Un libro útil para analizar como vio la izquierda española el final del socialismo real e intentó reconstruir sus categorías analíticas a partir de los años noventa.
Hubo un tiempo, seguramente hasta los años ochenta del siglo pasado, en que la mayoría de los militantes europeos de izquierdas consideraba esencial conocer la historia de su tradición ideológica para apuntalar su formación política. En la biblioteca personal de un activista, pongamos que comunista, no solían faltar libros sobre la Revolución Francesa, la Comuna de París, la Revolución Rusa de 1917, las cuatros Internacionales, etc. Y dentro de este cultivo de la historia, se incluían también las obras de los padres teóricos del marxismo, que en aquella época no se leían como «clásicos», sino más bien como pensadores «actuales», esto es, como referentes que aún podían guiar la teoría y la praxis de las organizaciones comunistas en un contexto socioeconómico ciertamente diferente al de las primeras décadas del siglo XX. Autores en nombre de cuyo pensamiento los militantes podían discutir acaloradamente, escindirse y hasta insultarse. Los ejemplos que podría mencionar aquí son tan numerosos que darían para escribir un ensayo de dudoso interés científico. Pero casos como la virulenta discusión que protagonizó el cuerpo militante del PCE/PSUC en 1977-1978 en torno a la decisión de Santiago Carrillo de eliminar el leninismo como rasgo distintivo del partido, o, si hablamos de las siglas de la extrema izquierda, el uso abundante y a menudo violento del adjetivo «revisionista» para calificar los programas de otros partidos revolucionarios, bastarían para dar una idea más precisa de lo que estoy diciendo.
Por diferentes razones que tienen que ver con los cambios geopolíticos, ideológicos y sociológicos que han experimentado las sociedades occidentales, y que estudiarán en detalle los historiadores del mañana, las cosas han cambiado. Como tendencia general, la izquierda actual ya no tiene tanto interés por su pasado ni se enzarza con frecuencia en discusiones filológico-políticas acerca del pensamiento de sus grandes teóricos. Verbigracia, a casi nadie hoy le escandaliza el uso superficial de los conceptos gramscianos por parte de no pocos políticos progresistas de toda Europa. Y, si nos referimos a España, a veces se tiene la sensación −muy fuerte cuando se observan a algunos líderes de la llamada «nueva política»− de que todo lo anterior a la Transición a la democracia no sea digno de estudio.
Digo esto tras haber leído la antología de textos de Francisco Fernández Buey (FFB) sobre la Revolución de Octubre de 1917 y la trayectoria histórica del movimiento comunista, editada recientemente por Salvador López Arnal y Jordi Mir. Una antología interesante por muchos motivos, pero, ante todo, porque en ella veo a un brillante intelectual comunista que modificó con los años su manera de enfocar la tradición política a la que se adhirió en juventud y que, al mismo tiempo, se confrontó con acontecimientos internacionales que marcaron una época y le empujaron a hacer un esfuerzo de clarificación política que duró hasta su muerte en 2012.
En efecto, en los textos de FFB de los años setenta, como los dos fragmentos del libro Conocer Lenin y su obra (1977) que los editores han incluido en su selección, se nota, entre otras cosas, el tentativo de ver lo que había de vivo en los escritos de Lenin. Y por vivo entiendo −en línea con lo que decía al comienzo de esta reseña− aquello que podía ser políticamente operativo en el contexto en que FFB escribía. Lo mismo se puede decir de su lectura de los comunistas consejistas de los años veinte y treinta, como Anton Pannekoek, Karl Korsch y Paul Mattick, en cuyas teorías FFB encontraba ideas que aún creía utilizables para la lucha política y sindical en la España posfranquista. Su misma introducción a un libro de 1975 que recogía el debate entre Antonio Gramsci y Amedeo Bordiga sobre la visión gramsciana de los consejos de fábrica de Turín como germen de una futura democracia obrera, estaba pensada para recuperar ideas −las del consejismo italiano− que no por salir derrotadas merecían acabar en el basurero de la historia. Aunque sea indirectamente, también percibo su voluntad de intervenir en los debates de la izquierda de los setenta en un texto historiográfico como «La revolución rusa como problema histórico», publicado en 1978 por El Viejo Topo.
Con el paso del tiempo, y en concomitancia con el reflujo que padeció el movimiento comunista en los años ochenta, la visión de FFB de la Revolución de Octubre y del comunismo del siglo XX tendió a hacerse menos «inmediata», es decir, no tan funcional a las necesidades estratégicas y tácticas de la izquierda española. Máxime después del hundimiento de los regímenes de los países del Pacto de Varsovia a partir de 1989. Como no podía ser menos, sus escritos del periodo 1990-1996 reflejan la conciencia de que la izquierda se hallaba ante una cesura histórica que la obligaba a formular una reflexión en profundidad sobre su pasado y presente. Si ya en 1977 FFB se mostraba, en un artículo publicado en Materiales, escéptico hacia una regeneración socialista de la URSS, en sus textos posteriores a la caída del Muro de Berlín es patente la voluntad de analizar con espíritu autocrítico el fracaso del socialismo real, que, velis nolis, afectaba a todos; hasta a aquellos que nunca habían comulgado con el modelo soviético. De lo que se trataba era de «revisar, rehacer, renovar sin perder la naturaleza propia» (p. 164). En suma, de volver a empezar con humildad y de recuperar todo un vocabulario de emancipación social desvirtuado por las nomenklaturas de los países del Este. Lo cierto es que esta autocrítica del socialismo, reclamada y practicada por un intelectual que -hay que recordarlo− siempre había sido crítico con el socialismo real, no debió de ser fácil. Aquellos eran años en que un libro esquemático e ingenuo como El fin de la Historia de Francis Fukuyama era presentado por los medios de comunicación como una lectura obligatoria para pensar el presente, y en los que abundaban los intelectuales que reducían la historia del comunismo a una galería de horrores y crímenes contra la humanidad. Aun así, FFB no esquivó la tarea y, en una entrevista de 1991, demostró tener una idea nítida de la dimensión del problema y de su solución: «El drama es que esta fase histórica que ahora empieza tiene detrás el descrédito tremendo de las palabras ‘socialismo’ y ‘comunismo’ (…) Parece claro que en tales condiciones la noción misma de socialismo tiene que ser reconstruida» (pp. 171-172). En ello trabajó Francisco Fernández, con especial intensidad en los años noventa, con obras como Ni tribunos. Ideas y materiales para un programa eco-socialista (1996) o Marx (sin ismos) (1999).
También son muy interesantes sus escritos redactados a partir del 2000. Una etapa en que FFB, aun sin dejar de colaborar con partidos y plataformas alternativas, tendió a alejarse de la política activa al tiempo que intensificó su producción político-filosófica. En lo que se refiere al tema central del libro, FFB era consciente de que el cambio generacional había modificado los intereses intelectuales de las nuevas hornadas de activistas radicales, que, a diferencia de los de la generación anterior, ya no se sentían particularmente atraídos por acontecimientos como la Revolución de 1917 o por políticos como Lenin. Era un hecho que la izquierda marxista no podía aceptar de forma resignada −volveré sobre este punto en un momento− pero al que tenía que adaptarse. Él, desde luego, lo hizo. Porque, aunque FFB siguió definiéndose hasta el final como comunista, no sacralizó esta palabra y le dio un significado parecido al que tenía para Karl Marx: un militante del más amplio y transversal movimiento democrático que recorrió el siglo XIX y protagonizó las luchas sociales de la época. No por casualidad, en la presentación del libro El comunismo. Contado con sencillez (2003) de Francisco Frutos, entonces secretario general del PCE, le parecía que lo más llamativo de la obra fuera el hecho de que apenas hablara «de comunismo (ni siquiera de sociedad socialista) cuando se refiere al futuro. Dice que el mundo necesita una pasada por la izquierda. Habla de democracia radical y participativa, de otra globalización, de nuevo humanismo. Y sobre todo de derechos (…)» (p. 258). FFB opinaba que el comunismo organizado no había perdido su función política siempre y cuando estuviera dispuesto a unirse con todas las fuerzas progresivas de la sociedad y trazar con ellas un programa de transformación social viable y realista. Los tiempos en que el movimiento comunista creía ser políticamente autosuficiente habían acabado para siempre. Para un seguidor del filósofo de Tréveris, el objetivo tenía que ser ahora la construcción de una suerte de V Internacional que recordase a la antigua y plural Asociación Internacional de Trabajadores.
Como decía antes, dicha renovación no implicaba en absoluto que los militantes radicales del nuevo milenio hicieran un borrón y cuenta nueva con el pasado. Todo lo contrario. FFB no dejó de recomendarles el estudio riguroso de la historia del movimiento comunista -o, mejor dicho, de la historia tout court− para que su práctica política no cayera en el presentismo estéril. En el libro se incluyen diferentes muestras de ello. Pienso, por ejemplo, en la larga reseña de la espléndida novela Chevengur de Andréi Platónov, ambientada en los años del comunismo de guerra y la Nueva Política Económica, y en su comentario del libro de Rafael Poch de 2003 acerca de la caída del sistema socialista y la transición al capitalismo en los territorios de la vieja Unión Soviética. Pero también en su reseña de las memorias de Rossana Rossanda, La muchacha del siglo pasado (2005), en que FFB encontraba, amén de la admisión de la derrota del comunismo italiano, enseñanzas fecundas para el futuro.
Para concluir, no faltan motivos para recomendar la lectura de este libro tan bien editado por López Arnal y Mir. De entrada, por el interés intrínseco de las reflexiones de un intelectual sólido y original, cuyo talento a la hora de hilvanar argumentos tiene pocos parangones en la izquierda española de los últimos cincuenta años. En segundo lugar, porque los textos del libro conforman, en sí, toda una lección metodológica sobre cómo interrogar la experiencia histórica comunista y sacar de ella conclusiones provechosas para el presente. Y por último, porque es un libro útil para todos aquellos historiadores y politólogos que estén interesados en analizar cómo la izquierda de España vio el final del socialismo real e intentó reconstruir sus categorías analíticas a partir de los años noventa.
Fuente: Nuestra historia, Revista de Historia de la FIM. Núm. 4, 2º semestre de 2017. pp. 191-194.