La tentación de un régimen más autoritario en la Francia de 2019 ya hundía sus raíces en la visión económica del candidato Macron. Sin embargo, esta sumisión a la exigencia neoliberal de circulación del capital se define como una exigencia transcendente, que sobrepasaría el marco nacional que se impondría al país. La evolución autoritaria del […]
La tentación de un régimen más autoritario en la Francia de 2019 ya hundía sus raíces en la visión económica del candidato Macron. Sin embargo, esta sumisión a la exigencia neoliberal de circulación del capital se define como una exigencia transcendente, que sobrepasaría el marco nacional que se impondría al país. La evolución autoritaria del quinquenio de Emmanuel Macron solo se puede comprender partiendo de la fuente de ese poder: la economía. El actual presidente de la República construyó su candidatura y su existencia política sobre una certeza: la de que Francia estaba en decadencia y que esta decadencia se explicaba por su rechazo a someterse a la «modernidad». Ahora bien, si Francia ha sido incapaz de someterse, es porque tenía un sistema político que era incapaz de adaptar el país a la «realidad» de la globalización y al orden económico que supone. En su obra Révolution, Emmanuel Macron lo dice claramente: «Nuestra vida política está hoy anclada en un marco antiguo que no permite responder a los desafíos del mundo».
La verdad según Emmanuel Macron, por tanto, la identidad política del huésped del Elíseo, puede entenderse como la idea de que conviene romper con los compromisos del pasado y someter el país, por «su bien», al orden económico. El último Primero de mayo, en una entrevista concedida a la revista estadounidense Forbes,, Emmanuel Macron ya reivindicó esta visión del mundo; los inversionistas eligen los países que serán destinatarios de sus favores y la función de los Estados es ser «atractivos»(el presidente lo dijo explícitamente en ese texto). Esto es claramente una política neoliberal.
Como destaca el autor Quinn Slobodian en su reciente obra Globalist (aparecida en Presses Universitaires de Harvard en 2018), el «neoliberalismo» es una corriente de pensamiento que intenta antes que nada favorecer la libertad de circulación del capital. Sin embargo, la principal condición de esta libertad reside en la competencia entre los Estados, competencia que se apoya ella misma, en la capacidad de estos últimos de ofrecer «los mejores costes», por tanto, menos impuestos y un precio del trabajo bajo. Esas son las famosas «reformas estructurales» que firman la piedra angular del programa de Emmanuel Macron y las que el ejecutivo no admite revertir a ningún precio. Por una razón evidente: la visión política del jefe del estado está basada en la realización de esas reformas.
Sin embargo, esta sumisión a la exigencia de neoliberal de circulación de capitales está definida como una exigencia transcendental, que sobrepasaría el marco nacional y se impondría al país. Es así porque la ciencia económica le permite serlo. Durante una treintena de años, se ha creado, como lo explica el economista de la OFCE Francesco Sarraceno, un acuerdo entre las mentes neokeynesianas y neoclásicas, que ha revalorizado los beneficios de la competencia. Todo lo que se encuentra fuera de este acuerdo, lo que se llama la «heterodoxia», se ha colocado fuera del campo científico.
Esto es lo que llegaba oportunamente: las reformas, que apuntaban a reforzar el orden competitivo a todos los niveles, se han convertido desde entonces en la realización concreta de una visión racional del mundo que se opone al «oscurantismo» por retomar las palabras de los economistas Pierre Cahuc y André Zylberger en su panfleto contra el «negacionismo económico». A partir de entonces, esta política se convierte no ya en una simple sumisión sino en un reconocimiento de la verdad del mundo y de lo real. Y la tarea de la política debe ser hacer entrar el país en esta realidad a la que se oponía. «Nuestros partidos políticos están muertos por no haberse confrontado con lo real«, explicaba el futuro presidente en Révolution. Para remachar el clavo, presenta algunos ejemplos edificantes, siempre aislados y fuera del contexto general que prueban el éxito de este reconocimiento de la verdad: Alemania para el mercado laboral, Suecia para los intereses del capital, Canadá para las finanzas públicas, Reino Unido para la administración, Suiza para la innovación…
Entonces la solución deja de ser política. El debate no opone ya la derecha y la izquierda, sino a defensores de la verdad, rebautizada como «real» o «modernidad» y a los del error. La función del jefe del estado solo es hacer entrar al país en esta verdad. Ese era el sentido de esta «transcendencia» que le llevaría a presidente de la república y de la que hablaba Emmanuel Macron en la entrevista de septiembre de 2016. Su misión es llevar a Francia desde las tinieblas a la luz. Y solo la aceptación de este orden neoliberal permitirá hacer renacer el país de su supuesto declive. «El destino francés es abrazar la modernidad no para hacer tabla rasa o para adaptarse al mundo servilmente sino para conquistarlo mirándolo de frente» escribía Emmanuel Macron. La sumisión al orden económico se convierte así en la salud del país. Esta función sacerdotal se encuentra hoy en las solemnes misas del «gran debate» en las que el presidente predica las palabras de Dios ante la multitud.
El imposible acuerdo social
En Francia semejante pensamiento reivindicado con decisión, ha podido parecer «revolucionario« como pretendió el pomposo título del libro-programa del actual presidente de la república. El economista Bruno Amable, profesor de la universidad de Ginebra, permite entender mejor el porqué en una obra publicada en inglés en 2017 (Structural Crisis and Institutional Change in Modern Capitalism: French Capitalism in Transition, publicado en Presses universitaires d’Oxford). Según él, Francia ha conocido bien, especialmente después del «giro de rigor» de 1983, «sustanciales cambios institucionales» hacia el ideal neoliberal. Pero precisa, «la transformación del modelo francés refleja la adaptación de las instituciones neoliberales a la estructura institucional francesa preexistente cuyos elementos se remontan en su mayoría al periodo fordista de la posguerra».
Este modelo que Amable califica de «híbrido» no es una forma degenerada o incompleta sino que tiene su propia coherencia y su propia justificación. De hecho, corresponde a la realidad social y política del país. Los diferentes gobiernos desde 1983 se esforzaron en introducir elementos neoliberales, pero de forma progresiva para preservar equilibrios que permitían conservar sus propios anclajes en la sociedad.
«Las instituciones son el resultado de los compromisos sociopolíticos», recuerda Bruno Amable. Francia, país marcado hasta la Primera Guerra Mundial fuertes desigualdades y una gran libertad para el capital, había quedado atado al modelo salido de la posguerra. Y como ese modelo fue creado por elementos de izquierda y de derecha, los dos campos debieron preservar partes enteras. Sin embargo, es justamente contra esta «hibridación» a la que se ha definido Emmanuel Macron. Puesto que no se transige con la verdad, no se puede aceptar el compromiso. El rechazo a este «enfoque derecha izquierda» del actual Presidente de la República es el rechazo a ese compromiso permanente , es la promesa de una pureza de la política, encarnada en una verdad tecnocrática. En esto, ese enfoque es de un verdadero radicalismo: el que aspira a una política que quiere más «verdadera», pero rechaza cualquier resistencia de la realidad social. Lo real soñado por los tecnócratas toma la delantera sobre lo real concreto, social, político. Hay que hacer entrar esta última realidad en la ideal, si es necesario con forceps puesto que es por el bien de la sociedad.
Por lo tanto, la política de Emmanuel Macron arroja una nueva luz: ejecutar un acuerdo sobre las «reformas», sería volver a los métodos políticos precedentes, sería aceptar hibridación y rechazar que la verdad triunfa. Es completamente imposible. Esta intransigencia, que se ha manifestado en la forma de organizar el «gran debate» solo puede llevar a la «bajada de impuestos« y «las economías que hay que llevar a cabo«.
Además, para superar las resistencias, solo queda el autoritarismo
Pero, la sociedad francesa resiste. La hibridación del sistema francés correspondía a un equilibrio social. Destruirlo da lugar, necesariamente, al conflicto. Más aún cuando Emmanuel Macron para llevar a cabo su «revolución» o más bien para destruir este sistema, sobrestimó la amplitud de su apoyo valiéndose de las elecciones presidenciales y legislativas de 2017. Pero estos dos escrutinios no dieron un apoyo claro a sus opciones económicas. El 5 de mayo, de entrada, fue un voto contra la extrema derecha, mientras que las legislativas están, a menudo, marcadas por una legitimidad a favor del jefe de Estado elegido, que no ha sido desmentida nunca desde 2002 y por una fuerte abstención.
La realidad es que la base de apoyo a esta política económica presidencial se reduce a lo que Bruno Amable y Stefano Palombarini llaman el «bloque burgués«. Un bloque que no es mayoritario, a diferencia de lo que se observa en los países del norte de Europa pero que, sistema electoral obliga, puede ganar habida cuenta de la división del bloque contrario. Salvo que este bloque contrario pueda hacer frente para oponerse a la política de destrucción del modelo francés. Por otra parte, es ahí donde estamos: un cara a cara violento y sin acuerdo posible porque la esencia misma del sistema francés está en juego y el régimen electoral no ha podido explicitar claramente la opción de la mayoría sobre este tema.
Pero para Emmanuel Macron ceder es imposible. No solo sería renunciar a su identidad política, sino también fracasar en una prueba esencial, una forma de «bautismo neoliberal». «Los neoliberales ponen en eviencia la necesidad superar además las decisiones populares cuando contravienen lo que se considera un principio superior», escribe Quinn Slobodian. Asumir su impopularidad , es mostrarse capaz de defender la verdad hacia y contra todo.
Hay en ello una forma de fanatismo en el que se prueba su capacidad de oposición a su propio pueblo. Se han visto posturas de este tipo en toda Europa durante la crisis de la deuda: en Portugal, en Italia o en España. Para Emmanuel Macron es una forma de construir su imagen internacional de demostrar que puede «reformar» esos galos irreformables. Era lo que impresionaba tanto a los medias anglosajones al comienzo de su quinquenio.
Pero si ceder es imposible, ¿cómo «pasar por encima» de la resistencia de la sociedad francesa? Quinn Slobodian describe cómo, a partir de los años de 1980, se construyeron estructuras internacionales capaces de someter a los Estados al orden neoliberal: la OMC, el FMI, la UE, los mercados financieros. Cuando un Estado decide cambiar de política, esta presión externalo trae a razón. Pero Francia apenas se adapta a este tipo de presión. Francia no teme a sus acreedores. Los mercados han sostenido su modelo híbrido y apenas se inquietan por el movimiento de los chalecos amarillos, lo que convierte cualquier amenaza de la UE en poco creíble, a diferencia del caso italiano. En resumen, esta opción no funciona.
Además, Emmanuel Macron apenas puede apoyarse en una pretendida eficacia de sus recetas económicas. Ninguna de sus reformas, no mucho más que las precedentes, han estado en situación de hacer a Francia más sólida económicamente, muy al contrario. Al romper el sutil equilibrio entres Estado, consumidores y empresas y haciendo un mal diagnóstico, centrado en la atracción y la competitividad de los costes, más bien la ha debilitado. Por eso, la política de «compensaciones» llevada a la práctica apenas ha dado frutos, menos aún porque ha sido tímida. Y los 10.000 millones de euros anunciados en diciembre no cambiarían mucho los datos en la medida de que las «reformas» tocan el corazón mismo del sistema francés y por tanto la confianza de la gente: el empleo, la jubilación, el paro, la vivienda. Se puede pretender, como hacen los neoliberales, que es necesario «aún más», que, por otra parte, es lo que pretende e Presidente de la República. Pero esta estrategia de huida hacia adelante permanente es poco convincente.
Incapaz de probar la eficacia de su política, Emanuel Macron ya solo tiene una carta para imponer su «verdad»: la del abuso de autoridad. Una carta que el régimen actual, régimen personalista cuya cuna es una guerra sangrante, le permite actuar cómodamente. Porque el Presidente de la República conoce la verdad, sabe cuál es el buen camino para Francia, tiene el deber, por el bien de Francia, de llevar al país por este camino, incluso contra el deseo del mismo. Y esto bien vale sacudirlo mediante una limitación del derecho a manifestarse, por una tentativa de controlar la neutralidad de la prensa (es decir, la aceptación de la verdad neoliberal) y mediante la represión de los movimientos de oposición. La certeza de Emmanuel Macron de actuar por el bien del país y de estar guiado por una verdad transcendental es motivo fundamental para inquietarse. El neoliberalismo está actualmente a la defensiva. La crisis de 2008 y sus consecuencias, su ineficacia para relanzar el crecimiento y gestionar la transición ecológica tienden a cuestionarlo.
Las grandes organizaciones internacionales ponen en cuestión algunos de sus dogmas como la liberalización del mercado laboral, la «teoría del goteo», la libertad de los capitales… Lo que se juega hoy en día, es una crisis del régimen económico, como la que se conoció en los años de 1930 y 1970. En este contexto, la tentación autoritaria del neoliberalismo se refuerza.
En el último febrero, Dani Rodrik, el economista estadounidense de origen turco, profesor en Harvard, señalaba que las democracias liberales no estaban amenazadas únicamente por el deslizamiento hacia la «democracia iliberal» «peligro agitado a menudo. Existe otro: «los liberalismos no democráticos». Esta idea ha sido desarrollada por otro investigador de Harvard, Yascha Mounk en un capítulo de su obra El pueblo contra la democracia, Se trata de un sistema en el que las verdaderas decisiones están sometidas a reglas no elegidas, salidas de principios no democráticos definidos por el orden económico y donde el poder debe asegurarse la obediencia de los estados a sus leyes, si es necesario, al precio de las libertades fundamentales. Francia parece dirigirse hacia semejante destino a partir de ahora.
Artículo original en francés: https://www.mediapart.fr/journal/france/040219/les-origines-economiques-de-l-autoritarisme-d-emmanuel-macron
Traducción: viento sur
Fuente: https://vientosur.info/spip.php?article14596