De nuevo una carta en mi buzón del amigo Harald Martenstein con una reflexión de primavera sobre la mala leche y el insulto al volante: Nunca entenderé por qué hay gente que se excita tanto conduciendo. Hay quienes al volante insultan ininterrumpidamente a los demás. «Idiota» es el palabro más suave. Cierto, se cometen fallos, […]
De nuevo una carta en mi buzón del amigo Harald Martenstein con una reflexión de primavera sobre la mala leche y el insulto al volante:
Nunca entenderé por qué hay gente que se excita tanto conduciendo. Hay quienes al volante insultan ininterrumpidamente a los demás. «Idiota» es el palabro más suave. Cierto, se cometen fallos, hay chóferes que no marcan el cambio de carril. ¿Y? Pues que hay que frenar un poco; es cierto, uno se enfada un instante pero la vida sigue. El hombre es un ser limitado, se equivoca, comete errores…; siempre van a existir descuidos. Si se fusila a todo aquel que no indica con el intermitente el cambio de carril surgirá una nueva generación, que hará igual o parecido.
¿Y tocar la bocina? Si se pone en verde y no sales pitando bocinazo al canto. Si quieres aparcar y alguien te pisa los talones oyes piar su bocina. Pero nuevo es el bocinazo en caravanas, creen así solucionar el atasco. Suponen que hombres malos provocan retenciones a propósito.
Seguidores del filósofo Rouseau, que sostienen que el hombre es bueno por naturaleza, debieran emprender un viaje a Berlín. A mí el tráfico por carretera en Alemania me ha alejado del pensamiento de la Escuela de Frankfort y acercado al pensamiento del filósofo Odo Marquard, que defiende que el hombre es un «ser defectuoso» (Mängelwesen), en el que desgraciadamente el hacedor no goza de una segunda oportunidad. Un concepto básico de su filosofía es «la inevitabilidad de lo cotidiano».
Manquard critica la supertribunalización de la vida actual, ese permanente enjuiciamiento de los demás en lugar de entenderse con ellos. Críticos literarios y penalistas no se ponen de acuerdo en el porqué de ese transcurrir diario tan airado. El hombre, con sus descuidos y errores, es la condición previa de todo tráfico por carretera. ¿A dónde si no existieran personas? En el examen de conductor se debiera incluir el concepto de «supertribunalización».
Pero ahora esta supertribunalización se ha exportado también al campo de la bicicleta. Al pedalear camino de la oficina topo a menudo con gente que murmura desde su sillín, como los conductores de los vehículos. Resulta insostenible pensar que todos los demás son idiotas y sólo yo no. Si los demás lo son, por lógica también yo. Tan idiota como los demás: como como ellos, hablo su mismo lenguaje, me propago como ellos. Sólo que el idiota airado es la expresión desagradable del idiotismo, mientras que quien cambia de carril sin indicar mediante el intermitente, es decir sin ruido y en paz, es un idiota sólo que humanamente más agradable.
Un buen día cualquiera me acerco con mi bicicleta a la oficina y , estén seguros, por el camino me habrán tildado de «tonto del culo» una o dos veces por pedalear tan despacio. Muchos bicicleteros utilizan también la acera y vociferan contra los viandantes.
No sé por qué pero al 50% de los bicicleteros no les gusta pedalear por el carril de bicis; abogo por que se anulen los carriles de bicis y se llame a capítulo a los bicicleteros. Y que se vote si les gustaría utilizar los carriles de bicis, en caso denegatorio propongo que los carriles de bicicletas se conviertan en aceras y las aceras se declaren carriles para bicis. Así yo me aclararía.
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