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1929 – 2009. Nosotros los de ahora, y los nuestros de entonces

Fuentes: Rebelión

«Nacidos en una época turbulenta, arrastrados al abrir los ojos a la luz por ideas ya hechas y por corrientes ya creadas, obedeciendo a instintos y a impulsos, más que a juicios y determinaciones, los hombres de la generación actual vivimos en un desconocimiento lastimoso y casi total del problema que nos toca resolver. […] […]

«Nacidos en una época turbulenta, arrastrados al abrir los ojos a la luz por ideas ya hechas y por corrientes ya creadas, obedeciendo a instintos y a impulsos, más que a juicios y determinaciones, los hombres de la generación actual vivimos en un desconocimiento lastimoso y casi total del problema que nos toca resolver. […] Establecer el problema es necesario, con sus datos, procesos y conclusiones.- Así, sinceramente y tenazmente, se llega al bienestar: no de otro modo. Y se adquieren tamaños de hombres libres.»

José Martí, Cuadernos de apuntes , 1881.

Para Lourdes, siempre

1929

La crisis de 1929 tiene especial importancia para el análisis de la que enfrentamos hoy, al menos en dos sentidos. El primero y más general corresponde a su alcance y su importancia histórica: con ella culminó el ciclo de desarrollo liberal clásico, y el mundo ingresó en plenitud al siglo XX. El segundo tiene un carácter más específico. La gestión de la crisis de 1929 proporcionó un importante modelo de referencia en la formación de varias generaciones de científicos sociales latinoamericanos, en lo relativo a la comprensión del lugar y el papel de la región en los procesos de formación y transformación del moderno sistema mundial.

Así, el manejo de la crisis de 1929 fue percibido como exitoso en cuanto había logrado dos importantes objetivos. Uno, contener y revertir el terrible impacto inicial de la crisis sobre el sistema mundial. El otro, haber sido capaz de conducir a ese sistema a un escalón superior de desarrollo civilizatorio, en el que la ideología del progreso – sucesora a su vez de la de la civilización, tan cercana a las oligarquía de nuestra América – cedió su lugar a la del desarrollo, más adecuada a un mundo que dejaba de estar organizado en metrópolis y colonias para constituirse en una comunidad de Estados independientes vinculados entre sí por un mercado mundial que encontraba en el dólar norteamericano un referente monetario universal.

Como todo modelo, éste contiene imprecisiones. Lo descrito en el párrafo anterior, por ejemplo, corresponde a las formas más visibles de gestión de aquella crisis, tales como la intervención masiva del Estado en la economía, la ampliación de los derechos democráticos de las capas medias y los trabajadores en los Estados nacionales de la época, y la creación de servicios públicos eficientes de salud pública, educación masiva y seguridad social en esos países. John Maynard Keynes, en lo económico, como Franklin Delano Roosevelt en lo político y lo social constituyen sin duda los héroes más visibles de aquel momento histórico en este nivel de visibilidad.

Un segundo nivel, que ha ganado en visibilidad en estos tiempos, hace a las dos grandes reformas que conoció el sistema mundial. La primera se refiere a la creación de un verdadero sistema monetario internacional a partir de los acuerdos de Breton Woods, en julio de 1944. La segunda, y más notoria, a la de la creación del moderno sistema internacional, estructurado como una Organización de las Naciones Unidas, que pasó de medio centenar de Estados fundadores en octubre de 1945, a casi doscientos medio siglo después.

Estos dos niveles de visibilidad en la gestión de aquella crisis fueron el resultado, también, de circunstancias que estuvieron presentes entonces, pero no tienen equivalente ahora. De ellas, la primera y más notoria en el plano político es la de la claridad de las opciones enfrentadas: el liberalismo al centro, con el fascismo a la derecha y el comunismo estalinista a la izquierda, definieron de manera prístina el escenario de la geopolítica mundial entonces. Y a eso cabría agregar la amplitud de los espacios sociales, ambientales y políticos de maniobra con que contaba entonces el sistema mundial, y de los que carece hoy.

La baja presión demográfica de una población inferior a la actual, sometida en su mayor parte a un sistema colonial que abarcaba la mayor parte del Planeta – al que cabía agregar los que en aquellos años eran considerados como «espacios vacíos» de la América Latina -, permitía contar con vastas reservas de recursos humanos y naturales que ya no están disponibles. En lo político, el espacio de maniobra se desplegaba en dos vertientes. Una, en el carácter restrictivo de la vieja democracia liberal imperante en las sociedades de capitalismo más maduro, que estimulaba la construcción de consensos en torno a la ampliación de los derechos ciudadanos de las capas medias y los trabajadores. La otra vertiente se desplegaba en la lucha por alcanzar esos derechos a través de la conformación de Estados nacionales en las regiones coloniales de Asia, África y Oceanía.

Allí, además – como en nuestra América -, esa lucha por derechos políticos básicos se combinaba con el carácter primario de las expectativas sociales masivas: educación, atención sanitaria, empleo y formas elementales de seguridad social. Si el analfabetismo supera la mitad de la población adulta, la expectativa de vida al nacer no va más allá de los cincuenta años, la industrialización no se ha iniciado y la organización de los trabajadores es una novedad, concesiones relativamente pequeñas por parte de los grupos dominantes pueden producir transformaciones importantes y de impacto duradero en el desarrollo social.

Y estaba, por supuesto, el enorme espacio de maniobra que ofrecía el sistema colonial. Si éste ya había cumplido su función inicial de subsidio masivo al despegue del capitalismo en los países centrales, su reorganización como sistema de economías nacionales dotadas de Estado propio podía ofrecer aún – como en efecto lo hizo – un enorme impulso al nuevo ciclo de expansión económica que tuvo lugar en las décadas de 1950 y 1960, hasta desembocar en la creación de algunas de las condiciones previstas por Gramsci a comienzos de la década de 1930, cuando en sus cuadernos de la cárcel anotaba lo siguiente:

Atlántico – Pacífico . Función del Atlántico en la civilización y en la economía moderna. ¿Se trasladará este eje al Pacífico? Las masas de población más grandes del mundo están en el Pacífico: si China y la India se convierten en naciones modernas con grandes masas de producción industrial, su alejamiento de la dependencia europea rompería el equilibrio actual: transformación del continente americano, traslado desde la orilla atlántica a la orilla del Pacífico del eje de la vida americana, etcétera. Ver todas estas cuestiones en términos económicos y políticos (tráficos, etcétera). 1

Otros niveles de visibilidad en la gestión de la crisis de 1929, muy directamente conectados a este comentario de Gramsci, han sido y son mucho menos percibidos. En el caso de la geocultura del sistema mundial, por ejemplo, todo el énfasis se ubica en la formación del concepto de desarrollo. Recibe mucha menos atención, en cambio, la maduración de formas complejas de identidad, pensamiento y organización política en la periferia del sistema mundial de entonces, que han venido a tener importantes consecuencias en el de hoy. Destacan, por ejemplo, los casos del pensamiento radical democrático de José Martí (1853 – 1895) en América Latina, sintetizado en su ensayo Nuestra América, de enero de 1891; del pensamiento nacional democrático de Sun Yat Sen (1886 – 1925), en China, sintetizado en los Tres Principios del Pueblo – democracia, nacionalismo y bienestar -, y el del humanismo patriótico de Mahatma Gandhi (1869 – 1948).

También es mucho menos visible el hecho de que el sistema internacional que efectivamente se constituyó a partir de la gestión de la crisis de 1929 dependió en una enorme y constante medida del recurso a la violencia y autoritarismo en su periferia. Convertida primero en zona caliente de la Guerra Fría, pasó a ser después el escenario de los llamados «Estados fallidos», cuya viabilidad depende de la presencia de fuerzas de ocupación extranjeras. Así, a la secuencia inicial de violencias en Palestina, Corea, Argelia, el África ecuatorial, el Sudeste asiático y América Latina, ha sucedido la situación de conflicto endémico, abierto o soterrado, que subsiste en los Balcanes, el Cáucaso, el Asia Central, Palestina, Irak, el África sub sahariana y Haití, por mencionar sólo casos muy visibles.

2009

En suma, la gestión de la crisis de 1929 permitió al capitalismo ingresar a una fase superior y más compleja de desarrollo, favorecido por una combinación de factores entre los destacan la carencia de capacidad política de movimientos alternativos viables; la presencia de alternativas sistémicas viables, y la existencia de amplias reservas territoriales, demográficas y culturales disponibles para una nueva fase de expansión. Hoy, la economía, el sistema internacional y la geocultura mundial que han entrado en crisis son las que en su momento emergieron de las transformaciones ocurridas en el sistema mundial entre 1929 y 1945. Y esto, a su vez, ayuda a entender mejor el carácter, los desafíos y las opciones que nos plantea la circunstancia que hoy nos corresponde enfrentar.

La crisis financiera de 2008, en efecto, se vio precedida por crecientes dificultades en el funcionamiento de los mecanismos de gestión del sistema internacional. Esta dificultad ya emerge a principios de la década de 1990, en el intento de conciliar el imaginario del desarrollo como valor hegemónico del sistema internacional – expresado en el papel axial del organismo creado para promoverlo, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo -, con el reconocimiento de la insostenibilidad de ese objetivo que emerge como problema en la Cumbre de la Tierra de 1992.

A esa dificultad de orden ideológico y cultural se agrega, poco después, la de orden político que resulta del fracaso del intento de transitar por medios puramente burocráticos hacia un sistema internacional organizado de hecho en torno a la Organización Mundial del Comercio, como resultado de la resistencia masiva a la versión neoliberal de la globalización. Como resultado de esa resistencia, el proceso de globalización pasó a tener dos voceros enfrentados entre sí: los Foros de Davos y de Porto Alegre. El primero pasó a sintetizar la aspiración de los sectores hegemónicos en el sistema internacional a una organización mucho más eficiente del desarrollo desigual y combinado de mucho más eficiente, mientras Porto Alegre representó la demanda de un mundo en el que la equidad y la sostenibilidad se requerían mutuamente para un desarrollo que mereciera ser llamado humano. Y aun así, como lo advirtiera Immanuel Wallerstein ya en 2004, el enfrentamiento entre ambos no se refirió «a si estamos o no a favor del capitalismo como sistema mundial», dado que

Las dos posibilidades de reemplazo carecen tanto de verdaderos nombres como de perfiles detallados. Lo que está en cuestión es, en lo más esencial, si el sistema de reemplazo será jerárquico y polarizante (esto es, igual o peor que el sistema actual) o será en cambio relativamente democrático e igualitario. Estas son opciones morales básicas, y estar de uno u otro lado determina nuestras políticas.2

La crisis ha venido a expresar, de este modo, el agotamiento de las premisas políticas, culturales y ambientales que habían sostenido el desarrollo del moderno sistema mundial a partir de la segunda postguerra.3 En estas circunstancias – sobre todo a partir del derrumbe del socialismo en la Unión Soviética y Europa Oriental, que hace recaer todo el peso de la crisis sobre el centro liberal – no es de extrañar que se multipliquen lo que Gramsci llamó «fenómenos morbosos» que caracterizan la fragmentación de los marcos preexistentes de referencia y control.

Tal es el caso de la creciente importancia política que adquiere la difusión de los fundamentalismos de todo tipo, regresiones populistas, fragmentación y disolución de formaciones estatales, migraciones sin control y situaciones de carácter cuasi maltusiano que asolan regiones completas, como el África subsahariana. Todo ello, a su vez, opera en un marco de erosión generalizada de las formas tradicionales de autoridad moral y política y de generalización del recurso a la violencia como medio de control social.

La crisis que encaramos se ubica así de lleno en el terreno de la hegemonía. Su dimensión financiera culminó este proceso, pero no fue su causa. Llegó cuando ya estaba muy extendido el deterioro del moderno sistema mundial, para presentarse como el aspecto principal de una contradicción más profunda: la del carácter desigual y combinado del desarrollo que ese sistema organiza, del cual depende para existir, y en cuyo marco debe encarar sus problemas o enfrentar el riesgo de su propia implosión. La complejidad de esta circunstancia nos obliga – y seguirá haciéndolo – a reexaminar una y otra vez nuestras conclusiones sobre el carácter y el significado de esta crisis en el desarrollo del mundo que hemos conocido.

1929 – 2009

Si en 1929 el sistema mundial enfrentó con éxito una grave situación de crisis en su desarrollo, en el 2009 podría estar afectado por el agotamiento quizás irreversible de las estructuras mismas que organizan y sustentan ese desarrollo. Aun si esas estructuras deben encontrar un nuevo punto de equilibrio en la recomposición del sistema en torno a una economía nacional distinta a la norteamericana – esto es, si el sistema depende de una transferencia de la hegemonía de un centro sistémico a otro, como ha ocurrido en el pasado -, las posibilidades parecen ser cada vez más limitadas.

El proceso de globalización ha creado ya, en efecto, opciones de un nuevo tipo – desde ciudades – Estado como Singapur hasta regiones económicas de creciente integración política y ascendiente global, como las de Asia Pacífico y Europa Occidental -, cuyos oportunidades y necesidades de desarrollo desbordan las capacidades de las estructuras políticas de cooperación intergubernamental, y de las economías organizadas a partir de mercados nacionales. En estas circunstancias, cada vez resulta más incierta la recomposición del sistema a partir de la hegemonía de un Estado en particular, aun con desplazamiento del centro Noratlántico a la región Asia Pacífico, mientras se incrementan los nuevos procesos de fragmentación y recomposición del sistema internacional.

En ese marco, también, están en marcha nuevos y complejos procesos de concentración y centralización del capital. Asistimos otra vez a la destrucción masiva de empleos y de organizaciones productivas, a incrementos en la productividad derivados de la innovación tecnológica y organizativa, y a la formación de sectores de actividad económica nueva, como el mercado de bienes y servicios ambientales, y de sectores también nuevos del capital.

En nuestra América, en conjunto con – y más allá de- los procesos de reforma democrática y estabilización económica que ocurren en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Cuba, Brasil, Chile, Uruguay, Argentina, El Salvador y Guatemala – y los de contra reforma que operan en México, Honduras, Colombia y Perú – se acentúa el proceso de reorganización territorial de las economías iniciado en la década de 1990. Nuestra región, cada vez más urbanizada, expande sus fronteras de recursos, organiza como verdaderas biofábricas sus espacios de agroexportación, e intensifica la transformación de la naturaleza en capital natural por los medios más diversos, desde la inversión en megaproyectos de infraestructuras, el desarrollo de nuevas y más eficientes modalidades de inserción en el mercado global de bienes y servicios ambiéntales, y la creación de los marcos legales y culturales que esos mercados requieren para operar con eficiencia en el nivel glocal.

Todo esto, como es natural, se presenta acompañado de una cauda de conflictos entre estructuras de convivencia y modelos de gestión política, social, económica y ambiental viejos y nuevos. Aquí, destaca en particular el enfrentamiento entre múltiples grupos y sectores sociales y económicos distintos que aspiran a hacer usos excluyentes de un mismo sistema natural, sea la selva amazónica, los glaciares de los Andes o los litorales mesoamericanos: sectores privados de propiedad por la privatización de las fuentes de recursos y grupos empresariales beneficiados por esa privatización, o viejas y nuevas fracciones del capital – primario – exportador, industrial – exportador, financiero – articulador, y ambiental («verde» o «azul»).

Todo ello abre espacio a la formación de alianzas de estas nuevas fracciones con sectores de capas medias urbanas y de pobres de la ciudad y el campo resocializados para bien o para mal en el curso de estos procesos. Y, frente al carácter esencialmente defensivo de las luchas populares en este terreno, establece un campo fecundo para el desarrollo de opciones alternativas que sean viables en cuanto faciliten la creación colectiva de nuevas formas de expresión del interés general de comunidades territoriales, regionales nacionales complejas. Aquí, lo único excluido es la variable Mafalda de «paren el mundo que me quiero bajar».

Nada de esto implica que las luchas sociales – y sin duda la lucha de clases – hayan dejado de ser el motor de la historia. Supone, simplemente, que ese motor ha pasado a operar en un nivel de complejidad que nos obliga a replantearnos una vez más lo que sabíamos o creíamos saber sobre su funcionamiento. ¿De qué clases se trata, en esta etapa de esta historia?, ¿cuáles son, cómo son, dónde están?, ¿qué tienen de común, qué de distinto con el pasado inmediato y mediato del que proceden?, ¿cómo y dónde se estructuran las relaciones que mantienen entre sí en las distintas regiones y las diversas escalas del sistema mundial en que actúan? Y en estos términos, ¿qué posibilidades existen de identificar y establecer formas nuevas de expresión de intereses colectivos, y las formaciones sociales y políticas capaces de ejercer ese interés en cada región y cada ámbito del sistema?

Creación

José Martí advirtió en 1891 a sus contemporáneos que crear había venido a ser la palabra de pase de su generación. Cintio Vitier, por su parte, nos enseñó que la aspiración mayor de Martí era crear en Cuba una República «con todos y para el bien de todos»… los que querían esa República. Así será el mundo mejor posible: con todos y para el bien de todos los que participen en su creación. ¿Cómo traducir estas premisas culturales en una práctica política que sea viable por lo útil que sea para encarar los graves problemas de nuestro tiempo?

Aquí, conviene partir de los hechos cumplidos. El programa neoliberal es uno de esos hechos, al menos en su forma de Consenso de Washington. El programa inicial de resistencia a las consecuencias del neoliberalismo está agotado también. Los sectores subordinados carecen de un proyecto alternativo. Los sectores dominantes también. En ambos campos se acentúan las contradicciones internas, con una salvedad importante: es más viable la resistencia desde estructuras profundas de encuadramiento y dominación que permanecen esencialmente intactas, que el paso a una ofensiva general de los dominados contra esas estructuras. Aun así, ya es evidente la contradicción entre la demanda de una ampliación de derechos de acceso a los frutos del progreso, y de espacios de participación democrática, por parte de los sectores subordinados, y el reclamo de una renovada restricción de los derechos de otros por parte de los sectores dominantes, al amparo de una renovada tentación autoritaria.

Las cosas, en suma, ya no son lo que eran, ni volverán a serlo. Tampoco, sin embargo, han llegado a ser lo que serán. Por lo mismo, cabe recordar que, si bien nunca existe un pasado al cual regresar, la crisis abre ante nosotros múltiples opciones de futuro a construir. A esas opciones es que cabe referir todas las propuestas que afloran por todos los ámbitos de nuestra cultura, desde el bien vivir y mundo en que quepan todos los mundos, hasta el desarrollo sostenible de una economía verde basada en el conocimiento. Todas ellas tienen en común, en efecto, el hecho de que expresan las diversas vertientes del malestar en la cultura desde las cuales se incuban los proyectos que se enfrentarán en la etapa que viene, que se inicia ya.

Al propio tiempo, estas circunstancias en que los conflictos que emergen de la crisis se combinan con los que fueron mediatizados pero no resueltos en el ciclo hegemónico que culmina ofrecen nuevas posibilidades de construcción de entendimientos entre movimientos sociales emergentes que se expresan desde racionalidades y con voces sin cabida en la geocultura que implosiona. El detalle de esos entendimientos en casos particulares será diverso, pero sus lineamientos fundamentales ganan cada día en claridad: gobierno basado en el consenso; autoridad funcional, no jerárquica ni de casta; igualdad sustentada en la equidad; armonía en las relaciones sociales, y en las interacciones entre sistemas sociales y sistemas naturales, y una producción centrada en valores de uso, y en la valoración de los recursos a partir de la función que cumplen en los ecosistemas que los proveen.

Lo esencial, en esta circunstancia, es que los sectores oprimidos – siempre a la defensiva, siempre empujados a la dispersión por el acoso incesante de los opresores- despliegan hoy capacidades de iniciativa y concertación que habían estado ausentes de la política latinoamericana desde la década de 1980. Cada manifestación de esas capacidades a su vez, ganará en fecundidad en la medida en que se vincule a una concepción general del mundo capaz de expresarse en una práctica política correspondiente a la novedad de los tiempos. Y esa práctica será progresiva, en el sentido del desarrollo humano, si es el resultado de una transformación del sentido común, capaz de traducir aspiraciones en conductas innovadoras que conduzcan a realidades nuevas.

El problema medular ha sido y será el de vincular en términos nuevos la teoría y la práctica, el interpretar y el transformar, el pensar haciendo y el hacer pensando, creciendo con la gente para ayudarla a crecer, siempre de cara al bien mayor posible en cada momento de ese proceso, y recordando que la opción por el mal menor expresa el acatamiento de nuestras propias debilidades. Aquí, entre nosotros, están creadas ya las capacidades básicas para renovar los empeños que nos permitan llegar, como quería Marti, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas.4

Una vez más: no hay en nuestra América batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. Volvemos al camino que va de Martí a Mariátegui, y allí al Che, a la Teología de la Liberación y a los movimientos sociales nuevos. El pequeño género humano que dio de sí a Bolívar ha dicho otra vez ¡basta!, y otra vez ha echado a andar.

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1 Cuadernos de la Cárcel . Edición crítica del Instituto Gramsci. A cargo de Valentino Gerratana. Ediciones ERA, México, I, 276.

2 «Después del desarrollismo». Ponencia presentada en la conferencia «Development Challenges for the 21st Century», Universidad de Cornell, Octubre 1, 2004.

3 Para Immanuel Wallerstein, ese agotamiento incluyó el de las reservas de recursos naturales y ambientales del sistema, hasta entonces disponibles a muy bajos costos – expresada por ejemplo en la intensificación de la huella ecológica del desarrollo desigual y combinado, mientras tendía a incrementarse el costo social y político de operación del sistema debido a la migración masiva del campo a las ciudades y al incremento de las luchas de los excluidos en demanda de derechos políticos sociales fundamentales. Al respecto: «Ecología y costes de producción. No hay salida». Trabajo presentado en las jornadas PEWS XXI, «The Global Environment and the World-System,» Universidad de California, Santa Cruz, 3 a 5 de abril, 1997. Publicado en Iniciativa Socialista , número 50, otoño 1998.

4 «Nuestra América». El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. En Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, VI, 17.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.