En fin, lo dicho: el monstruo, como Polifemo, tiene un solo ojo con el que sólo ve aquello que hace crecer la lana de su ovejuno rebaño de financieros. Lo demás le tiene sin cuidado. Tú ya puedes advertirle de que cada día que pasa está más cerca de su isla el Odiseo que cegará […]
En fin, lo dicho: el monstruo, como Polifemo, tiene un solo ojo con el que sólo ve aquello que hace crecer la lana de su ovejuno rebaño de financieros. Lo demás le tiene sin cuidado. Tú ya puedes advertirle de que cada día que pasa está más cerca de su isla el Odiseo que cegará su único ojo y lo dejará inerme y aullando de dolor. Él sigue acariciando la lana de su rebaño sin pensar en nada más. Así que no te esfuerces, Yanis. En lugar de seguir advirtiendo a Polifemo, ayuda a Odiseo a afilar la estaca y ponerle la punta al rojo vivo. Ésa será tu mejor venganza y en esa empresa seremos cada vez más los que te ayudaremos. (Miguel Candel, 2018).
Durante años y años se ha dicho y repetido (hasta la saciedad y con escasa o nula argumentación) que los contrarios o críticos del euro y la eurozona (sin matices ni distingos) eran gentes desinformadas, fanatizadas, antieuropeas, muy ignorantes y, en algunos casos, miembros trasnochados de una izquierda no menos trasnochada.
Propaganda política. De la mala o incluso de la peor. Basta leer el libro de un economista no cegado como Joseph E. Stiglitz [1] para levantar la mampara que cubre la representación de los poderosos y beneficiados. Una de sus reflexiones:
Sin embargo, el proyecto de la eurozona era diferente de estos otros ejemplos en un sentido crucial: se basaba en un intento serio de avanzar hacia la integración política. Los nuevos acuerdos comerciales no parten de ningún deseo de contar con unos criterios reguladores armonizados, establecidos por un Parlamento que represente a los ciudadanos de toda la zona comercial. Lo que buscan las empresas es sencillamente interrumpir la regulación o, mejor todavía, revocarla. Pero el diseño del «proyecto moneda única» estaba tan influido por la ideología y los intereses que fracasó no solo en su aspiración económica -generar prosperidad-, sino también en su ambición de unir más a los países desde el punto de vista político. [la cursiva es mía]
Una de las derivadas más importantes, la conocemos bien, el incremento de las desigualdades:
El euro ha provocado un aumento de las desigualdades. Un argumento importante de este libro es que el euro ha ahondado la brecha, ha hecho que los países más débiles lo sean más aún y que los más fuertes se hayan reforzado: por ejemplo, el PIB alemán ha pasado de ser 10,4 veces el de Grecia en 2007 a 15 en 2015. Pero la brecha ha aumentado también las desigualdades dentro de los países de la eurozona, especialmente en los que han sufrido la crisis. Y ha ocurrido incluso en aquellos que estaban consiguiendo reducir las desigualdades antes de la creación del euro. [las cursivas son mías]
No anda desencaminado el ex economista jefe del Banco Mundial.
En efecto. Carles Planas Bou [CPB] describía en «Un estudio concluye que el euro ha hecho a Alemania más rica y a España más pobre» [2] el siguiente panorama de la situación tras estos veinte años de implantación de la moneda(el estudio que le sirve de base es del Centro (alemán) de Políticas Europeas):
1. Desde la introducción de la moneda única en 1999, cada alemán (por término medio obviamente) ha obtenido un beneficio de hasta 23.116 euros mientras que cada español ha perdido 5.000 euros.
2. La brecha ha afectado directamente a las arcas públicas de los países de la UE. Alemania ha sido la noción más beneficiada por la introducción del euro. Hasta el 2017 le ha supuesto un impacto positivo de 1.893.000 millones de euros (casi dos billones de euros). «Esa ventaja», señala CPB, «acentuada a partir de la crisis de la deuda, ha permitido a Berlín reforzar su condición de potencia económica del continente».
3. Hay más. Gracias al euro los Países Bajos han ganado 346.000 millones de euros (unos 21.003 euros por persona), situándose por detrás de Alemania. Como recordamos, ambos países «han sido los más firmes defensores de la ortodoxia fiscal y los principales críticos de los países del sur que acudieron en ayuda de sus socios debido a sus problemas de endeudamiento». Recordemos su comportamiento en el caso de Grecia.
4. Hasta 2010, España se benefició de la introducción del euro. Tras la crisis eso se transformó en una pérdida de la prosperidad que se eleva hasta los 224.000 millones de euros (un 21 % del PIB aproximadamente). El informe, de un Instituto nada heterodoxo, «remarca que la incapacidad de los países para devaluar su moneda tras la adopción del euro permitió que la erosión de la competitividad internacional se convirtiese en ‘un menor crecimiento económico, un aumento del desempleo y una caída de los ingresos fiscales».
5. La gran perdedora con la creación del euro es sin duda Italia, con una reducción del PIB por valor de 4.325.000 millones de euros (73.605 euros menos para cada italiano). Se comprende, entonces, la situación política italiana y la desesperación de muchos ciudadanos.
6. Tras los ciudadanos italianos se sitúan los franceses (55.990 euros menos), los portugueses (40.604 menos) y los belgas (6.370 euros menos).
No son datos cualesquiera. Conviene tenerlos muy en cuenta.
Los autores del estudio, Matthias Kullas y Alessandro Gasparotti, señala CPB, «calcularon la hipotética trayectoria sin el euro comparando la de los países mencionados con la de otros países fuera de la eurozona con tendencias de crecimiento parecido». Alemania fue comparada con Japón y Bahréin; España con el Reino Unido y Turquía. Aunque con la crisis de la deuda, el BCE prometió hacer «lo que haga falta para preservar el euro» el informe señala que, más allá de estas las palabras, el supervalorado Mario Draghi «no hizo nada para cambiar los problemas fundamentales de la Eurozona». Para eso estaba entre otras cosas.
Conviene detenerse ahora en la entrevista que Claudi Pérez [CP] hizo recientemente al sociólogo alemán Wolfgang Streeck [WS] sobre su último libro ¿Cómo terminará el capitalismo? [3]. Sus tesis y reflexiones transitan por el mismo sendero. Sus observaciones:
1. Sobre el final del capitalismo (todas las cursivas son mías):
No digo que el capitalismo vaya a explotar en pleno vuelo: digo que el sistema se ha metido en un limbo y está en franca decadencia. La gobernabilidad del capitalismo democrático tal como la conocimos en los años sesenta ha desaparecido. La hiperglobalización neoliberal lo ha hecho inmanejable. El bipartidismo está zombi, la mezcla de incertidumbre y miedo está haciendo mella en nuestras sociedades y la prueba es la aparición de nuevos partidos que desafían abiertamente el mal llamado orden liberal. Los Estados se han metido en formidables crisis fiscales, y la combinación con niveles de desigualdad lacerantes y formidables endeudamientos ha dejado sin herramientas a los Estados. A diferencia de lo que ocurre con los accidentes aéreos, las crisis se han vuelto más frecuentes, no menos: quizá porque el avión es demasiado peligroso. El malestar es general.
2. Pero, comenta CP, «quizá parte de ese malestar esté más basado en percepciones que en hechos: la esperanza de vida está en máximos, millones de personas salen de la pobreza».
No soy un pesimista irredento: lo que defiendo es que la credibilidad de las instituciones se desploma y eso no tiene nada que ver con la esperanza de vida. Mire, en la historia del capitalismo se han sucedido las crisis. La novedad es que ahora esas crisis se superponen y se refuerzan mutuamente. Con un sistema financiero fuera de control, el matrimonio de posguerra entre capitalismo y democracia va rumbo al divorcio.
3. ¿Cuándo llegará entonces el batacazo definitivo?
Estamos en un limbo: quizá no veamos un crash, pero sí una decadencia más o menos rápida, según funcionen o no las ocurrencias de los Gobiernos y los bancos centrales para salvar pelotas de partido. Vamos hacia un largo periodo de improvisaciones que pueden llegar a ser muy arriesgadas, y en último término nefastas.
4. Se le pregunta por Draghi: «¿El whatever it takes (cueste lo que cueste) de Draghi fue una ocurrencia? ¿La compra de bonos no era imprescindible? ¿Qué habría hecho usted?»
Yo no soy Draghi, ni he trabajado en Goldman Sachs. El BCE es una bestia extraña: tiene que dar una receta única para países muy distintos, no rinde cuentas a nadie y ha acabado derrocando Gobiernos, como vimos en Grecia o Irlanda, o enviando cartas a primeros ministros para que hicieran reformas, como vimos en España o Italia. La montaña de deuda que teníamos no se ha esfumado; sigue ahí. Los economistas que más saben de banca dicen que el sistema sigue fuera de control, y que en cualquier momento puede haber otro Lehman.
5. Pero la eurozona ha resistido le señala CP:
España sigue con un paro del 15% una década después de Lehman. Italia va camino de una tercera recesión. La salida de la crisis de Grecia es un chiste. Hay sacudidas políticas -nuevos movimientos y partidos- en toda Europa: los chalecos amarillos en Francia son la expresión de ese Estado del malestar. Las pésimas expectativas de la gente, que es consciente de que esta generación vivirá peor que la de sus padres, están decantándose en forma de potenciales conflictos políticos y una enorme inestabilidad. Hay que romper el euro, y pronto… El euro fue un error colosal.
6. Pero el coste de romperlo no es como para pensárselo dos veces:
Se han metido ustedes mismos en un rincón, en una camisa de fuerza. Salir del euro será costoso a corto plazo, pero a la larga sería incluso más costoso seguir en él. La Europa del sur sale muy perjudicada del diseño de la eurozona: el euro es un régimen monetario para favorecer a Alemania y a sus exportadores. Es un experimento de autodestrucción: queda por ver cuándo se dan cuenta de eso países como Italia y España. Es un patrón oro más rígido incluso que el de hace un siglo.
7. Pero, se le recuerda (sin matices necesarios), ni siquiera los griegos quisieron irse en lo peor de la crisis.
No hay forma de recuperarse de una crisis profunda y deshinchar esas gigantescas burbujas con devaluaciones internas que imponen más y más austeridad, como ha recetado Merkel a toda Europa, si no se acompañan de un fuerte crecimiento, que no está; de inflación, a la que no se le espera; o de reestructuraciones de deuda, que Merkel no permitirá. Sin nada de eso a la vista, habría que acompañar las devaluaciones internas de una devaluación externa, de la moneda: con el euro es imposible. Hay que renacionalizar la política económica para tener algo de tracción.
8. Pero, a pesar de ese análisis, le señala CP finalmente, «Merkel es admirada en España». Su respuesta: «No lo entiendo. Despierten».
¿Despertaremos? ¿Tomaremos nota de que la implantación del euro fue (nada menos) un error colosal? ¿Pensaremos sobre ese «renacionalizar la política económica para tener algo de tracción», aunque nos movamos en coordenadas ecologistas decrecentistas y no confundamos bienestar real y vida buena con crecimiento y desarrollismo desenfrenado? ¿Afirmar que el euro es un régimen monetario diseñado para favorecer a Alemania y a sus exportadores, sigue siendo, una valoración de «gente no preparada ni informada»? ¿La apuesta por la ruptura del euro es una apuesta irracionalista de izquierdistas sin cerebro y alocados?
Notas:
(1) Joseph E. Stiglitz, El euro. Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa, DeBolsillo, Barcelona, 2017 (traducción de Inga Pellisa y María Luisa Rodríguez Tapia)
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