Es sábado por la noche en La Paz y en Correo del Alba recibimos un llamado telefónico del productor Enrique Claros, quien nos confirma que el maestro Gustavo Santaolalla nos espera en un céntrico hotel para sostener una entrevista. Me apresuro en llegar al local, donde me recibe Sergio, su representante, con quien nos instalamos […]
Es sábado por la noche en La Paz y en Correo del Alba recibimos un llamado telefónico del productor Enrique Claros, quien nos confirma que el maestro Gustavo Santaolalla nos espera en un céntrico hotel para sostener una entrevista.
Me apresuro en llegar al local, donde me recibe Sergio, su representante, con quien nos instalamos en una salita. En instantes aparece el maestro, quien al distinguir mi acento chileno de lleno me hace entrar en confianza al pasar a comentar el partido de Copa América que acaban de jugar Argentina y Chile. Comenzamos hablando de Messi y Maradona, pero pronto retomamos el tema que nos convoca: la vida y trayectoria de Gustavo Santaolalla. Prendemos la grabadora, apretamos rec y nos extendemos. A continuación compartimos parte del amistoso diálogo.
¿Puede hablarnos de sus primeros acercamientos con la música?
Comencé a tocar la guitarra desde muy niño, a los 5 años. Hasta los 10 años tuve profesoras, aunque nunca pude entenderme bien con el tema académico de la música; tenía facilidad con el instrumento, pero me ponían la partitura delante y, como la tenía memorizada, fingía que las estaba leyendo, y no leía nada. Cuando me tapaban y decían, «empezá de acá», no sabía realmente dónde estaba.
La cuestión es que la profesora me abandonó, le dijo a mi madre: «Su oído es más fuerte que mi música». Me recuerdo toda la vida de eso, como si la música fuera una cosa que era de ella y como si la música fuera la teoría y el solfeo.
A los 10 años empecé a escribir pequeñas cositas. Lo primero que tuve fue un trío folklórico, porque fue un momento en la Argentina donde había onda con el folklore, había un programa que se llamaba «Guitarreada Cruz», donde iban una vez por semana distintos grupos y artistas desconocidos y se ganaban un premio con el aplausómetro.
¿Década del 60?
Sesentas. En mi casa se escuchaban muchos discos, mi padre y mi madre, pese a que no eran músicos, eran amantes de la música.
Cuando empecé a comprarme mis discos, los primeros dos álbumes que adquirí fueron G.I. Blues de Elvis Presley y uno de Los Teen Tops de México, una banda que cantaba rock americano en español. Después de esto llegaron The Beatles.
¿Qué impresión le dieron los muchachos de Liverpool?
Al escucharlos yo tenía 12 o 13 años, y se me voló la cabeza, dije: «Esto es lo que yo quiero hacer por el resto de mi vida». Como hice mi primaria en un colegio inglés y manejaba bien ese idioma, por tanto, como todos en esa época, me puse a escribir canciones en inglés, pero en poco tiempo me di cuenta que eso no iba. Te estoy hablando que tenía entre 14 y 15 años.
¿Cómo se dio cuenta «que eso no iba»?
Porque me fui dando cuenta que había que cantar en nuestro idioma, que si quería cantarle a la gente era ridículo pensar que todos tenían que saber inglés. Y, aparte, como ya tenía ganas de decir cosas, debía hacerlo en mi idioma.
¿Entonces transita del inglés al castellano y del folklore al rock?
A los 15 empiezo a escribir en castellano y, al poco tiempo, indago en este tema de la identidad. Me di cuenta que no solamente teníamos que cantar en nuestro idioma; sino que teníamos que tocar en nuestro idioma. Así fusionamos ritmos folklóricos con rock; primero argentinos y después de toda Latinoamérica. Es ese el momento en que mis padres me regalan un charango como de juguete y que yo llego a usar en uno de mis primeros demos en inglés, pero ya con Arco Iris -con quienes firmo contrato a los 17- parto con mi carrera de artista y productor.
Cuando hago esa fusión, escribo cosas con ritmo de chacareras, zamba, y decido comprarme un charango como la gente. De hecho, el primer charango que tengo se lo compré al Tarateño Rojas.
¿Se convirtió en un autodidacta del charango?
Totalmente autodidacta. Compuse la ópera Sudamérica o el regreso de la aurora, que en la tapa tiene una imagen de la Puerta del Sol, y ahí utilizo el charango. Después de ese disco vino Inti-Raymi, recurriendo al charanguito. Pero en esa etapa, con el charango ya compongo un montón de cositas mías, instrumentales, hasta que descubro el ronroco.
Quisiera detenerme aquí, ¿cómo llegó al ronroco? ¿Qué valor le da a este instrumento con el que se ha destacado durante décadas?
Yo tenía un charango de caparazón de tortuga, afinado bajo, en MI, como un ronroco; sin saber aún qué era un ronroco. Lo usé con Soluna, el grupo en que estuve al separarme de Arco Iris. Un par de años después, de ida a la Argentina -ya vivía en EE.UU. -, voy a una Casa de Música y encuentro este charango que es más grave, como el de tortuga que te hablo. Lo toco y tuve una conexión espiritual, algo totalmente distinto al charango. Por eso sentí que este instrumento merecía un lugar distinto al del charango, por eso mi álbum se llama Ronroco.
¿En qué radica la diferencia entre el charango y el ronroco?
En que el charango, como lo conocemos hoy, generalmente tiene cuerdas de nylon y no tiene mucho sostén, por eso se lo toca con la mano derecha bien rápido. En cambio, el ronroco tiene sostén, puedes tocar una melodía. Yo me aproximo a él de una manera no tradicional, distinta a la que tocan acá -con las uñas largas y la mano derecha rápido-, yo lo toco como la guitarra, arpegiando.
A partir de mediados de los 80 se me presenta la oportunidad de hacer un compilado de Jaime Torres, un tipo que yo admiraba; escuché casi 400 grabaciones suyas para armar el álbum Amauta -difícil de conseguir, pero que recomiendo a los lectores-. Al principio yo le tenía mucho respeto y me moría de mostrarle lo que yo hacía, pero me daba vergüenza. Hasta que un día me armé de coraje y le llevé un casete y le dije: «Jaime, esta es una música que hacen unos amigos míos». No le quise decir que era mío. La cosa es que el viejo me llama a los 3 o 4 días y me dice: «El que toca acá sos vos». Brujo, ¿no? «Es hermoso esto», comentó. Y yo, «no, maestro, yo toco de otra manera». Y me contesta: «No hay ninguna regla de cómo se tiene que tocar; vos capturaste el espíritu del instrumento, tenés que sacar un disco». Él es quién me impulsó a hacer el disco Ronroco.
Esa es la historia de cómo llega y conecté con el instrumento. A tal punto que si me decís hoy qué toco, diría que guitarra y ronroco.
Del ronroco logra obtener sonoridades muy suyas.
Exacto. Porque la forma que tengo de tocar lo permite. Al arpegiar puedo acompañarme y tocar la melodía a la vez. Igualmente desarrollé otra forma de tocar, que es como un arpegio pero muy rápido, que suena como un arpa o como si hubiera varios instrumentos sonando.
Entiendo que el ronroco le abrió las puertas al cine, donde la crítica le ha reconocido con dos Premios Oscar.
La puerta al cine me la abre el ronroco. Lo primero que recibo es un llamado de Michael Mann, para la película The Insider, con Al Pacino y Russell Crowe, que quería usar mi tema «Iguazú», luego empleado por varias personas, entre ellas, por Alejandro González Iñárritu en Babel, con el cual me gané mi segundo Oscar.
Poco antes, una amiga mía me decía: «Tenés que hacer la música de González Iñárritu, es un nuevo director mexicano, su película se llama Amores perros». Y sí, de la manera que me introdujo ella a la cinta fue con el ronroco, con el disco Ronroco. En la escena final, en que se va el negro con el perro y todo, suena «Atacama».
Inclusive la música del videojuego The Last of US, del cual The Choice es número uno en Spotify, lo compuse con el ronroco y está en un ritmo de 6/8, casi como chacarera.
Por cierto, otro elemento muy presente en su obra es el mundo andino. ¿A qué se debe eso?
La primera vez que vine al norte, que llegué hasta Villazón, fue en plena época de Arco Iris, cuando estaba haciendo Sudamérica… y estar en la Quebrada de Humahuaca y visitar lugares de desierto alto provocó en mí algo que ya lo tengo identificado, con lo cual me conecto inmediatamente y que va más allá de mi gusto por el clima desértico y la altura, me refiero a la búsqueda de la identidad, las culturas quechua y aymara, cuyos epicentros son Bolivia y Perú.
Cuando empezás a ahondar más Bolivia es alucinante, por la cultura aymara, más vieja que la quechua y lo incaico. Por ejemplo, hice una serie de documentales del Qhapaq Ñan, pero de la parte de Argentina, intitulados «Desandando el camino». Partimos donde terminó el Qhapaq Ñan, en una zona de Mendoza en que hay todavía vestigios y viven los warpes, quienes me regalaron una pluma de cóndor con un hilito rojo, diciéndome: «Cuando vayas por el camino, cada persona que te vayas encontrando, con la que tengas una conexión, que le den una vuelta con el hilito rojo, hasta que se vaya llenando el cabo de la pluma». En ese momento, soñamos juntos, los warpes y yo, qué bueno que sería darle esta pluma a Evo, no solamente por lo que significa él; sino también por todo lo que significa la cultura aymara.
¿Pudo entregársela?
Empezamos a tramitar la posibilidad de darle esa pluma a Evo, mientras estábamos haciendo el recorrido. Por suerte, lo conseguí. Claro, el Gobierno en Argentina era otro y yo tenía un gran amigo, Daniel Filmus, que nos ayudó para hacer la conexión. Evo nos citó a las 6 de la mañana y teníamos solo 15 minutos para verlo; pero se copó y se quedó una hora. Y le toqué un tema. Fue muy emocionante.
En fin, tengo una atracción por toda esta cultura desde muy chico. Me siento muy atado. En este viaje visitaré Tiahuanaco, porque no puedo estar acá y no ir. Quiero volver con más tiempo. Venir al carnaval y a la reunión de los charangos, al salar.
En 2003 confluyen en su obra el cine, Bolivia y Argentina con la banda sonora de Diarios de Motocicleta, ¿qué nos puede decir de Ernesto Che Guevara?
Desde la época de Arco Iris o quizás un poco antes que tengo una visión bolivariana, a diferencia de algunos argentinos que no compartían ese sentimiento. Ahora, obviamente el Che es un referente para mí de eso y de una visión de un mundo más parecido al que yo creo que es el que debería ser. Fue un tipo que realmente luchó y se la jugó a full, que donde puso la palabra puso sus hechos. Es único ya que sus niveles y estándares morales y éticos no creo que los tengan muchas personas, ni siquiera los revolucionarios.
Hay quienes destacan su disciplina, la capacidad de «hacerse a sí mismo».
Coincido con esa valoración porque la disciplina ha sido algo reimportante en mi vida. Te contaba que fui educado en colegios donde se me exigía harto y siempre fui muy buen alumno, no siendo un nerd, simplemente porque me gustaba estudiar. En mi casa igual me exigían bastante. Y después me propuse eso de llevar una vida monástica, de una alta disciplina.
¿Cuál es la relación entre disciplina y música?
Fijate que cuando me preguntan qué le diría a un chico o joven que está empezando en la música, siempre hablo de tres cosas: primero, de la ética en el trabajo, de la disciplina, porque sin eso no podés hacer nada. Hace falta la disciplina aún en la indisciplina. O sea, la música es 80% de transpiración y 20% de inspiración, no es cuestión de estar sentado en el sillón esperando que se te prenda la lamparita. No, es trabajar, trabajar y trabajar, hasta que en un momento conectás.
El segundo consejo es encontrar tu voz, quién sos y quién querés ser. Si tocás la trompeta, ¿cómo vas a tocarla? ¿Cómo Miles Davis, Chat Baker o Louis Armstrong? ¿Cuál va a ser tu sonido y qué vas a decir?
Y aquí toco el tercer consejo, mantenerte fiel a tu visión. Es mi experiencia, yo me comí ocho años en EE.UU. donde había eco en la heladera cada vez que la abría, pero si vos trabajás, encontrás y tenés algo que es tuyo, y te mantenés fiel a eso, en algún momento algo pasa y conectás. Eso es lo que yo viví.
Mencionó la banda Arco Iris, ¿qué puede contarnos de esa etapa?
Allí llevábamos un estilo de vida muy especial, espiritual. La gente decía «estos hippies» -yo tenía los pelos lanas- y éramos lo contrario de lo que uno entiende por hippie. Nosotros dormíamos cinco o seis horas por día, hacíamos yoga, ayunábamos una vez por semana, no comíamos carne ni tomábamos alcohol. Entre los 18 y los 24 años llevé una vida monástica, célibe. Fue una decisión de estudio, porque me interesaba y me interesa la búsqueda de la unión entre la música, la frecuencia, la espiritualidad y la ciencia.
¿Cómo manifiesta actualmente esa inquietud que relata?
Por ejemplo, hace un par de meses pude ir a la Organización Europea para la Investigación Nuclear (Cern), un acelerador de partículas que está en Suiza, donde chocan protones para encontrar lo que pasó antes del Big Bang. Estoy haciendo un proyecto con la NASA y con la gente de INVAP, la compañía más reconocida y prestigiosa en tecnología aeroespacial y energía nuclear en Argentina. Esto te lo cuento porque trato de conectar el arte, la música y la espiritualidad con la ciencia.
En su último disco, Raconto, ha decidido revistar su trayectoria musical, ¿cuándo surge esta idea? ¿Cuál ha sido la recepción de la gente?
Me pasó una cosa. Siempre he sido de mirar hacia adelante y no para atrás. Pero, en un momento dado, por los años, por convertirme en abuelo y otras cosas muy personales, decidí apretar pausa y ver cómo llegué hasta acá. Empecé a escuchar mi obra y pensé tengo cuatro discos solistas –Santaolalla, GAS, Ronroco y Camino– y nunca los he tocado en vivo. Y, bueno, dije no, llegó el momento, lanzo mi carrera solista a los 65 años. Traté de ver qué pasaba con la gente, aunque lo hice por una necesidad mía.
¿Le sorprendió algo en esa revisión?
Constaté cosas como la atemporalidad de mi obra, algo que un artista siempre busca. Eso me pasó cuando hallé «Canción de cuna para un niño astronauta», que compuse cuando tenía 17 o 18 años y me sigue pareciendo recontra futurista.
Respecto a la gente, reaccionó bien. El proyecto se lanzó en el Teatro Colón y después he tenido oportunidad de llevarlo por toda Argentina, México, Costa Rica, Bolivia, Chile, Uruguay.
Habla de la gira «Desandando el camino».
Sí. Una de las cosas maravillosas de este show es que la gente me viene a ver y quizá el 90% de las cosas que toco no las conoce, eso porque mi público es multigeneracional y va desde chicos hasta personas de mi edad o más grande; por ahí uno conoce «Mañana campestre», otro » De Ushuaia a La Quiaca » o «Secreto en la montaña», inclusive la del videojuego The Last of Us.
¿Alguna canción que haya redescubierto con especial cariño?
Todas mis canciones las quiero porque son como hijas; cada una tiene su historia.
Para finalizar, una especie de apretado pong-pong al que sometemos a nuestros entrevistados.
Libro que está leyendo
Estuve leyendo varias cosas, pero recientemente leí Sinceramente, de Cristina Fernández.
Libro de cabecera
Me acompaña siempre Zen Mind, Beginner’s Mind, de Shunryu Suzuki -único libro no escrito por él-.
Músicos preferidos
Son varios, pero podría nombrarte The Beatles, Atahualpa Yupanqui y David Crosby -solo y con The Byrds y Crosby, Stillis, Nash and Young; debe tener 10 años más que yo, un hígado trasplantado hace dos décadas y sacó tres álbum en los últimos dos años, ¡me mata!-.
Hay otros que me copan, pero me da por etapas. Ahora estoy con los guitarristas de jazz Joe Pass y Wes Montgomery.
Alguno que te haya influenciado
Una cantidad enorme, desde Stevie Wonder hasta Los Manseros Santiagueños.
Escritores preferidos
Jorge Luis Borges y García Márquez. Julio Cortázar también. Aunque si tuviera que elegir uno probablemente sería Borges.
León Gieco
Un hermano del alma.
Alejandro Lerner
Un primo del alma. Empezó tocando conmigo, en Soluna; me encargué de registrar su primer tema grabado, «Detrás del vidrio roto».
Jorge Drexler
Gran poeta y súper músico.
Charly García
Charly. No hay una palabra para describirlo. Ha dado un cancionero muy bueno y útil para la gente; es clave en la historia del rock nacional y en parte del rock en español.
Luis Alberto Spinetta
Un mago, impresionante. De las bandas en español, después de Litto Nebbia -al que todos debemos muchísimo-, quizás vengan Almendra o Pescado Rabioso. Luis artísticamente fue palabras mayores.
Cosas nuevas que nos pueda recomendar
Una banda mendocina llamada Usted Señálemelo. Igualmente Perras on the Beach, Francisca y Los Exploradores y, otros que me gustan, Ca7riel y Paco Amoroso. Por último, Barbarita Palacios, la chica que canta conmigo, de quien estoy terminando su disco.
Javier Larraín, Director editorial de Correo del Alba.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.