Ante el futuro se abren dos puertas: el miedo y la esperanza. Solo se puede cruzar una. Podemos reconocer la urgencia de una verdadera transformación política, ética y social, volar hasta divisar qué hay al otro lado de la esperanza, soñar en un futuro distinto, con más derechos para nuestros descendientes; construir una política al […]
Ante el futuro se abren dos puertas: el miedo y la esperanza. Solo se puede cruzar una. Podemos reconocer la urgencia de una verdadera transformación política, ética y social, volar hasta divisar qué hay al otro lado de la esperanza, soñar en un futuro distinto, con más derechos para nuestros descendientes; construir una política al servicio de las mayorías. O podemos imitar a los avestruces, creernos las mentiras de la recuperación -¿de quién?-, conformarnos con lo que hay, aferrarnos a nuestra menguante parcelita de bienestar caótico, y rezar para que no nos alcance algún día -en forma de desahucio, despido, sueldo miserable, contrato precario o hambre-, la onda expansiva del suicidio de Europa. Vivir con miedo.
Hoy hablaré del miedo. Del miedo como espantajo que algunos agitan en los mítines, apelando al lado más irracional del ser humano, retorciendo la verdad para mantenerse enroscados en lo público; pero no para cuidarlo y ponerlo en beneficio de la ciudadanía, sino para desguazarlo, destriparlo y dárselo bien barato a los amigos. La diputada Ana Oramas, de CC, pregunta al auditorio si vamos a dejar nuestro futuro en manos de coleteros con ideas que vienen de Venezuela, y relaciona una vez más dos países que no tienen nada que ver, dos realidades a años luz y con protagonistas diferentes pero que interesa mantener permanentemente vinculados: Podemos y el chavismo. Ana Oramas escupe hipócritamente la palabra Venezuela como si hablara del infierno reencarnado en la tierra; la misma Ana Oramas que nunca mostró preocupación por los nadies de Venezuela, por el ejército de pobres que comía Perrarina (alimento para perros), ni por sus derechos humanos, cuando el puntofijismo saqueaba el país y se reprimía y «desaparecía» a la disidencia.
Parece que todo vale cuando interesa generar miedo al cambio político y eternizarse en las instituciones gracias al conformismo abúlico de la gente. ¿Será que tendremos que seguir soportando sus políticas minimalistas en materia de bienestar social, su neoliberalismo en lo económico, su babosa beatería procesional? Dicen que ya tienen todo hablado para repartirse el gobierno, que PP y CC ansían renovar su antiguo pacto. Que todo siga igual o hasta peor. Eso sí que da miedo.
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