Al final del año, los balances nos dejan una percepción más bien amarga del 2015. Sin duda la crisis económica externa y la baja de los precios del petróleo han impactado en las economías de los países, sobre todo en aquellos cuyo presupuesto es financiado, en un alto porcentaje, con recursos provenientes del petróleo. Nueve […]
Al final del año, los balances nos dejan una percepción más bien amarga del 2015. Sin duda la crisis económica externa y la baja de los precios del petróleo han impactado en las economías de los países, sobre todo en aquellos cuyo presupuesto es financiado, en un alto porcentaje, con recursos provenientes del petróleo.
Nueve años -casi una década- de un solo gobierno es un caso inusual en nuestra historia política. Más aún con una alta aceptación, más allá del natural desgaste que genera la gestión pública. Y han sido años, hay que decirlo, de una confrontación constante, abonada por medios de comunicación que decidieron asumir un rol político de radical oposición.
No voy hacer ahora un balance de la economía, de la política o de otros aspectos, ya que son muchos los análisis de estos temas que aparecen en los grandes medios, sino que nos dedicaremos más bien al tema cultural. Y comenzaremos con la cultura gestionada por la institucionalidad.
En palabras del propio Presidente Correa: «la Revolución ciudadana tiene una deuda con el sector cultural. Por eso, ya no hay más tiempo que perder; es necesario caminar más rápido». Lamentablemente no ha sido así. Es decir no se ha caminado rápido. Por el contrario, termina el 2015 muy lejos de las metas: la expedición de la Ley de Cultura y la implementación del Sistema Nacional de Cultura, en donde se ordenaría y articularía toda la institucionalidad cultural del país.
Es mandato de la Constitución del 2008 la expedición de la Ley de Cultura. Como sabemos, dicha Constitución ya ha sido reformada, y sin embargo no se ha terminado de ejecutar ese mandato. Un total contrasentido. Por ello, tanto el Ministerio de Cultura y Patrimonio como la Asamblea Nacional antes de enviar tarjetitas de año nuevo y encender velas, deberían -al menos- pedir disculpas al país y, sobre todo, al sector cultural.
Ha demorado tanto la expedición de la Ley de Cultura, y han circulado tantas versiones -una por ministro- que muchos actores culturales creen ya que es mejor que no se expida la dichosa Ley. Y más aún cuando se pretendería -entre otros temas- suprimir la Matriz de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, lo cual -en la práctica- significaría su desaparición, pues los 24 núcleos se convertirían en dependencias del gobierno.
Por ello, uno de los grandes retos del 2016 será preservar la autonomía integral de la Casa de la Cultura, sin duda la institución cultural más emblemática del Ecuador, que vive una situación precaria -ya de ahogo y asfixia- pues para el 2016 se reducirá su presupuesto en más de 500 mil dólares.
Termina el 2015 y Ecuador es el único país de la región que no tiene un Plan Nacional de Lectura. Y lo que es peor, ni siquiera hay un consenso en las propias entidades de gobierno para su implementación. Y tampoco tenemos un Sistema Nacional de bibliotecas públicas, y peor una Biblioteca Nacional digna. Y algo más grave, ya ni siquiera tenemos Museo Nacional, se lo cerró sin tener listo un plan inmediato para su restauración y recuperación. Seguramente el presidente Correa terminará su mandato sin Museo Nacional.
La gestión cultural del Municipio de Quito tampoco ha sido alentadora en este 2015. Refleja la misma inoperancia que otras dependencias, tal como los gestores culturales expresaron en una carta al Alcalde Rodas, quien no les concedió audiencia sino que los remitió al Secretario de Cultura. Es decir, lo mismo que ha hecho con todos los otros sectores descontentos que cada día acuden al palacio municipal exigiendo solución a sus demandas.
En resumen; al final del 2015, carecemos de políticas públicas para la cultura. Nunca entendimos cómo la cultura podía ser un aporte para el cambio de matriz productiva. Y ahora tampoco entendemos cómo la cultura puede ser un importante factor para dinamizar la economía en tiempos de crisis.