Lo que viene acontecido alrededor de Venezuela, aparte de todos las consecuencias que trae sobre lo que se entiende por justicia, libertad, democracia, igualdad, soberanía, injerencia, respeto al derecho ajeno también tiene otra derivación que se desprende de los múltiples disparates que se difunden a diario, que bien podríamos denominar como el naufragio de las […]
Lo que viene acontecido alrededor de Venezuela, aparte de todos las consecuencias que trae sobre lo que se entiende por justicia, libertad, democracia, igualdad, soberanía, injerencia, respeto al derecho ajeno también tiene otra derivación que se desprende de los múltiples disparates que se difunden a diario, que bien podríamos denominar como el naufragio de las matemáticas más elementales. Claro, no se le pueden pedir peras al olmo, y no podemos suponer que personajes de la catadura e «inteligencia» de Iván Duque, Mauricio Macri, Pedro Sánchez, Jair Bolsonaro Emmanuel Macron y de los halcones sanguinarios del imperio (Donald Trump, John Bolton, Marco Rubio, Elliott Abrams, Mike Pence, Mike Pompeo) se distingan por su precisión y rigor, y los embustes, mentiras y engaños que propalan, en compañía de falsimedia, tengan el más mínimo sustento. El democracimetro imperialista no da para tanto, no requiere ningún esfuerzo mental, simplemente basta repetir como loros parlanchines las mentiras que son necesarias para generar odio emocional, sin que prime ningún tipo de razonamiento.
Un breve recorrido por algunas de las grandes mentiras sobre Venezuela nos muestra cual es el alcance de la matemática política de la infamia. Veamos:
Valen más 97 mil votos que seis millones: Hasta el hastío se repite que la elección de Nicolás Maduro fue fraudulenta, una premisa que con antelación inventó la falsa oposición y sus amos de Estados Unidos, junto con sus lacayos de Colombia y otras latitudes, para no reconocer que iban a ser derrotados electoralmente, como en efecto lo fueron. En las elecciones presidenciales de mayo de 2018 el ganador obtuvo un poco más de 6 millones, que corresponden al 67.84% del total, cuando se presentaron 3 candidatos de la oposición que obtuvieron en conjunto un 33% de los votos y no desconocieron el resultado. Pero los votos de Maduro no valen nada, hasta el punto que cuentan más los precarios 97.492 que obtuvo Juan Guaidó como candidato a la Asamblea Nacional en 2015, en el Estado de Vargas. Los seis millones no son votos democráticos y por lo tanto no cuenta, mientras que los 97 mil del fantoche si valen y tienen que ser aceptados, para que este y sus amos lo proclamen como «presidente legítimo».
Cuando una elección vale más que veintidós: En Venezuela se han realizado 23 elecciones en los últimos veinte años, en su orden 5 elecciones presidenciales, 4 elecciones parlamentarias, 6 elecciones regionales, 4 elecciones municipales, 4 referéndum constitucionales, y una consulta nacional. De esas el chavismo perdió dos (y ha reconocido su derrota), una de ellas la de 2015 a la Asamblea Nacional -en la que fue elegido, entre otros, Juan Guaidó. Esa elección fue realizada por el Consejo Nacional Electoral (CNE), que reconoció el triunfo de la oposición. Ese mismo órgano electoral ha realizado las otras 22 elecciones, incluyendo la presidencial de 2018, pero ninguna de ellas vale, sencillamente porque no ha ganado la oposición anti-popular y proimperialista. En esa extraña lógica matemática uno vale más que veintidós.
La «comunidad internacional» (es decir, los delincuentes que encabeza Estados Unidos, entre ellos los de las sendas Pandillas de Lima y la Unión Europea) tienen más importancia que el resto del mundo: Esta típica arrogancia imperial (en realidad significa que Estados Unidos «vale» más que todo el planeta, por aquello de que son la «nación imprescindible»), conduce a que se desconozca que en la posesión de Nicolás Maduro el 10 de enero estuvieron presentes delegaciones de 94 países de todos los continentes. Pero claro, esas delegaciones no tienen importancia, porque en la singular matemática de Estados Unidos y sus lacayos solo cuenta la autodenominada «comunidad internacional», un embeleco de truhanes, criminales y asesinos, encabezados por la mafia cubano-estadounidense que dirige nuevamente la política exterior de los Estados Unidos.
Valen más 20 millones de dólares de «ayuda humanitaria» que los 23 mil millones de dólares que Estados Unidos y compañía le han robado al tesoro venezolano: En la campaña demagógica y con fines golpistas que adelanta Estados Unidos se ha difundido la portentosa y desinteresada «ayuda humanitaria» de 20 millones de dólares, una cifra tan ridícula que es la misma en que hoy se compra o se vende un futbolista medianamente cotizado en el mercado mundial de las piernas masculinas. Pero la cifra es todavía más vergonzosamente ofensiva si se compara con lo que se le está robando a Venezuela, por parte de Estados Unidos y sus sirvientes: 23 mil millones de dólares. En la alquimia imperial (que no aritmética) tenemos entonces que 20 millones de dólares que vienen del norte imperial valen más que los 23 mil millones que le han extraído al erario venezolano. Esa ridícula cifra equivale al insignificante 0.087% de lo que se han robado. Para sopesar la dimensión de este robo, algunos han calculado que con ese monto Venezuela podría comprar medicamentos durante los próximos 20 años y financiar todas sus importaciones durante un año.
Vale más lo que diga Luis Almagro, Secretario General de la OEA (el Ministerio de Colonia de los Estados Unidos) que la mayoría de sus miembros: Otro elemento de propaganda mediática rabiosa se centra en las estupideces que dice cada vez que abre la boca Luis Almagro, peón de brega de los Estados Unidos contra Venezuela. Y en esa dirección se afirma que la OEA se opone a Nicolás Maduro y reconoce como presidente al títere Juan Guaidó, que es lo que dice la Pandilla de Lima. Pero que la opinión de un personaje de dudosas calidades morales e intelectuales valga más que la mayoría del organismo, que incluso es proclive a las órdenes de Washington, va contra las intuiciones más elementales, porque la OEA no pudo aprobar por mayoría lo que dijo y quería su Secretario General. Hasta el punto que los países del CARICON, compuesto por quince países del Caribe, le reclamaron airados a Almagro por haberse tomado la vocería de ellos, y atreverse a decir que él (como marioneta de Estados Unidos) hablaba a nombre de todos los países del continente.
Cuando el Petróleo=Democracia y Minerales=Derechos Humanos (las ecuaciones de los derechos del capitalismo y del saqueo imperialista): Hasta el cansancio repiten los Estados Unidos y todos sus sirvientes que lo que ellos buscan imponer en Venezuela es la Democracia y los Derechos Humanos, pero las experiencias indican que tras el derrocamiento de gobiernos donde hay riquezas minerales se imponen las más brutales dictaduras proyanquis, que se las entregan en bandeja de plata. Eso ha sucedió recientemente en Irak y Libia, y el caso de Venezuela no es diferente, en la medida que cuenta con importantes reservas de petróleo y minerales: las primeras a nivel mundial en petróleo y las octavas en gas, posee también importantes acervos de oro, diamantes, hierro y coltán y además agua dulce. De tal manera, que en el álgebra de la injustica mundial, en realidad cuando Estados Unidos y sus peones hablan de democracia y derechos humanos están señalando su afán por apropiarse de las riquezas mencionadas.
Las elecciones son libres cuando ganan los candidatos de Estados Unidos y sus socios, pero no cuando ganan a los que considera como sus enemigos: El democracimetro imperial, con una inmediata y sorprendente precisión matemática, indica qué tipo de elecciones son libres y cuáles no. Indistintamente, como si se tratase de una ley de la gravitación social, cuando triunfan los candidatos neoliberales y neoconservadores (no importa si se hace con fraudes, muertos, mentiras, como en Egipto, Brasil, Colombia, Honduras, Paraguay y un interminable etcétera) son presentados como «reformadores», «demócratas», «defensores de la libertad», «audaces y emprendedores» y mil calificativos por el estilo. En contravía, si los que ganan no les simpatizan a Estados Unidos, de inmediato son calificados como «déspotas», «dictadores», «enemigos del libre mercado»… y contra ellos cae el peso de la calumnia y la mentira y se comienza una campaña para derrocarlos. Eso lo demuestra el caso de Salvador Allende en Chile, luego de cuya elección (en 1970) el criminal de guerra Henry Kissinger, funcionario del gobierno de Richard Nixon, dijo: «No veo por qué tenemos esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo».
En Venezuela no se respetan los derechos humanos, ni hay libertad de expresión, pero en Colombia, Estados Unidos sí que se respetan: Es imposible que en otro país del mundo suceda lo que está pasando en Venezuela, y que esto sea aceptado y tolerado: que un fantoche se autoproclame presidente, clame por un golpe de Estado, reciba financiación de gobiernos extranjeros (Estados Unidos, Unión Europea, Canadá, a través de sus mensajeros de Colombia, Argentina, Perú….) y además de declaraciones públicas a través de los grandes medios de desinformación. Algo así es inconcebible en los propios Estados Unidos, donde si Bernie Sanders o cualquiera otro se autoproclamara presidente sería capturado, juzgado y condenado a cadena perpetua o a muerte. Para no hablar del caso de Colombia, donde si algo de eso llegase a suceder, como que, por ejemplo, Gustavo Petro luego de una manifestación se auto-designase como Presidente y llamara a efectuar un golpe de Estado, a los diez minutos como máximo de él no quedaría nada (literalmente hablando) porque sería asesinado por las fuerzas del orden o sus innumerables servidores paramilitares.
Entre otras cosas, en esa extraña aritmética política del odio, no sorprende que los voceros del régimen de Duque (y su numerosa comitiva de comentaristas de prensa, entre ellos académicos y escribidores de quinta categoría) aplaudan por no dejar entrar funcionarios venezolanos ni cantantes como Omar Enrique, porque son violadores de los derechos humanos. Con la gran autoridad moral que se tienen en Colombia para hablar del respeto a los derechos humanos, cuando a diario se asesina a aquellas personas que piensan y actúan distinto, que lideran algún proyecto popular, y la cifra sigue en aumento y alcanza los miles en los últimos 35 años. En Colombia donde se han implementado métodos bestiales de muerte y tortura, como el uso de la motosierra para desmembrar vivos a los «enemigos» del régimen, que gran autoridad se tiene para hablar del respeto a los derechos humanos. O el país donde se mata con cianuro a ciertos personajes incomodos de la élite se puede dar el lujo de dar lecciones a otros sobre la materia de derechos humanos, con solvencia y autoridad criminales, como lo hace la tropa de funcionarios uribistas del sub-presidente Duque, como Francisco Santos, Carlos Holmes Trujillo, Marta Lucia Ramírez….
Cuando un tipo de injerencia es aceptable y otras no: En Venezuela sucede lo inverosímil (tanto que frente a ello queda pequeña la imaginación de grandes literatos como Gabriel García Márquez): un fantoche luego de una manifestación de sus simpatizantes se sube a un asiento y se auto-proclama presidente y de manera inmediata es reconocido por ese club de delincuentes que se nombra como «comunidad internacional», y ese fantoche empieza a designar embajadores en otros países, y a llamar a los militares a que den un golpe de Estado y pide la intervención a grito herido de los marines de Estados Unidos y afirma que no le teme a una guerra civil. Ese tenebroso personaje es reconocido por gobiernos como el de Emmanuel Macron en Francia, como ejemplo de una brutal intervención en la soberanía y autodeterminación de Venezuela -como si todavía Francia fuera un imperio colonial-. Al respecto Macrón ha dicho: «Los venezolanos tienen el derecho de expresarse libremente y democráticamente. Francia reconoce a Juan Guaidó como ‘presidente encargado’ para implementar un proceso electoral». Por lo visto, la libertad y la democracia a lo Macron pasa por pisotear la decisión mayoritaria del pueblo venezolano.
En esa misma Francia desde hace semanas está en marcha una insurgencia social de los chalecos amarillos, contra el gobierno neoliberal de Macron. Pero hete aquí lo increíble: el vicepresidente del Gobierno italiano, Luigi Di Maio, se reunió con un grupo de «chalecos amarillos», a quienes instó a persistir en su lucha. Esto provocó de inmediato la reacción de Francia, que en este caso si pide el respeto a su soberanía, la misma que no respeta cuando se trata de Venezuela. Sus argumentos son de lo más llamativos: considera como una provocación esa reunión, y pidió a Roma que no se entrometa en asuntos exclusivos e internos de Francia, y el Ministerio de Relaciones Exteriores manifestó con altisonancia: «Todos estos actos crean una situación grave que cuestiona las intenciones del Gobierno italiano de cara a su relación con Francia». Además, con un tono de dignidad hipócrita en un gobierno que apoya a los golpistas de Venezuela y a los torturadores de Arabia Saudita y Egipto, sostiene que las injerencias de Italia «violan el respeto debido a la elección democrática hecha por un pueblo amigo y aliado y el respeto que gobiernos democrática y libremente elegidos se deben entre ellos».
Vaya, vaya, vamos viendo que el gobierno Francés no acepta ninguna injerencia y reclama respeto y autodeterminación, las mismas que viola y pisotea cuando apoya a un títere golpista en Venezuela. Un típico ejemplo, entre miles, de la matemática injerencista que puede resumirse en este axioma: no intervengan nunca en lo mío, pero yo si tengo todo el derecho de meter las narices en cualquier otro país, porque somos los dueños del mundo. Parece ser que los tiempos coloniales, en los que Francia masacro a pueblos enteros, tiene entre sus nostálgicos al «joven» presidente Francés, tan joven y reaccionario como Juan Guaidó o Iván Duque, los títeres de Washington en su patio trasero.
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