Nos cruzamos en pasillos, oficinas y comercios. Nos reconocemos con la misma cara malhumorada, intercambiándonos una mezcolanza de virus mutantes en hermandad catastrófica, expulsando a cada paso mil miasmas de esos cuerpos agujeteados por tantas jornadas de tos productiva o improductiva. Dolencias que durarían días, pero que mal curadas nos acompañan hasta meses. Los vemos, […]
Nos cruzamos en pasillos, oficinas y comercios. Nos reconocemos con la misma cara malhumorada, intercambiándonos una mezcolanza de virus mutantes en hermandad catastrófica, expulsando a cada paso mil miasmas de esos cuerpos agujeteados por tantas jornadas de tos productiva o improductiva. Dolencias que durarían días, pero que mal curadas nos acompañan hasta meses. Los vemos, nos vemos, como espectros moribundos, con fiebre en el trabajo, pero también con muletas en el trabajo, con migrañas y en el trabajo, deambulando con el cuerpo roto, descontando los minutos que restan hasta la bendita salida para correr a arroparnos en la cama de la que nunca debimos movernos.
Pero ¡ay! nos obligan a permanecer en nuestros puestos como soldaditos imbéciles y obedientes; nos fuerzan a hacer girar la rueda productiva bajo la amenaza del descuento salarial o del despido. Los economicistas nos enseñan orgullosos las estadísticas que demuestran el gran éxito de que los españoles faltemos cada vez menos al trabajo, pero nunca cuentan la verdadera razón: ¿cómo repercute en nuestro sueldo una baja?: Una reducción salarial brutal, indefendible. Quien ya la ha experimentado en su nómina, no repite la osadía de pretender curarse en casa. ¿Y qué sucede si es frecuente? Pues que te despiden y listo. Y ¿cómo afecta en la salud de los españoles esta política criminal? ¿Acaso no reconoce el artículo 43 de nuestra Constitución el derecho a la salud? ¿No es la salud un derecho humano?
Pero lo mejor, sin duda, es cuando a la desesperada visitas a tu médico -que te lo cambian cada día- para que te recete cualquier cosa y te lo encuentras igual o peor que tú, con el mismo o parecido virus; todo un agente patógeno en acto de servicio maldiciendo su condición de ser mortal. Entonces es cuando paciente y doctor empatizan por fin de verdad. Entonces es cuando lanzamos mil maldiciones al gobierno privatizador del PP, que permite tanta inhumanidad, tanto maltrato a los trabajadores; sin olvidarnos de sus cómplices burócratas que solo vigilan al de abajo. Entonces es cuando recordamos que pronto habrá elecciones. Por fin podremos dar una patada en el culo a tanto villano. Se acabó por fin su cuento.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.