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El peor enemigo de Bolsonaro

Fuentes: Rebelión

Alguna vez, era muchacho entonces, un grupo de amigos me jugó una bonita broma. Cuando estaban reunidos alrededor mío, me dijeron de repente: «¡Cuidado! Detrás de ti está tu peor enemigo.» Me di la vuelta y, para sorpresa mía, me encontré con mi propia imagen reflejada en un espejo que uno de ellos sujetaba. Pasados […]

Alguna vez, era muchacho entonces, un grupo de amigos me jugó una bonita broma. Cuando estaban reunidos alrededor mío, me dijeron de repente: «¡Cuidado! Detrás de ti está tu peor enemigo.» Me di la vuelta y, para sorpresa mía, me encontré con mi propia imagen reflejada en un espejo que uno de ellos sujetaba. Pasados los años caí en cuenta de que habían acertado por completo. Cuántas veces ha pasado que un acto mío, realizado sin mucho meditar, trajo consecuencias malas e imprevistas.

El presidente Bolsonaro debería cuidarse de sí mismo, pues en su interior está su peor enemigo, no en los trabajadores brasileños, a los que arrebata sus derechos; ni en los campesinos, a los que arrebata sus tierras; ni en los indígenas de la selva amazónica, a los que arrebata un universo que sólo ellos conocen; ni en los países vecinos del Brasil, a los que intenta arrebatar su autonomía; ni en su propio pueblo, al que le arrebata sus libertades. Ninguno de ellos es su enemigo sino él mismo, que con sus actos está cavando su propia sepultura política.

Dice: «Mira, lo que he hablado internamente, otros países, intereses, en otros países aquí de América del Sur, es que tenemos que preocuparnos con nuestra seguridad, con nuestra soberanía y yo tengo al pueblo americano como amigo.» Está claro, se refiere al pueblo estadounidense, que también es americano, como todos los demás pueblos de América. Pero lo que Bolsonero dice es una perogrullada, pues el pueblo de EEUU no es enemigo de ningún pueblo del planeta.

Enemigos del mundo entero son los que desde ese país hacen guerras como si fueran negocios, sin que se sepa por qué, aunque tal vez sea para dominar el planeta. De ellos debería cuidarse el Presidente Bolsonaro, más que nada porque los mandatarios de ese país tiene de lema: «Nosotros no tenemos amigos sino intereses.» Parece cuento, pero pocos toman en serio esta confesión e intentan conquistar su amistad. En otras palabras, están diciendo: Sé mi vasallo si quieres servirme, porque no te acepto de otra manera. Puede ser que te pase la mano por el dorso, puede ser que te sonría e, incluso, te abrace, pero eso no va en serio, lo haré si me sirves. Bolsonaro debe recordar cómo terminó Somoza, del que dijeron: «Sabemos que es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.»

En cuanto a la seguridad y la soberanía de su país, pues Bolsonaro no descarta la posibilidad de abrir una base estadounidense en Brasil, se le podría aconsejar, no arrimar su hacha a mal palo y recordar la frase de réplica que le hacen a Henrique IV, de Shakespeare: «La empresa que has cometido es peligrosa, los amigos que me has enumerado son inseguros, y el mismo momento ha sido mal escogido. Toda tu conspiración es demasiado liviana como para pesar más que dificultades graves».
Y si Bolsonaro no quiere darle crédito al gran dramaturgo inglés, que le pregunte a los pueblos de Alemania, Japón o de cualquier otro país europeo, que no saben cómo zafarse de las bases norteamericanas que luego de la Segunda Guerra Mundial les incrustaron en sus territorios con la dizque finalidad de defenderlos de la URSS, pese a que ese país no existe ya.

Prohibido olvidar que en Brasil se expulsó del cargo a un presidente legítimo, que incluso el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, hombre muy de derecha, señaló que «la presidente Rousseff no ha sido acusada de nada.» Sucede que las oligarquías brasileñas utilizaron la cantaleta de la corrupción para impedir que Lula, al que no podían derrotar en las urnas, participara en las elecciones en las que ganó Bolsonaro. Sólo así llegó al poder un partido político de ultra derecha, que EEUU controla férreamente con el propósito de poner fin a la creciente relación de Brasil con China y Rusia, o sea, se trata de un movimiento contra los BRICS.

De ser así, Bolsonaro tiene todas las de perder. Supongamos que le dijera a China: «Como en este momento mi aproximación a EEUU es económica y tú eres su enemigo, no quiero tener nada contigo.» En ese caso se estaría poniendo la soga al cuello. ¿A quién le va a vender la inmensa cantidad de productos agrícolas que ahora vende a China? No a EEUU. Es más, es posible que de allá surja la oferta que cubra el mercado que Brasil abandona, pues todo vale en los negocios y en el amor. Por lo que en esto de las relaciones con China y Rusia, Bolsonaro tiene que andar con los píes de plomo; no es que no afectaría a los BRICS, pero a Brasil le afectaría más.

Según Paul Craig Roberts, ex Secretario adjunto del Tesoro de EEUU: » Siempre que los latinoamericanos elijan un gobierno que los represente, Washington derribará a ese gobierno o asesinará al presidente… Los pueblos latinoamericanos continuarán siendo siervos de EEUU hasta tanto no elijan gobiernos con tan abrumadoras mayorías que estos puedan enviar al exilio a las oligarquías traidoras, cerrar las embajadas norteamericanas y expulsar a todas las corporaciones estadounidenses. Todo país latinoamericano que soporte la presencia norteamericana en su territorio no tiene otro futuro que la servidumbre.» Hay que escucharlo, porque sabe de qué habla.

Además, Bolsonaro debería contemplar lo que cada sábado sucede con Macron. El presidente de Francia llegó al poder casi de chiripas, porque los franceses no querían eligir a nadie ni de izquierda ni de derecha. Ahora, los chalecos amarillos lo ponen en jaque cada fin de semana, porque buscan restaurar la soberanía del pueblo de Francia mediante la implementación de un Referéndum que decida sobre todos los asuntos que les incumbe. Incluso, le advierten que «la ira va a convertirse en odio si continúan, desde su pedestal, usted y sus partidarios, considerando a la gente común como mendigos .»

También a Bolsonaro se le debe recordar que en Brasil nació Luís Carlos Prestes, sobre el que Jorge Amado escribió «El Caballero de la Esperanza», un militar que dirigió la Columna Prestes, un contingente rebelde de 1.500 hombres que recorrió trece estados de Brasil sin conocer una sola derrota en el campo de batalla, en una marcha de 25.000 kilómetros durante 2 años y 5 meses. Prestes nunca se doblegó pese a que Olga Benario, su esposa embarazada de 6 meses, fue entregada a los nazis por Getúlio Vargas, entonces presidente del Brasil, para que esta valiente judía fuera asesinada en una cámara de gas del campo de exterminio de Bernburg. Cuando Getúlio Vargas estuvo contra el imperialismo norteamericano, el Partido Comunista Brasileño, del que Prestes era su Secretario General, le brindó apoyo total. La semilla de Prestes ha germinado en Brasil, Lula es prueba de ello. Así es que Jair Bolsonaro debe medir sus pasos si pretende llegar al final de su mandato presidencial.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.