Hace 20 años, el domingo 6 de diciembre de 1998, Hugo Chávez Frías logró, de la mano del Movimiento V República (MVR) una contundente victoria sobre los partidos tradicionales unidos y a su candidato Henrique Salas Römer, con el segundo mayor porcentaje del voto popular en cuatro décadas (56,2%), sucediendo al conservador Rafael Caldera en […]
Hace 20 años, el domingo 6 de diciembre de 1998, Hugo Chávez Frías logró, de la mano del Movimiento V República (MVR) una contundente victoria sobre los partidos tradicionales unidos y a su candidato Henrique Salas Römer, con el segundo mayor porcentaje del voto popular en cuatro décadas (56,2%), sucediendo al conservador Rafael Caldera en la presidencia de Venezuela.
Salas Römer, fue apoyado por los tradicionales partidos Acción Democrática y Copei, socialdemócratas y socialcristianos, que habían retirado el aval a sus candidatos propios (Luis Alfaro Ucero y la ex miss Universo Irene Sáez, respectivamente) para evitar la victoria de Chávez y decidieron apoyar al gobernador del estado Carabobo, Henrique Salas Römer, empresario y economista, postulado por un partido fundado por él, Proyecto Venezuela.
Fue bastante enredado todo lo que rodeó a las elecciones. Desde la jefa de la encuestadora estadounidense contratada por Salas, desesperada dibujando números para convencer a periodistas extranjeros, hasta el célebre «Frijolito», el caballo del candidato del sistema, protagonista de una folclórica cabalgata que la plutocracia de Carabobo hizo en Caracas.
«Tribilín» (como se lo conocía en la milicia) Chávez le ganó las elecciones a «Frijolito» y todo el pasado, Tenía 44 años, y un discurso social agitado y amenazante que según la prensa hegemónica espantaba a los inversionistas, ejecutivos locales y elite política. Prometió transformar por completo el sistema político y legal de Venezuela, así como «revisar» las inversiones extranjeras.
Su figura se hizo popular desde el golpe de estado que coprotagonizó en 1992 (contra el corrupto gobierno de Carlos Andrés Pérez), sobre todo por los escasos segundos de televisión cuando fue apresado cuando admitió la derrota, «por ahora». Pasó dos años en prisión, y en 1994 fue perdonado por el presidente Rafael Caldera.
Cuando Chávez fue nombrado candidato presidencial por el Movimiento V República (MVR), a mediados de 1997, no alcanzaba ni el 10 por ciento de la intención de voto, pero tras recorrer ciudades y pueblos del país, esta situación cambió radicalmente. ¡Con Chávez manda el pueblo! fue la consigna y sus encuentros eran cada vez más concurridos. Boinas rojas y el tricolor nacional resaltaban siempre en el río de gente, donde los niños se «disfrazaban» de Chávez con sus camisas verdes y boina roja.
De manera acelerada el nacido en los Llanos (Sabaneta de Barinas) aumentó su popularidad de manera sostenida, pasando por encima de Irene Sáez, quien a dos meses de los comicios lideraba las encuestas. La intención d voto por la ex Miss Universo cayó abruptamente cuando Copei anunció el retiro del apoyo.
Chávez ganó las elecciones con una ventaja de un millón 60 mil 524 votos, causándole una derrota histórica al bidipartidismo adeco-copeyano, que mantuvo al país sumido en la miseria por más de cuatro décadas, dilapidando sus gobiernos los grandes recursos provenientes del petróleo.
Las elecciones presidenciales de 1998 fueron el comienzo de una Revolución en el que el pueblo venezolano llegó al poder y Venezuela comenzó a transitar un camino de participación popular, inclusión y justicia social. Empezó a escribirse, como lo dijo Chávez en algún momento, «una historia imborrable».
El 2 de febrero 1999, Chávez asumió la presidencia de Venezuela con un juramento que marcó el inicio de un profundo proceso de cambios: «Juro delante de Dios, juro delante de la Patria, juro delante de mi pueblo, que sobre esta moribunda Constitución (la de 1961) impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la República nueva tenga unas Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos. ¡Lo Juro!».
La propuesta
En octubre de 1996, Chávez había escrito: «Estamos en plena transición. Fuerzas desatadas la impulsan, las más de las veces sin control. Esa transición se inició a finales de los años 70, cuando la situación A (capitalismo de Estado-Pacto de Punto Fijo entre AD y Copei) comenzó a dar signos de agotamiento. El reto está hoy en impulsar esa transición hacia una situación B deseada, preconcebida. Para impulsarla puede haber varios caminos. Se trata de vislumbrar entonces esos posibles caminos. Y de orientar la transición para aquel o aquellos que ofrezcan mayor viabilidad».
El 11 de abril de 1998 en La Transición posible, indicaba que de la crisis-catástrofe había nacido la necesidad de la transición, «un proceso que ha construido su propio cauce, ha definido su propio rumbo y ha penetrado en el alma misma del colectivo nacional. Hoy es ya un proyecto de transición, indetenible, democrático, revolucionario».
Allí Chavez hablaba de los cinco polos: el macropolítico, cuya línea central era la asamblea constituyente, para dar paso a una verdadera democracia participativa; la desconcentración territorial, el desarrollo humano, la transformación productiva, y la visión internacional y geopolítica
En la campaña electoral del candidato Chávez y en su propuesta electoral: «Una Revolución Democrática para transformar a Venezuela» (1998), fue un ferviente crítico del «capitalismo salvaje» y de su expresión concreta, el «neoliberalismo». Las leyes de seguridad social promulgadas durante la gestión de Caldera, recibieron una buena dosis de crítica y cuestionamiento.
Chávez prometió, entre otras cosas, lanzar dichas leyes al cesto de la basura por ser «neoliberales» y, por tanto, contrarias a su pensamiento político, económico y social, y, al ideal de proyecto de sociedad propuesto al electorado venezolano.
La propuesta señalaba que «Las instituciones de Seguridad Social presentan problemas de índole diversa, pero el denominador común corresponde al financiamiento y tipo de gestión administrativa. Los desequilibrios e insuficiencias financieras tienen su origen en múltiples causas, las cuales se sintetizan en una relación no proporcional entre los ingresos y los egresos».
«Los ingresos disminuyen en los programas contributivos como consecuencia de la desocupación, de los bajos salarios sujetos a cotización, del fraude y la mora de los contribuyentes, del envejecimiento de la población y de las políticas de inversión de los recursos financieros y, en los programas asistenciales no contributivos, por la reducción del gasto público y social aplicado a los mismos, tal como se señaló en el área de la salud», añadía.
Y puntualizaba que los egresos «se incrementan como consecuencia de los elevados costos de la asistencia médica, farmacéutica y protésica, las prestaciones de protección a la vejez y al desempleo, los ajustes salariales a los funcionarios, el incremento de los gastos administrativos, el dispendio de los recursos y su malversación».
Catorce años que transformaron Nuestramérica
Venezuela y quizá América Latina, la región más desigual del mundo, no son los mismos después de Hugo Chávez, que arrojó sobre el pensamiento latinoamericano la percepción de que las urgentes transformaciones estructurales, ya no solo eran necesarias e imprescindibles, sino también perfectamente posibles.
Hugo Chávez, la locomotora que impulsó la construcción diaria de la Patria Grande, la de los pueblos, dejó hace cinco años una patria huérfana. Fueron 14 años que transformaron Venezuela pero también Nuestramérica. Simboliza la emergencia del pensamiento regional emancipatorio del cambio de época, con críticas anticapitalistas de cuño marxista, con una concepción humanista, que rescató la idea de socialismo como horizonte utópico.
Fue quien tuvo en claro la necesidad de transformar nuestras grandes mayorías -los invisibilizados por las elites y los medios hegemónicos- en sujetos de política (y no mero objetos de ella)y se atrevió a lo que muchos consideraban (o creíamos) imposibles, como enfrentarse al imperialismo, o romper con las buenas costumbres de la democracia formal y liberal, institucional y declamativa, entendiendo que había que empoderar a los pobres, dándoles acceso a la educación, vivienda, salud, para todos.
Chávez comprendió que había que pasar de la etapa de más de 500 años de resistencia a una etapa de construcción de naciones soberanas, de una verdadera democracia participativa, de construcción de poder popular, mediante una revolución por medios pacíficos, avanzando hacia integración y unidad de nuestros pueblos -y no de nuestro comercio-, mediante la complementación, la cooperación y la solidaridad, lejos de los dictados del Consenso de Washington.
Entendió bien lo que decía Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar: Es necesario crearse un símbolo ideológico propio. Y Chávez lo pensó basado en un Estado eficaz, que regule, impulse, promueva, el proceso económico; la necesidad de un mercado, pero que fuera sano y no monopolizado ni oligopolizado y, el hombre, el ser humano. En su propuesta de ruptura con el capitalismo hegemónico, aparece un modelo humanista con bases marxistas y esto responde a la pretensión y necesidad de construcción de un modelo ideológico propio, de verse con ojos venezolanos y latinoamericanos.
«La democracia (formal) es como un mango, si estuviese verde hubiese madurado. Pero está podrido y lo que hay que hacer es tomarlo como semilla, que tiene el germen de la vida, sembrarla y entonces abonarla para que crezca una nueva planta y una nueva situación, en una Venezuela distinta», solía decir.
Desde hace más de una década, en América Latina transitamos un nuevo momento histórico, el de la búsqueda de los caminos para superar el neoliberalismo. Venezuela, de la mano de Hugo Chávez, fue vanguardia y creó condiciones y estimuló que otros se animaran.
Sin Chávez-locomotora, el proceso de integración regional, basado en la complementación y la solidaridad, que impulsara el gobierno bolivariano, comenzó a naufragar, de la mano de la ofensiva del neoliberalismo y la desestabilización de fuerzas de ultraderecha con apoyo del terror mediático y el financiamiento externo, pero también de los errores de los gobiernos progresistas. Hoy cuesta cada vez más seguir aquel derrotero.
En octubre de 1999, el presidente brasileño Luiz Inacio Lula de Silva señalaba que «Chavez es un mal ejemplo: defiende algunas ´antigüedades´ como la soberanía nacional, el bienestar del pueblo, el combate efectivo de la corrupción, propone nuevas relaciones entre el mercado y el Estado. Quiere rupturas democráticas (…) Es un verdadero revolucionario, pensador profundo, sincero, valiente e incansable trabajador».
Los logros de la pacífica, sui generis, irreproducible Revolución Bolivariana derriban el mito de la pobreza de América Latina y el Caribe. Demostró que para alcanzarlos bastaba destinar a objetivos sociales las riquezas que antes beneficiaban sólo a las elites y las empresas transnacionales. Chávez potenció la participación política y social mediante el impulso de la democracia participativa, y articuló movimientos sociales con Estado y partidos, a través de las Misiones.
En 1999, cuando asumió el gobierno, el país «ostentaba» un 62% de pobreza y 24% de pobreza crítica, vergonzosos indicadores de deserción escolar, muerte al nacer, mortalidad maternal, desnutrición generalizada. Y, pese a tropiezos y retrasos en aspectos tales como las cooperativas y las comunas, Venezuela logró resultados espectaculares: alcanzó anticipadamente seis de las ocho Metas del Milenio, cuyo cumplimiento fijó la ONU para el año 2015. Venezuela ostentó con Chávez el menor Índice de Gini (de desigualdad) de la América Latina capitalista.
En menos de una década, Venezuela erradicó la pobreza extrema; logró que estudien el 95% de los niños en edad para la educación primaria; avanzó más de 70% en la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer; combatió eficazmente el paludismo, el sida y otras enfermedades, y garantizó la sostenibilidad del medio ambiente (incluso vetó una ley que permitiría privatizar ríos, lagos y lagunas).
Con la Misión Barrio Adentro y otras iniciativas garantizó la atención médica en las vastas zonas desposeídas y marginalizadas durante décadas, un sistema de pensiones que cubre a todos los ancianos y garantizó a éstos el transporte público gratuito. Se trataba de empoderar a los pobres, incluirlos por primera vez en la historia en el acceso a la nutrición, la salud, la educación, convirtiendo a los ciudadanos en sujetos (y no meros objeto) de políticas, capaz de elegir su propio destino.
«Extraño dictador este Hugo Chávez. Masoquista y suicida creó una Constitución que permite que el pueblo lo eche, y se arriesgó a que eso ocurriera en un referendum revocatorio que Venezuela realizó por primera vez en la historia universal., No hubo castigo. Y resultó la octava elección que Chávez ganó en cinco años», señalaba el escritor uruguayo Eduardo Galeano, en agosto de 2004,
Desde abril de 2002 la oligarquía vernácula y Estados Unidos insisten permanentemente en un golpe (primero de estado, luego suave, siempre mediático) para arrebatar al país su principal industria, Petróleos de Venezuela, que aplicaba directamente sus recursos para un gasto social de cerca del 64% del egreso público.
Pero no solo eso: el gobierno bolivariano recuperó empresas estratégicas (electricidad, telefonía, siderúrgica y aluminio) privatizadas en la IV República neoliberal. Expropió latifundios y fomentó cooperativas, empresas recuperadas, comunas y fundos como unidades productivas de propiedad social.
Sin dudas, la actual guerra económica planificada y ejecutada por la oligarquía mercantil y financiera -y sus patrocinantes del exterior- para derrocar la Revolución Bolivariana y apoderarse de totalidad de la renta petrolera es, sencillamente, una nueva fase de la lucha de clases en Venezuela.
Quizá como lo intentara tres décadas antes Salvador Allende en Chile, Chávez apostó por la vía pacífica al socialismo, y ese camino fue continuamente bombardeado desde la derecha vernácula, latinoamericana y globalizada con intentos de golpes, desestabilización y sabotaje económico, violencia, permanente terrorismo mediático y magnicidio.
Chávez derrumbó al menos tres mitos, el del fin de la historia y de las ideologías (en nuestra región la historia recién empieza), la incompatibilidad de los militares con la democracia, y el sesentista de que a las masas no les interesa el socialismo. La constitución socialista de 1999 fue aprobada en referendo por el 72% de los ciudadanos, poniendo en marcha esa democracia participativa, con «apenas» 17 consultas electorales en menos de tres lustros.
Señalaba Chávez que la base para construir una sociedad socialista está conformada por los colectivos sociales, el Poder Popular, los cuales deben ser capaces de participar protagónica y conscientemente en la construcción de dicha sociedad y -en consecuencia- en las luchas para derrotar la pobreza, la desigualdad y la injusticia social, el individualismo y el egoísmo que son los antivalores sobre los cuales se sustenta el sistema capitalista y el despotismo neoliberal.
A diferencia de otros países latinoamericanos, el ejército venezolano es policlasista. Incluso grupos de sus oficiales se unieron a la guerrilla de los años 1960 y protagonizaron alzamientos revolucionarios. Chávez supo reavivar la conciencia nacionalista de los militares y así impidió que en 1999, con la excusa de la catástrofe natural producida en el estado Vargas, los marines estadounidenses entraran en suelo venezolano. «Que tropas gringas pisen la patria de Bolívar ya es una afrenta; la otra, es que después sólo con una guerra podríamos sacarlos», avizoró.
La Fuerza Armada Nacional Bolivariana, ante las propuestas antiimperialistas y anticapitalistas impulsadas por Chávez, dio un vuelco histórico para respaldar el proceso, tras el sentimiento de responsabilidad por los hechos funestos del Caracazo del 27 y 28 de febrero de 1989, durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez.
El gobierno bolivariano, además, diversificó la compra de armamentos para evadir el bloqueo de EEUU, creó una reserva que puede aportar un millón de efectivos.
Chávez, que no tenía la formación de la izquierda tradicional, nunca creyó que había temas prohibidos. Demostró que la desmoralización ocurrida tras las derrotas de Jacobo Arbenz, Salvador Allende, Juan Velasco Alvarado, Omar Torrijos y Joao Goulart, entre otros, tenía amplias posibilidades de rectificaciones históricas, e inició una diplomacia latinoamericanista con la derrota del Alca, el impulso del Alba, de Unasur y de la Celac y el ingreso de Venezuela al Mercosur. En ninguna de estas instancias participan Estados Unidos y Canadá, los verdaderos amos de la OEA.
Fue la Venezuela bolivariana la que potenció el paso del mundo unipolar a uno multipolar: repotenció la Organización de Países Exportadores de Petróleo y puso a valer, nuevamente, el precio de los hidrocarburos; coadyuvó al proceso de paz de Colombia y denunció los tratados que subordinaban la soberanía nacional a organismos como el Ciadi, la Organización Mundial de Comercio y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Dejó Venezuela como el tercer país lector en la región. Erradicó el analfabetismo mediante la Misión Robinson. El 82% de los venezolanos lee cualquier material; 50,2% libros; uno de cada tres venezolanos estudia: uno de cada nueve en educación superior, gracias a que secundarias y universidades bolivarianas gratuitas remedian la exclusión por la crónica falta de cupos o los altos aranceles de las instituciones católicas y privadas (cifras de 2013).
El 20 de octubre de 2012, en el último consejo de ministros que dirigió, Chávez dejó sus instrucciones -«El golpe de timón»- para el período 2013-2019, donde insistió en la necesidad de un poder popular que desarticule la trama de opresión política, la explotación del trabajo y dominación cultural. «La autocrítica es para rectificar, no para seguirla haciendo en el vacío, o lanzándola como al vacío. Es para actuar ya, señores ministros, señoras ministras», señaló, instándolos a dar un golpe de timón y terminar con la ineficiencia, la ineficacia y la corrupción.
También dejó preguntas
Chávez señaló la necesidad del debate de fondo para afrontar una lógica de la llamada institucionalización de la Revolución y sus efectos de derechización y burocratización: «Alguien debe organizar un gran foro sobre la vía al Socialismo. Allí se discutirá, por ejemplo: ¿Se puede ir al Socialismo en contumancia con el capitalismo? ¿Se puede separar la relación económica de la formación de la conciencia del Deber Social, fundamento del socialismo?
¿Se pueden construir nuevos empresarios capitalistas sin conciencia capitalista, como proponen algunos? La ausencia de discusión nos lleva al fracaso». Ya el Che Guevara había denunciado los vanos intentos de «construir el socialismo con las armas melladas del capitalismo: propiedad privada, mercado, dinero, mercancías, competitividad».
Y Venezuela fue olvidando el necesario cambio de timón que reclamó Chávez en su último suspiro. O entendió mal lo que quiso decir.
El soñador, a veces ingenuo, perdonavidas, el guerrero, el que siempre quiso ser beisbolista, el de los ojos vivaces, juguetones, cara de pícaro, que sufrió también la soledad del poder, que supo combinar el pensamiento político e ideológico con lo pragmático, Tribilín, El arañero de Sabaneta, se nos fue de repente, cuando más lo necesitábamos, dejando huérfanos a Venezuela y toda Latinoamérica y el Caribe.
Sepan perdonar el dejo de nostalgia, pero… «Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!», diría César Vallejo.
Aram Aharonian: Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la )
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