No son pocos los que creen que el vicepresidente de Brasil quiere el puesto de Bolsonaro. El general Hamilton Mourão se muestra como un hombre componedor para diferenciarse del capitán Jair Bolsonaro. Sin embargo, el vicepresidente es un derechista confeso que reivindica la dictadura militar y la tortura. ¿Es posible que Mourão haga con Bolsonaro lo que Temer hizo con Dilma Rousseff?
¿Pero quién es Hamilton Mourão? Quien hoy se presenta como la cara amigable del gobierno, vicepresidente moderado, accesible, menos beligerante que Bolsonaro y mediador e interlocutor con la sociedad, no siempre asumió este rol simpático y sereno. Muchos piensan que esta moderación es una estrategia, un cálculo político para mantener una imagen positiva de la Fuerzas Armadas en el poder. Esto no es nada trivial. Actualmente, el gobierno de Bolsonaro cuenta con ocho ministros militares. Carteras políticas tan importantes como la Secretaria de Gobierno, la Secretaria General o el Gabinete de Seguridad Institucional están en manos de miembros de las Fuerzas Armadas. Entre los ministros más próximos, solo hay un civil, Onyx Lorenzoni, justamente ministro de la Casa Civil. Ahora, muchos analistas coinciden en que el general podría estar limpiando el camino para un posible impeachment, presentándose como una figura razonable y negociadora frente a un Bolsonaro mediocre y autoritario.
El perfil de Mourão
Mourão ingresó en el ejército en 1972, permaneció en activo durante 46 años, formó parte de la Misión de Paz en Angola, trabajó en la embajada de Brasil en Venezuela y fue comandante militar del sur entre 2014 y 2016 e integró la cúpula de los generales brasileños de cuatro estrellas. Posteriormente fue jefe de la Secretaria de Economía y Finanzas del Ejército hasta 2017. En 2018 pasó a integrar la reserva y se afilió al insignificante Partido Renovador Laborista Brasileño (PRTB). Y recientemente Mourão fue la cuarta opción de Bolsonaro para completar la fórmula presidencial después de que todos los demás rechazaran la oferta.
Durante sus últimos años en el Ejército, Mourão protagonizó varias polémicas. En 2017 defendió una posible intervención de las Fuerzas Armadas caso las instituciones no consiguiesen resolver «el problema político» en que estaba inmerso Brasil. Sus declaraciones se produjeron en un acto en la masonería de Brasilia. Además, en su último discurso como general, pronunciado en 2018, calificó al torturador Carlos Bilhante Ustra como «un héroe». Se trataba del mismo represor que Bolsonaro había elogiado durante su voto el día del impeachment contra Dilma Rousseff. Igualmente, en el primer acto electoral de Bolsonaro, en agosto de 2018, Mourão dijo que el brasileño «había heredado la indolencia de los indígenas y la malandragen (astucia en sentido peyorativo) de los africanos». En septiembre del mismo año, en otro acto electoral, criticó la paga extra de Navidad y prometió acabar con ella. Fueron tantos los desmanes en el periodo de campaña que tuvo que ser relegado a la invisibilidad por los responsables del marketing de Bolsonaro. Este era Mourão antes de llegar a Brasilia y hacer su metamorfosis a persona razonable y cordial.
En una entrevista con el diario El País en febrero de 2019, Mourão elogió su relación con Bolsonaro. Reivindicó la intimidad política entre ambos y sostuvo que el presidente y él se complementaban en sus tareas. Además, advirtió que su función como vicepresidente es la de «ser un compañero, un amigo para que él divida sus ansiedades y aflicciones». Declaraciones muy tiernas, pero que contrastan mucho con la actualidad de la relación. Después de la traición del también vicepresidente Michel Temer a Dilma Rousseff, estas palabras ya no convencen a muchos.
Debido al rechazo continúo de Bolsonaro a hablar con la prensa, y a que Mourão habla con habilidad inglés y español, el vicepresidente ha asumido un activo rol como entrevistado en medios nacionales e internacionales y, en ellas, contradice y desautoriza decisiones de Bolsonaro y de los ministros no militares. Por ejemplo, en una entrevista al periódico O Globo, sorprendió al opinar sobre el aborto que se trata de una opción de la mujer. Estas declaraciones provocaron una intensa reacción de los grupos evangélicos que forman parte del gobierno. El diputado federal Sóstenes Cavalcante, principal portavoz del Frente Parlamentario Evangélico, llegó a decir: «Mourão es un poeta callado. Siempre que abre la boca crea un problema». En una entrevista con el Financial Times, el vicepresidente desautorizó declaraciones negativas de Bolsonaro sobre China (el presidente había tachado a China como un «predador que quiere dominar sectores cruciales de la economía»), diciendo que «a veces tiene una retórica que no coincide con la realidad». Del mismo modo, en una entrevista con el periódico Folha de São Paulo, Mourão menospreció la decisión del Ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araújo, de trasladar la Embajada brasileña en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, como lo hizo Donald Trump con la representación de Estados Unidos, diciendo que podría llevar a animosidad con los países árabes.
Otro momento que también probó esta divergencia entre el presidente y su vice fue la reacción de este último ante la prohibición de que Lula asistiese al velatorio y entierro de su hermano, Genival Inácio da Silva (conocido como «Vavá»), fallecido el 29 de enero. Mourão defendió la presencia de Lula en los actos fúnebres diciendo que era una «cuestión humanitaria». Esta postura irritó a los sectores bolsonaristas pero agradó a sectores de centro e izquierda. Una paradoja: el ex general contentando al petismo.
Una de las cuestiones que con más fuerza problematiza esta pose amistosa de Mourão es su postura sobre la dictadura militar brasileña. En la misma entrevista con El País, Mourão dijo que no debe clasificarse el proceso que se extendió de 1964 a 1985 como una dictadura ya que los presidentes cambiaban cada cuatro años. Prefiere llamarlo «periodo autoritario». Continúa la entrevista exaltando el crecimiento económico del país en ese período y, en cuanto a la violencia estatal, la justifica porque, según su interpretación histórica, los grupos marxistas y leninistas querían imponer una dictadura comunista. Mourão define el momento como una «guerra muy pequeña». Pero la cosa no queda ahí. Según el vicepresidente la tortura era «una cuestión de guerra». Y afirma: «En la guerra la primera víctima es siempre la verdad. Hay mucha gente que dice que fue torturada y no lo fue».
¿Figura decorativa o actor central?
Mourão está lejos de ser la típica figura decorativa a cargo de la vicepresidencia. Y hay, al menos, dos ejemplos contundentes. El primero se vincula con Venezuela. Aunque Mourão reconoció a Guaidó como presidente interino junto con Bolsonaro, se posicionó claramente contra a una intervención militar en diversas entrevistas. En segundo lugar, el 29 de enero, el general asumió una fuerte centralidad al firmar el decreto que modifica la Ley de Acceso a la Información, ampliando el poder de los funcionarios públicos para catalogar como secretos y ultrasecretos diversos documentos del gobierno durante 25 años. Sin embargo, fue derrotado en el congreso el 19 de febrero. Se trató de la primera gran derrota del gobierno. Mourão reconoció la capitulación al declarar: «a la gente del congreso no les gusto. Si fuese el presidente habría pasado». Paralelamente, en una conferencia en la Asociación Comercial de São Paulo, delante de las cámaras discursaba favorablemente a la libertad de prensa. «Me importa mucho la libertad de prensa. Digo y repito siempre: la prensa es para fiscalizar a los gobernantes y no a los gobernados», dijo allí. ¿Hay dos Mourãos o solo uno con diferentes estrategias?
Por último y también contradiciendo su actual imagen de buena gente, a principios de enero el vicepresidente acaparó las portadas de los periódicos con la noticia de que su hijo, Antonio Hamilton Rossell Mourão, había ganado el puesto en la asesoría especial de la presidencia del Banco de Brasil, triplicándose el salario. Las críticas a este nepotismo tan descarado fueron enormes y el hijo tuvo que desistir del cargo.
El Mourão autoritario de la campaña versus el Mourão moderado del gobierno. Dos personajes y, desde luego, una certeza: el vice camina cada vez más cerca del presidente, midiendo bien sus pasos. Bolsonaro… que se cuide las espaldas.