Las aspiraciones geopolítica de Brasil desde su restricción regional, centrada en convertirse en satélite privilegiado de EEUU para hegemonizar Sudamérica, hasta sus devaneos globales contemporáneos, pese a los retos internos como la pobreza extrema, 12 millones de desempleados, el hambre, la desnutrición. Los militares brasileños, «reacios» al plan del nuevo presidente Jair Bolsonaro de albergar […]
Los militares brasileños, «reacios» al plan del nuevo presidente Jair Bolsonaro de albergar bases militares de Estados Unidos (en Alcántara, la frontera noreste, la Triple Frontera con Argentina y Paraguay o la Amazonia), lograron que, por el momento y a apenas nueve días desde la toma de mando, desistiera de sus planes. La decisión fue anunciada por el ministro de Defensa, general Fernando Azevedo e Silva, tras la repercusión negativa entre la cúpula militar.
En los primeros diez días en el poder y su relación amorosa con las Fuerzas Armadas también parece haberse deteriorada. No habrá cesión de territorios a EEUU por ahora, pero para satisfacer a la poderosa bancada ruralista del Congreso (representando de terratenientes , trasnacionales y del negocio agroindustrial exportador), el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (Incra) ordenó suspender todos los proyectos de atribución de tierras en el país para asentamientos familiares.
El Incra ordenó detener los procesos de adquisición, enajenación u otra forma de obtención de tierras para el programa nacional de reforma agraria (suspensión de un proyecto en curso desde los años 19709, medida que afecta a mil 700 procesos abiertos en el país para identificar y delimitar territorios de afrodescendientes y pueblos originarios.
Bolsonaro firmó un decreto con el cual el Incra dejó de pertenecer a la Casa Civil de la Presidencia para pasar a ser parte del Ministerio de Agricultura. Alexandre Conceição, de la dirección nacional del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra, advirtió que la medida agravará la situación en el campo y traerá mayores conflictos.
Ceder territorios
Al asumir la presidencia, el mandatario ultraderechista afirmó que analizaba la posibilidad de ceder espacio territorial para instalación de bases de EEUU en territorio brasileño, un anuncio que sorprendió al ministerio de Defensa y a la alta oficialidad.
Los mandos consideraron que es innecesaria e inoportuna, que no está afinada a la política nacional de Defensa y podría complicar las delicadas discusiones bilaterales para el uso del Centro de Lanzamiento de Alcántara, de la Fuerza Aérea, en el estado Maranhao, para el posicionamiento de satélites: los brasileños quieren vender servicios en régimen de cooperación y no ceder el control de la base.
Bolsonaro, en entrevista con la cadena SBT, admitió una aproximación bélica con Washington, en una agenda que quiere diseñar cara a cara con Donald Trump. Según Matias Spektor, de la Fundación Getulio Vargas, la instalación de una base se traduciría en altos costos financieros y para justificarlos sería necesario un escenario en el cual Washington intentara una intervención militar o defender la región de otra potencia.
En la entrevista, Bolsonaro habló de la supuesta intención «de la dictadura de Maduro, y -dijo- Brasil debe preocupase». Por su parte, EEUU está preocupado por el aumento de las presencias china y rusa en la región y una base transformaría la dinámica regional. Lo cierto es que ningún otro país latinoamericano va en ese sentido, lo que crearía sospechas en el relacionamiento de Brasilia con sus vecinos, mientras transforma a Brasil en aliado de EEUU, señala Spektor.
Paradojalmente, las bases de EEUU en Brasil llegaron en el ámbito de la participación en los combates al nazifascismo con la Fuerza Expedicionaria Brasileña (FEB), al comienzo de la década de 1940. El temor cobró fuerza cuando al final de 1941 los japoneses atacaron Pearl Harbor y EEUU -convertido en beligerante- presionó a Brasil a negociar el uso de las bases de Belém, Natal e Recife, a lo que no se opuso el presidente Getúlio Vargas
Después de la Segunda Guerra Mundial del siglo XX, las bases estadounidenses fueron blanco de un duro embate entre la derecha y el Partido Comunista do Brasil, liderado por Luiz Carlos Prestes, que movilizó grandes masas para exigir la devolución de las instalaciones militares y navales, en defensa de la soberanía del país y contra la presencia de los militares norteamericanos.
Bolsonaro es un partidario acérrimo de la política del presidente estadounidense, Donald Trump, al punto de que lo apodan el Trump brasileño, y no escatima esfuerzos para fortalecer sus lazos con Washington. Los dos presidentes han sido acusados de misóginos, racistas, xenófobos y enemigos de la prensa tradicional e independiente, entre otras acusaciones.
Las tesis del expansionismo brasileño y su política exterior, netamente colonialista, no son nuevas. Si bien uno puede remontarse a su «independencia», éstas tomaron especial vuelo durante la dictadura militar-empresarial de 1964-1985, donde el general Golbery do Couto e Silva -autor en 1966 de Geopolitica do Brasil- se convirtió en el teórico de la dictadura (y luego también de la apertura democrática, con la fragmentación total de la oposición civil en varios partidos).
Pero, incluso en los años de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (2002-2017), pasaron a proliferar entre los militares de derecha (en las escuelas Superior de Guerra y de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas) y también entre los diplomáticos brasileños, teorías sobre el papel hegemónico que estaría reservado a Brasil en América del Sur.
De esos estudios surgieron varias teorías netamente expansionistas que fueron motor de la dictadura: las de las fronteras ideológicas, la de la Fuerza Interamericana de Paz, la del gendarme mantenedor del orden continental, la del satélite privilegiado, la del destino manifiesto de Brasil al sur del Caribe, la de su vocación rioplatense, la de que las fronteras brasileñas deben estar en los Andes, la de las aperturas hacia el Pacífico, la del puerto libre en el Caribe, la del control del Atlántico Sur, la de la instalación en la Antártida, la de heredar las excolonias lusas de África, etcétera.
Pero también surgieron de allí los frenos a los procesos de integración latinoamericanos y caribeños, con el desmantelamiento del Mercado Común del Sur (Mercosur), la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), aun cuando fue, con Lula da Silva, uno de los promotores del fracaso del Área de Libre Comercio de América Latina (ALCA), que proponía Estados Unidos.
Hoy, aquellas viejas tesis y teorías parecen haber reflotado con el gobierno de Jair Bolsonaro, quien cree que la Unión Soviética aún existe y por ello hay que combatir al comunismo. Y por eso incluso ha amenazado con intervenir militarmente contra Venezuela.
Las fronteras ideológicas y el satélite privilegiado
Cuando analizamos las posiciones de Brasil en relación con sus vecinos, que llegan hasta a las amenazas más o menos veladas de intervención militar, es necesario volver a analizar la teoría del satélite privilegiado o del subimperialismo brasileño y la tesis de las fronteras ideológicas, señalaba en 1971 el analista y politólogo brasileño Paulo Schilling.
La idea básica de la integración latinoamericana bajo la tutela norteamericana fue expuesta crudamente por N. J. Spykman, uno de los teóricos geopolíticos más influyentes en Estados Unidos: «Todo lo que no sea forjar una Grossraumwirtschaft -el gran espacio vital- que incorpore todo el continente en base a una economía planificada, con producción controlada y dirección centralizada del comercio internacional, no podrá sobrevivir (…). Ninguno de los estados latinoamericanos se avendría a realizar de buen grado los cambios imprescindibles para crear esa economía regional (…). Solamente la conquista del hemisferio por EEUU y la implacable destrucción de las economías nacionales ahora existentes podría realizar la integración necesaria»., señalaba.
Partiendo de la estrategia estadounidense, los teóricos geopolíticos de la Escuela Superior de Guerra brasileña procuraron adaptarse a lo que parecía ser una fatalidad ineludible, tratando simultáneamente de asegurar para Brasil una situación privilegiada.
El general Golbery do Couto e Silva, el gran teórico de la geopolítica durante la dictadura y de la Sorbonne, exponía así el problema: «Las naciones pequeñas se ven de la noche a la mañana reducidas a la condición de estados pigmeos y ya se prevé su melancólico fin, bajo los planes de inevitables integraciones regionales; la ecuación de poder en el mundo se reduce a un pequeño número de factores, y en ella se perciben solamente pocas constelaciones feudales -estados barones- rodeadas de estados satélites y vasallos (…). No hay otra alternativa para nosotros sino aceptarlos (los planes de integración del imperio) y aceptarlos conscientemente…»
«(…) Brasil parece estar en condiciones superiores, por su economía no competitiva con la economía de Estados Unidos, por su larga y comprobada posición de amistad y, sobre todo, por los recursos decisivos de que dispone, para una ‘bargaña (canje) leal’ (… )», y proponía concretamente «una alianza que, por otro lado, traduzca el reconocimiento de la real estatura de Brasil en el Atlántico Sur, poniendo término a cualquier política bifrontal y acomodaticia con relación a nuestro país y a la Argentina … «.
En resumen, según los geopolíticos de la «Sorbonne», Estados Unidas deberían reconocer el destino manifiesto de Brasil en América del Sur, eligiéndolo «satélite privilegiado»: «También Brasil puede invocar un destino manifiesto tanto más cuanto que éste no choca, en el Caribe, con el de nuestros hermanos del Norte».
Con el golpe militar del 1º de abril de 1964 y la eliminación de las fuerzas nacionalistas populares, las tesis de la Escuela Superior de Guerra pasaron a constituir la estrategia de ltamaratí, la cancillería brasileña, para América latina. Los militares de derecha brasileños -partiendo del dogma castrense de la necesidad de unidad de comando- se prepararan para la ingrata tarea que les fuera atribuida por el Pentágono y por los monopolios norteamericanos, dentro de su estrategia global de entonces, de lucha contra el comunismo.
La idea de la creación de un estado militarista subdesarrollado al servicio del plan imperialista de integración latinoamericano y del mantenimiento de la paz imperial, podría ser entonces puesta en práctica, señalaba Schilling.
La piedra angular de la «doctrina de la Sorbonne» (inteligencia vernácula) era la bipolarización mundial entre Washington y Moscú y la inevitabilidad de la tercera guerra mundial. Para «mantenerse fiel a su formación occidental y cristiana», no le quedaría a Brasil otra alternativa que la incorporación total e incondicional al bloque occidental, o sea, a Estados Unidos.
Otro de los hombres de la «Sorbonne»’, el mariscal presidente Castelo Branco, analizaba la situación así: «En la presente coyuntura de una confrontación del poder bipolar, con radical divorcio política-ideológico entre los dos respectivos centros de poder, la preservación de la independencia presupone la aceptación de un cierto grado de interdependencia, ya sea en el campo militar o en el político. Consideramos nuestro deber optar por una íntima colaboración con el sistema occidental, en cuya preservación repasa la propia supervivencia de nuestras condiciones de vida y dignidad humana».
El diario O Globo, reflejando los puntos de vista oficiales de la dictadura de Castelo Branco, aconsejaba «deshacerse de interpretaciones anticuadas sobre la soberanía absoluta por incompatibles con el derecho internacional y principalmente con el derecho de gentes (…). Las modernas doctrinas de soberanía condenan el culto idólatra e irracional de la soberanía y afirman el concepto de la soberanía relativa».
Vasco Leitao da Cunha, el, ministro de Relaciones Exteriores de Castelo Branco, establecía de la siguiente manera la tesis de las fronteras ideológicas de Itamaraty: «Las fronteras físicas entre los países americanas son anticuadas: la hora exige el sacrificio de una parte de la soberanía nacional; la interdependencia deberá sustituir a la independencia».
En un documento confidencial -AAA 520.1 (22) (del ministerio de Relaciones Exteriores)-, divulgado por Tribuna da Imprensa 11, Itamaraty aceptaba totalmente la tesis estadounidense de integración continental, no sólo en el terreno económico, político y cultural sino también en el militar: «El principio de interdependencia debe tener sentido práctico, tanto en la propuesta alianza como en la Organización de los Estados Americanos -OEA-, que se podría encargar de ciertos deberes, obligaciones y derechos hasta ahora de competencia exclusiva de los gobiernos de los respectivos países».
La Fuerza Interamericana de Paz (FIP), entonces en estudio, era definida así por el ministro Leitao da Cunha: «La idea precisamente de una fuerza de paz es la que preside la organización de un cuerpo de bomberos. Por lo tanto, es una idea de cooperación, de pacificación. No es una idea bélica. La fuerza de paz nunca puede tener un objetivo bélico. Ella puede, en un momento determinado, si fuera atacada, tener que emplear sus armas para defenderse. Pero eso también lo hace la policía y el propio cuerpo de bomberos: cuando hay pánico en un incendio, tiene a veces que usar sus armas».
La política de intervención militar del Brasil en países del continente que son considerados sus áreas estratégicas, fue intensa y profundamente debatida por la Escuela Superior de Guerra. Un documento secreto divulgado en la época por el semanario uruguayo Marcha, colocaba la preocupación de los militares brasileños respecto a la «subversión» en los países limítrofes.
Durante el gobierno de Castelo Branco Brasil estuvo a punto de poner en práctica la tesis intervencionista en relación con Uruguay, entonces «convulsionado por intensa agitación sindical».
Hermano Alves, en el Correio da Manha, describía cómo el general comandante del III Ejército Justino Alves Barros «traducía» en lenguaje popular la complicada filosofía geopolítica de la «Sorbonne»: «El llamado principio de autodeterminación de los pueblos sirvió solamente a los comunistas. Yo mismo era contrario a la política entonces seguida por Itamaraty y que resultó en la pérdida de Cuba para el mundo democrático, en favor de los soviéticos. Aseguro, sin embargo, que no habrá nueva Cuba en América latina a despecho de la ofensiva comunista en Santo Domingo, en Bolivia y en otros países del continente…».
En lo económico, los planes integracionistas se desarrollaban, aparentemente, también sin mayores obstáculos. El esquema elaborado en Wall Street y aprobado prácticamente por unanimidad (regístrase la única excepción de Ecuador), en Punta del Este, bajo la batuta personal de Lyndon Johnson, era perfecto. Con la institución del Mercado Común Latinoamericano, desaparecerían las fronteras económicas, haciendo más racional la explotación del continente sur por los monopolios estadounidenses.
El enorme complejo industrial yanqui instalado en Sao Paulo, fue planeado con miras al mercado común. Al contrario de la estrategia inglesa para América latina (dividir para explotar mejor), la estadounidense se basaba en el principio de que hay que integrar para explotar mejor, más racionalmente.
El fracaso de los planes integracionistas
La «filosofía de la entrega», elaborada y divulgada por la Escuela Superior de Guerra brasileña, partía de dos premisas fundamentales: la polarización de fuerzas entre Washington y Moscú y la inevitabilidad de la tercera guerra mundial. Sucede que el antagonismo Unión Soviética-Estados Unidos no era absoluto ni irreversible. La «coexistencia pacífica» se consolidaba cada vez más.
Crecía, consecuentemente, el número de militares latinoamericanos que convencidos de haber creído un «cuento del tío» al apoyar la sumisión a los Estados Unidos bajo el pretexto de «salvar a América latina de la hidra del comunismo’, cuando observaban la cordialidad y el entendimiento casi total existente entre el Kremlín y la Casa Blanca, y, luego la diplomacia del ping pong entre chinos y yanquis.
Otra de las causas fundamentales del fracaso de la política integracionista latinoamericana puede ser encontrada en los frutos de la dominación inglesa en el continente sur. Los efectos de la «balcanización» son difíciles de anular. La desconfianza y los conflictos entre nuestros países -en general hábilmente incentivados por el imperia1ismo- produjeron brechas profundas, generaron resentimientos y rivalidades muchas veces absurdos. El nacionalismo de nuestros pueblos fue -en muchos caso– dirigido en contra de un pueblo hermano vecino y no en contra del enemigo común: el imperialismo de turno.
Podríamos definir como una «herencia maldita» ese fenómeno geopolítico, una herencia dejada por Inglaterra a sus herederos, los estadounidenses. Como la estrategia de los dos imperios es diametralmente opuesta (dividir para explotar mejor – integrar para explotar mejor) los planes de Washington eran obstaculizados por los «efectos residuales» del imperio que pasó. Eso quedó absolutamente claro en los casos del Mercado Común Latinoamericano y en el de la Fuerza Interamericana de Paz.
Como vimos anteriormente, los planes yanquis de integración se procesarían en distintos campos. En lo político, la Organización de Estados Americanos asumiría una serie de atribuciones y prerrogativas de los actuales estados-miembros, dentro de las tesis de la interdependencia o de la independencia relativa. En el campo militar, la Fuerza Interamericana de Paz se encargaría del mantenimiento de la «paz imperial», tornando dispensables las intervenciones directas y unilaterales tantas veces consumadas por los EEUU en el pasado.
En lo económico, la solución estaría en el Mercado Común, en la abolición de las fronteras económicas, que permitiría una explotación más racional del continente por los monopolios internacionales.
Spykman admitía que «solamente la conquista del hemisferio por los EE. UU. (…) podría realizar la integración necesaria», pues «ninguno de los estados latinoamericanos se avendría a realizar de buen grado los cambios imprescindibles para crear esa economía regional… «. Es obvio que habría resistencia por parte de las burguesías nacionales de nuestros países a aceptar una integración que incluyera a los propios EEUU en el Mercado Común, que debía establecerse a partir de 1973. Sería el equivalente a admitir un lobo en un rebaño de ovejas.
La idea fundamental consistía en establecer una base territorial preferencial para los monopolios internacionales. Se repetiría, entonces, en el ámbito continental, la exitosa experiencia de Sao Paulo -la gran base territorial del capital extranjero en Brasil-.
La situación privilegiada que el estado bandeirante ocupa hoy dentro del contexto brasileño (una gran parte de la plusvalía generada en el resto del país afluye a Sao Paulo, asegurando a los paulistas -incluso a los obreros- un nivel de vida muy superior al nacional), es una muestra de lo que sería la posición que ocuparía Brasil dentro de una América latina, o por lo menos de una América del Sur integrada según los planes yanqui-brasileños.
La asociación entre la burguesía industrial y los militares (una versión subdesarrollada del «estado militarista» vigente en EEUU), tenía como objetivos fundamentales el mantenimiento del status interno (amenazado durante el gobierno de Goulart por los planes reformistas .y por el acelerado avance de las masas), y la abolición de las fronteras económicas en el continente, lo que aseguraría a los monopolios internacionales establecidos en Brasil y a la burguesía industrial brasileña asociada a los mismos, una considerable ampliación de mercado.
En lugar de incorporar al mercado de consumo la masa campesina brasileña (como pretendían los sectores nacionalistas populares), se intentaría conseguir clientes allende las fronteras.
¿Nuevos tiempos…¿y China?
Hay mandos militares que entienden que la situación es muy diferente y que insisten en que no están dispuestos a entregar territorios (y menos la Amazonia) al hegemón del Norte. Sobre todo cuando la economía brasileña depende de sus exportaciones a China y de sus posibles inversiones en proyectos de infraestructura. Ya EEUUs pidió a Brasil que reduzca su dependencia económica con China, su mayor socio comercial.
Brasil ya sintió los efectos de la disputa comercial entre Estados Unidos y China. Como contracara del aumento de las exportaciones debido a la interminable demanda de materias primas del gigante asiático, hay que computar una creciente dependencia como socio comercial. China fue el destino en 2018 del 28,8% de los embarques que partieron de los puertos brasileños, resultado concreto de la guerra de aranceles que redundó en el aumento de la demanda hacia Brasil de granos, carne y minerales.
Casi la mitad de lo que el país produce de estas commodities (47.300 millones de dólares sobre un total de 53.200 millones) tuvieron como destino China, mientas que hacia EEUU viajó el 12% del total. Desde 2001 que las exportaciones de productos primarios no estaban tan concentradas en un único destino, cuando la Unión Europea ostentaba el 50,6% de las ventas, con un monto de 13.200 millones de dólares.
Y esta mayor dependencia llega en momentos en que Bolsonaro, elevó la tensión con eses país al que amenazó con restringir las inversiones chinas en Brasil.
Pero por más que el tango de Enrique Cadícamo (Por la vuelta) insista que la historia vuelve a repetirse, la situación geopolítica mundial es muy diferente hoy a las que se vivía en 1940 y durante la dictadura. Pero las amenazas de Bolsonaro no hay que tirarlas en saco roto. Será difícil aliarse a EEUU cuando de las ventas a China y de sus eventuales financiamientos en infraestructura, depende su presente y seguramente su futuro.
Aram Aharonian es periodista y comunicólogo uruguayo, magíster en Integración, fundador de Telesur, preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
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