El deseo de saber lo que depara el futuro a esta especie nuestra se ha convertido en una constante a lo largo de la historia. Por eso, con más o menos sensatez, con mejores o peores herramientas, algunos se aventuran a vaticinar el devenir. A mi modo de ver, sólo es posible pronosticar, con alguna […]
El deseo de saber lo que depara el futuro a esta especie nuestra se ha convertido en una constante a lo largo de la historia. Por eso, con más o menos sensatez, con mejores o peores herramientas, algunos se aventuran a vaticinar el devenir. A mi modo de ver, sólo es posible pronosticar, con alguna precisión, el futuro más cercano mediante el razonamiento inductivo, observando y analizando los hechos y acontecimientos pasados.
De esta manera, descubrimos que la desigualdad, la codicia y, en la época más reciente, el afán de enriquecimiento, se han convertido en constantes. El dominio de unos pocos sobre las mayorías es también constatable. Todos los intentos de cambio para convivir de una manera más racional han fracasado.
Los que ostentan el poder, o lo han ostentado, se han protegido de una u otra manera. A veces ha sido por la fuerza bruta, otras veces de una forma más taimada. Esto último viene ocurriendo en Europa desde las revoluciones burguesas de finales del siglo XVIII y comienzo del XIX. Las democracias modernas proclaman libertad y derechos frente al absolutismo y a la sociedad estamental. Pero esa libertad restringida y esos derechos incumplidos son exclusivamente una fachada para la defensa de los intereses de las clases dominantes.
El anhelo de conocer lo que ocurrirá se suma al deseo de cambio por parte de determinados sectores sociales. Las condiciones para el intento de trasformación se dan de vez en cuando. Ahora nos encontramos en uno de esos momentos. La desigualdad extrema, el agotamiento del modelo político heredado del Concepto Racional Normativo, las nuevas fórmulas de enriquecimiento sin necesidad de fuerza de trabajo y, en suma, el declive del sistema de producción capitalista, da pié a la aparición de formaciones políticas que rompen con la alternancia bipartidista y con la clásica organización de los partidos, incluidos los grupos minoritarios que adoptan las mismas formas que los partidos con posibilidad de gobierno.
En España irrumpe PODEMOS, en sintonía con lo que está ocurriendo en otros países de nuestro entorno, en donde han surgiendo grupos semejantes. Este grupo, convertido en partido, ha tenido el acierto de romper con lo que ellos mismos llaman los partidos del 78 (los que participan en el juego político a raíz de la Constitución de ese mismo año). Esta actitud del grupo permite conectar con muchos que están desencantados de los otros partidos y del actual modelo.
El año 2015 es doblemente electoral: elecciones autonómicas-municipales y elecciones generales a Cortes. Surgen las preguntas: ¿qué resultado tendrán los de PODEMOS?, ¿en el caso de que tengan acceso al poder político, qué podrán hacer para que mejore la actual situación socioeconómica?
Por un lado, las encuestan pronostican un excelente resultado para un partido de novísima creación. Los otros partidos, en connivencia con los medios de comunicación, han emprendido un feroz ataque contra sus dirigentes y, en general, contra el grupo en su conjunto. Además, las simpatías generalizadas entre amplios sectores comienzan a enfriarse, tal vez, en parte, porque tanta crítica esté haciendo mella en ese inicial entusiasmo. En consecuencia, el apoyo electoral que obtengan, tanto en mayo como en noviembre, es algo incierto.
Por otro lado, lo que puedan hacer, diferente a los demás grupos que han gobernado, también es una incógnita. La historia nos muestra que nunca el poder político ha cambiado la correlación de fuerzas entre ricos y pobres. Por el contrario, es el poder económico el que ha establecido el modelo político que más le interesaba. Tenemos muestras de sobra, entre las que destacan el Chile de Allende y la II República española. Mis reflexiones, en línea con la más pura teoría del materialismo histórico y con experiencia de lo ocurrido durante tantos siglos, me llevan a la conclusión de que es imposible cambiar el sistema socioeconómico sin violencia, sin lucha, sin arrebatar el poder a los que lo tienen. Los cambios a lo largo de la historia se han producido cuando un agente trasformador se hace con el control económico, luego vienen las trasformaciones políticas y la nueva organización social. Así ocurrió, por ejemplo, en el tránsito del Feudalismo al Capitalismo.
A pesar de todo, el 2015 se presenta como un año electoral, cargado de esperanzas.
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