…».
El manifiesto programático del Comité de los Veinte Distritos parisinos para las elecciones del 26 de marzo defendía con fuerza el vínculo de la Comuna con la República, como única forma de gobierno «compatible con la libertad y la soberanía popular»; «la libertad más completa» de expresión, reunión y asociación; «el respeto del individuo y la inviolabilidad de su pensamiento»; «la soberanía del sufragio universal [con capacidad para] convocarse y manifestarse incesantemente»; los principios de elegibilidad, responsabilidad y revocabilidad aplicados «a todos los funcionarios o magistrados»; «supresión de la Prefectura de policía», encomendándose las funciones de vigilancia pública a «la Guardia Nacional bajo las órdenes inmediatas de la Comuna»; Guardia Nacional «formada por todos sus electores, que nombran a todos sus jefes y estado mayor, conservando la organización civil y federativa representada por el Comité Central»; «supresión en París del ejército permanente»; «propagación de la enseñanza laica integral»; «organización de un sistema comunal de seguros sociales que cubra el conjunto de los riesgos, incluidos el paro y la quiebra»… El régimen comunal se proponía como modelo para el conjunto de la República, bajo la forma de una Federación libre de todas las comunas de Francia. De hecho, los movimientos comunales proliferaron en buena parte de la Francia urbana y centros industriales (Lyón, Marsella, Tolosa, El Creusot…), aunque fueron sofocados muy pronto. El doble cerco (prusiano y versallés) sobre la capital revolucionaria dejó pocos resquicios para el contagio. La mayor parte de la tropa inicialmente reunida por Versalles venía de unos campos donde los «rurales» (terratenientes), con gran peso en la contrarrevolución, mantenían su dominio caciquil.
Bando del decreto de moratoria de alquileres y deudas del 29 de marzo de 1871. Fuente: Bibliotheques Enseignement
En condiciones dramáticamente difíciles, las medidas adoptadas por la Comuna, en sus escasos dos meses y medio de gobierno, evidencian con toda claridad el carácter social, a la vez obrero y popular, de su revolución: condonación de alquileres impagados; moratoria y proyecto de una solución justa para el problema de las deudas; prohibición del trabajo nocturno de los obreros panaderos; prohibición de las multas y descuentos de salario que los patronos aplicaban a los trabajadores; fijación de un tope de retribución para los funcionarios en consonancia con los salarios obreros; supresión de las casas de empeño privadas, restitución de los bienes empeñados de valor inferior a 20 francos y reforma del Monte de Piedad. El 2 de abril, la Comuna decretó la separación de la Iglesia y el Estado y la confiscación de los bienes del clero: una medida que apuntaba a «destruir la fuerza espiritual de la represión» (Marx) y que contaba con el impulso del sentimiento anticlerical fuertemente arraigado en el pueblo comunero. En el mismo sentido, la apuesta pionera y socialista de la Comuna por una escuela pública, gratuita, laica e integral; el magisterio vio incrementados sus salarios y se equipararon los de maestros y maestras.Veinte años después de la Comuna de París, escribió Engels en su introducción a La guerra civil en Francia,«lo más difícil de comprender es indudablemente el santo temor con que aquellos hombres se detuvieron respetuosamente en los umbrales del Banco de Francia […], un error político muy grave»: los aportes de este al presupuesto de la Comuna (absorbido en sus tres cuartas por las urgencias de la guerra) apenas alcanzaron en total 20 millones de francos, ¡unas 13 veces menos que los librados en los mismos meses por el Banco a Versalles!
Las anticipaciones socialistas de la Comuna se han subrayado sobre todo en iniciativas como la realización de un censo de talleres abandonados por sus propietarios para su confiscación (con previsión de indemnización), asociada a un proyecto de organización colectiva (cooperativa) de la producción y el trabajo, apoyado y orientado desde el nuevo poder y con vocación integradora. Signos anunciadores de enorme trascendencia son los que ponen de manifiesto un proyecto de sustitución del «Estado opresor» burgués por el poder popular: supresión del ejército permanente; mandatarios elegidos y revocables en la Guardia Nacional y en todas las esferas de la administración a cualquier nivel. La Comuna debía ser «una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa el mismo tiempo» (Marx). La defensa de la autonomía comunal se acompañaba de un proyecto nacional de organización política para Francia: «La unidad, tal como nos ha sido impuesta hasta hoy por el imperio, la monarquía y el parlamentarismo, no es más que la centralización despótica, ininteligente, arbitraria u onerosa. La unidad política, tal como la quiere París, es la asociación voluntaria de todas las iniciativas locales […] Es el fin del viejo mundo gubernamental y clerical, del militarismo, del funcionarismo, de la explotación, del agiotaje, de los monopolios, de los privilegios, a los que se deben la servidumbre del proletariado y las desgracias y desastres de la patria» (Declaración de la Comuna al pueblo francés, 19 de abril de 1871). El aliento patriótico de todo el proceso no fue obstáculo para manifestaciones nítidas de internacionalismo: desde el encargo de altas responsabilidades de defensa y de gobierno a inmigrados como el militar Jaroslav Dombrowski (general de la Comuna muerto en una barricada) o el miembro de la Internacional Leo Frankel (al frente de la comisión de Trabajo), hasta el altamente simbólico derribo de la columna de la céntrica plaza Vendôme, monumento al imperialismo francés (decretado por la Comuna el 12 de abril y ejecutado el 16 de mayo).
Buena parte de las medidas adoptadas tuvieron muy limitada proyección práctica o se aplicaron solo parcialmente. ¡Lo que no las hace menos extraordinarias en las circunstancias que tuvo que afrontar el gobierno revolucionario! Muy especialmente las hostilidades iniciadas por Versalles desde el 2 de abril, convertidas en gran ofensiva días después, bajo la vigilancia del ejército prusiano desde las puertas de París. La connivencia entre Versalles y el ocupante no podía ser más ilustrativa: es la demostración flagrante de que «la dominación de clase ya no se puede disfrazar bajo el uniforme nacional; todos los gobiernos nacionales son uno solo contra el proletariado» (Marx). Forzosamente, la guerra se convertía en la primera prioridad para los defensores de la Comuna. Bajo los bombardeos, la defensa popular de París levantó cientos de barricadas (entre 500 y 600). Desde el inicio del asalto a París se puso de manifiesto la ferocidad del escarmiento querido por Versalles: la detención de «rehenes» por parte de la Comuna fue una respuesta al maltrato y a los fusilamientos de combatientes comuneros desarmados y apresados por las tropas de Versalles. Thiers se opuso al canje, propuesto por la Comuna desde el primer momento, de bastantes de ellos (incluido el arzobispo de París) por un único preso, Auguste Blanqui (detenido en el sur de Francia por órdenes de Thiers desde el 17 de marzo). La tropa versallesa, reforzada por los efectivos que los prusianos iban liberando, se había preparado para una orgía de sangre. Respaldados por Thiers y el mariscal Mac Mahon, sus más altos oficiales (Cissey, Vinoy, Gallifet…) eran bonapartistas y monárquicos que profesaban desprecio y odio profundos hacia el populacho parisino.
El salvajismo y la crueldad de la guerra contra el pueblo alcanzaron su paroxismo en la Semana Sangrienta, desde el 21de mayo (entrada en la ciudad del ejército versallés) al 28 (caída de la última barricada). Las masacres fueron práctica sistemática: en verdaderos «mataderos» improvisados en distintos puntos de la ciudad se multiplicaron las ejecuciones en serie de hombres, mujeres y niños, ametrallados sumarísimamente: 17.000 muertos, según la cifra oficial; más probablemente 20.000 o tal vez 30.000. Era la primera parte del castigo «implacable» anunciado por Thiers en cuanto se supo en condiciones de realizarlo. Inmediatamente siguió lo que el especialista en la historia de la Comuna Jacques Rougerie ha calificado como «la mayor empresa de represión» de la historia de Francia. Oficialmente, más de 43.000 detenciones; como mínimo un millar de muertos en detención; 35.000 hombres, un millar de mujeres y más de medio millar de niños juzgados en consejos de guerra que dictaron 50.000 sentencias y más de 10.000 condenas. Seis años después se seguía juzgando y condenando a muerte. No hubo amnistía completa hasta 1880. La violencia de la clase dominante refleja su pánico ante una revolución que con su «asalto a los cielos» (Marx) había amenazado las bases de su poder.
Revolución popular y obrera. Más del 90% de los detenidos en 1871 eran trabajadores asalariados, las dos terceras partes con edades comprendidas entre 25 y 45 años: los del metal y los de la construcción, sectores pujantes en un París en rápido crecimiento, eran especialmente numerosos, junto a los «jornaleros», pero también había una nutrida representación de «empleados»: una novedad en las revoluciones parisinas del siglo XIX (1830, 1848) que prueba el poder de iniciativa y arrastre que había ganado la clase obrera. Una clase obrera que todavía no era el proletariado moderno o que apenas empezaba a serlo, «de tipo intermedio» y con predominio de elementos tradicionales (socioeconómicamente y sobre todo ideológicamente), a juicio de Jacques Rougerie: entre sus miembros la conciencia de ser los únicos auténticos productores de riqueza habría sido más general que la conciencia de clase. Lo que tampoco puede extrañarnos demasiado…Al mismo tiempo, el historiador no deja de recordarnos numerosos ejemplos de la segunda, entre ellos el del manifiesto de las mujeres de la Unión por la defensa de París y la atención a los heridos que proclamaba como objetivo: «la aniquilación de todas la relaciones jurídicas y sociales actualmente existentes […], la supresión de toda explotación, la sustitución del reinado del capital por el del trabajo, en resumen, la emancipación del trabajador por él mismo».
Entre «crepúsculo» (de las revoluciones del siglo XIX) y «aurora» de las que están por venir, ¿no hay que ver en la Comuna tanto una cosa como la otra? La Comuna mostró a Marx que la primera tarea del proletariado en el poder era la de destruir y sustituir un aparato estatal que no es sino el instrumento de la opresión capitalista, es decir, cualquiera que sea su forma, el garante de la dictadura del capital. Como el propio Marx reconoció, la experiencia de la Comuna fue decisiva en su comprensión del carácter del gobierno de transición a establecer por el proletariado revolucionario triunfante. Lenin y los bolcheviques pudieron con razón afirmar que no habían olvidado la lección: el estado soviético, creado por soldados, obreros y campesinos, hizo frente a las mayores adversidades. El concepto de dictadura del proletariado que significa «dictadura democrática revolucionaria» de la clase obrera y sus aliados, y no sobre ella, es de naturaleza opuesta a la del estado burgués que, incluso en su forma más democrática y permisiva, no deja de ser dictadura del capital sobre el trabajo. Cualquier sombra de confusión con la dictadura jacobina está excluida.
Un frío día de enero de 1918, exactamente uno después de los primeros 72 de poder de los soviets, se vio a Lenin bailando en la nieve por el logro de haber superado la duración de la Comuna de París. La bandera de uno de los batallones de la Guardia Nacional insurrecta de 1871 está presente en su mausoleo.
¿Símbolos? ¿Construcción de una memoria? Sin duda, pero como tales no exentos de trascendencia. ¿Materia para mitificaciones? Inevitablemente. Y también, desde el amplio campo de quienes temen y se oponen a la revolución, olvido construido, sin perder de vista ahistóricas conmemoraciones y revisiones convenientemente aseptizadas o pretendidamente consensuales, según los tiempos y sus aires. Pero, por encima de todo, señales históricas y materia fundamental para el análisis, la reflexión y la práctica revolucionarios con los que a todas luces no pudo acabar el asesinato de la Comuna. Pensarlo hoy no es propugnar de entrada una visión lineal de la secuencia de distintas situaciones, pero tampoco ignorar el papel del arma contrarrevolucionaria de las omisiones (ni su expansión por interés de unos y descuido u oportunismo de otros). Dos semanas antes de la insurrección del 18 de marzo, en Londres, Karl Marx pedía a Elisabeth Dmitrieff, joven rusa de 20 años, dirigente de la Unión de Mujeres, que fuera a París porque allí iba a «ocurrir algo». El mismo día Víctor Hugo anunciaba en el Parlamento: «La hora va a llegar, Señores, la sentimos venir […] esta revancha prodigiosa». Solo unos meses antes, el 9 de septiembre de 1870, Marx, estudioso de la historia contemporánea de Francia y de sus revoluciones, había escrito: «la clase obrera de Francia tiene que hacer frente a condiciones dificilísimas. Cualquier intento de derribar al nuevo gobierno en el trance actual, con el enemigo [prusiano] llamando casi a las puertas de París, sería una locura desesperada […]. Su misión no es repetir el pasado, sino construir el futuro. Que aprovechen serena y resueltamente las oportunidades que les brinda la libertad republicana para trabajar en la organización de su propia clase». Marx captó el cambio de situación que se había producido en estos meses: el 15 de abril de 1871, escribió a su amigo Ludwig Kugelmann: «Evidentemente, sería muy cómodo hacer la historia si solo lucháramos con la certeza de posibilidades infaliblemente favorables. Por otra parte, semejante historia sería bastante mística si los ‘azares’ no jugaran papel alguno […] en la marcha general de la evolución […]; la aceleración o la ralentización del movimiento dependen mucho de tales ‘azares’ […]. Pero, cualquiera que sea el curso inmediato que tomen los acontecimientos, el resultado será un nuevo punto de partida de una importancia histórica mundial». El desarrollo por parte de Lenin de la reflexión sobre el Estado y la revolución y «la marcha general de la evolución» desde los tiempos de Marx, con Octubre a la cabeza y las revoluciones (y contrarrevoluciones) que siguieron, y con sus gigantescos avances y sus severísimos retrocesos, no han desmentido su pronóstico.
Contra viento y marea, en cualquier parte del mundo, allí donde anida la inteligencia, la conciencia, la dignidad y la rebeldía de los pueblos para emanciparse de sus opresores, la gesta de los hombres y las mujeres de la Comuna sigue viviendo. ¡Vive la Commune!
Redacción
Fuentes:
Prosper-Olivier Lissagaray, Historia de la Comuna, 2 vols., 1971 (edición original de 1876).
Karl Marx, La guerra civil en Francia, 1871.
V. I. Lenin, El Estado y la revolución, 1918, Obras completas, t. XXXIII.
John Merriman, Masacre. Vida y muerte en la Comuna de París, 2017.
Jacques Rougerie, La Commune et les Communards, 2018.
Fuente: https://hojasdebate.es/cultura/historia/1871-2021-153-anos-comuna-paris-2/