La filosofía pudo nacer de la poesía. Al menos, esto se cumple para la filosofía occidental. De los primeros poetas, sobre las metáforas que estos dejaron, se fue armando el amor a la sabiduría. Había de donde partir para hacer el armazón de lenguaje que soportaría el surgir de una ciencia determinada por la búsqueda de la verdad. Y nada más coherente que aquellas metáforas. Después de todo, la primera metáfora es el pensamiento (1).
Lo cierto, es que toda una manera épica de aquella lírica determinaba un sistema de signos. Y si bien cada teoría, cada estructura de lenguaje, debe leerse como metáfora para evitar la metafísica de la presencia -tal y como nos señala Derrida-, lo que menos ha dominado en la historia del pensamiento es ese tipo de lectura recomendada-, y su resultado lo describió bien el filósofo. Así, puede verse casi omnipresente la noción del «estar ahí», donde cada categoría tiene una existencia extrínseca, y el lenguaje es tan solo un reflejo de aquello: su identidad -formal abstracta. Así, se difunde toda una cultura de lo épico.
Las connotaciones de esa metafísica -y no solo de la de presencia- son muchas. Una de ellas, es la de absolutizar a una de las esferas de la actividad como centro de la vida humana, y darle desde esta, un carácter explicativo al desarrollo de la sociedad.
Los malos escritores se enamoran de lo épico, decía el barbudo Hemingway. A lo que habría que añadir, que no solo el escritor en el sentido literal, sino el escritor de la historia -no del libro, sino el devenir-, es decir, el sujeto del proceso social: el hombre. Y esa idea del escritor afamado, nos ayuda a ilustrar cómo se ha pensado -y enseñado a pensar- el desarrollo.
Y es que si nos fijamos, se ha venido arrastrando lo épico de aquellas primeras metáforas como modo de pensar la historia, claro, leídas desde la metafísica de la presencia. Así, lo que puede constituir una expresión que recoja una relación, se puede tomar de manera literal. Ese rasgo, cuando alcanza la forma de pensar la sociedad y los procesos sociales, produce una especie de ciencia enajenada (2), cuyos resultados se hacen sentir.
No resulta difícil notar como la historiografía -una buena parte de esta- ha estado marcada por la historia de grandes hechos políticos, por la secuencia de estos. Incluso, su valoración, la de sus protagonistas, está dada por el uso de grandilocuentes adjetivos. En pocas palabras, ha sido hegemónica, la historia épica, la historia mítica -y que casi parece una pulsión.
Tenemos delante un pensamiento sobre lo social, que reproduce una serie de rasgos que se limitan a resaltar una serie de categorías morales -en el mejor de los casos-, y de partidismo político en otros, bordeadas siempre por los mitos políticos asociados a las explicaciones de la transformación social.
Hay que recordar que la subjetividad constituida como sistema -en totalidad-, la ideología, es el mediador de la reproducción de las relaciones sociales de producción; por tanto, nos dirá cómo se apropia el sujeto de la realidad que produce. De ahí que esta subjetividad no sea solo un resultado de la actividad social, sino a la vez, su punto de partida. Es a través de su prisma, que se ve el mundo, que se hace mundo.
Por lo que la cuestión de lo épico convertido en lo mítico y lo cotidiano, y expresado en el plano de lo político y del cambio social, como parte de esa subjetividad, adquiere importancia. Si se trata tan solo de un conjunto de mitos aislados, desconectados, sin mediadores entre ellos, no existe -o no debe existir- problemática alguna.
Sin embargo, cuando esos mitos constituyen parte orgánica del sistema de ideas, dígase de la práctica cultural cosmovisiva -la ideología-, la cuestión cambia. Lo épico, la ponderación de los grandes hechos políticos, el resaltar la historia como enaltecedora de valores, no solo refuerza al pensamiento mítico -como forma de apropiación simbólica cultural de la realidad-, sino que penetra la conciencia cotidiana. Y claro, no puede faltar: penetra al pensamiento teórico; con el cual no entra en contradicción.
Como ya se ha mencionado en otro lugar (3), los medios juegan un papel esencial en la conformación de los mitos -entendido en un sentido amplio- de los tiempos que vivimos. La industria cultural, sobre todo, nos invado con sus nociones de lo épico a través del cine y diferentes productos audiovisuales. Esta vez no como metáfora, sino como la sugerencia metafísica convertida en un hecho. No se trata de una manera de decir: lo épico, toma existencia real: el súper-poder, la súper-moral, la súper-acción. Su expresión acabada, el mito, nos acompañará en nuestra conciencia cotidiana.
Téngase en cuenta que el pensamiento teórico, es un elemento rectificador de la ideología -siempre en un constante traspasar con esta-, legitimando muchas veces, simplemente lo establecido en la conciencia cotidiana y el pensamiento mítico. Por lo que el pensamiento teórico no escapa de las ideas de los hábitos, costumbres y tradiciones, tanto del propio pensamiento cotidiano fuera de la academia, como de los propias hábitos, costumbres y tradiciones de la teoría -paradigmas-; de ahí que se entienda que la conformación de este -el pensamiento teórico- no escape de aquellas: que se forme sobre la base de las lógicas socialmente aceptadas y de la información socializada normalmente, donde está anclado lo épico.
Y no es que sea algo negativo per se, pero la teoría carga consigo el peso una serie de construcciones culturales e ideológicas, que impiden al teórico la objetivo, lo que condiciona confundir una elaboración científica con la prolongación o sistematización -validación- de ciertas creencias sociales.
Entonces, en un mundo donde la idea de la metáfora que sirvió de soporte al pensamiento teórico, se hace metafísica presencialmente, alimentando un pensamiento épico devenido en mítico -y en cotidiano-: las lógicas de estos serán utilizadas en las concepciones teóricas. Así, nuestras visiones y construcciones subjetivas sobre el mundo, estarán permeadas por aquellos pensamientos. La racionalidad colectiva -incluso en sus teorías- no puede escapar de las «trampas a la razón» que construyen los medios sobre la cotidianidad. Después de todo, cuando vamos a teorizar, somos portadores de nuestras experiencias, ya moldeadas con anterioridad.
No es cosa de juego, sin un nuevo sentido común social, ni la teoría escapará fácilmente -ni su producción ni su asimilación- de los marcos de la propia racionalidad que produce el mundo en que vivimos.
Producir las lógicas que permitan saltar los límites del sistema, implica socialmente, también, crear las bases de una forma de apropiación de la realidad socialmente difundida, diferente a la imperante. Por tanto, el hacer teorías para mejorar el mundo, es también recordar que toda la sociedad participa de la conformación de dicho pensamiento teórico, de ahí que se trate también, de remover las bases de la subjetividad social, dígase, de su sistema de ideas, su práctica cultural cosmovisiva, su ideología. Si no, se seguirá a una subversión del orden social.
Bibliografía
1. Rivero, Carlos. Constelaciones. La Trinchera. [En línea] [Citado el: 02 de 06 de 2019.] desdetutrinchera.com/teoria/constelaciones/.
2. Hayes Martínez, Miguel Alejandro. La ciencia enajenada. La Trinchera. [En línea] [Citado el: 02 de 06 de 2019.] desdetutrinchera.com/marxismo/ciencia-enajenada/.
3. -. Medios y mitos. Rebelión. [En línea] 23 de 05 de 2019. [Citado el: 02 de 06 de 2019.] rebelion.org/noticia.php?id=256248.
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