Sangre fría y ojo atento. Ya es posible extraer dos conclusiones rápidas sobre las manifestaciones de apoyo a Bolsonaro Primero, fueron acciones de la franja más resentida y enfurecida de la contrarrevolución, pero sin conseguir arrastrar sectores de masas de la clase media. Este domingo (26 de mayo), la amargura de la clase media con […]
Sangre fría y ojo atento. Ya es posible extraer dos conclusiones rápidas sobre las manifestaciones de apoyo a Bolsonaro
Primero, fueron acciones de la franja más resentida y enfurecida de la contrarrevolución, pero sin conseguir arrastrar sectores de masas de la clase media. Este domingo (26 de mayo), la amargura de la clase media con el Brasil estancado y decadente salió a las calles vestida de amarillo. La ansiedad, la angustia, la inseguridad ante el futuro continúa radicalizando sectores sociales intermedios, que fantasean con que su vida debería ser más segura, como si viviesen en Europa o en los Estados Unidos, países que visitaron en sus excursiones. Lo que mueve esta multitud enojada es una visión del mundo. Comparten la percepción ingenua de que el problema de Brasil es la robadera.
Pero es mucho más que un malestar con la corrupción. Es el cada uno por sí, todos contra todos.
Es una nostalgia romantizada de orden y autoridad en ciudades en que el abismo de la desigualdad permanecía segregado e invisible en las favelas y periferias. Es un miedo social ante el peligro de empobrecimiento en una sociedad en que el dinero define el estatuto del privilegio. Es una hostilidad ofendida contra los impuestos que pagan y los servicios públicos que no reciben. Es una aflicción triste y una amargura envidiosa. Cobijan el modo de vida de los, realmente, muy ricos. Tienen mucha pena de sí mismos. Desprecian la condición de la mayoría pobre.
Es el odio contra la auto-organización orgullosa de los LGBT’s, el rencor contra el movimiento negro que legitima las campañas que criminalizan el racismo, el horror delante del feminismo que arrebata a la nueva generación de mujeres jóvenes. Todo eso asociado a la repulsa y falta de respeto que tienen por los sindicatos y movimientos populares, la aversión y el desdén que tienen por la izquierda. Tienen mucha pena de sí mismos.
El bolsonarismo erró al convocarlos bajo la bandera bonapartista, aunque hayan intentado, en los últimos días, reposicionarse atropelladamente.
La conducción errática, zigzagueante, de Bolsonaro – convoca, pero no va – tuvo un efecto disgregador de su base. No consiguió el impacto que necesitaba para desafiar al centrão (1) la bandera de «todo el poder al capitán». En consecuencia, dividió a la extrema derecha. La operación «abasto y encuadramiento» de Bolsonaro, a partir de mañana, tendrá dificultades.
Segundo, el otro lado: esta división en la extrema derecha llevó a ala neofascista a ir solita a las calles, por primera vez. Arriesgaron. Salieron bajo sus propias banderas. Eso fue un cambio de calidad. La primera conclusión es más importante que la segunda. Mucho más importante. Pero no anula la segunda.
Fue una derrota parcial. Eran mucho menos numerosos que la grandiosa movilización de jóvenes en defensa de la Educación pública. Perdieron la hegemonía en las calles que habían conquistado en 2015-2016. Pero no era una iniciativa «frontal». Desde el inicio era un movimiento «lateral». Se reposicionaron en los últimos días. Una corriente neofascista dura está, todavía, en construcción.
Están en el gobierno y en la disputa por el poder. Por tanto, también acumulan fuerzas.
Los neofascistas son una gente extraña y peligrosa. Muy peligrosa.
* Militante de la dirección nacional de Resistencia, tendencia interna del PSOL (Partido Socialismo y Libertad).
https://www.revistaforum.com.
Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa